En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.
En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.
¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?
"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."
NovelToon tiene autorización de Kevin J. Rivera S. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO X: El Misterio de Sharksoul
— Synera—
Pensé que mi misión de encontrar al caos había terminado, pero es un viaje que apenas está por comenzar. Ahora no solo tengo una misión que cumplir, sino también una promesa que mantener. Soy ajena a si de verdad pueda cumplirla o no, pero lo haré.
A la mañana siguiente, desperté con el sonido metálico de una espada cortando el aire. Afuera, Kenja entrenaba. Lo observé un momento desde la ventana: su cuerpo tenso, movimientos bruscos, como si estuviera luchando con algo más que su reflejo. Su nueva espada... aún no he tenido el placer de examinarla, pero parece tener historia, como todo lo que carga ese chico.
Antes de salir, me fumo un cigarrillo mañanero y me echo un poco de polvo de hongo mágico en la lengua. La ida de Frayi me dejó con dolor de cabeza, y nada mejor que mis vicios para sentirme viva... o al menos despierta.
—Nada como un buen vicio para espantar la realidad —murmuro con una sonrisa traviesa, exhalando el humo que se disuelve como un suspiro en el aire.
Me encamino al jardín, aún descalza y con la mente medio nublada.
— Kenja.
El aire estaba quieto, pero en mi interior todo era caos.
Blandía la espada con fuerza, una y otra vez, como si cada golpe pudiera arrancarme los recuerdos, como si el filo pudiera silenciar la voz que no dejaba de repetir su nombre —Frayi...
Mi agarre se tensa. La hoja silba al cortar el viento, pero no hay enemigo frente a mí. Solo memorias.
El filo choca con el tronco de un árbol viejo, dejando una marca profunda. Mi respiración se agita. Me duele. Todo me duele. No el cuerpo. El alma.
“¿Por qué tuviste que irte? ¿Por qué me dejaste con tantas palabras sin decir?”
Doy un giro, ataco de nuevo. Otra estocada. Otro corte más en la corteza. Imagino su rostro, su sonrisa suave, su risa que alguna vez me calmaba. Ahora solo me atormenta.
—No debiste... irte así —susurro.
Sigo entrenando, más rápido, más agresivo, como si la velocidad me hiciera olvidar. El sudor cae por mi cuello, mis músculos gritan, pero no me detengo.
Él cuido de mí. Me amo. Y, aun así, no pude detenerlo.
Una lágrima cae, pero no la detengo. Ya no hay fuerza para eso.
Entonces escucho un sonido detrás de mí. Una risa suave. Ella está ahí... no Frayi. Synera.
—Vaya, estás intenso esta mañana —dice, exhalando el humo de su cigarrillo.
No respondo. Solo bajo la espada, temblando un poco. No por el esfuerzo físico. Por lo que me consume por dentro.
Y entonces, su voz cortó el silencio como una brisa descarada.
— Synera.
—¿Acaso no vas a decirme ni***buenos días***\, alma en pena? —solté con sarcasmo mientras me apoyaba en el marco de la puerta.
Kenja ni se dignó a voltearme a ver. Seguía dándole a la espada como si el tronco le hubiera robado algo.
Exhalé el humo de mi cigarrillo con dramatismo, y con precisión quirúrgica se lo lancé directo al pecho. El cigarro todavía encendido rebotó en su piel sudada, haciéndolo brincar.
—¡¿Estás loca o qué?! ¡Eso quema! —gritó, dándose una palmada.
—¡Mira, escuincle insolente! Estoy aquí parada, hablándote como toda una dama, y tú haciéndote el mudo. ¿Qué te pasa, ah?
—¿Ah sí? Perdón... no me di cuenta de que había una bruja medio desnuda gritándome desde la puerta —respondió con ese tonito sarcástico que me dan ganas de patearle el ego.
Entonces, sin perder la oportunidad, hago una pose bien coqueta, subo apenas un poco el borde de mi babydoll con una sonrisa ladina y le suelto en tono provocador:
—¿Y tú crees que una mujer tan divina como yo no merece, aunque sea un poquito de atención? —digo entre risas, exagerando cada palabra.
Kenja se queda pasmado, más rojo que un tomate en julio.
—¡¿Qué dices?! ¡¿Por qué eres así?! ¡Estás loca, bruja pervertida! —grita, cubriéndose los ojos como si fuera un niño virgen.
