Amar a uno la sostiene. Amar al otro la consume.
Penélope deberá enfrentar el precio de sus decisiones cuando el amor y el deseo se crucen en un juego donde lo que está en riesgo no es solo su corazón, sino su familia y su futuro.
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Capitulo 10
Finalmente, escuché la puerta abrirse. Kylian entró en puntas de pie, creyendo que dormía. El olor a tabaco y cerveza llegó antes que él. Lo observé en silencio, escondida en la penumbra del salón. Su camisa estaba arrugada, su cabello revuelto. No parecía un hombre que venía de trabajar.
Mi corazón latía con fuerza, mezclando celos, rabia y una punzada de miedo.
—¿Te divertiste? —mi voz lo cortó en seco.
Él se congeló, sorprendido de verme despierta. Sus ojos buscaron los míos, pero yo no me moví. No hubo abrazo ni sonrisa. Solo la duda, el dolor y la desconfianza brillando en mis ojos.
—Penn… —intentó acercarse, con esa voz suave que tantas veces me derritió.
—No. —levanté la mano, firme, aunque temblaba por dentro—. No te atrevas a tocarme. No hoy.
Él tragó saliva, mordiéndose la respuesta. Caminó hacia la mesa, dejando el maletín como si quisiera ganar tiempo.
—Estás exagerando… solo salí a despejarme.
—¿Con quién? —le corté, con un tono tan filoso que incluso yo me asusté.
Sus labios se entreabrieron, pero no dijo nada. El silencio fue la confirmación que no quería. Sentí cómo la rabia me subía hasta la garganta.
—¿Crees que no lo noto, Kylian? —di un paso al frente, sin importarme que Jack y Max durmieran a pocos metros—. Llegas tarde, oliendo a todo menos a trabajo. Me tratas como si fuera una necia que no entiende… pero soy tu esposa, la madre de tus hijos. ¡Y merezco la verdad!
Él cerró los ojos, apretando el puente de su nariz. Se veía cansado, derrotado, pero también irritado.
—Penn, basta… no quiero discutir ahora.
—Claro, porque hablar significaría admitir lo que haces cuando no estás aquí —mi voz se quebró en la última palabra, y odié que me viera frágil.
Un silencio denso cayó sobre nosotros. Solo el suave respirar de los niños lo interrumpía. Él se acercó, esta vez con los ojos brillando de algo que no supe si era ira o culpa.
—Yo te amo, Penélope. —su confesión salió entre dientes, como si fuera un arma de doble filo.
—¿A mí? —mi risa fue amarga, casi sofocada—. ¿O también a alguien más?
El silencio que siguió fue tan brutal que pude escuchar el tic-tac del reloj y la respiración tranquila de los niños en el sofá. Kylian palideció, como si de repente alguien le hubiera arrancado el suelo bajo los pies. No respondió. Y ese silencio, esa cobardía, fue peor que cualquier palabra.
—¿Sabes qué es lo más triste, Kylian? —crucé los brazos, porque si no lo hacía temía que mis manos temblaran—. Que piensas que eres el único con secretos. Que puedes jugar conmigo, con nuestra familia, con nuestras noches… y que nada jamás tendrá consecuencias.
Él frunció el ceño, confundido, casi indignado.
—¿De qué estás hablando?
Mi corazón golpeaba fuerte, cada palabra empujada por la rabia, por la soledad acumulada. Nunca creí que lo diría en voz alta, pero ya no podía detenerme.
—De que no soy la misma de antes. De que alguien me escucha, me cuida, me hace sentir viva… mientras tú eliges escapar, noche tras noche, como si todo esto —abrí los brazos señalando la casa, los hijos dormidos, mi propio dolor— fuera una carga.
Vi cómo sus ojos se abrían, incrédulos, como si lo hubiera abofeteado. Dio un paso hacia mí, tambaleando entre furia y miedo.
—¿Qué…? ¿Hay otro?
—No —respondí demasiado rápido, consciente de que ya no podía borrar lo dicho—. No en el sentido en que lo imaginas. Pero sí hay alguien que me recuerda lo que significa sentirme vista, valorada. Y no voy a pedirte perdón por eso.
El silencio entre nosotros fue un filo que se hundió más y más. Jack se movió en sueños en el sofá, girando sobre su almohada, y ambos bajamos la voz de forma instintiva, pero la tensión seguía ardiendo, implacable.
