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El Oráculo De La Bruja: El Despertar Del Nexus

El Oráculo De La Bruja: El Despertar Del Nexus

Status: En proceso
Genre:Magia / Demonios / Brujas / Fantasía épica
Popularitas:2.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Kevin J. Rivera S.

En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.

En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.

¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?

"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."

NovelToon tiene autorización de Kevin J. Rivera S. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO IX: El precio de ser uno

—Kenja —

El filo del mandoble descendió sobre mí como un relámpago negro. Apenas alcancé a rodar hacia un lado. El suelo estalló en mil pedazos tras el impacto, proyectando fragmentos de hielo como metralla. Me puse de pie en un solo impulso, jadeando. Aquella criatura era veloz. Precisa. Y lo peor... era yo.

La sombra me estudió. No tenía rostro, pero sabía que sonreía.

—¿Qué se siente mirarte sin alma? —musité, levantando mis puños al frente.

La sombra respondió lanzándose otra vez a la carga, su silueta difuminándose como humo sólido. Era impredecible. Una estocada curvada desde la derecha, luego una patada giratoria que impactó de lleno en mi pecho y me lanzó contra una de las columnas de hielo. Sentí que las costillas crujían.

Me levanté escupiendo sangre, apenas sosteniéndome. El cuerpo me dolía, pero la rabia... la rabia ardía más que el dolor.

—No me vencerás. No soy el mismo niño que temía su reflejo.

La sombra no contestó. Solo alzó el mandoble con una sola mano y apuntó hacia mí. Desde la hoja emergieron púas negras de energía oscura, como tentáculos de una bestia. Se lanzó una vez más. Esta vez lo esperé.

—¡Hazlo! —grité, avanzando también yo.

El impacto fue brutal. Cuerpo contra cuerpo. Filo contra puño. Choques que hacían vibrar el domo entero. Cada golpe abría grietas en el hielo. Cada esquiva era una danza milimétrica entre la vida y la muerte. Mis puños, envueltos en cristales congelados, golpeaban con precisión quirúrgica. Él bloqueaba. Me contraatacaba. Saltaba. Desaparecía. Reaparecía. Pero cada movimiento me enseñaba algo más. Él peleaba como yo lo hacía hace años. Como el yo que ya no soy.

En medio del combate, un recuerdo me sacudió:

—No mires al enemigo como una amenaza, Kenja —decía Synera, lanzándome una piedra mientras yo intentaba mantener la guardia—. Míralo como un espejo que te muestra lo que aún no dominas.

—¡Me estás tirando piedras, maldita bruja! —grité, cubriéndome.

—Y lo seguiré haciendo hasta que dejes de temerle a tu propio poder.

Volví al presente justo a tiempo para esquivar una estocada descendente que casi me parte en dos. Salté sobre su brazo, tomé impulso en su hombro y descargué un puñetazo de hielo puro en su nuca. El cuerpo de mi sombra se fragmentó por un instante, como si estuviera hecho de vidrio líquido.

Pero se rehízo. Más rápido de lo que esperaba.

Se desvaneció. Y desde las alturas, volvió a aparecer.

El mandoble giró con una potencia brutal.

—¡Kenjaaaaaa! —rugió mi sombra con una voz distorsionada, la única vez que habló.

—¡Ven por mí, maldito!

Extendí mis brazos. El caos del hielo se liberó.

Una esfera de frío absoluto se formó alrededor de mí, y de ella emergieron lanzas cristalinas que salieron disparadas en todas direcciones. Algunas cortaron el aire. Otras impactaron de lleno. La sombra cayó. Se levantó. Volvió a lanzarse sobre mí.

Y entonces, lo supe. Tenía que hacer algo más que resistir. Tenía que dominarlo.

Otro recuerdo surgió:

—Cierra los ojos, Kenja. —Synera me tomaba del rostro—. Si no crees en tu fuerza, te consumirás cada vez que la uses. Tu hielo es un eco del caos. Pero tú decides si congela... o si guía.

Abrí los ojos. Y lo sentí.

La energía se arremolinó en mi interior. Todo se volvió blanco por un instante. La temperatura bajó al punto en que incluso los cristales del techo comenzaron a quebrarse.

—Bendición del Vacío Glacial —murmuré.

Mis brazos se cubrieron de runas. Mi aliento se volvió escarcha. Mis pies dejaron de tocar el suelo. La sombra vaciló. Y por primera vez... retrocedió.

Me lancé contra ella con una velocidad que rompió el sonido. Lo golpeé en el estómago, luego en el rostro. Lo elevé en el aire con una columna de hielo que surgió de mis pies. Y entonces, mientras aún estaba suspendido...

—Este es el fin. Yo soy más que tú.

