El sol quemante me pegaba de lleno en el rostro, algo que podía decir que no me gustaba de Japón era el sol que no calentaba sino quemaba, a lo mucho serían las siete de la mañana o un poco menos; me quité los edredones de encima con algo de molestia, me cambié mi pijama por unos pantalones deportivos color negro, un sostén deportivo y una blusa de tirantes, amarré mi cabello en una cola alta y me coloqué mis tennis deportivos. Bajé corriendo las escaleras con destino a la cocina, donde ya encontraría despierta a la señora Hayakawa preparando el desayuno para los demás. La saludé con unos buenos días, tomé una botella de agua del frigorífico y besé la frente de aquella dulce señora de cincuenta y cinco años que era tan tierna y amable, lo más cercano a una madre que pude llegar a tener.
Salí por la puerta a trasera de la cocina y emprendí mi carrera por los senderos y espacios abiertos de la granja. En el aire un poco frío estaba el olor característico de la granja, animales y alguna que otra suciedad, no podrías esperar más de un lugar lleno de animales no domésticos, pero con el tiempo me había acostumbrado y ya no me era desagradable como antes, ahora solo era parte normal de mi rutina y de todo lo demás.
Troté por los senderos con total tranquilidad mientras escuchaba el peculiar sonido de los animales en sus corrales y el aire me golpeaba en el rostro de vez en cuando, mi punto de partida siempre era la cocina y mi punto de descanso era el bello campo de lirios, me gustaba descansar ahí por que la corriente de agua era muy buena, además de que me gustaba el olor del campo.
Cuando llegué ahí, pude ver a Kaito en medio de este lugar, fumando un cigarrillo como era su costumbre cada vez que estaba ansioso, molesto o incluso cansado, vestía el mismo traje negro con el que lo conocí; con una sonrisa en el rostro, me limpié el sudor de la frente y me acerqué a él, me detuve justo a su lado y suspiré. Él se giró hacía mí, tiró la colilla de cigarro entre las flores —cosa muy rara en él, ya que cuidaba ese campo como a su propia vida— y me miró, dio un largo suspiro lleno de cansancio y después puso una leve sonrisa en su rostro.
—¿Te sientes bien?
Pregunté con cuidado, sabía que casi no le gustaba que le preguntaran algunas cosas, destapé mi botella de agua y tomé de ella esperando su respuesta.
—No le puedo decir mentiras a mi pequeño bonsái, y la verdad es que si me molesta algo.
Su mano tocó mi rostro del lado derecho y no dudé en recargar mi mejilla en su mano, agradecida por su contacto; escuché una risilla brotar de su pecho y después, la presión ejercida de su mano sobre mi cuello; me dolía y me ardía al mismo tiempo, mis ojos estaban clavados en los suyos y sólo podía ver una cosa... un odio puro dirigido hacía mí, sus ojos estaban tan oscurecidos por el odio y a mí me faltaba el aire, intentaba con todas mis fuerzas que me soltara, pero cada vez ejercía más y más presión; rasguñé y enterré mis uñas en la carne de su mano y aunque podía percibir una pequeña mueca de dolor en su rostro, lo único que hizo fue colocar su otra mano en mi cuello, quitándome aún más las posibilidades de que algo de aire llegara a mis pulmones.
Mis lágrimas escurrían y sentía como si los ojos se fueran a salir de las cuencas en mi cráneo, sentía la cara caliente y como cada vez más todo a mi alrededor desaparecía.
—Me molesta tu traición... querido bonsái.
Después de eso, sólo visualicé bajo sombras como sacaba un arma de sus pantalones y el sonido del seguro siendo quitado, algo frío en mi frente y un golpe secó.
Me senté rápidamente en mi cama, con la respiración más rápida de lo habitual, como cuando corres mucho tiempo sin detenerte, el sudor corría por mi frente y cuello, la almohada estaba empapada y mis brazos pegajosos por el fluido salado que salió de mis poros, tenté mi cuello con miedo, no me dolía y tampoco ardía, toqué mi frente con brusquedad en busca de algún agujero o sangre, pero solo estaba el rastro mojado del sudor frío debido a la horrible pesadilla que había tenido esa madrugada.
