El mal ronda en cualquier lado, tienes que ser cuidadoso y desconfiar, una vez que te atrapa, es difícil que te suelte.
Nuestros protagonistas se verán obligados a enfrentar sus peores miedos y a luchar por sobrevivir y proteger a su pequeña familia ante una presencia sobrenatural que parece estar determinada a destruirlos.
La historia explora temas de miedo, supervivencia y la naturaleza del mal, mientras que Elizabeth y Elías se ven obligados a tomar decisiones difíciles para sobrevivir, ¿Podrán superar está situación?
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CAPITULO 10
Una ráfaga de aire helado me empujó hacia atrás y la puerta del armario se cerró de golpe, haciendo temblar las paredes, las luces parpadearon y una bombilla estalló en el techo, grité tan fuerte que terminé despertando a Elías, que llegó corriendo, Max venía tras el, pero no cruzó la puerta, dió pasos hacia atrás, agachó su cabeza evitando ver hacia adentro de la habitación.
—¿Qué pasó? ¿Qué fue eso?-- preguntó asustado.
Yo estaba temblando, mientras abrazaba a Tomás, que ahora lloraba como si hace unos segundos no hubiese estado tan tranquilo.
—Él me dice cosas cuando ustedes duermen —sollozó Tomás— Dice que esta era su casa, pero que su mamá lo encerró ahí dentro... y nunca lo dejó salir, ahora quiere que yo lo ayude a castigarla-- soltó mi pequeño hijo.
La luz del pasillo parpadeó una vez más.
Y en la pared, apareció algo escrito con lo que parecía ser tierra o sangre, decía.
"TOMÁS ME PERTENECE, NO PUEDEN HACER NADA "
Elías se acercó a la pared donde estaba la frase escrita, pasó el dedo con cautela sobre la sustancia, estaba tibia... y pegajosa.
—Esto no es tierra... —murmuró.
Tomás respiraba con dificultad en mis brazos, pero su mirada seguía clavada en el armario, no parpadeaba.
--Vamonos de aqui-- atiné a decir en medio de mi desesperación.
—No servirá de nada irnos —dijo de pronto Tomás—Samuel dice que si nos vamos, vendrá con nosotros, no podemos huir de el-- habló claramente.
Lo abracé más fuerte, pero Tomás se soltó de golpe y caminó lentamente hacia el armario.
—No, no, Tomás, no te acerques —le rogué.
Mi niño giró la cabeza hacia nosotros, pero algo no estaba bien en sus ojos; no eran los suyos, eran opacos, vidriosos, como si algo estuviera dentro de su pequeño cuerpo, como si no fuera el.
—Dijo que tengo que entrar, que esta vez alguien lo tiene que ayudar-- dijo con determinación.
Antes de que Elías pudiera detenerlo, Tomás abrió el armario, la oscuridad parecía extenderse como humo, envolviendo la habitación en un ambiente frío, de adentro del armario, salió un olor a humedad, madera podrida y algo más… algo rancio, antiguo, como carne seca y descompuesta.
—¡Tomás! —gritó Elías— ¡Sal de ahí!-- volvió a gritarle.
Pero ya era tarde.
El armario se cerró de golpe, por más que Elías lo intentó, no podía abrirlo, estaba como sellado desde dentro, cuando reaccioné, comencé a golpear la puerta, llorando y gritando el nombre de mi hijo.
Y entonces se escuchó una risa infantil... justo detrás de nosotros.
Nos giramos al mismo tiempo.
Tomás estaba allí, de pie, algo en su cara no cuadraba, su sonrisa era... demasiado grande, su cuello tenía una marca roja, como una soga invisible que lo rodeaba y sus ojos, ya no eran humanos.
—Gracias por dejarme salir —dijo con una voz doble, una de niño... y otra más profunda, más antigua— Ahora Tomás puede descansar-- mi piel se erizó al escuchar esas palabras.
La luz se apagó, sin darnos la oportunidad de preguntarle a ese ser que fue lo que pasó con nuestro hijo; En la oscuridad, algo respiraba cerca de nosotros, algo que no se fue de nuestro lado hasta que amaneció.
El sol se asomó débil entre las nubes grises. Afuera, el canto de los pájaros era opacado por el sonido de ramas secas crujiendo por el viento, dentro de la casa, reinaba un silencio sepulcral, terrorífico, como si el aire aún conservara el eco de lo que había ocurrido.
Me desperté sentada en el suelo de la habitación de Tomás, con los ojos hinchados y la bata manchada, a mi lado, Elías revisaba el armario una vez más, ahora abierto… completamente vacío.
Notamos un bulto en la cama, Tomás dormía, o al menos algo que parecía Tomás.
—¿Recuerdas lo de anoche? —le susurré tocando suavemente su cabello.
Mi niño abrió los ojos lentamente.
—No sé de qué hablas, mami, solo tuve una pesadilla, quiero dormir un poco más -- cogió sus cobijas y se volvió a arropar.
Elías y yo nos miramos alarmados y asustados, ¿nos estábamos volviendo locos?.
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NARRADOR
Más tarde, mientras Tomás miraba fijamente por la ventana sin pestañear, Elías se dirigió al centro de la ciudad, tenía que saber qué demonios pasaba en esa casa.
El archivo municipal era pequeño, polvoriento y olía a humedad, como si también allí el pasado se opusiera al paso del tiempo, estando allí, una persona mayor se acercó, que luego de presentarse, Elías supo que era el encargado, con una expresión sombría, escuchó la dirección de la casa y palideció.
—Esa casa... ¿Ustedes viven allí ahora?
Elías asintió, el hombre se levantó sin una palabra y volvió con una carpeta vieja, amarillenta, con una palabra escrita a mano en la carátula: CONFIDENCIAL.
Sacó una hoja con una fotografía en blanco y negro, un niño con ojos grandes, serios, llevaba una camisa de tirantes y parecía... familiar.
-Samuel Olivares, 7 años.
-Fecha de fallecimiento: 14 de mayo de 1954.
-Causa: asfixia por encierro.
—Lo encerró su propia madre —dijo el archivista en voz baja— La mujer decía que el niño estaba poseído, que hablaba con cosas que no existian, lo dejó encerrado en el armario durante días, cuando lo abrieron... ya estaba muerto, dicen que se oía su voz durante semanas después del entierro.
—¿Qué pasó con la madre?
—Se arrojó al pozo detrás de la casa, han comentado que se escuchan lamentos que provienen de alli, los ojos de Elías se dilataron por los nervios.
Elías sintió un escalofrío, recordó el pozo del jardín trasero, el que descubrió con su esposa, totalmente tapado por esas láminas y del que desconocían su existencia.
—¿Y nadie más vivió ahí?
—Cada familia que lo intentó... terminó mal, algunos se fueron, otros... no pudieron salir con vida-- miró a Elías con una expresión preocupada.
Elías tomó una copia de los archivos y salió a toda prisa.
Mientras tanto, en casa, Elizabeth preparaba el desayuno con sus manos temblorosas, cuando notó algo extraño, Tomás seguía mirando por la ventana, no se movía, ni siquiera respiraba con regularidad, se acercó con cuidado.
--Cielo ¿estás bien?-- le preguntó.
Tomás giró lentamente la cabeza, tenía una sonrisa ligera... pero sus ojos estaban vacíos.
—Él quiere que vayas tú ahora mamá, dice que el pozo tiene hambre-- le dijo, Elizabeth dio dos pasos hacia atrás, trastabilló y cayó sobre su trasero.
Desde el jardín, se escuchó una tapa metálica abrirse sola con un golpe seco.