Tras la muerte de su padre, Violeta se enfrenta a una desgarradora decisión: regresar a la casa que heredó de él y lidiar con la última esposa de su padre, una mujer perversa que la someterá al dolor y la inseguridad. La convivencia con esta mujer, quien busca imponerse en la vida de Violeta, se tornará un infierno.
En medio de esta difícil situación, un ángel de carne y hueso se cruza en el camino de Violeta, alguien que no revelará sus verdaderas intenciones hasta que ella no sienta amor verdadero. ¿Podrá Violeta encontrar la fuerza para superar sus miedos y abrir su corazón al amor? ¿O sucumbirá ante la maldad que la rodea?
Esta es la historia de una joven que lucha por encontrar su camino en medio de la adversidad, una historia llena de emociones, secretos y un amor que lo cambiará todo.
Con gran admiración a todas las románticas que aman leer sobre: amor, emoción, algo de tragedia y misterio, intento regalarles una lectura que me encantó hacer y emocionarme junto a Violeta
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Ciega, sorda y muda
Osvaldo, con el corazón oprimido, decidió visitarla. María no debía saberlo, sería contraproducente. Al llegar, la abrazó con fuerza. "Hija querida, perdóname por no estar contigo", le dijo con la voz quebrada. "No sabía que tenías un amor con ese chico..."
"¡No es ese chico, papá! ¡Es Eric, mi Eric, mi amor!", exclamó ella, con el alma desgarrada. "¿Por qué pasó esto? ¡Me duele, me duele mucho! ¡Lo quiero conmigo!".
Lloró desconsoladamente en brazos de su padre hasta que el sueño la venció. Osvaldo comprendió que su hija no podía seguir allí sola. Llamó a María y le contó lo sucedido. Ella se mostró conmovida ante el dolor de Vita, o al menos eso le hizo creer a Osvaldo.
Al día siguiente, juntos, estudiarían qué posibilidades tenían para ayudar a su hija. La angustia los envolvía, pero la esperanza de encontrar una solución los impulsaba a seguir adelante.
Esther veía con preocupación la llegada de María a la casa, sabía que no sería bueno. Decidió hablar con Osvaldo y declararle: "Señor, la señorita Vita no quiere a María en esta casa, disculpe mi atrevimiento, pero usted sabe lo que piensa". En respuesta, Osvaldo pensó: "Quédate tranquila, Esther, será momentáneo hasta que Vita mejore. Tú no debes preocuparte, el manejo de la casa lo tienes tú, nada cambiará".
En la casa se instalaron Osvaldo y María, pero nada había cambiado. Ni siquiera la oscuridad que envolvía a Vita desde aquel aciago día parecía ceder. Dos semanas habían transcurrido en una agonizante lentitud, y Vita, cual autómata, se limitaba a respirar, impulsada por la inercia de su cuerpo, pero desprovista de toda voluntad de vivir. La desesperación de Osvaldo lo llevó a llamar al médico, quien, tras examinar a Vita, recomendó su internación como medida para ayudarla a sanar. La idea aterraba a Osvaldo, cuyo corazón se resistía a entregar a su amada Vita a un destino incierto, temiendo el trato que pudiera recibir.
María, con una mezcla de determinación y delicadeza, se propuso convencer a Osvaldo, argumentando que era lo mejor para Vita. Tras una ardua batalla de persuasión, María logró doblegar la resistencia de Osvaldo, quien, con el alma destrozada, accedió a la internación.
Esther, testigo silenciosa de la escena, observó cómo se llevaban a su señorita Vita, sintiendo un dolor desgarrador que le recordó aquel fatídico día. Mientras María y Osvaldo acompañaban a Vita en su ingreso, Esther, consumida por la amargura que le producía la sonrisa triunfal de María, se dirigió a la biblioteca.
Allí, abrió la caja fuerte y extrajo dos carpetas de vital importancia para Vita. Documentos que certificaban, con las firmas de su madre, la autenticidad de su derecho como única heredera de todo. Con cautela, Esther ocultó las carpetas entre sus pertenencias, decidida a proteger el legado de Vita, "mejor prevenir", pensó con un nudo en la garganta.
Pasaron dos días sin Vita en la casa. María pidió tener una reunión con los empleados para dejar sus reglas claras. "Dentro de poco seré la esposa de Osvaldo, solo espero que me traten con el respeto que me merezco". Las miradas iban de Esther y Eduardo, y estos dos con Susana.
Todo tenía el aspecto de cambiar rotundamente; sin embargo, Osvaldo no demostraba que eso pasaría. Anunció a Esther que Vita no había mejorado y, con este problema en puerta, iba a instalarse definitivamente en la casa junto a María.
En poco tiempo me casaré y espero que demuestres educación. Le había dicho. Esther, Sintió esas palabras salir de la boca de esa mujer malvada y supo que Osvaldo estaba siendo influenciado por ella. Pero no iba a dejarse vencer por esta situación.
Una tarde, Esther fue a visitar a Vita. El sitio donde la encontró era realmente desgarrador: una habitación blanca con solamente una cama, una mesa de luz y un ventanal enorme que daba a un pequeño jardín donde paseaban otros residentes. Al verla, no vio vida en sus ojos, solo vio lejanía, como si Vita hubiera huido de sí misma. "Hola, mi niña, ¿me oyes, pequeña?". Vita la miraba, pero no la veía. Tomó su mano, pero no recibió ninguna emoción de su parte. Vio uno de sus brazos y encontró marcas de haber sido inyectada muchas veces. Tenía tantas marcas en sus frágiles brazos que únicamente pudo llorar por el lugar en el que la sumieron.
Esther, asqueada por esta situación, decidió hablar con Osvaldo. Al salir del sanatorio, se dirigió a ver a Norma y le entregó las carpetas de Vita, pidiendo que las resguardara hasta que su señorita se mejore. Norma agradeció el amor por su amiga y prometió visitarla.
Fue de prisa a rogarle al padre de Vita por la situación espantosa que estaba viviendo su hija, hasta que lo convenció para ir a verla. Así, Esther acompañó al padre de Vita y por fin pudo dejar caer la venda de los ojos. "Por favor, señor, sáquela de aquí. Yo me ocuparé de ella, la cuidaré a tiempo completo, por favor, señor", le rogó. Tanto le rogó por la joven destruida que por fin accedió a sacarla de allí y responsabilizarse por su salida.
María estaba en la casa haciendo que cambiaran las cortinas, porque decía que eran anticuadas, cuando vio entrar Esther y Vida del brazo de esta. "¿Pero qué es esto?", alcanzó a decir cuando Osvaldo apareció en escena. "Querido, por fin tu hija mejoró", dijo con voz demasiado alegre como para ser creíble. "No ha mejorado, pero ese lugar no es nada bueno, lastimaron los brazos de Vita con inyecciones de quién sabe qué tipo". "Pero, querido, esa es una clínica de muy alta categoría, no comprendo...". "Permiso, señor, llevaré a la señorita a su habitación", dijo Esther llevándose a la joven.