Sombras Del Amor

Punto de vista de Elena

Tuve una mala noche. Ese beso que nos dimos, Leonardo y yo, me había marcado. Pero ahora tenía que centrarme en lo que realmente importa: conseguir un trabajo para poder mantenerme a mí y a mi hijo. Nunca pensé que estaría en una situación tan difícil, después de casarme con Andrew me sentí protegida y tranquila, me hice tan dependiente de ese hombre que ahora me arrepentía. Al día siguiente, muy temprano, alguien llamó a la puerta del apartamento. Lucía y yo nos levantamos y nos miramos sorprendidas; era temprano y a nosotras nadie nos visitaba nunca. Con cautela, fuimos a abrir la puerta y nos encontramos con Luis, el chófer de Leonardo, quien venía acompañado de otros sujetos que traían muchas bolsas en sus manos.

"Buenos días, señoras. Disculpen que interrumpamos su descanso, pero el señor Leonardo envió a traerles estas cosas." Lucía, muy animada, abrió la puerta completamente, dejando que los visitantes pasaran.

"¿Qué significa esto? No estoy mendigando nada y mucho menos pidiéndole algo a Leonardo," dije molesta.

"El señor lo está haciendo con gusto; además, dice que a su bebé no puede faltarle nada," respondió Luis con seriedad. "Llévate todo esto; no lo necesitamos. Ya veré cómo saco adelante a mi hijo."

"Lo siento, señora. Como le he dicho antes, si no cumplo con las órdenes del señor, este me descontará el día completo de trabajo y necesito el dinero para mantener a mi familia." No pude seguir discutiendo con Luis; al fin y al cabo, él no era culpable de lo que hacía su jefe. Le pedí que me esperara; él no se imaginaba adónde le pediría que me llevara. Salí media hora después. No me molesté en arreglarme mucho; estaba apurada y quería decirle sus verdades a Leonardo. ¿Qué se creía? ¿Acaso me vio cara de muerta de hambre? Su regalo era un mercado para un mes, además de vitaminas prenatales que me hacían falta y unos regalos para el bebé. Salimos del apartamento y, una vez dentro del auto, le pedí que me llevara con su jefe. El hombre se puso pálido; me daba pena por él, pero ahora necesitaba hablar con Leonardo. No quiero su caridad; no me hace falta. Él no tiene por qué darme nada hasta que se demuestre que el niño es suyo y cuando eso pase, su obligación es solo con el bebé, no conmigo. Luis me llevó hasta el centro de la ciudad. Los enormes edificios a nuestro alrededor eran impactantes. No era la primera vez que venía a este lugar, pero sí era la primera vez que entraría a uno de esos rascacielos. Ahora sí me arrepentí de haber arreglado un poco mi apariencia externa. Me llené de valor y entré acompañada de Luis al edificio donde trabajaba Leonardo. Nadie intentó detenerme; imagino que porque iba acompañada de Luis. Mi camino estuvo libre hasta llegar a la oficina de Leonardo. Allí, una mujer muy fastidiosa me detuvo.

"Lo siento, no pueden pasar; el señor Villalobos está reunido..."

"Me importa un bledo con quién esté reunido; tengo que hablar con él y es urgente." No estaba acostumbrada a ser grosera, pero esa mujer me miraba de una manera que no iba a permitir; ¿qué se creía? ¿De la realeza o qué?

"Debes hablarle mejor a la señora o te puedes meter en problemas," intervino Luis con mucha educación.

"No opines; tú solo eres el chófer del señor Villalobos. Así que les voy a pedir a ambos que se retiren," indicó la mujer mirándome de arriba abajo. Luis intentó mediar con ella, pero era inútil; la mujer estaba renuente a dejarme pasar. Cuando vi que cedió un poco y fue a preguntar a Leonardo si me iba a atender fue cuando aproveché para entrar a su oficina. Él se quedó viéndome fijamente. Cuando finalmente habló, sus palabras me dejaron impresionada: me estaba presentando como su mujer y además me defendió de esa otra bruja que arremetió contra mí sin contemplación. No quería estar más en ese sitio así que tomé el camino del cobarde y salí huyendo. Nunca imaginé que Leonardo saldría detrás de mí y mucho menos que me dijera que creía en mí y que el bebé en mi vientre era su hijo.

"Vamos, tenemos que hablar," dijo tomándome de la mano.

Al llegar al edificio, encontramos a Luis esperando, listo para trabajar. Al vernos, abrió la puerta trasera del auto para que subiéramos.

"Perdón por las palabras de mi mamá; ella es un personaje y se cree superior a los demás", comentó Leonardo, con la mirada fija en el camino.

"Ya no importa. Tampoco debí venir sin avisar", respondí, encogiéndome de hombros.

"Te invito a desayunar", dijo de repente.

"No estoy en condiciones de ir a ningún lado. Mírame, parezco una indigente", contesté, sintiéndome apenada.

"Entonces vayamos a mi apartamento. Luis nos comprará el desayuno".

"Eh, a tu apartamento... No creo que sea buena idea", expresé, recordando lo ocurrido la noche anterior.

"Tranquila, no voy a intentar nada. Solo quiero que conversemos y dejemos claras las cosas", respondió con seriedad.

"Está bien, acepto. Hay mucho de qué hablar".

En un abrir y cerrar de ojos, llegamos al apartamento de Leonardo. No estaba muy lejos del centro de la ciudad. Subimos al último piso mientras Luis iba por el desayuno.

Al entrar, los recuerdos de la noche anterior me invadieron y me pusieron nerviosa.

"Toma asiento. Voy a hacer algunas llamadas y en unos minutos vuelvo para que hablemos", explicó Leonardo con tranquilidad.

"Si estás ocupado, podemos dejar la conversación para otro día", dije, levantándome para irme.

"Siéntate, ya vengo", su voz sonó más como una orden que como cualquier otra cosa. Sin más remedio, me senté y esperé a que terminara sus llamadas. No podía negar que ese hombre era muy atractivo y despertaba en mí algo que nunca antes había sentido.