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Carrera Contra La Mafia

Carrera Contra La Mafia

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Atracción entre enemigos / Polos opuestos enfrentados / Triángulo amoroso
Popularitas:537
Nilai: 5
nombre de autor: Edgar Romero

El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?

NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 10

Mi padre no quería que yo participe en la competencia de Fórmula Tres. -No es lo mismo eso que los karts,  Marcela, estos son carros mas grandes y más rápidos, no podrás con ellos-, me dijo papá  preocupado cuando le anuncié que tenía una invitación para correr en el premio nacional que se haría en el autódromo local. -El señor Marshall me dijo que podía participar, que soy una buena piloto-, le conté. Marshall era el presidente del club de kartismo.

  -Nunca has manejado un carro grande, se te hará muy complicado-, no daba su brazo a torcer mi padre.

  -Es lo mismo que manejar un kart, papá, solo debo mantener las distancias con mis contrincantes y evitar que me golpeen-, insistí.

  Tampoco contaba con el apoyo de mi madre. -Ya sabes hija que me aterran las carreras, pienso que te puedes lastimar, mejor no compitas-, fue enfática y resoluta mamá

  -El señor Marshall me dará un carro, será uno de los mejores con los que cuenta la organización, hasta puedo ganar-, le dije.

  Rub, mi enamorado, también puso el grito en el cielo. -No, no y no, Marcela, no corres y se acabó la discusión-, me dijo furioso, cruzando los brazos, ajando la cara y sin permitir que le diga mis razones. de competir  -Es mi ilusión máxima correr-, le imploré pero Rub no entendía explicaciones. Él era demasiado terco y ciertamente machista. Yo era su chica y debía hacer lo que él me dijera u ordenara. Obviamente no le hice caso. Rub no me habló todo el resto de la semana y únicamente me envió un mensaje de texto a mi  celular diciéndome que no iría a verme al autódromo. -No quiero ver cómo te estrellas y te matas-, me escribió malhumorado.

  Toda la semana la fue una permanente discusión con papá y mamá, finalmente mi padre me dijo que quería verme en acción en los ensayos. -Seamos salomónicos, hija, si no puedes dominar el bólido, entonces te olvidas de competir-, me dijo cuando charolaba un juego de sillas que le habían pedido unos vecinos. Yo le ayudé claveteando los asientos porque mi padre empezaba a tener problemas con su visión debido a su edad.

   Fuimos muy temprano a la pista de carrera donde se harían los ensayos llevando mi traje y mi casco. Marshall apenas nos vio, se puso muy contento. -¡¡Llegó la campeona!!-, nos dijo. Me miró de pies a cabeza. -Tengo un uniforme adecuado para ti. Olvídate también de ese casco viejo-, estaba eufórico. Su hija me alcanzó un overol flamante, un casco de estreno y hasta guantes. -Es un traje antiflama, Marcela, todos los pilotos lo usan-, me anunció ella. Yo estaba boquiabierta y admirada. Cuando me los pose me tomé un millón de selfies y se los mandé a todos mis amigos, incluso a mi enamorado Rub. Él me envió un emoji de una carita furiosa. Me dio mucha risa.

   Mi papá también me tomó muchas fotos e hizo videos con su móvil. Me ayudó a subir al auto. -Recuerda que es un carro más pesado, no es ligero como el kart, debes tener cuidado cuando aceleres y tomes las curvas, tú estás acostumbrada a un menor peso, debes calibrar bien la fuerza-, me recomendó mi padre bastante preocupado.

   Mi interés era acostumbrarme al timón y a las velocidades, dominar las curvas y controlar la máquina, convertir a ese alazán en un noble gatito.

   En efecto el auto era muy pesado, poco dócil, parecía un tanque y me sentía incómoda. el timón no respondía, los pedales fallaban y el motor hacía mucha bulla. Eso me descontrolaba, pero yo soy terca y muy perseverante. A la quinta vuelta al circuito, el bólido ya se había tornado en una pluma y dominaba las curvas y las rectas a la perfección, incluso podía derrapar y volver a la pista, sin problemas,  igual si brincara de gusto.

   Papá estaba en la sentencia con los brazos cruzados y el rostro fruncido. Pensé, entonces, que me diría que no podía correr, que no sabía bien manejar el bólido y que ciertamente ese carro era más complicado que un vehículo de kart. -Lo siento,  Marcela-, fue lo que me dijo. Yo me sentí decepcionada, desilusionada y mis ojos retuvieron las lágrimas. Quería romper a llorar a gritos. Luego mi padre estiró una larga sonrisa, de oreja a oreja. -Lo siento por tu mamá pero correrás en la Fórmula Tres-, me dijo y entonces eufórica me colgué en su cuello, colmé de besos a mi padre y él me hizo dar muchas vueltas alborozado y feliz.

   Ese domingo gané fácil la competencia nacional. No tuve rivales en realidad. Los dejé a todos tan relegados que cuando crucé la sentencia, a ellos aún les faltaban dos o tres vueltas para completar el circuito. Mi padre estaba frenético. Había gritado como un loco durante toda la prueba y su garganta estaba gastada y afónica. Me besó tantas veces que hasta me despeinó. Me tomaron muchas fotos, me hicieron videos y Marshall me dio un trofeo grandote. Yo reía y estaba feliz. Me sentía en la gloria.

   Un mes después gané una carrera de Fórmula Dos.  Esa fue más complicada y peleada. Los pilotos de esa categoría eran más duchos, expertos y llenos de triquiñuelas. Me cerraban el paso, golpeaban mis ruedas, no dejaban que me adelantara y se cruzaban por donde yo me desplazaba, tratando de que no pudiera avanzar. Derrapé varias veces y en una ocasión casi me doy  de volteretas porque me golpearon la nariz del carro, pero yo controlaba bien el timón, no me amedrentaba y como les digo, dominaba las curvas y ese era mi fuerte en la pista. -Quieren jugar rudos chicos, ¿eh?-, me molesté porque al comienzo iba muy relegada y esos pilotos no me dejaban adelantar. Entonces aproveché las curvas para recuperar la ventaja. Mientras ellos frenaban para tomar el giro, yo brincaba encima de ellos, haciendo una maniobra hábil y los pasaba uno tras otro, dejándolos atrás con la boca abierta.

     De pronto me puse en el primer  lugar, dominando la recta.  El público extasiado con mis piruetas se puso de pie y me aplaudió enfervorizado. Por más que apuraron los otros competidores, ya no pudieron alcanzar. El tratar de cerrarme el paso les costó caro a mis contrarios: yo gané la carrera.

1
Mary Mejía
que tan ruin es ese tal Irons del que tiene que cuidarse Marcela y la escuderia rayo azul
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