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Pensar que “lo del hotel” sería fácil era el mayor desacierto que cometía en mucho tiempo. Como si mi plegaria hubiese sido escuchada, una semana después nos llamó el jefe para hacernos saber que la luz eléctrica había sido restaurada. Así que ese mismo día, y viendo que teníamos poco trabajo, Daniela y yo salimos en el automóvil de la empresa en dirección a la zona hotelera.

          Cuando llegamos nos dimos cuenta que parte de la barda de publicidad había sido retirada, lo que daba total acceso al hotel. Había ya un vigilante, al cual saludamos y nos presentamos por parte de la empresa constructora. Era un hombre viejo con un chaleco verde. Daniela tomó la iniciativa y subió los escalones hacia el interior del vestíbulo. La seguí para darme cuenta que estaba iluminado por unos focos de luz blanca que

habían puesto. Aunque aún existían partes oscuras.

—¿Crees que funcionen los elevadores? –pregunté, y Daniela se acercó rápido al que teníamos en frente. Presionó un botón y para nuestra sorpresa las puertas se abrieron.

—Increíble –comentó.

          Seguí caminando hasta llegar al primer pasillo. Allí pude divisar un cuarto en donde se encontraba un segundo elevador.

—Este debe de ser el de los Córdova –dijo Daniela.

—¿El de qué…?

—Los dueños, la familia que vivía aquí. ¿Qué no lo sabes? Ellos tenían su propio elevador.

          Este era un elevador más viejo que el de los huéspedes. La puerta parecía ser tapizada de una madera delgada. Daniela poca atención prestó, ella giró a la izquierda y siguió caminando por el primer pasillo hacia el lugar que dirigía a las habitaciones. Yo en cambió entré un poco al cuartito y presioné el botón rojo. La puerta del elevador se abrió. Con su cristal de un espejo sucio y mohoso, su piso verde roto. Entré, lo cual fue

un error. La puerta se cerró de golpe, quedando atrapado. Quise mantener la calma, miré los botones de los pisos. Presioné el botón Piso 1, pero nada. Con mis manos quise mover la puerta hacia un lado, pero no cedía. Empecé a llamar a Daniela. Luego de un rato la escuché del otro lado:

—¿Pero qué haces allí?

          Me imagino que ella miró por las rendijas cómo la luz en el interior del elevador se apagaba. Y escuchó mi grito de miedo cuando éste empezó a subir.  Quizá lo que me hizo gritar fue el movimiento que se sintió tan fuerte. Al ponerse normal, la luz iba y venía con la rapidez de un aleteo. En el espejo alcanzaba a verme y, antes de que la oscuridad fuese total, logré ver por primera vez la forma oscura a mi lado.

          Lo que les contaré a continuación es una serie de escenas que vi, imaginé o tal vez soñé en un periodo o muy corto o muy largo de tiempo. No sé a ciencia cierta cuánto fue que duró todo aquello. Pero desde que pasó no he sido el mismo. Tuve conciencia de un tiempo alejado…

          Escuché las puertas del elevador abrirse. Estaba acurrucado en una esquina, tratando de estar alejado del espejo. Es cuando divisé una luz blanca afuera y salí arrastrándome para llegar a un suelo tapizado por una alfombra, o eso era los que mis manos sentían. A mis espaldas la puerta del elevador se cerró y escuché cómo éste volvía a bajar. Me puse en pie y fue más claro el lugar donde me encontraba.

          Sé que suena ilógico, pero así fue cómo ocurrió. No, no me hallaba en un pasillo, en un salón o algún balcón, como suelen ser los lugares donde te llevan los elevadores de los hoteles, sino que me encontraba de plano en una habitación, y una muy grande. Rápido miré la enorme cama matrimonial de sabanas blancas, con su antigua lámpara al lado, y al fondo otras dos camas individuales. Había una puerta dorada enfrente. Arriba de las camas un espejo de marco blanco que llevaba en la cima la cabeza de un león. A pesar de que la claridad de la escena no era total, pude andar gracias a la única luz, que ahora sabía provenía de la lámpara. En vez de llamar de nuevo al elevador mis pasos me llevaron hacia la puerta dorada.

          Al abrirla me topé con un enorme baño de cortinas también doradas, corridas a un lado para dar vista al jacuzzi. Todo el lavabo y piso parecían ser de mármol, y distinguí lo que me causo el mismo terror de haber visto la silueta en el elevador; vi sangre, en las paredes, en el jacuzzi. Giré para salir, pero en vez de toparme de nuevo con la habitación, me encontré en una terraza, una fiesta, e iba yo de gala.

          La terraza debía estar en la cima del hotel, era de noche, todo iluminado por foquillos colgantes. Y la gente en la fiesta parecía esperar a alguien, aún así algunos giraron la mirada al verme llegar. Todos iban de blanco, al fondo estaba una estructura cubierta de pasto y flores. Miré a un hombre calvo y de dientes feos sonreírme, y sentí una falda rosarme. Una pequeña niña corría entre los invitados que estaban de pie.

Escuchaba sus voces hasta que el silencio fue total. La vista se me nubló. Todo volvió a ser oscuridad y escuché unas puertas abrirse.

—¡Por dios! –dijo la voz de Daniela, y unos brazos me ayudaron  a ponerme en pie.

          Estaba en el elevador, en el primer piso. El hombre que me había ayudado era el vigilante, y Daniela de inmediato me tomó de un brazo, asustada.

—Pero si estás pálido –me hizo notar.

          Entre los dos me llevaron a las afueras y me sentaron en el último escalón de la entrada. El vigilante nos dejó allí y al rato regresó con un vaso de agua.

