Solo Elena Mirel puede ser la asistente de Maximiliano Kade Deveron. Uno de los hombres más poderosos a nivel internacional.
Visionario, frío. Muchos le temen. Otros lo idolatran. Pero solo ella puede entender su ritmo de trabajo.
Pero la traición del novio de Elena hace que Maximiliano descubra que Elena le interesa más de lo que él se pueda imaginar.
Acompáñame a descubrir que pasará con este par.
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Dos vida diferentes 03
Durante el día, Elena mirel era una sombra elegante deslizándose por los pasillos de Deveron industries, una estratega impecable cuya mente funcionaba con precisión matemática. Pero fuera de aquel rascacielos de cristal, lejos de los pasillos repletos de ambiciones, su vida era un universo completamente distinto, uno que nadie en la empresa sospechaba. Porque Elena, en esencia, estaba dividida en dos mundos: el público, el perfecto, el profesional, y el privado, tan humano que a veces dolía.
Después de la jornada de trabajo, Cuando el reloj marcaba a las 8 de la noche y los ejecutivos comenzaban a desfilar hacia sus autos de lujo, Elena recogía sus pertenencias con la misma discreción con la que había llegado. Nunca era la última en irse, pero tampoco la primera. Era simplemente la que desaparecía sin rastro. Nadie sabía hacia dónde iba, ni qué hacía en su tiempo libre. Su vida fuera del trabajo era un misterio tan pulcro como su escritorio.
Cuando salía del edificio, su primera respiración siempre era profunda. Cómo si soltara el peso invisible de cruzar las puertas automáticas. El aire de la ciudad solo era ligeramente más libre que el espacio del piso cuarenta y uno, pero para ella significaba algo importante: era el comienzo de otra faceta.
Su apartamento se encontraba en un edificio antiguo, lejos del estilo moderno que cualquier ejecutivo elegiría. Le gustaba las construcciones con historia, con escaleras que crujían, con balcones de hierro forjado y ventanas altas. Su hogar no tenía lujo ostentoso que muchos imaginaban que una mujer con su puesto. Era un espacio cálido, lleno de plantas, libros, y cuadernos heredados de su madre. Había luz suave, velas aromáticas, y una tranquilidad que contrataba con el único ruido corporativo de su día a día.
Dejó su bolso sobre el sofá, se deshizo del moño en su cabello y caminó descalza sobre el piso de madera. Su primera parada siempre era la misma: la repisa donde tenía pequeñas fotografías antiguas. Su madre sonriendo con un vestido de flores. Su padre, un hombre de semblante serio pero ojos amables, sosteniéndola en brazos cuando tenía tres años. Ella misma, adolescente, con el cabello desordenado y una sonrisa tímida. Sosteniendo un trofeo escolar.
Allí, entre esos recuerdos, Elena volvía a ser quien era antes el éxito.
La vida no siempre había sido fácil para ella. Creció en un barrio. Modesto donde su madre trabajaba como maestra y su padre como mecánico. Nunca faltó comida, pero tampoco sobraba. Desde pequeña entendió el valor del esfuerzo: ver a sus padres levantarse temprano, trabajar largas horas y aún así volver a casa con una sonrisa cansada. Aprendió que la dignidad no estaba en lo que uno tenía, sino en. Cómo enfrentar la vida.
Su inteligencia se manifestó temprano. Era la mejor alumna en la escuela, la niña que los profesores elogiaban, la que todos predecían que llegaría lejos. Y aunque mucha gente podría pensar que ese tipo de elogios le daban seguridad, para ella era una responsabilidad enorme. No quería decepcionar a nadie. Mucho menos a sus padres.
La muerte de su madre llegó cuando tenía 17 años fue el golpe más duro de su vida. Un accidente inesperado, injusto. Entonces, Elena se convirtió en. La roca emocional de su padre, mientras intentaba mantener sus estudios sin caer en el abismo. Aquella experiencia la volvió fuerte, si, pero también silenciosa. Aprendió a guardar el dolor en compartimientos invisibles, a no mostrar vulnerabilidad, a sonreír incluso cuando el alma temblaba.
Por eso, cuando la gente veía a Elena adulta. Pulida, elegante, serena, nadie imaginaba la cantidad de cicatrices escondidas bajo esa apariencia perfecta.
Después de cumplir 23 años, con becas y determinación feroz, llegó a la ciudad para estudiar negocios y tecnología. Era brillante, decidida, y tenía algo que no se podía enseñar: intuición estratégica. Eso llamó la atención de muchos profesores, mentores... y un día, un reclutador que le ofreció una pasantía en Deveron Industries.
Y. El resto fue historia.
Fuera del trabajo, Elena tenía una vida tranquila, casi rutinaria, pero llena de pequeños rituales que le permitían conservar la cordura. Le gustaba correr por las mañanas los fines de semana, cuando la ciudad todavía dormía y podía escuchar el sonido de sus propios pasos. Tenía un gusto especial por los cafés pequeños y escondidos, por las librerías de segunda mano, por sentarse en un parque con un cuaderno escribir ideas, pensamientos o simplemente desahogos.
Era una mujer que trabajaba rodeada de decisiones gigantescas. Pero qué encontraba paz en cosas diminutas.
En su relación amorosa, sin embargo, era un capítulo aparte. Su novio Julián Ortega, arquitecto. Tenía una personalidad completamente distinta a la de Elena: relajado, creativo, algo desorganizado, con una sonrisa fácil y contagiosa. Se habían conocido dos años atrás en una exposición de arte y, desde el primer momento, él quedó fascinado con su presencia tranquila. Para Elena, Julián representó algo que no sabía que necesitaba: espacio para respirar.
Él nunca se quejaba de sus horarios. Sabía que su trabajo era demandante. Al principio, incluso la admiraba por ello. "Eres increíble" , le decía. no "conozco a nadie tan fuerte y tan centrado como tú"
Y Elena sonreía, tal vez sin darse cuenta de que su fortaleza era también una armadura.
Al principio, la relación era liviana, dulce, llena de momentos casi cinematográficos: cenas improvisadas, nocturnas, tardes donde ambos se perdían en libros diferentes sentados en el mismo sillón. Julián la hacía reír, algo que pocas veces personas lograban. Él veía cosas en ella que nadie en la empresa: su sensibilidad, sus miedos, sus gustos por las películas antiguas, su afición por pintar acuarelas que nunca mostraba a nadie.
Sí, Elena pintaba. No lo sabía casi nadie, en silencio, en la soledad de su hogar, cuando el mundo se desmoronaba y necesitaba expresarse sin palabras. En sus cuadros hacía dibujos cálidos, paisajes imaginarios, miradas profundas. Era terapia secreta.
Pero, como todo suele ocurrir, el trabajo comenzó a absorber más y más espacio en su vida. No era culpa de Julián, ni de ella. Era simplemente la consecuencia inevitable de ocupar un puesto tan importante. Elena vivía entre reuniones, informes, viajes de último minuto. Su teléfono nunca descansaba, y su mente tampoco.
Julián, aunque paciente, empezó a sentir la distancia.
-- A veces siento que tu trabajo te necesita más que yo. -- Le dijo una noche mientras cenaban.
Elena. Lo miró con esa expresión suave pero firme que solía usar para evitar grietas,
-- Es solo una temporada complicada. -- Respondió. -- pronto todo va a estabilizarse.
no está enamorada ni tampoco necesita esa acuerdo matrimonial 🤔🤨
1ro....2do.....3ro....tú, entonces que se enrede en las patas de los caballos