Capítulo 6

—Te ves cansada. —Ramsés miraba a su esposa de pies a cabeza.

No tenía mucho que había llegado y por la cara de pocos amigos que se cargaba, no le había ido nada bien en el trabajo.

—Kate me llevó a un lugar muy lejano. No hace mucho que llegué.

—Bien, voy a meterme a la ducha. Estoy muerto —respondió con fastidio.

—¿Quieres que te prepare algo de almorzar?

Ramsés ignoró la pregunta de su esposa, y siguió su camino con dirección al baño. Sabía que, en cualquier momento, su mujer iba a comenzar con sus típicos reclamos.

—¿Cómo qué se te antoja? —Michelle no se daría por vencida tan fácil.

Ramsés arrugó la nariz.

—¿¡Qué parte de que no me jodas no has entendido!? Estoy cansado, estresado y parece no importarte —escupió con rabia. Mientras que la vena de su frente punzaba. ¿Que tenía que decirle a su mujer para que dejara de joderle la existencia?

—Tienes razón, perdóname. Te dejo para que te relajes —respondió con sumisión y se giró para irse a la sala.

Ramsés, no sabía que acababa de ocurrir. ¿Qué pasaba con la gritona, exagerada y sensible Michelle?

Ahora parecía tan pacífica y complaciente, que daba miedo. Las punzadas en su cabeza le recordaron el estrés del trabajo.

Sin perder más el tiempo en tonterías, se metió al baño, quitó su ropa con brusquedad y abrió la regadera. Las gotas de agua tibia le hacían sentir algo de paz.

En otra parte de la casa, Michelle se sentía intranquila. Los recuerdos de aquel hombre, tan apasionado y salvaje, hacían erizar su piel.

El deseo dentro de ella comenzó a crecer tanto, que la descabellada idea de volverlo a ver se cruzó por su mente.

Se mordió el labio inferior.

—Siento mi mal genio.

Las disculpas de su esposo, hicieron que su fantasía se detuviera.

—No te preocupes, estoy segura de que fue una noche muy larga. —La mujer le dedicó una pequeña sonrisa.

—¿Por qué estás ruborizada?

La pregunta de Ramsés, hizo que Michelle tocará sus mejillas.

—Te ves… excitada ¿En qué estabas pensando?

El hombre se quitó la toalla de la cintura. Michelle contempló la desnudes de su esposo y como algunas gotas de agua rodaban por su pecho, también pudo percatarse, como su miembro comenzaba a ponerse rígido.

—Me quiero disculpar de una mejor manera. —Se acercó a ella y con la mano derecha le acarició bruscamente la mejilla, sin pensarlo mucho le estampó un beso.

Mientras su marido la desvestía sin delicadeza, la mente de Michelle, comenzó a fantasear con el hombre del antifaz de cuervo.

Ni siquiera necesitó preparación, el cuerpo de Michelle, rogaba por ser tomado.

Nunca antes había agitado las caderas de forma tan apresurada. Estaba desesperada por sentir ese doloroso placer, pero por más recio que lo hacía, ese momento no llegaba.

—Termine.

Escuchó decir a su agitado marido. Y la burbuja de Michelle se rompió.

—Han pasado como tres minutos—habló incrédula.

Al mirar a su alrededor trató de recordar cómo habían llegado a la habitación.

—Es tu culpa por hacerlo tan rápido, sabes que soy muy sensible. —le contestó somnoliento.

La mujer se quedó en silencio.

Nada mejor que un mal sexo para seguir luchando por su matrimonio.

—Ahora vuelvo. —Se levantó de la cama.

Ramsés no le respondió, pero Michelle ignoró eso y se fue al baño, se enjuagó rápido y comenzó a creer que era una pésima mujer, pues acababa de tener intimidad con su marido, como si lo de hace unas horas no hubiera pasado. Desechó esos pensamientos, y se puso manos a la obra para preparar la comida favorita de Ramsés.

¿Por qué le era tan difícil soltar las cosas?

Esa era una pregunta que constantemente se hacía. No solo era con los problemas en su matrimonio, también le pasó con el divorcio de sus padres, con la muerte de sus abuelos, no podía soltar el pasado y eso la hacía sentirse prisionera.

—Debo irme. —Ramsés se encontraba parado en el marco de la puerta.

—No tiene ni una hora que llegaste. —Michelle estuvo a punto de cortarse.

—Te he dicho que tengas cuidado, eres muy torpe, hasta para cortar simples verduras.

—Te he dicho que no me digas torpe. —Se podía apreciar el tono de molestia con el que hablaba la mujer.

—¿Por qué todo te lo tomas tan a pecho?

—Disculpa por pedir respeto.

—Michelle, ¿prefieres que te mienta?, y que te diga que eres la persona más avispada.

—Mira, olvídalo. —Reprimió su coraje.

—Debo irme —dijo Ramsés, y salió de su casa.

Mientras tanto, Michelle saboreaba el amargo sabor de boca que le había dejado su marido.

Tomó todos sus cargos de conciencia y los transformó en acaloradas fantasías, dónde el protagonista era el hombre del antifaz de cuervo.

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—Señora Lacari. Su presencia es muy grata para mí, pero el sentido que tienen las terapias en pareja, es que como su nombre lo indica, que se hagan en pareja —explicaba con obviedad.

Michelle regresó a ver a la psicóloga.

—Entiendo. Es que mi marido ha estado muy ocupado. —Se acomodó en su asiento—. Tanto que ni siquiera tuvo la decencia de mandarme mensaje, avisándome que no podría asistir.

La psicóloga soltó un pequeño suspiro.

—Cuando las cosas no van bien, siempre es bueno hacer un recuento de los acontecimientos.

—Lo he intentado, pero aún no he llegado a la razón por la que nos volvimos enemigos.

—Usted es muy joven, no quiero generalizar, pero es muy común que en los matrimonios jóvenes se llegue a herir a la otra persona, a causa de la inmadurez.

Michelle no pudo responder, pues el nudo en su garganta se lo impedía.

—Ánimo, sea lo que sea, tiene solución —dijo la psicóloga, mientras se levantaba de su asiento.

Michelle le dedicó una pequeña sonrisa, y después limpió las pequeñas lágrimas que estaban en su párpado inferior.

—Creo que debo irme. —Se levantó de su asiento —. Gracias por atenderme, disculpe por hacerle perder el tiempo.

—No tiene porque disculparse. Es más, podemos cambiar una 'terapia de pareja' por una individual.

—Lo mejor será que lo dejemos para otra ocasión. —Acercó su mano para estrecharla —. Con permiso.

Y así fue como Michelle salió del consultorio de la psicóloga, Helen Turner.

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