—¿Te sientes mejor? –quiso saber Daniela mientras yo tomaba.

—Sí –le dije—. Todo bien. Ha subido, me llevó a un piso… yo…

          Daniela y el vigilante intercambiaron miradas, hasta que ésta primera dijo:

—No has subido. Sólo se apagó la luz, no escuchamos que subieras.

          La miré, estoy seguro que con una cara de desconcierto y temor, pues ellos me regresaron la misma.

—Sería un milagro que el elevador funcionara –dijo el vigilante—. Yo escuché los gritos hasta afuera.

—¿Entonces no subí? –pregunté, incrédulo.

—No –respondió Daniela—. Sólo duraste encerrado unos… dos minutos.

          Giré la mirada al interior del hotel. ¡Claro que había subido! Y todo aquello que había visto, ¿qué había sido? Daniela volvió a hacer notar lo pálido que estaba, y decidí ponerme en pie para no preocuparlos más.

—¿Quieren que reporte lo que ha pasado? –nos preguntó el vigilante. Le noté un radio

sujeto a su chaleco.

—No, está bien –le dije—. La culpa ha sido mía por andar… metiéndome allí.

          Daniela sonrió. Nos despedimos del buen hombre y nos dirigimos al automóvil. Creo que lo mejor era no contar lo que en realidad yo había vivido en el interior de aquel elevador. Para ellos sólo había sido un buen susto que me había dado. Y lo era.

           ***

Diario de Ana

Está lloviendo mientras escribo esto. No muy fuerte, apenas gotas que se escuchan, el clima es frío, cosa rara en la ciudad. Distingo las hojas del árbol fuera de casa luchar contra el peso del agua. Usted me dijo que este ejercicio me ayudaría también a ejercitar mi escritura. Antes escribía cuentos. Pero lo dejé

de hacer, como muchas cosas.

          Le he contado a mis padres, por fin, que le visito. Creo que les ha agradado el que vaya al psicólogo, tal vez consideraban que lo necesitaba. La verdad es que mi actitud ha cambiado. Me he planteado ya no ser tan grosera con ellos, no se lo merecen. Mi madre es una persona muy trabajadora, dicen que me parezco mucho a ella en el físico. Quizá algún día usted la conozca, ya verá lo linda que es. Mi padre es también buena persona, rara vez lo he visto enojarse de verdad. Creo que es de ese tipo de personas que encajan en la sociedad y listo, allí se queda.

          Pero desde hace una semana que ya no es el mismo, algo le ha pasado. Quisiera saber qué, creo que ahora seré yo quien me preocupe por él. Qué le digo, algo oscuro le ha ocurrido. Quiero saberlo, pero no me he atrevido a preguntárselo. La que se lo preguntó fue mi madre, pero él sólo le respondió: “Estoy bien Elisa, todo bien”. Pero incluso cuando se lo decía miraba a la nada. Si uno pone atención a sus pupilas creo

que verá hasta niebla.

          Supongo que se debe a todo el trabajo que tiene encima. Trabaja en una empresa que evalúa proyectos para el sector privado y público. Ahora creo que unos inversionistas se han fijado en el hotel abandonado Córdova, el que está en la zona norte hotelera. Pasa más tiempo de lo común en su trabajo, y a lo que sé tiene otro proyecto de unos extranjeros que tampoco han terminado. Mi madre y yo pensamos eso, que es por el trabajo. Llega directo a comer a una hora en la que para nosotros es ya cena. Se encierra en

el despacho, apenas y sale.

          Una noche me levanté y le vi en la sala, mirando por la ventana. Al principio me asustó, ver allí su silueta

oscura. Eran cerca de las tres de la mañana, se me hizo rarísimo. Me le acerqué y le hablé. Él sólo giró su mirada a verme, si es que lo hizo. Parpadeó y se retiró. He de admitir que me dio miedo, mi propio padre. Fui a la cocina y tomé el vaso de agua por el que me había levantado.

          Como le he dicho él es del tipo de persona más normal que conozco, o eso creía. Se nos hace muy raro verle así, ido, pensando sabrá dios qué, mirando a la nada. Hay veces, no diré que no, que ogramos sacarlo de su ensimismamiento. Sonríe de nuevo y nos regresa la felicidad. Nos vuelve a decir que todo está bien. Pero sabemos que algo esconde. Le repito: algo le ha ocurrido.

El psicólogo dejó el diario sobre su escritorio y miró a Ana con sus manos cruzadas en la barbilla. Le preocupaba en especial esta parte del diario. Le había pedido a su paciente que escribiera y luego de su lectura hablarían de ello en cada siguiente sesión.

—¿Y cómo sigue? –le preguntó.

—Ha mejorado… esta semana –respondió Ana, con una libreta que llevaba a clases

entre sus manos.

—¿Sabe también que escribes un diario?

—No. De hecho ya no hemos tocado el tema. Pero está bien, gracias por preguntar.

          Tal vez no era correcto haber centrado el diario a su padre, pensaba. Miró su reloj de pulsera, se acercaba la hora de la próxima clase.

—Hoy no te quitaré mucho tiempo –le dijo el hombre—. Si sigues notando extraños comportamientos en tu padre, podrías incluso venir con él, o los tres, tu madre también.

—Oh, no lo sé si ellos…

—Créeme, lo había pensado antes. Por supuesto habrá temas a no tocar sino te interesa.

—Les comentaré.

          El hombre sonrió. Estaba interesado en Elisa, la madre de aquella chica y el caso del bebé que había perdido. Parecía que todos en aquella casa habían pasado por una etapa oscura.

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