LA FARSANTE

Los primeros rayos del sol comienzan a iluminar la ciudad; después de pasar, gran parte de la noche en vela, Roberto Costa como autómata, se adentra en el cuarto de baño, se despoja de su pijama, abre el grifo de la ducha y se mete bajo la lluvia artificial; el agua cae sobre su cabeza, tratando inútilmente de mitigar la avalancha de pensamientos que cruzan por su mente.

En cuánto termina, envuelve con una toalla su cintura y sale con las gotas resbalando por su anatomía; se sienta en el borde de su cama y a su mente llega como un eco la voz de su hermano Renzo, <—ella es Laura Villamizar, mi prometida—> esas palabras le siguen resonando, pero ahora con una connotación distinta.

La culpa lo había carcomido desde el primer instante en el que el menor de los Costa los presentó, era una tortura silenciosa, un veneno lento que se mezclaba con la dulzura de un enamoramiento fuera de serie, sólo por una mirada casual, que despertó en él sensaciones desconocidas.

—¡Estúpido!, ¡mil veces estúpido!—murmura, golpeándose la frente con la palma de la mano—. ¿Cómo pude ser tan ciego?, ¿tan jodidamente estúpido?— cuestiona en voz alta, para sí mismo; fueron demasiadas las noches que pasó en vela, intentando ahogar ese sentimiento prohibido.

Cada risa de "Laura" dirigida a Renzo, cada gesto de supuesto cariño, fue una puñalada y a pesar de eso él se había condenado a sí mismo, por desear a la mujer de su hermano, a la prometida de Renzo, a quien él siempre ha visto, a ese mala cabeza, como su responsabilidad. La idea de traicionar a su propio hermano, de ser un desleal, lo atormentaron hasta el agotamiento, se obligó a sí mismo a marcar distancia, a la indiferencia forzada, mientras su corazón gritaba un nombre que no existe.

—¡Y todo es una mentira!, ¡una maldita farsa!— grita como un demente, con voz quebrada, cargada de rabia y un dolor profundo— me he sentido el peor de los hombres, el traidor perfecto, y ella riendose de todos.

Se siente como el imbécil más grande de la historia, ha estado sufriendo por algo que nunca existió, luchando contra un amor ilícito que, en realidad, es la mayor estafa. En un principio siente alivio de saber que no había "traicionado" a Renzo, pero ese sentimiento se desvanece rápidamente, siendo reemplazado por la amarga certeza de haber sido un peón en un juego cruel.

—¿Y ahora qué? —se pregunta con la mirada perdida —¿la expongo?, ¿le demuestro a mi familia la basura que es Renzo y esta mujer?, ¿o la mantengo cerca, como si nada y la convierto en mi, en mi juguete?— sigue cuestionándose y la imagen de la chica que hasta hace poco creía que su nombre era Laura, aparece en su mente con esa sonrisa y esa mirada que tiene un toque de melancolía, que le traspasan el alma y ahora no sabe hasta que punto es una actuación.

—¡NO!—Exclama —no debo seguir pensando en ella de esta manera, esa mujer es una traidora, una mentirosa— dice, aunque es consciente de que la desea, y ese deseo, ahora está despojado de culpas. El sonido de su teléfono móvil lo saca de sus elucubraciones, es su asistente quien le llama para informarle que el propietario de una mina de oro en Brasil, aceptó una sociedad con él; sin embargo, debe organizar todo para viajar al país suramericano a más tardar en un par de días; los trámites llevarán al menos dos semanas y debe hacerlos en persona...

Dinorah después de pocas horas de sueño, se levanta con el firme propósito de terminar pronto con las mentiras y desaparecer para siempre de la familia Costa.

El día de ayer fue muy productivo para la chica, pues, como Renzo no la llamó para seguir "el show", pudo emplear el tiempo, en recibir las enseñanzas de su madre e idear un negocio que, de concretarse, les dará cierta estabilidad.

Después de asegurarse de que Dana estaba dormida, se dedicó a estudiar en línea hasta altas horas de la noche, estrategias para impulsar el nuevo negocio que tiene en mente con los diseños de su madre; también ha sacado cuentas cuidadosamente, de manera que su inversión le permita pagar en cuotas a la familia Costa, cada centavo que ha recibido, de parte de su falso prometido por prestarse a ser una farsante.

Se mira al espejo, ya no será más Laura Villamizar, la prometida encantadora y culta; ella simplemente es Dinorah, una mujer atrapada en la red de mentiras que ella misma ha ayudado a tejer, una mujer que siente constantemente la culpa en su estómago y solamente cuando ve a su madre a punto de recuperar completamente su salud es que piensa que comprometer sus principios ha valido la pena.

—Esto tiene que acabar— se dice en un susurro, y la frase le suena más a súplica que a determinación —esta farsa es insostenible.

Piensa en la señora Elena, con su calidez maternal; en el señor Fernando, que siempre ha sido amable y ha tenido para con ella una mirada honesta. Ambos la han acogido con cariño, y al pensar en el dolor que les causará si se enteran de la verdad, una tristeza aún más profunda la embarga.

Las lágrimas comienzan a humedecerle los ojos, es consciente de que no merece más que miradas de desprecio por parte de esas personas que le abrieron las puertas de su hogar; sabe que, una vez que la verdad salga a la luz, la única forma de mitigar el golpe, para ellos y para sí misma, es desaparecer de sus vidas y esa idea, la de arrancar de cuajo los lazos que, a su pesar, ha formado, le duelen de una manera que no anticipó.

Incluso pensar en Renzo, le produce una extraña punzada, porque a pesar de su irresponsabilidad y sus planes descabellados, puedo ver en él una vulnerabilidad, una necesidad de aprobación que la ha conmovido a ratos; decirle adiós, aunque sea un embaucador, también le pesa, pero el nudo en su garganta se aprieta aún más cuando piensa en Roberto, en este momento él es el epicentro de su tormento, y no logra descubrir por qué; no obstante, saber que él descubrirá el engaño, hace que sienta una gran vergüenza y una herida profunda.

—Lo mejor será desaparecer— se dice volviendo su mirada al espejo —¿cómo le explico precisamente a él que soy una mentirosa?— cuestiona viendo el reflejo de una mujer a punto de romperse. El cariño que ha desarrollado por la familia Costa, hace que el acto de desaparecer no sea una liberación, sino un acto de auto-tortura, sabe que debe hacerlo, pero aún no sabe cuándo...