Parte de Octavio, continuación:
No me atreví a contarle a nadie lo que había visto en el hotel, ni siquiera a mi esposa, incluso tras su insistencia sobre qué era lo que me pasaba. Hubiera sido fácil que la visión fuera lo único que viví, pero justo esa misma noche me levanté sudando y con la sensación de que alguien nos miraba acostados. Era
como si algo hubiera traído del hotel, sentía un peso, una segunda sombra.
Puedo decir también que cuando me quedaba solo en la oficina sentía esa misma presencia. Un día se lo comenté a Daniela, si ella sentía algo, y me dijo que no, luego siguió envuelta en su informe financiero. Eso fue al principio.
Empezaron a notar un verdadero cambio en mí cuando le vi por primera vez. Acababa de llegar del trabajo, ni Elisa ni Ana estaban, pues habían ido al centro comercial. Se supone que la casa estaba sola. Era la hora entre el atardecer y el anochecer, la sala algo oscura, pero alcancé a verle. La silueta de un hombre sin duda, visible entre la penumbra. Fue como si se hubiera percatado de mi presencia también, pues giró y
desapareció por el pasillo.
Lleno de miedo como quedé, me acerqué a un interruptor de luz y le encendí. No había rastro de nada. Por primera vez estaba seguro que había visto a un fantasma, o lo que sea que aquello fue. Lo segundo que supe era que esa presencia no estaba en casa antes, había venido conmigo.
Al llegar Elisa y Ana del centro comercial, con bolsas de compras y guapas, me preguntaron si todo estaba bien al verme sentado en la oscuridad de la cocina. Les dije que sí y subí a mi habitación. Ellas no se merecían que las tratara así, ni ese día ni los que siguieron…
—Te necesitamos al cien por ciento –me riñó Daniela, por fin, una mañana—. Habló por teléfono Elisa para preguntar si aquí te estabas portando así también.
Me sorprendí, luego entendí que era lógico.
—¿Y qué le dijiste?
—Pues que sí, no podía hacerla sentir mal. ¿Qué es lo que pasa, Octavio? Sí que has andado frío los últimos días… ¿Y hasta en tu casa? Pobre de tu mujer.
Se escuchó una carcajada y a la oficina entró Ernesto, nuestro jefe directo. Era gordito y usaba lentes. Dejó un juego de hojas en mi escritorio y en el de de Daniela.
—Como sea que se sientan –nos dijo—, es hora de ponerse a trabajar. Qué los inversionistas están por dar luz verde al hotel.
—¡¿De verdad?! –soltó Daniela, emocionada, llevándose las manos a la boca.
Y nuestro jefe asintió con los ojos cerrados y sonrisa larga.
—Sí, sí–dijo con su voz quisquillosa—. Pero antes tienen que presentar el proyecto financiero a los inversionistas que vienen este viernes. Espero tengan todo preparado.
Pude ver su cara disfrutar de la mirada nerviosa que Daniela y yo nos echamos. En realidad no teníamos mucho que presentarles. Habíamos acordado una tercera visita al hotel, pero yo decidí no ir, o más bien hice todo lo posible por no hacerlo. Daniela fue con otro compañero, y el vigilante los guió por las dos torres. De aquella ocasión logró armar mejor el rompecabezas de los planos y regresó con más fotos. Dedujimos que la restauración del hotel ocupaba casi un ochenta por ciento y era muy factible la construcción de una tercera torre de habitaciones.
En cuanto a la ubicación del hotel ocupaba una de las mejores de la zona hotelera, pues había sido de los primeros en instalarse, así que en cuanto a eso no tenía competencia. Era necesario cambiar en totalidad el concepto y hacerle entender a la gente que se trataba de todo un nuevo hotel.
Así que durante el resto de esa tarde, basados en esas ideas generales, empezamos a trabajar en el proyecto final, tal y como lo teníamos que presentar a los inversionistas.
—Vamos, que tú te encargas de las gráficas –me pidió Daniela, a sabiendas de que eso era mi especialidad.
Concentrarme junto con ella en la creación del proyecto me hizo olvidarme de lo que había pasado. Y fue quizá la carga de trabajo que se nos vino, que también en casa notaron un cambio. Esa noche decidí llevar a Ana y Elisa al cine.
—¿Seguro que quieres ver esa película? –me preguntó Elisa en la fila a los boletos. Su rostro lucía curioso. Asentí—. Es sólo que…, nunca eliges comedias.
—Y hasta el actor que sale te cae mal –me hizo notar Ana.
—¿Vamos a entrar sí o no? –Y me di media vuelta en señal de irme, pero Elisa me tomó de la mano con una sonrisa.
—No seas tonto –me dijo.
Mientras esperábamos entrar a la función, y comiendo ya de las palomitas, Ana nos contó la idea de su psicólogo:
—Él piensa que podría ser buena idea.
—¿Terapia en grupo? –dije—. Así se les llama, ¿no?
Pero Elisa no parecía estar muy contenta con la idea. Tomó su refresco y se levantó:
—La gente empieza a entrar –nos dijo.
La última vez que Elisa había ido a un psicólogo fue cuando perdimos al bebé. Había nacido con una malformación en los pulmones y había muerto a los tres días de nacido, aún los duros intentos de los doctores. Elisa había acudido a ayuda en aquella ocasión. Pero sólo fue por cinco sesiones, dijo que no la comprendían, que nunca entenderían su dolor. Noté que Ana se sentía algo arrepentida de haber tocado el tema, así que la jalé hacia mí para darle un abrazo.
—Papá.
—¿Sí?
