Luna Vega es una cantante en la cima de su carrera... y al borde del colapso. Cuando la inspiración la abandona, descubre que necesita algo más que fama para sentirse completa.
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Capítulo 10: La Llamada
—Perdón, es mi jefe —murmura, y contesta—. Hola, Dan. ¿Hay algún problema?
La voz al otro lado suena tranquila, demasiado tranquila.
—Ninguno, no te preocupes. ¿Te he molestado?
Selena frunce el ceño, desconcertada.
—No... claro que no. Pero... —se interrumpe, sin entender por dónde va la conversación.
—Podrías... podrías venir a la cafetería un momento?
¿Por qué habla como si algo estuviera mal, si acaba de decir que todo está bien?, piensa Selena.
—Es que tengo una asignatura en veinte minutos... —responde, insegura.
—¿Y cuándo terminas? —insiste él, rápido, casi nervioso.
—Pues... sobre las siete y media. Pero la cafetería estará cerrada, ¿no?
—¿Puedes venir igualmente? Si no es mucha molestia, por supuesto.
El corazón de Selena late con fuerza. Todo suena raro. Sospechoso. Peligrosamente fuera de lugar.
Se queda en silencio unos segundos, pero al final asiente aunque él no pueda verla.
—Está bien.
Dan suspira aliviado.
—Genial. Muchas gracias, Selena. Ven sola y, por favor, intenta ser puntual.
La llamada se corta.
Selena se queda inmóvil, mirando la pantalla del móvil. La confusión le oprime el pecho.
—¿Y bien? —pregunta Chloe, arqueando una ceja.
Selena traga saliva.
—Quiere que vaya a la cafetería esta tarde. A las siete y media, cuando ya haya cerrado. Y que vaya sola.
—Para nada sospechoso, Sel... —dice Chloe, claramente preocupada.
Selena se cruza de brazos, preocupada.
—Cafetería cerrada, de noche, y un jefe que habla como si ocultara algo... ¿Qué parte de eso suena normal?
—Evidentemente que te vamos a acompañar —Marcus la apoya enseguida.
Su amiga suspira, cansada. En realidad, tampoco podría negarse. Después de todo, habían quedado en que los mellizos la llevarían a su apartamento tras las clases; y ya dependía de ellos.
—Está bien... —cede al final.
Unos minutos más tarde, los tres se dirigen juntos a su próxima clase. Selena entra al aula, toma asiento, abre el cuaderno. Pero no escucha nada. Ni una sola palabra del profesor consigue atravesar el nudo de pensamientos que la consume.
Las palabras del profesor se vuelven lejanas, como si vinieran de muy, muy atrás.
Y entonces, los recuerdos llegan.
Esa noche.
Unos brazos que intentaban retenerla.
Una voz áspera, un "no te muevas" convertido en sentencia.
El pánico recorriendo cada fibra de su cuerpo, buscando una salida que parecía no existir.
Sus propios gritos ahogados contra la almohada.
Y el forcejeo, el temblor, la desesperación.
Selena parpadea, pero ya no está en el aula. Está de nuevo allí. Intentando escapar.
El aire se vuelve pesado. Respira rápido, demasiado rápido. La mano le tiembla y el lápiz resbala, cayendo al suelo con un golpe seco.
—Oye, Sel, ¿estás bien? —pregunta Marcus, inclinándose hacia ella.
Ella no responde.
No lo escucha.
Solo ve ese rostro del pasado, esa sombra que todavía la persigue.
Una mano cálida se posa sobre su brazo. Chloe la mira con calma.
—Sel... estamos aquí. No pasa nada.
Ese contacto la arranca de golpe de la espiral.
Selena se levanta de un salto, tambaleante, ignorando las miradas de sus compañeros que siguen la escena en silencio. Se abre paso hacia la puerta y huye del aula.
El baño se convierte en su refugio. Se apoya en el lavabo, abre el grifo y se lanza agua fría al rostro una, dos, tres veces. Pero el temblor no se detiene.
La puerta se abre. Chloe entra primero, seguida de Marcus.
—Sel... —la voz de su amiga suena suave, precavida.
Selena levanta la vista, con las gotas deslizándose por sus mejillas. No sabe si es agua o lágrimas.
Chloe se gira de inmediato hacia su hermano.
—Marcus, es el baño de chicas...
—No me importa —responde él sin moverse—. ¿Estás bien, Sel? ¿Qué ha pasado?
Ella cierra los ojos, tragando saliva. La respiración aún entrecortada.
—Es... la situación con mi jefe... —su voz tiembla, rota—. Me ha recordado a él.
Chloe se inclina hacia ella, con voz suave, casi como si temiera romperla.
—Sel... tu jefe es un poco especial, vale, y sí, un fanático de Luna Vega hasta la médula... pero nada fuera de lo común. No parece mala persona.
Selena se mantiene en silencio, aferrándose al borde del lavabo como si necesitara algo sólido para no venirse abajo.
Marcus aprieta los puños, firme.
—No iremos. Si ves que no puedes, si todo vuelve, entonces no vamos. Punto.
Selena alza la mirada, sus ojos brillantes de rabia y miedo mezclados.
—No —Su voz suena débil al principio, pero luego se afianza—. No. Tengo que ir. Si no afronto estas cosas, nunca voy a sentirme segura otra vez.
Hace una pausa, respirando hondo.
—Ahora... esa persona que trató de... —se detiene, incapaz de pronunciarlo—. Está entre rejas. Y ahí seguirá.
Los mellizos intercambian una mirada de duda, pero al final asienten casi al unísono.
