Alejandro es un político cuya carrera va en ascenso, candidato a gobernador. Guapo, sexi, y también bastante recto y malhumorado.
Charlotte, la joven asistente de un afamado estilista, es auténtica, hermosa y sin pelos en la lengua.
Sus caminos se cruzaran por casualidad, y a partir de ese momento nada volverá a ser igual en sus vidas.
NovelToon tiene autorización de @ngel@zul para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Miradas inesperadas
Capítulo 14 – “Miradas inesperadas”
El bullicio del comité de campaña estaba a su punto máximo la mañana anterior al día de partir. Mapas desplegados sobre la mesa principal, agendas abiertas, teléfonos sonando y un constante ir y venir de correos electrónicos y papeles parecían orquestar un ritmo frenético. Alejandro Montalbán se encontraba en su despacho, revisando los itinerarios de la gira electoral por diferentes ciudades del Estado, con el ceño apenas fruncido y la mirada fija en los documentos frente a él. Cada palabra, cada horario, cada desplazamiento debía estar perfectamente calculado, como si intentara controlar el caos inminente con pura voluntad.
Charlotte, por su parte, se movía entre el equipo con una mezcla de eficiencia y energía contagiosa. Su lista de verificación era extensa: outfits para cada evento, coordinaciones de imagen, maquillaje y peinado. Todo debía estar listo antes de que Alejandro apareciera frente a los votantes. La pelirroja, con su habitual pantalón de jean y su blusa con tirantes, se sentía cómoda en la formalidad ligera del equipo, pero nunca renunciaba a su chispa. Era su manera de resistirse a la rigidez del entorno.
—Señorita Rossi —saludó Alejandro al verla entrar en el despacho, con ese tono grave y formal que no variaba—. Confío en que todo está listo a tiempo para nuestro primer desplazamiento.
—Por supuesto, señor Montalbán. La logística está impecable. Aunque si vamos a recorrer ciudades en lugar de asistir a galas de caridad, quizá necesitemos algo más flexible y menos aburrido que su saco gris de siempre —comentó Charlotte, con una sonrisa que mezclaba desafío y diversión, cruzándose de brazos en el umbral.
Él arqueó una ceja, medido y serio, como si el humor fuera una ofensa menor.
—No soy un candidato de moda. La ropa es funcional. Mi prioridad es la plataforma, no la pasarela.
—Funcional, sí —replicó ella con una mordacidad que no se inmutó—. Funcional para parecer un notario a punto de leer un testamento. Pero ¿funciona para acercarlo a la gente? Si quiere transmitir cercanía y calidez humana, un toque menos rígido no vendría mal. La gente no vota por maniquíes, vota por personas, aunque a veces me cueste recordarlo con usted.
Alejandro suspiró, un sonido casi imperceptible de exasperación contenida. Sabía que Charlotte tenía un punto profesional irrefutable, aunque su manera directa, audaz y ligeramente insolente le resultara exasperante. Su personalidad era un vendaval en su pulcro universo.
El equipo se movía en perfecta sincronía. Marco, un joven asistente con más entusiasmo que experiencia, no dejaba de mirar a Charlotte con una mezcla de curiosidad y admiración. Le resultaba fascinante la forma en que ella desafiaba la formalidad con tanta naturalidad. Al notar que ella estaba revisando la logística de los trayectos en el pasillo, se acercó con paso decidido.
—Señorita Rossi, ¿querría tomar un café esta tarde? Después del primer evento, claro —preguntó con una sonrisa tímida, rascándose la nuca.
Charlie levantó la mirada, con esa sonrisa pícara que siempre acompañaba su carácter extrovertido.
—Acepto, Marco. Pero solo si prometes llamarme Charlie y, por favor, por el amor de Dios, no hablemos de política ni de presupuestos de campaña. —Hizo una pausa, su mirada verde brillando con sinceridad—. Necesito un poco de normalidad, de trivialidad, de cualquier cosa que no involucre el discurso del candidato.
—¡Hecho! Podríamos hablar de películas de terror, que son mi obsesión, o de lo terrible que fue el último partido —dijo Marco, aliviado y complacido, ya con una expresión más distendida.
Charlie asintió, su sonrisa ensanchándose. Alejandro, que justo salía de su despacho para un último repaso, observó la interacción con atención, algo más consciente de la presencia de Charlotte y su efecto sobre el equipo que en cualquier otro momento. La veía bromear y relajar el ambiente con una facilidad que él ni siquiera concebía.
El viaje comenzó en un autobús especialmente equipado para el equipo de campaña. Charlotte se acomodó cerca de una ventana, su cuaderno de anotaciones sobre la falda, mientras Alejandro se sentaba al frente, revisando discursos y señalando los puntos clave a sus asistentes con su habitual seriedad.
—Si va a visitar un lugar lleno de niños, señor Montalbán —comenzó Charlotte, inclinándose hacia él con un tono que no admitía debate, interrumpiendo su concentración—, convendría cambiar el saco oscuro por uno más ligero, o tal vez deberíamos descartarlo por completo. Créame, los estudiantes responden mejor a colores menos formales y gestos menos rígidos. Queremos que los padres piensen en un líder que se preocupa, no en el director del banco central.
Él la miró, sorprendido de que hablara con tanta osadía en ese tono frente a otros miembros del equipo.
—¿Y cree que ese tipo de cambio hará que me escuchen mejor, Señorita Rossi? ¿Que mi mensaje se vuelva más potente si dejo mi americana de tweed?
—Exactamente —respondió ella con seguridad, sin inmutarse ante su tono escéptico—. No es cuestión de moda, es de pura y dura percepción. La gente necesita sentirlo accesible, cercano, no intimidado por un muro de tela italiana y excesiva seriedad. Su ropa es su primera frase.