—¡Ay, por favor! No exageres, mojigato. Un poquito de pierna y ya te desmayas —resoplo, cruzándome de brazos.
—¡Siempre tienes que ser tan vulgar! —responde él, mirando hacia otro lado.
—Ay, sí, ya supéralo, drama queen. Por cierto, tráeme esa espadota un momento —señalo con el dedo—. Quiero verla más de cerca. La espada, Kenja. La es-PA-da.
—¡Ya entendí, no sigas! —gruñó mientras iba a buscarla.
—Niño tonto… no aguantas ni un poquito de relajo —dije suspirando mientras me cruzaba de brazos, divertida por su reacción exagerada.
Kenja bufó y trajo la espada. Al llegar, la enterró en el suelo frente a mí con fuerza, como si estuviera marcando territorio. Me agaché para observarla más de cerca, fascinada por las peculiaridades y diseño a largo de la hoja. Era… distinta.
Cuando estiré la mano para tocarla, una descarga me recorrió los dedos. Me estremecí y retrocedí con un quejido, sacudiendo la mano.
—¡Auch! —fruncí el ceño, mirándola con más interés—. Bueno, eso fue grosero.
—¿Qué pasó? —preguntó Kenja, frunciendo el ceño.
—No se deja tocar... interesante —murmuré mientras la rodeaba, hablando conmigo misma—. Ajá... hmmm... muy curioso... sí, sí...
Kenja me observaba como si estuviera a punto de volar en pedazos.
—Oye, ¿qué... qué sucede? Es genial, ¿verdad?
—No es solo "genial", niño. Es... única. Jamás había visto algo así. Hay un patrón de runas en la empuñadura que parecen responder solo a ti... —dije pensativa, con los ojos brillando de emoción.
—¿Runas? ¿Responderme a mí?
—Sí, pero hay algo más... —susurré, ladeando la cabeza como si escuchara algo que no estaba allí.
—¿Algo más? ¿Qué cosa? —preguntó, ya más nervioso que curioso.
Me puse de pie, chasqueando los dedos.
—Llévala a mi habitación. Ponla sobre la mesa. Allí podré examinarla con calma, sin que me electrocute como si fuera una amenaza o algo así.
—...No le hables así a mi espada —murmuró Kenja, alzando una ceja.
—Shhh... tú tráela. Yo hago la magia.
Kenja colocó la espada cuidadosamente sobre la mesa de mi habitación, aun mirándola con respeto, casi como si temiera que le hablara.
Yo, por mi parte, chasqueé los dedos con estilo.
En un parpadeo, mi atuendo cambió por completo: unas pantimedias negras decoraban mis piernas, unos tacones altos resonaban con elegancia en el suelo, y una bata blanca cubría apenas mi babydoll. Llevaba el cabello recogido en un moño pulcro y unos lentes enormes y redondos aparecieron mágicamente sobre mi nariz. Parecía una científica... una científica peligrosamente sexy.
—¡Ahhh! —exclamó Kenja, con los ojos como platos—. ¿Cómo... cómo haces eso? En serio, ¿cómo?
—Ay, por favor —respondí girando sobre mis tacones como en una pasarela improvisada—. Una examinación de este nivel merece un atuendo especial. Esto no es cualquier espada, cariño, es un misterio con filo.
—...Pareces más lista cuando haces esas cosas raras —murmuró Kenja, aún sin saber dónde mirar.
—Y más sexy también, admítelo —le guiñé un ojo antes de acercarme a la mesa como toda una experta—. Ahora sí... vamos a ver qué secretos escondes, belleza afilada.
Coloqué una mano sobre la espada con una precisión tan calculada que parecía que conocía cada rincón de su filo. Me tomé un momento, respiré hondo, y pronuncié el hechizo con toda la seriedad que la ocasión requería:
— Zahran!
Un círculo mágico se abrió ante nosotros, brillando con una luz tenue, como si estuviera invitando a la oscuridad a entrar. Inmediatamente, una interfaz mágica se desplegó en el aire, mostrando los detalles del arma, y me quedé hipnotizada.
— Así que este es el regalo que te dio Aetherion... interesante —murmuré, con la voz entre asombrada y un poco divertida.
Kenja, que estaba casi saltando de emoción, se inclinó hacia mí con los ojos brillando.