—¡Soy quien elige!

Reuní toda mi energía en un único ataque.

Una lanza de hielo negro, giratoria, pulsante con mi esencia, emergió en mis manos.

—¡JUEZ DEL ESPEJO ETERNO!

La lancé. Atravesó el aire con un chillido gélido.

Impactó.

La sombra gritó. El domo tembló.

Y luego… se desintegró en miles de partículas de luz.

El silencio cayó como un manto. Me dejé caer de rodillas. Respiraba con dificultad, mi cuerpo cubierto de heridas. Pero el pecho… ligero.

Me miré las manos. Temblaban.

Una última imagen apareció:

—Te dije que tenías algo grande dentro de ti —dijo Synera, sentada en la cima de una roca mientras yo caía rendido tras un entrenamiento—. Solo faltaba que tú también lo creyeras.

—¿Y si algún día no lo creo? —pregunté.

—Entonces lo recordarás. Con cada golpe que sobrevivas.

Sonreí.

Me levanté.

Y caminé hacia la espada.

Esta vez, cuando la toqué, el mandoble me aceptó.

El mandoble aún flotaba frente a mí, temblando con una vibración sorda que me atravesaba los huesos. La sombra había caído, evaporándose en una explosión oscura, como humo arrastrado por el viento. Y en ese silencio cargado de destino, extendí mi mano.

La hoja ya no era un monstruo indomable. Era una extensión de mi voluntad.

En cuanto mis dedos tocaron la empuñadura, una oleada de poder me invadió. La espada se tornó ligera como una pluma, y el calor del hielo —paradójicamente— recorrió mis venas. Un lazo invisible se forjó entre nosotros. No necesitaba palabras para entenderlo: me había aceptado.

Una runa se encendió en mi brazo, y el filo del arma brilló con un fulgor glacial. Hielos antiguos estallaron en mil cristales por el suelo de la caverna. Las paredes empezaron a temblar. El lugar se derrumbaba.

—¡No tengo tiempo para preguntas! —dije, montando sobre el lomo plano de la hoja, como si lo hubiera hecho toda la vida.

Con un rugido, mi energía se canalizó en la espada. Esta se cubrió de escarcha y lanzó un impulso explosivo. Me elevé a través del coliseo helado como un cometa de plata, volando entre fragmentos de roca y columnas que caían a pedazos.

La espada surcaba el aire como una tabla de surf en una tormenta mágica. Las paredes se estrechaban y los túneles se retorcían, pero yo me deslizaba con precisión sobre una estela congelada que se abría bajo mí, como si el mismo hielo me mostrara el camino. Mis gritos eran mezcla de adrenalina y risa salvaje.

—¡Esto es una locura! ¡Pero me encanta!

A cada giro, cada salto, dejaba tras de mí un sendero brillante de escarcha que florecía con figuras geométricas imposibles. La espada rugía, como si compartiera mi emoción. Por un instante, no había guerra, no había misión. Solo libertad.

Atravesé la última abertura como un rayo de luna, saliendo del interior de la montaña justo cuando todo colapsaba detrás de mí. Una explosión blanca iluminó el cielo mientras el santuario se hundía en su propio secreto.

Me elevé unos metros más y, con una última voltereta aérea, descendí con elegancia sobre la cima de una colina nevada. La espada se clavó en la tierra, y el hielo se esparció con suavidad a mi alrededor.

—Hermosa... —susurré, acariciando su filo. Sentí que la entendía, aunque aún me guardara secretos.

Y entonces, sin previo aviso, una ráfaga de viento me trajo un escalofrío distinto. No era magia.

…Era... tristeza.

Como un eco perdido, su nombre cruzó el aire.

—Synera.

El mundo cambió.

Las antorchas del templo titilaban, como si el aire se hubiese vuelto más pesado. Yo estaba de pie, contemplando el altar, cuando sentí que algo se quebraba detrás de mí.

—¿Frayi? —pregunté sin girarme.

No hubo respuesta. Solo un silencio largo... y luego, un suspiro apenas audible.

Me volteé.

Frayi estaba allí, pero... no completamente. Su cuerpo titilaba como una llama débil, como si la realidad ya no pudiera sostenerlo. Sus bordes se desvanecían en polvo de estrellas.

—¿Qué... qué estás haciendo? —pregunté, la voz quebrada.

El zorro sonrió con tristeza. Aquella sonrisa que tantas veces me sacó de mis propios abismos.

—No lo hago yo, señorita Synera... Ya es hora. Kenja... lo logró.

Sentí un nudo en la garganta. Caminé hacia él, pero cada paso era como hundirme en arena.

—¡No! No me salgas con esas cosas proféticas, maldito peludo. Aún no es tu momento.

