Alejandro es un político cuya carrera va en ascenso, candidato a gobernador. Guapo, sexi, y también bastante recto y malhumorado.
Charlotte, la joven asistente de un afamado estilista, es auténtica, hermosa y sin pelos en la lengua.
Sus caminos se cruzaran por casualidad, y a partir de ese momento nada volverá a ser igual en sus vidas.
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Detalles y desacuerdos
Capítulo 10 : Detalles y desacuerdos
El tercer piso del edificio de campaña estaba en plena actividad. Las pantallas mostraban gráficos, llamadas entrantes sonaban en altavoz y los teclados retumbaban bajo los dedos de los asistentes. Charlotte Rossi entró con paso firme, carpeta en mano, observando con atención el flujo constante de personas que parecían moverse al ritmo de un reloj interno que solo ellos comprendían. Su vestimenta era sobria: pantalón gris, blusa blanca y blazer negro, impecable pero sin pretensiones, suficiente para proyectar profesionalismo sin eclipsar a nadie.
—Señorita Rossi —saludó Alejandro desde su despacho, levantando apenas la mirada—. Me alegra verla puntual.
—No me gusta empezar el día dando malas impresiones —respondió ella, con esa sonrisa contenida que le servía para disfrazar la tensión del primer encuentro con todo el equipo.
Él asintió y la condujo hacia la sala principal de reuniones. Allí estaban la mayoría de los miembros del equipo de campaña, cada uno inmerso en su rutina, pero levantando la vista al notar la entrada de la recién llegada. Entre ellos, Giulia Ferri y Paola Ricci compartieron una mirada rápida y apenas perceptible. Alejandro presentó a Charlotte con la formalidad que siempre usaba:
—Esta es la señorita Charlotte Rossi. A partir de hoy, se encargará de coordinar los aspectos visuales y de imagen personal de la campaña. Trabajará directamente conmigo.
El murmullo fue inmediato pero contenido. Algunos intercambiaron sonrisas, otros observaron con curiosidad la figura segura de Charlotte, y un par de manos sostuvieron tazas de café con un leve temblor, evidencia de sorpresa o celos. Alejandro no hizo comentario alguno; su estilo era medir antes de intervenir.
—Gracias, señor Montalbán —dijo Charlotte, haciendo una leve reverencia con la cabeza—. Espero poder contribuir positivamente al equipo sin generar interrupciones innecesarias.
—Confío en que lo hará —replicó él, sin dejar de observar cómo se movía entre los miembros de su equipo.
Los primeros minutos transcurrieron entre presentaciones formales y la revisión de agendas. Charlotte se familiarizó con la estructura de trabajo, tomando nota mental de los horarios, los compromisos y las expectativas de cada miembro. Era meticulosa, directa, y no dudaba en intervenir cuando algo no le parecía coherente.
Al cabo de un rato, Alejandro cerró la carpeta que sostenía y la miró con la seriedad que siempre llevaba en el rostro.
—Señorita Rossi, me gustaría conocer su opinión sobre cómo deberíamos presentar mi imagen durante la próxima visita al colegio. No busco improvisaciones, solo sugerencias que puedan mejorar la percepción sin comprometer mi formalidad.
Charlotte sonrió levemente; había anticipado la pregunta.
—Considero que su vestimenta y su postura son demasiado rígidas para un encuentro con niños y docentes. Los votantes perciben distancia cuando todo es excesivamente formal. —Ella pausó, midiendo la reacción de Alejandro—. Si quiere proyectar cercanía, creo que podríamos optar por algo menos estricto: camisa sin corbata, mangas remangadas, colores más suaves y actitud más abierta.
Él arqueó una ceja y se inclinó ligeramente hacia atrás en su silla.
—Sin corbata, señorita Rossi. ¿Está sugiriendo que deje de lado la formalidad que me distingue?
—No, señor Montalbán. Sugiero adaptarla según la ocasión. En un colegio, la rigidez es percibida como inaccesible. Los niños y sus padres se sienten más cómodos con un gesto natural, una postura relajada, que no implique renunciar a su autoridad, sino acercarse a la gente.
Alejandro entrelazó los dedos, evaluando cada palabra con la meticulosidad que siempre lo caracterizaba.
—Entiendo su razonamiento, pero debo admitir que me cuesta imaginarme sin corbata. Es un símbolo, no solo de formalidad, sino de disciplina y respeto.
—Y precisamente por eso funciona —replicó Charlotte, con un tono firme pero amable—. Si se ajusta al entorno, la gente interpretará esa disciplina como un compromiso sincero, no como un distanciamiento. Además, verlo accesible no disminuye su autoridad; la refuerza.