— ¿Qué dice? ¿Qué dice? Dime, ¡dime! —preguntó, casi chorreando de anticipación.
— ¡Te explico! —respondí con un gesto elegante, como si estuviera presentando una fórmula mágica del más alto nivel. Claro, no iba a perder la oportunidad de lucir como la experta que soy—.
Según el escaneo mágico, su nombre es Sharksoul. Esta arma no es simplemente una espada mandoble... no, no. Guarda las almas de seres que captura. Y no hablo de cualquier alma, ¡no! Hablamos de almas de diferentes rangos, magias, razas, especies... ¡todo un buffet espiritual!
Kenja me miró con ojos desorbitados, casi comiéndose cada palabra.
— ¿Y qué más? ¿Qué más? —dijo, con una emoción casi infantil.
— ¡Paciencia! —respondí, levantando un dedo, como si tuviera que controlar su impaciencia con un hechizo de calma—. Verás, podrás invocar a estos espíritus en el campo de batalla. Ayudarán... pero ojo, se alimentan de tu maná. Y dependiendo de cuánta energía tengas, el espíritu invocado será más o menos fuerte. Cuanto más poder tengas, ¡más poderosos serán los seres que puedes invocar! Es como un menú... de criaturas sobrenaturales.
— ¡Eso suena increíble! —Kenja no pudo evitar interrumpir, casi chillando—. ¡Dime más!
— Ah, bueno, si insistes... —respondí con una sonrisa traviesa, pensando en cómo seguir jugando con él—. Eso es solo el principio. Pero claro, todo esto tiene su precio...
Kenja estaba pegado a mí como un perro esperando que le lanzaran un trozo de carne.
— ¡Dime más, por favor, por favor!
Coloqué ambas manos detrás de mi espalda, mirándolo con una sonrisa ligera, aún intrigada por lo que acababa de descubrir. La espada, Sharksoul, permanecía acostada sobre la mesa, quieta y firme, pero al intentar tocarla antes, me había rechazado con una descarga mágica, como si se negara a ser manipulada por alguien que no fuera Kenja.
— Esta... —comencé, mientras observaba la interfaz mágica proyectada frente a nosotros—. Es un arma de altísimo nivel. Única en su tipo. No hay nada como ella en todo Veydrath.
Kenja me miraba con los ojos muy abiertos, casi sin parpadear.
— ¿De veras? ¿Tan poderosa? —preguntó, la emoción todavía marcada en su voz.
— Sí... y lo más curioso de todo es que desconozco a quién perteneció antes. —dije, pasando un dedo por el aire, como si quisiera resaltar lo misterioso de la situación—. Lo que sí sé es que Aetherion, por alguna razón, pensó que tú serías la persona adecuada para manejarla.
Kenja frunció el ceño, como si intentara conectar las piezas del rompecabezas.
— ¿Aetherion... pensó en mí? —preguntó, sorprendió, pero también sintiendo el peso de la responsabilidad.
— Sí, parece que había algo en ti que llamó su atención. —respondí con una mirada pensativa—. Quizás tu fuerza, tu voluntad o algo más... Pero la verdad es que aún me sorprende que esta arma te haya elegido a ti.
Silencio. Un silencio pesado, como si todo el universo estuviera esperando que la verdad se desvelara. Kenja, al parecer, estaba intentando digerir la magnitud de lo que acababa de oír.
— ¿Y cuántas almas tiene dentro? ¿Cuántos espíritus puede invocar? —preguntó, sin poder esconder la curiosidad.
Suspiré, un poco más seria esta vez, mientras pensaba en cómo explicar lo que desconocía.
— Eso... es algo que también desconozco. —respondí, frotándome la barbilla con aire pensativo—. No hay un registro claro de cuántas almas tiene almacenadas o cómo se deben usar exactamente. Es un misterio... y eso es parte del proceso. Lo que sí te puedo decir es que cuando te enfrentes a algo realmente peligroso, lo descubrirás. El vínculo con la espada no es inmediato, pero con el tiempo y la práctica, sabrás cómo sacarle el máximo provecho.
Kenja parecía procesar todo lo que le había dicho, asintiendo lentamente, pero no completamente convencido.
— ¿Y cómo sé si realmente puedo controlar un espíritu? —preguntó, casi con una pizca de duda.
