Capítulo 4

Está mañana llegué más temprano de lo usual a la oficina, pero considerando el desastre que hice en mi casa anoche, no creo que sea muy buena idea que me quede mucho tiempo a solas con mis pensamientos.

Estaba concentrada modificando algunos planos que se necesitan para la aprobación de la construcción, cuando unos golpecitos en mi escritorio me hicieron levantar mi vista.

Tragué en seco cuando vi frente a mi, al hombre que ayer me había tirado por despecho en la azotea y al cual abandoné después sin darle ninguna explicación.

Aquel hombre con el que salí durante un año en mi último curso de secundaria y con el cual rompí por culpa del cretino que elegí como esposo.

—Steven...hola, buen día— Hoy luce muy bien, su abundante cabellera con hondas luce algo rebelde pero aún así no deja de verse bastante pulcro. Tiene las cejas fruncidas y esos hermosos e intrigantes ojos marrones están escudriñándome por completo. Mis ojos siguen recorriendo su rostro, su nariz respingada y esos carnosos labios que besan tan bien. —¿Qué te trae por aquí?— Trato de mantener mis pensamientos enfocados, pero mis ojos me traicionan por completo mientras continúan recorriendo su cuerpo, recordando lo magnifico que se ven sus músculos sin toda esa ropa encima. Continuo con mi deleitable recorrido pero su voz me detiene cuando estoy a punto de cruzar a puntos peligrosos.

—Si ya terminaste de comerme con la mirada, ¿Podrías explicarme qué fue eso de ayer?

—¿Lo de ayer?— Tal vez pueda salir huyendo si finjo demencia.

—No te hagas la loca conmigo, Bernard— Rodeo mi escritorio, se acercó a mi y se agachó para quedar a la altura de mi silla. —Ambos sabemos que pasó ayer en la azotea y aunque me gustó, aún me gustaría una explicación. Porque por alguna razón decidiste irte sin decir una sola palabra.

—Lo lamento, ayer no fue un buen día y yo solo enloquecí por un momento.

—¿Dices que lo que pasó entre nosotros fue solo un momento de locura?

—Si, ¿tu qué pensaste?

—Nada, olvídalo— Dijo poniéndose de pie. —Creí que tu...que nosotros, ya sabes.

—¿Pensaste que ocurriría algo más entre nosotros?

—Si, Emilia. Así es. Creí que después de todos estos años habrías recapacitado y...

—Volvería contigo— Terminé la frase por él.

—Así es, Emilia. Porque desde que entré a esta empresa, desde el momento en que volví a verte, todos los recuerdos de nosotros juntos regresaron. Buenos y malos, todos volvieron y con ellos algunos sentimientos.

—Pero sabes que estoy casada.

—Y es esa la única razón por la que mantuve mi distancia, pero después de lo de ayer me importa un bledo si estás casada, eres monja o astronauta. No te dejaré ir como la última vez— Empiezo a recordar las razones por las que ante salía con él. —Así que te espero en el baño de mujeres en cinco minutos.

—Espera, ¿Qué?— Se marchó sin decir nada más.

¿Qué quiso decir con todo eso? Digo, no me quejo, pero ni siquiera he terminado de salir de una relación turbulenta, no necesito involucrarme en otra más. Lo que pasó ayer fue solo un momento de ira, no tiene porque volverse a repetir.

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