—No…, nada…
Sabía que quería preguntarme si algo me pasaba. La película, aunque mala, nos hizo olvidarnos un poco de la realidad.
***
El día de presentar el proyecto llegó. Daniela y yo estábamos parados en la sala de juntas de la empresa, frente a los inversionistas, tres de ellos directos y otros dos representantes. La primera en hablar fue Daniela, presentando las diapositivas en la pantalla. Ella habló en general de nuestra empresa, y el tiempo que teníamos dedicando a proyectos de ese tipo, de lo factible que era la renovación del hotel y el tipo de publicidad que podría dársele. Presentó al final de su exposición una imagen virtual del hotel en el futuro. Tres torres modernas e iluminadas en un atardecer rojizo, con una palmera de plata en la entrada.
Nuestra misión era simple: convencerlos. Pero de igual forma el medio posible era el dinero, así que ellos tenían que saber cuánto al final de todo iban a desembolsar. De eso trató lo que yo expuse. Les presenté las gráficas, la competencia, los niveles de turismo, las temporadas bajas y altas en el puerto de Bahías, el posible costo total de la construcción de la tercera torre y el de la renovación de las otra dos. Y fue aquí donde fui pasando en las diapositivas las fotos que Daniela tomó, muchas de ellas algunas que no había visto.
En mal aspecto, llenas de polvo, fui pasando así la piscina, el área del vestíbulo, las dos recepciones, la terraza, las habitaciones sencillas, las suites, el elevador de huéspedes y el elevador… de los Córdova. Pude sentir la oscuridad de la sala donde estábamos, la única iluminación proveniente de la luz del proyector, y me quedé pasmado mirando la foto de aquel elevador, el espejo… el piso verde.
—…ardo… Octavio… ¿qué pasa?
Daniela se acercó a mí y me giró hacia ella. Me di cuenta en ese momento que estaba temblando y que el control que permitía cambiar de diapositiva se me había caído al suelo.
—Yo continúo –me murmuró, y se puso al lado de la presentación para hablar sobre la parte final del proyecto. Enseguida logró con su buena capacidad de hablar captar la atención de los inversionistas.
Al terminar la presentación y habernos despedido de los clientes, nos quedamos en la sala. Yo estaba ahora sentado y había dejado que ella se encargara de apagar el proyector, juntar las sillas y limpiar las mesas. Estaba enredando el cable conector cuando pregunto:
—¿Ya te sientes mejor?
—Sí, gracias. Espero no haberlo estropeado.
—No lo creo, lo hiciste muy bien hasta que… viste ese elevador.
Se sentó frente a mí.
—Lo siento, es sólo que he recordado cuando me quedé encerrado y… lo que vi.
—¿Lo que viste?
—Sí –Dudé un momento—. No sólo quedé encerrado en ese elevador, fue algo más. Sentí
una presencia junto conmigo, tuve una pesadilla, o una visión…, en ese momento.
—¿Una pesadilla? Pero si todo fue muy rápido… no pudiste haberte quedado dormido.
Aunque ahora que recuerdo estabas pálido, muy asustado.
—Lo he estado pensando… algo pasó en ese hotel. Mi mujer lo comentó hace tiempo…,
algo feo.
—¡Pues claro! –Daniela parecía asombrada—. Por Dios, ¿es en serio?
—¿Qué cosa?
—¿Qué no sabes sobre lo del asesinato de los Córdova en ese hotel? Casi toda la
familia…, una noche. Por eso cerró el hotel, de las pocas sobrevivientes la
niña Estela… La heredera por defecto.
—Yo…, no lo sabía. Los Córdova, ¿pero cómo?
—Hay muchas versiones… y estoy segura que la historia original se ha ido viciando a
lo largo de los años. Unos dicen que fue un pariente, otros que fue la mafia.
Hay versiones que dicen que ocurrió en una fiesta…, otros que no, que fue en la
noche mientras dormían. De verdad, hay muchas versiones.
—Fue… en el baño –dije.
—¿Qué?
—El baño… estaba lleno de sangre. Eso vi en mi visión.
Daniela pareció asustada y se levantó.
—Anda, olvidemos ese asunto; el hotel será nuevo, nada trágico pasó allí.
Asentí y me levanté también. La luz del atardecer se filtraba por las persianas entreabiertas. Llegamos a nuestra oficina para que Daniela pasara por su maletín. Solíamos ser casi siempre los últimos en salir de la empresa y me gustaba esperar para bajar juntos las escaleras hacia el primer piso.
—Hay algo que tengo que mostrarte –me dijo, esculcando en su maletín hasta que sacó una fotografía. Me la entregó.
Se trataba de lo que parecía ser una pequeña celda de barrotes oxidados. La pared lucía oscura y rasgada, un espacio para apenas un cuerpo.
—¿De qué se trata? –le pregunté.
—Eso fue hallado en un pasillo del hotel. No quise añadir esta foto a la presentación, imagínate, enseguida nos negarían. Quién sabe qué cosas pasaron en esa celda… y qué hacían allí.
De verdad que el lugar parecía tétrico.
—¿Encerraban huéspedes?
—No lo sé. Si por mí fuera derribaría las dos torres, y lo empezaría de nuevo.
Tiene tantos secretos. Y él solo de pensar qué pudo haber pasado en esa celda.
Se sobó los brazos.
Le entregué la fotografía y ella la guardó de nuevo en su maletín. Bajamos y me despedí de ella al llegar a mi automóvil. Durante todo el camino a casa no podía dejar de pensar en una idea loca que se me había metido: Tenía que averiguar qué había pasado, realmente.
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