No Soy Un CEO Despiadado

Fruncí la nariz en cuánto llegué al hospital, el olor de los medicamentos y antisépticos, eran algo que no era de mi agrado total. Después de todo, durante los últimos tres años, ya sea en navidad, año nuevo, primavera o invierno. Cada momento la pasé en la sala de este hospital.

Caminé por los pasillos del hospital hasta la habitación en la que se encontraba alojada mi hermana.

—¿Cómo estás aquí tan temprano? Pensé que tardaría un poco más en venir, Fernanda.

Santas bananas y peras.

Debido a que iba distraída no me di cuenta de que Andrew, el joven y guapo doctor de mi hermana estaba delante de mí. Él es un hombre alto, de tez trigueña, sus rasgos faciales son muy varoniles, posee unos bellos ojos cafés adornados con espesas pestañas que parecen un abanico de plumas; su personalidad es jovial y relajada. Andrew es el tipo de persona que podía hacerse amigo de cualquiera. Muy agradable.

Me mordí el labio mientras pensaba en que excusa darle. No quería que él sepa que había sido despedida. Dado, que en los últimos días no había hecho más que hablar sobre mi nuevo trabajo y lo mucho que me gustaba. No es como si estuviera presumiendo como un pavo real que deseaba cortejar a su pava. Bueno si lo estaba haciendo, si era sincera conmigo misma, tenía un gran flechazo con el hombre que estaba delante de mí, sin embargo, nunca me atreví a decirle o darle algún indicio, tenía miedo de que nuestra amistad se arruine.

—Me dieron el día libre porque… — mentí —. Porque mi jefe tuvo que irse a… —no supe qué decir. Mientras miraba alrededor, mis ojos se fijaron en un anuncio sobre vasectomías —¡Oh, sí! Tuvo que salir a hacerse una vasectomía.

Andrew soltó una risa —¿Vasectomía? Bueno, eso no importa. Anda dónde Angélica ha estado vomitando toda la mañana por las secuelas de su tratamiento. Aunque intenté animarla parece que he fallado.

—Está bien.

Al saber que mi hermano se encontraba mal, me despedí de manera rápida de Andrew sin detenerme en admirar su risa. Cuando entré a la habitación de Angélica un leve olor a desinfectante invadió mis sentidos.

—Hola, hola ~

Mi hermana al escuchar mi voz levantó la mirada del libro de cuentos que estaba leyendo. A su lado había una bandeja que supuse que era para cuando sienta arcadas.

La niña de once años delante de mis ojos lucía pálida y demacrada; su cabello que en el pasado había sido de un color claro como los pequeños destellos del sol al amanecer había desaparecido por completo, sus ojos mieles estaban rodeados por aros oscuros, sus labios se mostraban resecos y ásperos. Pero ante mis ojos ella seguía siendo la persona más hermosa del mundo. Mi pequeña princesa.

—Fer, viniste — comentó con una frágil sonrisa que parecía que en cualquier momento podría desaparecer —. ¿Ya está lista mi peluca?

Al escuchar la emoción en su tono sonreí. —Solo le faltan algunos pequeños retoques. Este fin de semana quizás esté lista y podremos ir a comer para estrenarla.

—Tu cabello crecerá, ¿cierto? No soy como la madrastra de Rapunzel, ¿cierto? — preguntó preocupada.

Pasé mis dedos por mi cabello negro que ahora lo tenía cerca del cuello.

—No lo eres. Mi cabello crecerá. Pero sabes algo, me gusta más este estilo. No crees que me veo más hermosa.

—Eres la más hermosa, Fer. ¿Cómo te fue en tu trabajo?

—Muy bien, mi jefe es un hombre muy bueno, que cuando se enteró que te estabas sintiendo mal. Me dió permiso para venir a verte.

Angélica soltó una risa ante mis palabras, la cual luego fue oculta por una tos desgarradora que no era para nada fingida.

Mi hermana estaba enferma, muy enferma. Estaba muriendo, podía verlo. Aunque he tratado de ser optimista con su tratamiento, este no ha dado los resultados esperados, nada parece funcionar en Angélica.

Recuerdo la primera vez que me enteré que ella tenía leucemia. En ese entonces estaba en mi trabajo de medio tiempo, cuando la profesora de literatura me llamó para decirme que mi hermana se había desmayado en clases, por lo que había sido trasladada a un hospital.

Me sentí tan impotente en ese tiempo, no tenía a nadie a mi lado, ni un familiar, ya que estos viven en ciudades lejanas, ni un amigo, debido a que desde que mis padres murieron y al estar ocupada trabajando sin tener tiempo para mí, todas esas personas que considere amigos se alejaron. Estaba demasiado ocupada con el trabajo para salir con ellos, por lo que poco a poco me eliminaron de su círculo de amigos.

Por lo que cuando me dieron los resultados de los estudios que le hicieron a mi hermana, creí que mi mundo se venía abajo. Me sentí tan sola e impotente. Después de todo, sabía que algo como el cáncer era como una sentencia de muerte. Además de que no tenía los recursos suficientes para el tratamiento, me sentí morir. Pero, luego Andrew me explicó que el cáncer de mi hermana fue detectado en sus primeras etapas por lo que había mucha mayor probabilidad de que se recupere. También me ayudó a encontrar algunas fundaciones que ayudan a personas de escasos recursos.

—Entonces, tu jefe, él es… ¿Él es guapo?

Sonreí ante la pregunta de mi hermana, por un momento a mi mente acudió la imagen inmaculada de mi elegante y sexy jefe, bueno, aunque ahora era es jefe.

—Muy guapo, parece como esos protagonistas de libros. Tiene unos ojos azules tan profundos y su cabello se ve suave al tacto como si fuera seda.

Claro, si le quitamos ese aura fría y mirada intimidante. Max Hidalgo sin duda alguna sería el epítome de la belleza. Sin embargo, eso es algo que mi hermana no necesita saber.

—Ni hablemos más de mi jefe y mejor dime, ¿qué tipo de cuento quiere la princesa que lea? ¿terror? ¿romance? ¿o de príncipes y princesas?

Angélica sonrió de lado, adquirió una pose meditativa, como si estuviera pensando su respuesta cuando era más que claro lo que elegiría.

—De terror, de terror, hermana, por favor.

Sí, sabía que esa sería su respuesta.