— Bueno... —dije con una sonrisa juguetona, mirando la espada—. Tal vez deberías intentar invocar a uno de bajo nivel, para empezar. Hazlo por simple curiosidad. No sé cómo funcionará, pero podrías empezar por probar algo pequeño. Un espíritu débil o parecido. Solo no me hagas responsable si invocas algo que no puedas manejar.
La idea de la prueba parecía intrigarlo. Kenja se acercó a la espada, sus manos temblorosas, como si el poder de Sharksoul fuera algo que pudiera sentir incluso a distancia.
— ¿Tú crees que... lo logre? —preguntó, un toque de duda en su voz, pero también esa chispa de valentía que siempre había tenido.
— Nunca lo sabrás si no lo intentas. —respondí, con un tono serio pero juguetón, haciendo un gesto con las manos como si diera permiso.
Kenja se quedó frente a la espada, inhalando profundamente.
— ¿Qué puede salir mal? —murmuró para sí mismo.
Kenja tomó la espada con firmeza. Sus dedos se cerraron alrededor de la empuñadura con decisión mientras alzaba a Sharksoul hacia el arriba, su hoja gruesa en forma de colmillo brillaba con un tenue resplandor oscuro.
—¡Yo te invoco! —exclamó con determinación.
El silencio fue absoluto. Ni un suspiro de viento, ni un cambio en el ambiente. Solo nuestras miradas expectantes fijas en la espada… pero no pasó nada.
Kenja frunció el ceño, se aclaró la garganta, y lo intentó de nuevo con más fuerza:
—¡Yo te invoco!
Nada.
Dejó caer los brazos, claramente frustrado, y murmuró:
—Bruja mentirosa… no puedo invocar nada.
Di un paso al frente para responderle, pero en ese instante, la espada vibró sutilmente. Un leve zumbido mágico lo atravesó, y sus ojos se abrieron con sorpresa: acababa de recibir algo, una especie de susurro en su mente. Sin decir una palabra, salió corriendo hacia el jardín con una mezcla de emoción y urgencia, y yo, por supuesto, lo seguí intrigada.
Una vez afuera, Kenja clavó con delicadeza la espada en el suelo, no profundamente, solo lo justo para estabilizarla. Luego giró la empuñadura hacia la izquierda, como si estuviera activando una cerradura oculta en la tierra misma.
Entonces ocurrió.
Un círculo de luz se expandió alrededor de la hoja, trazando símbolos arcanos que brillaban como estrellas atrapadas. El metal de la espada brilló con intensidad y proyectó una sombra en forma de tiburón, cuyos colmillos se movían como si la figura misma respirara.
El suelo tembló suavemente y una ráfaga de energía mágica emergió de la espada. De la luz que brotó como una llamarada marina, surgió una figura humana, envuelta en niebla y viento.
Una explosión controlada de humo giró a su alrededor, disipándose lentamente hasta revelar a un hombre erguido sobre una katana ligera, cuya hoja estaba clavada justo frente a él. Él se mantenía en equilibrio perfecto sobre el pomo, en una postura de total vigilancia.
Su apariencia era imponente: vestía ropas de ninja en tonos rojo escarlata y negro profundo, su cabello largo recogido en una coleta alta que se movía con la brisa mágica, y una máscara ocultaba su rostro casi por completo, dejando al descubierto unos ojos intensos y afilados como cuchillas.
Con un movimiento elegante, descendió de la empuñadura, aterrizando en el suelo con la ligereza de una hoja.
—Kurojin, espíritu de la tormenta carmesí, a su servicio, mi señor —declaró con voz grave y ceremoniosa, mientras hacía una reverencia solemne ante Kenja.
Yo solo podía mirar con los ojos muy abiertos, fascinada. Ahora sí, la espada había hablado… y lo que había respondido, era mucho más que palabras.
—¡¿Qué?! ¿¡Mi propio esclavo!? ¡Esto es genial! —exclamó Kenja con los ojos brillando de emoción infantil.
Kurojin lo miró en silencio, con una expresión estoica y los brazos cruzados, esperando con respeto alguna orden. Pero Kenja, como era de esperarse, no pudo contener su lado impulsivo. Empezó a rodearlo, a tocarle los brazos, el cabello, incluso le dio un par de golpecitos suaves en el pecho como si intentara comprobar que era real.
—¿¡Qué tan fuerte eres!? ¿¡Puedes volar!? ¿Te puedes convertir en humo?! ¿¡Y si te toco aquí…?! —seguía diciendo con fascinación, como si hubiera conseguido el último modelo de acción edición limitada.