Miré a mi alrededor y en la cama al otro extremo de la otra habitación se encontraba mi compañera de celda, viéndome con una sonrisa y moviendo sus piernas como una niña ya que sus pies no alcanzaban el suelo, y aunque ella no lo viera, sonreí internamente por saber que me encontraba a su lado y no en aquella casa.
—¿Más pesadillas, conejita? ¿Ahora que soñaste?
—Son las mismas pesadillas, Lucy, y eso no va a cambiar nunca.
Lucy Gray era mi compañera de celda en la prisión de Londres, una mujer de no más de 1.60 con el cabello negro azabache hasta los hombros, unos ojos grandes y expresivos junto con una nariz pequeña y una sonrisa que me recordaba a un gato bostezando. Era la única persona con la que hablaba y juntaba en aquella prisión, nuestro inicio había sido un asco, comenzando con una pelea a puños en las duchas, una guerra de comida en la cafetería y una pelea más en "la cangreja", una celda sin camas, solo de concreto y sin ninguna ventana que nos dejara ver la luz, no había comida ni ningún tipo de entretenimiento.
Ella era como una protectora para mí, cuando yo había llegado a la prisión no era más que un manojo de nervios y lloriqueos, combinado con una herida de bala en la espalda y una clavícula rota; Lucy era muy territorial conmigo y recuerdo que no me dejaba dormir en mi cama correspondiente, también me asustaba diciéndome como se había desecho de sus anteriores compañeras de celda. Con el tiempo, y después de dejarme encerrada en la biblioteca de la celda, ella entendió que no era más que una niña perdida en una cárcel para criminales peligrosas.
Debido a eso, me llamó conejita, dándome a entender que era como un conejo que se asusta de todo y que está encerrado en su jaula, no como los conejos de la granja, esos eran libres y vivían sin muchas preocupaciones.
—Creo que deberías superarlo, llevas demasiado tiempo metida aquí y aún no ha explotado nada.
—¿A que te refieres con explotar?
—¿Alguna vez viste "Suicide Squad"? —asentí—. Pues en la escena final, el Joker hace explotar las paredes para ir en busca de Harley Quinn y se la lleva para poder seguir siendo los reyes de Gotham.
—Claro —dije no muy segura—. Pero ¿Tu viste la película de Harley Quinn? —Ahora fue su turno de asentir—. Al final, el Joker se deshace de ella porque ya no la necesita y en los comics, intenta asesinarla.
—¿Porqué me tienes que arruinar una historia de amor de esa manera?
—Sólo olvídalo, Lucy, mientras yo esté aquí dentro, nada malo me sucederá, es Londres y su territorio no abarca hasta acá, es más —comencé a susurrar—. No creo que aún tenga territorio.
—¿Qué dijiste?
—Nada importante.
Su cara demostraba que no le había agradado mi respuesta, pero al menos yo sabía que ella comprendía la situación y no seguiría preguntando.
—¿Cómo te ha ido con tu "entrevista"? —Hizo comillas con los dedos.
—Bien, son sólo cosas que las chicas quieren saber para sentir que tuvieron un romance con un criminal, eso saldrá en un libro o en un podcast.
—¿Y si te haces famosa?
—Eso no sucederá, Lucy, pero si sucede, me aseguraré de que te den crédito por ello.
—¿Por qué?
—Porque fue tu idea que comenzara a decir lo que sabía.
—Es una buena historia.
—Un poco, sí.
Me quedé todo el día esperando a aquella chica, se estaba haciendo una costumbre que ella llegara todos los días a la misma hora, así que, el que me dejara plantada un día, me hizo sentir de alguna manera, sola.
Así que, en la noche, mientras Lucy permanecía roncando fuertemente, mi mente maquinó rápidamente recuerdos pasados, sumergiéndome en un hilo de historias pasadas.
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