—Mi momento terminó hace mucho... solo estaba esperando que él estuviera listo. Y ahora lo está. El niño al que cuidé, el niño que amé... ya no me necesita.

Las lágrimas me ardían. Frayi, el incorregible, el que nunca se callaba, ahora hablaba con una paz que me rompía.

—¿Recuerdas cuando el amo bonito se cayó por primera vez en el lago congelado durante uno de sus entrenamientos? —dijo, riendo entre lágrimas—. Yo estaba desesperado, pensé que lo había perdido. Pero él emergió, riendo como un loco, con los labios morados... y dijo: “¡Soy el rey de los hielos, Frayi!”

—Amo bonito… nunca dejaste de llamarlo así —susurré, con las manos temblorosas.

—Era mi pequeño... —susurró él—. Y ahora es un hombre. No solo fuerte. También justo. Bondadoso. Humano.

El aire se volvió frío. Su cuerpo empezaba a deshacerse.

Me arrodillé frente a él, tomándolo entre mis brazos, aunque ya apenas lo sentía.

—Frayi, no... no me dejes sola. Ya perdí tanto...

—No estarás sola. Él te tiene. Y tú lo tienes a él. Lady Aetherion nos unió... para esto.

Cerré los ojos. Apreté los dientes. No quería llorar, pero las lágrimas eran más fuertes que mi voluntad.

—Prométeme... que si hay un más allá... estarás ahí, esperándolo.

—Claro... con un banquete de carne asada y sopa de estrellas...como le gustaba —río débilmente.

Su cuerpo se iluminó por última vez, una explosión de luz suave que se elevó hacia el techo del templo. Brilló como un lucero... y se desvaneció.

Y el templo quedó en silencio.

Solo yo.

Con su recuerdo apretado en el pecho.

—Hasta pronto... viejo zorro.

El silencio se alargó, como si el mundo mismo contuviera el aliento.

—Kenja.

El viento soplaba ahora con otra intención.

El cielo estaba teñido de rojo. Los copos de nieve caían con una lentitud casi ceremonial. La espada, aún en mi espalda, emitía un leve zumbido, como si sintiera lo que yo aún no quería entender.

Al cabo de las horas, llegué al templo. No llegué antes del amanecer como había prometido, pero aun así caminé hasta la entrada. Las puertas estaban abiertas, como si me hubiesen estado esperando todo este tiempo.

Y allí estaba ella. Synera.

De pie, con los brazos cruzados, la mirada clavada en el vacío frente al altar. Su silueta era una estatua esculpida por el destino mismo. Inquebrantable. Pero la energía a su alrededor... estaba herida.

—Llegas tarde —dijo sin mirarme.

Mi corazón dio un vuelco. Algo estaba mal.

—¿Dónde está Frayi?

El eco de mi voz se perdió en el techo del templo.

Ella giró el rostro, y sus ojos —esos ojos llenos de fuego, de historia, de secretos— por un instante titilaron. Solo un instante. Pero lo vi.

Dolor.

—Se fue —respondió, con una calma que me dolió más que cualquier grito—. Su misión terminó.

—No... —di un paso hacia adelante—. No, no, no, ¡él no puede irse! ¡No así!

Caí de rodillas.

No lo había imaginado sin él. Jamás. Era mi sombra, mi guía, mi voz cuando el miedo me paralizaba, mi familia.

—No me dijo adiós... —susurré.

Synera se acercó lentamente. Se detuvo a mi lado. No me tocó. No lo necesitaba.

—No lo necesitaba decirlo. Tú eras su despedida.

—No... no entiendes... Yo... yo era solo un niño cuando me entregaron en sus brazos. El me enseñó a leer, a cazar, a no rendirme. A vivir. Todo lo que soy... es porque él creyó en mí cuando nadie más lo hizo.

La nieve entraba por el techo roto del templo, y por primera vez nevaba en el lugar, cubriéndonos a ambos.

Silencio.

Solo el crujir del hielo bajo mis dedos.

—A veces... —dijo Synera, sin emoción en su voz, pero con una ternura inesperada—... la despedida más profunda no se grita. Se guarda aquí.

Se tocó el pecho.

Y yo lo entendí.

Mi respiración se quebró. Cerré los ojos. Y lloré. No con rabia. No con desesperación. Lloré como se llora una pérdida que no se puede reemplazar. Una que cambia el contorno de tu alma.

Y entonces la sentí.

Una ráfaga suave. Como un aliento cálido en el cuello.

Una voz, fugaz.

"No llores por mí, Kenja... sonríe cuando mi recuerdo te abrace."

Me quedé inmóvil.