Kurojin ni se inmutó. Seguía inmóvil como una estatua samurái, soportando la inspección con una paciencia casi sobrehumana.
Yo observaba todo con una ceja alzada, cruzada de brazos.
—Este niño… —murmuré.
Di un paso para acercarme con intención de examinar al espíritu más de cerca, pero en un parpadeo, ¡shk! —una figura veloz apareció frente a mí. Sentí el frío acero de un kunai afilado presionado contra mi garganta. Kurojin, sin expresión alguna, me sostenía la mirada con esos ojos como de noche sin luna.
Ni respiraba.
Yo tampoco.
—¡Detente! ¡Por favor! ¡Ella no es mi enemiga! —exclamó Kenja, dando un salto hacia nosotros con evidente pánico.
El espíritu retiró el arma sin decir palabra, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba nuevamente junto a su invocador, firme, leal… y peligrosamente protector.
Yo me llevé una mano al cuello, aun sintiendo la amenaza en la piel.
—Curioso —dije con una sonrisa sarcástica—. Casi me mata tu nueva mascota… y eso que es de bajo nivel. No quiero ni imaginar lo que haría un espíritu superior si le caigo mal.
Kenja tragó saliva.
—Sí… bueno… creo que esta arma es más seria de lo que pensaba…
—Sharksoul no es un juguete —le recordé, dándole un suave golpe en la cabeza con mis nudillos—. Es peligrosa… y lo será aún más cuando combines su poder con tu magia del caos.
Kenja me miró con los ojos bien abiertos, nervioso. Pero también, con una sonrisa que delataba lo que vendría después: una aventura impredecible… y quizás, una gran catástrofe mágica.
De pronto, ¡shhh! —el espíritu se desvaneció como si se disolviera en partículas de luz. Kenja soltó un suspiro largo, con la frente perlada de sudor y el cuerpo algo tambaleante.
—Se fue... creo que me quedé sin maná —dijo con voz algo apagada.
—Menos mal —respondí, sacudiéndome el polvo de la ropa—. Se nota que te falta bastante práctica. Tendremos que trabajar en tu control de energía. Y por lo visto... te tocará aprender a manejar esa espada tú solito. Yo no pienso volver a acercarme. No después de cómo me recibió esa cosa oxidada.
—No le digas oxidada, por eso es por lo que no le agradas —refunfuñó, acariciando el filo con una ternura ridícula, como si fuera una criatura sensible.
Rodé los ojos, pero una sonrisa se me escapó.
—Tsk. Mira que tener celos de una espada... eso sí que es nuevo.
Nos quedamos en silencio unos segundos. El viento acariciaba la hierba, las hojas danzaban suavemente y un par de aves cruzaron el cielo despejado. Todo se sentía... diferente.
—Bueno —dije por fin, dándome vuelta hacia él con seriedad—. Ya no tenemos nada que hacer en este sitio.
Kenja alzó una ceja, confundido.
—¿A qué te refieres?
Lo miré de reojo con una sonrisa traviesa.
—Es hora de salir al mundo exterior, Kenja. Hemos estado encerrados demasiado tiempo. Nuestra primera misión será viajar hasta la Provincia 3.
—¿Provincia 3? ¿Qué hay allá?
Me alejé unos pasos, dejando que el viento jugara con mi cabello, como si anunciara el comienzo de algo nuevo.
—Voy a recuperar lo que me pertenece... no eres el único con un arma especial. Pero la mía… la mía es mucho más temperamental.
Kenja entrecerró los ojos.
—¿Es como una espada malhumorada también?
—No —respondí con una media sonrisa—. Es peor. Y no es una varita, por si tenías esa idea en mente. No me imagino qué te habrás imaginado, la verdad.
Él rió un poco, ya más animado.
—Entonces, ¿cuándo partimos?
—Mañana, al amanecer. Así que prepárate. Y esta vez no olvides llevar ropa interior.
—¡Eso fue una vez! ¡Y tú dijiste que no lo mencionarías más!
Me encogí de hombros, caminando de vuelta al interior del templo.
El sol apenas comenzaba a elevarse, tiñendo el cielo con suaves tonos dorados.
—Vamos, Kenja... el viaje apenas comienza.
La espada Sharksoul brilló levemente tras nosotros, como si también lo supiera.