Después de un segundo de silencio, en el que Alejandro pareció sopesar si la fulminaba con la mirada o reconocía su lógica, asintió, resignado. A regañadientes, confiaba en su criterio profesional. Charlie había demostrado una capacidad intuitiva para gestionar su imagen y él lo sabía.
El autobús atravesó carreteras bordeadas de cipreses y viñedos mientras el equipo repasaba discursos, señalaba lugares y organizaba eventos. Charlotte hacía observaciones sobre la iluminación, los ángulos de fotografía y la manera en que Alejandro debía interactuar con la prensa. Cada vez que hablaba, su tono extrovertido y seguro rompía la rigidez del equipo, generando sonrisas y risas contenidas. Alejandro comenzó a notar detalles que antes le pasaban inadvertidos: cómo ella gesticulaba con pasión, su risa fácil y sonora, su forma de acomodar un mechón de cabello rebelde detrás de la oreja con un gesto casual, cómo hacía que todo el equipo se sintiera más relajado sin perder el orden.
—Señorita Rossi, ¿cree que los votantes realmente se fijan en estas minucias? —preguntó él, curioso pero tratando de mantener un aire de distanciamiento académico.
—Créame, señor Montalbán —dijo ella con una mirada decidida—, lo hacen. Lo recuerdan. Y si lo vemos desde mi perspectiva, la percepción de calidez puede ser todo lo que necesitan para acercarse a usted y no verlo como una estatua de mármol. Usted es un buen orador, pero necesita parecer humano.
Alejandro no respondió de inmediato. Solo la observó, en silencio, reconociendo por primera vez que su análisis era más que acertado: era intuitivo, directo y sin pretensiones. Y, quizás, se dio cuenta de que no había logrado verla hasta ese momento.
La primera parada fue un centro comunitario en una zona céntrica. Niños correteaban entre los pasillos, padres saludaban al equipo, y un grupo de periodistas capturaba cada gesto del candidato. Charlotte se adelantó, ajustando la corbata de Alejandro con discreción, alisando el saco ligero (el que había aceptado a regañadientes) y corrigiendo un par de detalles en su postura.
—Más relajado —le susurró al oído—. Sonría un poco, pero solo un poco. Queremos autoridad accesible, no rigidez de hielo. Y ¡por favor, no hable de déficit! Hable del futuro de los niños.
Él la miró con un dejo de molestia fingida, pero obedeció. La combinación de cercanía y autoridad que Charlotte lograba transmitir era sorprendente. Los votantes respondían positivamente, y Alejandro lo notó no solo en las sonrisas, sino en la naturalidad con la que se le acercaban.
Más tarde, esa tarde...
El evento terminó y el equipo comenzó a dispersarse entre entrevistas y llamados telefónicos. Charlotte aprovechó el breve descanso y, fiel a su palabra, aceptó encontrarse con Marco en una cafetería del centro, a un par de calles del lugar del acto.
El local era pequeño, con aroma a café recién molido y madera barnizada. Charlotte se había soltado el cabello, dejando que las ondas pelirrojas enmarcaran su rostro. Su blusa blanca, de tela ligera, caía con suavidad sobre su figura. Era baja, de curvas precisas, y la naturalidad con la que se movía hacía que cualquiera la notara sin que ella lo buscara, simplemente llenando el espacio con su presencia.
Marco, nervioso pero encantado, hablaba sin parar sobre sus teorías sobre el final de las películas de terror y de la absurda necesidad de los personajes de subir las escaleras en lugar de huir por la puerta. Charlotte reía, sincera, moviendo las manos al hablar, con esa expresión luminosa que hacía que el lugar pareciera menos rutinario. Él le preguntaba sobre su vida antes de la campaña, sobre si prefería el mar o la montaña, y ella respondía con anécdotas cortas y divertidas, feliz de evadir la burbuja política.
Desde el otro lado de la calle, Alejandro salía de una reunión improvisada con el coordinador local. No los buscaba, pero los vio por el ventanal del café. Se detuvo apenas un segundo, su mano a medio camino hacia el bolsillo. Su mirada se posó en ella sin proponérselo: en el brillo de sus ojos verdes cuando reía abiertamente, en el mechón rebelde que caía sobre su frente y que ella no se molestaba en quitar, en la forma en que sus gestos llenaban el espacio con una vitalidad que no existía en su entorno habitual.
No había nada impropio en la escena, pero había algo distinto. Una energía cálida, despreocupada, muy alejada de los salones llenos de flashes y discursos calculados donde él se movía con natural frialdad. Era como ver una versión de Charlotte que nadie en el equipo conocía: libre y desinhibida.
—¿Todo bien, señor Montalbán? —preguntó su chofer, al notar que se había quedado quieto, mirando fijamente la fachada del café.
Alejandro parpadeó, retomando la compostura con un ligero temblor.
—Sí —dijo, breve—. Solo… observaba al equipo relajarse. Es importante que mantengan el equilibrio.
Pero mientras se alejaba hacia el auto, una idea lo acompañó silenciosa y persistente: Charlotte Rossi tenía una presencia que no pasaba inadvertida. No era solo su inteligencia o su audacia profesional lo que la destacaba. Era su manera de llenar el aire con vida, de ser ella misma sin pedir disculpas.
Esa noche, cuando la vio subir al autobús para el regreso, aún con el aroma del café y la sonrisa en los labios por la conversación trivial, Alejandro la saludó con un gesto leve, casi imperceptible, un movimiento de cabeza que antes reservaba solo para coordinadores de alto nivel. Ella le devolvió la sonrisa sin saber que, por primera vez, él la miraba con una curiosidad que ya no era meramente profesional. Era la curiosidad de quien descubre, en medio del bullicio, un inesperado punto de luz.