—Si estás segura... —murmura Chloe.
—Vamos a acompañarte —remata Marcus, serio.
Chloe revisa su móvil.
—Son las 7:10. Si quieres llegar puntual, deberíamos ir ya.
—¿Y la clase? —pregunta Selena, aunque sabe la respuesta.
Chloe sonríe.
—Tampoco estaba tan interesante. Vámonos.
Selena respira una vez más, tratando de calmar el temblor que todavía la recorre. Y, poco a poco, mientras caminan juntos hacia el coche, empieza a relajarse.
Está rodeada de gente buena. De verdad buena. Después de todo, los mellizos han estado a su lado desde que la conocieron aquella fatídica noche.
Desde ese instante, no la habían soltado.
El trayecto transcurre tranquilo, con Chloe tarareando algo suave y Marcus haciendo algún comentario absurdo para mantener el ambiente ligero. Selena, en silencio, se permite pensar que quizá no está tan rota como teme.
Pero al llegar a la cafetería, esa calma empieza a quebrarse.
El local está cerrado con claridad: persianas a medio bajar, las luces apagadas, el interior hundido en sombras. Más oscuro de lo que debería estar.
Selena traga saliva y se acerca a la puerta. Golpea suavemente.
No tarda en abrirse. Dan asoma la cabeza, y su expresión se tensa al instante cuando descubre que no está sola. Sale hasta la acera, cerrando la puerta detrás de sí.
—Selena, te dije que vinieras sola.
Ella se muerde el labio, mirando de reojo a Chloe y Marcus.
—Lo siento. Pero son mis mejores amigos. Y van a acompañarme.
Marcus levanta una ceja y, para rebajar la tensión, suelta:
—Piénsalo así, Dan: somos su equipo de seguridad personal.
El jefe suspira y se pasa una mano por la cara.
—Genial... más guardaespaldas.
Por un momento parece debatirse, mirando de reojo hacia el interior oscuro del local, hacia la zona del almacén, y luego de nuevo hacia ellos. Sopesando opciones, barajando posibilidades. El silencio se alarga más de lo cómodo.
Finalmente, asiente con un gesto breve.
—Está bien —su voz suena baja, casi un susurro—. Pero ni una palabra de lo que salga de aquí. ¿Queda claro?
Los mellizos intercambian una mirada cómplice. Selena, en cambio, siente cómo el corazón le golpea el pecho. Algo no encaja.
Y aun así, da un paso al frente.
Entran al salón principal de la cafetería. La luz es escasa, apenas se filtra algo desde las ventanas. Todo el espacio tiene un aire más tétrico del que recordaba, con sombras que se alargan y se mezclan con las mesas vacías y los estantes oscuros.
Sin esperarlo, dos hombres, en apariencia serios y formales, salen del almacén. Marcus se sobresalta y se esconde detrás de Chloe.
—Oh, no, Sel tenía razón... —susurra, casi temblando—. Nos van a asesinar.
Selena suspira, con un dejo de ironía.
—Mi héroe...
Chloe lo sacude suavemente para que salga de su escondite.
—Señor Dan, ¿qué hacen tantas personas aquí? —pregunta uno de los hombres, mirando a su alrededor.
Dan los observa unos segundos, serio, y luego responde:
—Si la chica no entraba con ellos, no entraba.
El hombre que ha hablado antes los analiza un instante, con la mirada fija en Selena.
—¿Quién es...? —pregunta aparentemente sin saber a quién busca.
El otro se acerca y le susurra al oído.
—... ¿Selena? —termina diciendo.
—¿Yo? —responde ella, confundida y ligeramente alarmada.
—Pues Selena, solo te necesitamos a ti —la voz es firme, medida—. Mi cliente... es bastante reservada con todo esto.
—¿Su cliente? —pregunta Selena, intrigada, frunciendo el ceño.
—Todo a su debido tiempo —responde el hombre, con calma—. Estamos aquí porque debemos concretar una reunión contigo y nuestro cliente. Y este es el lugar que nos ha indicado que te encontraríamos.
De pronto, unos tacones resuenan sobre el suelo de la cafetería.
La penumbra apenas deja distinguir la silueta hasta que se acerca lo suficiente para quedar bajo la débil luz del pasillo.
—¿Y bien? —pregunta la mujer de mediana edad, con una voz firme, cargada de impaciencia—. ¿Va a acceder o no?
Marcus palidece, como si acabara de ver a una estrella fugaz estrellarse en frente de él.
—N-no puede ser... —balbucea, con la respiración entrecortada—. ¡Es Jennifer! ¡Jennifer Crawford! La manager de Luna Vega... ¡De toda la vida!
El chico empieza a hiperventilar de tal forma que Chloe se ve obligada a agarrarle de los hombros.
—Respira, idiota, respira —susurra, intentando calmarle.
Jennifer, mientras tanto, clava sus ojos en Selena, ignorando por completo la escena de Marcus.
—Tienes que entenderlo —dice con un deje de cansancio, como si aquellas palabras le pesaran—. Luna me ha pedido que concertemos esta reunión contigo. Y créeme, no soy la persona más entusiasmada en hacerle favores después de lo que pasó.
Sus labios se curvan en una mueca amarga.
—Pero aquí estamos. Y será la última vez que insista en su nombre. Si aceptas, será mañana. Sola. Si no... da igual, ella lo asumirá.
Selena traga saliva, incapaz de apartar la vista de aquella mujer que hasta ahora solo había visto en fotografías junto a la cantante.
Y después de unos segundos, el silencio entre ellas queda suspendido como un ultimátum, más pesado que cualquier amenaza.
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