Un silencio breve llenó la sala. Los otros miembros del equipo intercambiaron miradas discretas; Giulia Ferri, a un lado, murmuró algo apenas audible para Alejandro:
—Ahora resulta que ella dicta hasta el código de vestimenta…
Alejandro escuchó perfectamente, pero no hizo comentario alguno. Observó cómo Charlotte sostenía la mirada con seguridad, con esa mezcla de conocimiento y descaro profesional que lo dejaba inquieto sin alterar su compostura.
—¿Y qué propone exactamente? —preguntó finalmente, con un dejo de curiosidad contenida.
—Para la visita al colegio, camisa blanca o azul claro, mangas remangadas hasta el antebrazo, pantalón oscuro, zapatos cómodos pero elegantes. Nada ostentoso, nada que lo haga parecer inaccesible. Incluso podríamos practicar algunos gestos de interacción con los niños, mantener la postura erguida pero relajada, y evitar la rigidez de siempre. —Charlotte hizo una pausa y agregó con un ligero toque de ironía—. Si quiere, puedo enviarle un pequeño manual de “cómo parecer humano sin perder autoridad”.
Algunos asistentes sonrieron ante la frase, sin atreverse a interrumpir. Alejandro contuvo un resoplido, más por disciplina que por molestia.
—Señorita Rossi, debo admitir que su propuesta es audaz… y poco convencional —dijo finalmente—. No estoy acostumbrado a que alguien cuestione estas decisiones.
—No se trata de cuestionar, señor Montalbán —respondió Charlotte, con voz firme—. Se trata de optimizar la percepción de su imagen. Lo que usted proyecta afecta directamente la campaña. No quiero imponérselo; solo presentar una alternativa válida.
Él se reclinó un instante, cruzando los brazos, y la observó con atención. La claridad de sus argumentos, la forma en que sostenía su posición sin agresión, y la elegancia de su presentación lo obligaban a reconsiderar la rigidez con la que abordaba cada aspecto de su imagen pública.
—Bien —dijo al fin, con un suspiro que delataba su resistencia a admitirlo—. Evaluaré su sugerencia. No prometo cambios inmediatos, pero la consideraré.
Charlotte asintió, satisfecha con la aceptación parcial.
—Eso es todo lo que pido, señor Montalbán. Que considere la propuesta con mente abierta.
Al final de la jornada, Charlotte fue la última en retirarse. Caminaba hacia la acera con paso seguro, aunque la luz dorada del atardecer dibujaba sombras largas a su alrededor. Alejandro apareció detrás de ella, vestido con su abrigo oscuro, el ceño apenas fruncido por la concentración.
—Señorita Rossi —dijo con calma—, ¿desea que la lleve a casa?
Ella se detuvo y lo miró de reojo, cruzando los brazos.
—Prefiero que no, señor Montalbán. No quiero alimentar rumores innecesarios.
Él esbozó una ligera sonrisa, consciente de la ironía de la situación.
—Me imagino que ya escuchó los comentarios de esta tarde —comentó, su voz neutra pero con un matiz de reconocimiento—. Si hay algún problema, confío en que usted sabrá manejarlo con la misma firmeza que mostró frente al equipo.
Charlotte levantó una ceja, divertida.
—No se preocupe. Tengo recursos —replicó, con un brillo de desafío en la mirada. Luego agregó, con su característico humor—: aunque debo admitir que me sentiría un poco sola enfrentando las calles de Roma sin su compañía… por precaución profesional, claro.
Él no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—Muy bien, entonces —dijo finalmente—. Le haré el honor de acompañarla. Pero estrictamente por “razones profesionales”, señorita Rossi.
Charlotte soltó una pequeña carcajada y accedió a subir al vehículo que la esperaba. Mientras se acomodaba, Alejandro no apartó la mirada; no había ninguna insinuación, ningún deseo latente. Solo respeto profesional y curiosidad por esa mujer que, con firmeza y humor, lograba hacerle reconsiderar su propio criterio.
Durante el trayecto, Charlotte aprovechó para repasar mentalmente los detalles de su propuesta para la visita al colegio. Analizó la mejor manera de ajustar la postura de Alejandro, los gestos a emplear, y la actitud general que proyectaría sin que él perdiera autoridad. Su formación como estilista y su intuición para la imagen personal eran su carta más fuerte.
Al llegar a su destino, Alejandro detuvo el coche y le abrió la puerta.
—Hasta mañana, señorita Rossi —dijo, inclinándose ligeramente, manteniendo la distancia profesional.
—Hasta mañana, señor Montalbán —respondió ella, bajando con gracia y cerrando la puerta tras de sí.
Mientras él regresaba al vehículo, pensó en la jornada, en la seguridad y la claridad con la que Charlotte había defendido su propuesta. Reconoció, aunque no lo admitiría en voz alta, que su presencia aportaba algo que nadie más del equipo podía: un equilibrio entre firmeza