—¿Quién es? —su tono fue bajo, casi un gruñido, como si quisiera morder la respuesta.
Tragué saliva. No aparté la mirada.
—No importa quién. Lo que importa es lo que me hace sentir. Lo que tú dejaste de hacerme sentir hace mucho tiempo.
Sus puños se cerraron, la mandíbula le temblaba. Entre gritar, rogar o quebrarse, eligió callar. Y ese silencio me dio poder.
Yo lo observé con lágrimas contenidas, pero no eran lágrimas de debilidad, sino de certeza. Por primera vez estábamos en igualdad: él con sus sombras, yo con las mías.
—¿Sabes cuál es la diferencia, Kylian? —susurré, dejando que cada sílaba lo quemara—. Yo no me escondo. No necesito desaparecer para existir.
El aire se volvió pesado, cargado de una amenaza invisible.
—Si quieres destruir esta familia, hazlo —añadí con la voz helada, apenas un soplo—. Pero ya no soy esa mujer que se queda callada.
Me giré hacia la habitación, con pasos lentos y firmes. Antes de desaparecer por la puerta, lancé la última daga sin mirarlo:
—Y lo peor no es que haya alguien. Lo peor es que, en el fondo, sabes que podría haberlo.
El golpe de la puerta cerrándose resonó como un disparo. Atrás quedó Kylian, enredado en sus propios fantasmas, imaginando rostros, sospechando nombres, temiendo verdades que quizás nunca llegaría a conocer.
POV Kylian
Todo se quedó en silencio tras su última frase. El golpe de la puerta al cerrarse todavía vibraba en mis oídos, como un eco que me perseguía. Me quedé allí, en medio del salón, rodeado por la penumbra y el olor agrio de tabaco y cerveza que aún cargaba conmigo.
“Lo peor es que, en el fondo, sabes que podría haberlo.”
Sus palabras se repitieron en mi cabeza una y otra vez, desgarrando cada rincón de mi orgullo.
Me pasé las manos por el rostro, queriendo borrarlas, pero era inútil. Sentí un ardor en el estómago, una punzada de celos que me hizo doblarme sobre mí mismo. ¿Alguien más? ¿Quién demonios podía ser?
Pensé en Eric. Su rostro fue lo primero que se me apareció, como un golpe de luz y sombra al mismo tiempo. Porque mientras ella hablaba de sentirse escuchada, cuidada, valorada… yo recordaba la forma en que él me rozó la mano esa misma mañana, la forma en que me dijo “te amo” sin miedo.
Tragué saliva con dificultad.
¿Qué tal si Penélope no mentía? ¿Qué tal si de verdad alguien estaba llenando el vacío que yo había dejado en ella mientras corría a refugiarme en Eric?
Mis puños se apretaron hasta doler.
La idea de otro hombre tocándola, haciéndola reír, dándole esa atención que yo no le daba… me arrancaba la piel por dentro. Y lo más irónico de todo es que, mientras la imaginaba en brazos de alguien más, yo solo podía recordar cómo había estado en brazos de Eric unas horas antes.
Su olor todavía estaba en mi camisa. Su piel aún quemaba en mis labios.
—Mierda… —susurré, golpeando la mesa con el puño.
El secreto que creí manejar ahora se me escapaba de las manos. Porque si ella lo sospechaba… si ella ya tenía a alguien en mente… ¿qué nos quedaba? ¿Mentiras y silencios? ¿Un matrimonio convertido en campo de batalla?
La rabia me recorría como fuego, pero también el miedo. Miedo a perderla. Miedo a perderlo. Miedo a que todo explotara al mismo tiempo.
Subí la mirada hacia el pasillo donde ella había desaparecido. Quise correr tras ella, exigirle un nombre, arrancarle la verdad a gritos. Pero mis pies no se movieron. Porque sabía que, al hacerlo, me arriesgaba a que me hiciera la misma pregunta.
“¿Y tú, Kylian? ¿Dónde estuviste? ¿A quién amas cuando no estás conmigo?”
Me dejé caer en el sofá, con la cabeza entre las manos. El silencio de la casa era pesado, apenas roto por el murmullo del sueño de mis hijos. Cerré los ojos y vi dos rostros: el de Penélope, herida y desafiante… y el de Eric, encendiéndose bajo mis caricias.
Y entendí que estaba atrapado.
Que mi mayor miedo no era que Penélope me mintiera.
Era que, por primera vez en la vida, ella jugara con las mismas cartas que yo.