La espada en mi espalda se cubrió de una fina escarcha, como si guardara luto.

Synera habló por última vez esa noche, mientras salíamos del templo bajo el firmamento quebrado.

—El mundo no espera, Kenja. Pero yo sí.

Caminamos. Dos sombras bajo la nieve.

Un niño sin su guardián.

Un oráculo sin su amiga.

Una historia aún incompleta.

Y el eco de un zorro que se había llevado consigo un pedazo de cielo.

Mientras descendíamos por los escalones del templo, el silencio entre nosotros era profundo, pesado, como si el aire mismo estuviera detenido. Las huellas de nuestros pasos eran borradas por la nieve que caía con cada suspiro del viento.

De repente, Synera se detuvo. No dijo una palabra. Solo se quedó allí, mirando al frente, como si estuviera esperando algo. Algo que yo no entendía.

—Cuando todo esto termine… desapareceré —dijo, sin mirarme.

Mis manos se apretaron en los puños. No podía dejar que eso sucediera. No podía.

—No digas eso. No puedes… No te dejaré ir, Synera. Tú no desaparecerás como Frayi. No de esta manera. No serás solo un recuerdo. —mi voz temblaba, pero mi decisión era firme.

Ella giró hacia mí, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y comprensión.

—Kenja… Yo no fui creada para quedarme. No soy humana, no soy como él. Cuando mi misión termine, mi propósito se habrá cumplido, y mi existencia será… innecesaria.

Me acerqué más, mi corazón latía con fuerza. No podía dejar que se fuera. No podía dejar que la misión la hiciera desaparecer, como ocurrió con Frayi.

—Entonces… haré que tu misión nunca termine —dije, casi sin pensar. Las palabras salieron de mi boca con una determinación que ni yo entendía completamente. —¡Haré que siempre haya algo por lo que luchar! Por lo que vivir.

Synera me observó en silencio, como si intentara entender el peso de mis palabras. Y por un momento, me pareció que el tiempo se detenía, que la nieve que caía alrededor de nosotros no era más que un susurro distante.

—Kenja… no puedes evitar lo que está predestinado —dijo suavemente.

Pero yo no la escuchaba. Tomé su mano con firmeza, buscando en sus ojos algo más que dolor. Algo más que despedidas no dichas.

—Sí puedo. Te lo prometo. No te dejaré ir. Promételo, Synera. Promételo, que cuando todo termine, seguirás a mi lado. Que no desaparecerás como él. Que no serás solo una sombra en mis recuerdos. Promételo, por favor.

Synera se quedó en silencio, mirando mi rostro. La nieve seguía cayendo, cubriéndonos, pero en ese instante, lo único que importaba era la promesa que estábamos sellando, aunque no dijera una palabra. Finalmente, sus labios se curvaron ligeramente, con la misma sonrisa triste y poderosa que me había dado muchas veces antes.

—Te lo prometo, Kenja —dijo, y en su voz no hubo dudas. No esta vez.

Y aunque la incertidumbre seguía en el aire, algo cambió entre nosotros. La esperanza, esa chispa pequeña pero constante, seguía viva. Synera, con todas sus cicatrices y su destino marcado, ya no parecía tan distante. Y yo, a su lado, no estaría solo.

Nos miramos en silencio, bajo el manto blanco que nos cubría. Y mientras la nieve seguía cayendo, supe que, sin importar lo que el futuro trajera, ella estaría aquí. Conmigo.

—Gracias —susurré.

—De nada —respondió, y seguimos caminando.

A veces, lo único que necesitamos es la promesa de que no estamos solos. Y en ese momento, esa promesa fue suficiente.

1
Beatriz Narváez campo
con quién comenzará esta nueva vida synera...al menos no estará sola!!
Beatriz Narváez campo: eso está muy bien!! entre más entretenida mejor se disfruta la lectura!!
Kenja: Y cada capítulo es mejor que el anterior🤭🤭
total 2 replies
Beatriz Narváez campo
muy interesante historia!!
Leidys Quintero
Es muy emocionante esta historia, cada vez se pone mejor.
Leidys Quintero
Esta genial la historia, necesito leer mas, cada vez se pone mejor.
Paola Rivera
Muy buen trabajo hermano, sigue así.
Mikoru987
increible !!
Đông đã về
¡Escribe más, por favor!
Kenja: Hola, saludos. Por supuesto. Estaré subiendo capítulos todos los días. Pronto estará disponible el capítulo V. /Heart/
total 1 replies
Maito
Mas capitulos escritora!
Kenja: Hola, gracias por tu comentario. Espero estes disfrutando mi Obra tanto como yo al escribirla, estare subiendo capitulos nuevos todos los dìas. saludos...
total 1 replies
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