Elysia renace en un mundo mágico, su misión personal es salvar a su hermano...
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Beso
Esa misma noche, Ernesto se perdió en las tabernas. El vino corría sin medida, y con cada copa intentaba ahogar las palabras de Clariet, pero la risa cruel de ella seguía resonando en su mente como un eco interminable. Nadie pudo detenerlo; estaba demasiado roto para escuchar razones.
Mientras tanto, Hans había regresado a la mansión. Entró en la habitación de Elysia en silencio, como siempre, y la encontró inquieta, retorciéndose entre las sábanas. El sudor perlaba su frente y sus labios se movían entre susurros angustiados.
—No… no lo pierdas… hermano… —murmuraba en medio de la pesadilla, atrapada en un torbellino de miedos que la consumían.
Hans frunció el ceño. No era la primera vez que la veía vulnerable, pero esa noche su desvelo era distinto, más profundo, como si la herida abierta por Ernesto lo hubiera contagiado todo.
Se acercó despacio, apoyando una mano firme en su hombro. —Despierta, chiquilla. Estás a salvo.
Elysia abrió los ojos de golpe, como si emergiera de un mar oscuro. Tardó unos segundos en reconocer la realidad, y cuando lo hizo, sin pensarlo, se lanzó a los brazos de Hans.
Él la recibió sorprendido, rígido al principio, hasta que sintió sus lágrimas mojándole la camisa. Elysia lloraba en silencio, aferrada a él como si el mundo fuera a desmoronarse si lo soltaba.
—Todo se cae a pedazos… —susurró con la voz rota—. No importa cuánto intente… siempre lo pierdo todo.
Hans bajó la mirada hacia ella. No dijo palabras de consuelo vacías; no era su estilo. En cambio, rodeó sus hombros con un brazo fuerte, apretándola contra su pecho. Su silencio era un refugio, su calor un muro inquebrantable contra la pesadilla.
Por primera vez, Elysia no se resistió. Se permitió llorar, se permitió ser débil. Y Hans, que jamás ofrecía ternura, esa noche no se apartó de ella.
El llanto de Elysia se fue apagando poco a poco, como una tormenta que pierde fuerza. Sus respiraciones se hicieron más lentas, más profundas, hasta que el cansancio la venció. Aún acurrucada contra el pecho de Hans, cerró los ojos y se dejó arrullar por el calor de sus brazos y el latido firme bajo su oído.
Hans la observó en silencio, con la barbilla apoyada apenas sobre su cabeza. El rostro de ella, aún húmedo por las lágrimas, parecía en paz por primera vez en días. No sabía si había sido su promesa o simplemente el agotamiento, pero verla dormida en sus brazos despertaba algo en él que nunca había permitido.
Afuera, la noche seguía su curso. Ernesto bebía hasta perderse en la miseria, y Clariet soñaba con ambiciones imposibles. Pero Elysia no sabía nada de eso. Para ella, en ese instante, solo existía el refugio en el que se había quedado dormida: el pecho de Hans, su calor, su presencia.
Él no se movió. No la apartó. No la dejó sola. Y mientras ella dormía, ajena a todo lo que el mundo tramaba contra su hermano y contra sí misma, Hans pensó en silencio…
[Eres mía, brujita… aunque aún no lo entiendas.]
El amanecer entró suave por las cortinas, tiñendo la habitación de un dorado cálido. Elysia se removió un poco, aún adormilada, y al abrir los ojos se encontró en el mismo lugar donde había caído la noche anterior: acurrucada en el pecho de Hans.
Por un instante se quedó inmóvil, contemplando su rostro. En reposo, sin la dureza de las palabras ni la tensión de sus gestos, Hans parecía otra persona. Su expresión, tan acostumbrada a la ironía y al cálculo frío, tenía ahora una serenidad inesperada.
Elysia sonrió, tímida, como si acabara de descubrir un secreto. Muy despacio, levantó la mano y le acarició la mejilla con ternura, el pulgar rozando la línea de su mandíbula.
—Qué guapo eres… —susurró apenas, convencida de que él dormía—. Hasta pareces menos peligroso... no frunces el ceño.
Se atrevió a acariciar de nuevo, esta vez con un gesto más lento, más íntimo, disfrutando del calor de su piel.
Lo que no sabía era que Hans no dormía. Desde el primer roce había sentido el cosquilleo en la piel, y aunque todo en él pedía reaccionar, abrir los ojos y soltar alguna de sus frases afiladas, decidió no hacerlo. Se quedó quieto, dejándose acariciar por esas manos que jamás había imaginado sobre él, permitiendo que ella creyera que estaba soñando a solas.
Un leve rastro de sonrisa apareció en sus labios, casi imperceptible, pero real. Elysia, convencida de que él no lo notaba, siguió un poco más, antes de volver a acomodarse en su pecho con un suspiro feliz.
Hans cerró los ojos del todo entonces, disfrutando en silencio. Porque por primera vez en mucho tiempo, no fue él quien tomó lo que quería… sino que alguien lo dio de manera tan pura que no pudo rechazarlo.
Elysia permaneció unos segundos más acurrucada en su pecho, disfrutando del calor y la cercanía. Sin previo aviso, se inclinó y le robó un beso rápido, suave pero firme, sobre sus labios. Luego, con una sonrisa traviesa, se incorporó y se dirigió al baño, dejando a Hans solo en la habitación.
Él permaneció quieto unos instantes, con la mirada fija en la puerta por donde ella había desaparecido. Luego, como si la sensación del beso aún recorriera su piel, se relamió los labios lentamente.
—Ya me marcaste, brujita —susurró, con un tono grave y cargado de promesa, mientras se recostaba en la misma posición donde Elysia había estado, permitiendo que ese instante quedara grabado en su memoria.