Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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La Marca de la Oscuridad
El sol comenzaba a esconderse entre los árboles cuando Aelis salió a caminar con Nina y Leah, la compañera del beta. El bosque parecía tranquilo, pero el silencio que cayó de repente tensó el aire.
—¿Lo sienten? —murmuró Leah, frunciendo el ceño—. Algo no está bien.
Aelis se detuvo. Un escalofrío le recorrió la espalda. Lyra, su loba, susurró por dentro con fuerza: “Retrocede.”
Una sombra se deslizó entre los árboles. Del aire mismo emergió una figura: el Alfa de un clan enemigo. No necesitaba pieles ni armaduras; su sola presencia imponía. Su mirada estaba cargada de oscuridad, y una sonrisa torcida cruzó su rostro.
—Finalmente —dijo, su voz áspera—. Has florecido. Justo a tiempo para la Luna Llena.
Leah se interpuso entre él y Aelis, sus ojos tornándose dorados. Nina intentó alcanzar a su amiga, pero una ráfaga oscura las separó. En un parpadeo, el Alfa alzó la mano y las sombras envolvieron a Aelis, desapareciendo con ella.
—¡Eirik! —gritaron ambas.
En la mansión, Eirik alzaba el rostro, alerta. Su lobo ya sabía.
La bruja apareció sin avisar, su respiración agitada.
—Se la llevó —dijo—. El Alfa del Clan Sombra. Esperó a la Luna Llena para marcarla en su primer cambio. No queda tiempo.
—¿Dónde está? —rugió Eirik.
—Su territorio está cubierto por hechizos oscuros. Pero yo los puedo guiar.
El beta ya se preparaba con los guerreros.
—No dejaré que la toque —dijo—. Lucharé hasta el último aliento.
Aelis despertó sobre piedra fría, bajo una tenue luz rojiza. El Alfa oscuro la miraba con una mezcla de deseo y ambición.
—Tu loba es especial —dijo, acercándose—. Y yo voy a poseer ese poder.
Aelis lo ignoró. Su cuerpo comenzaba a temblar. El cambio… estaba comenzando.
Dolor. Calor. Una energía brutal rugía en su interior, como una tormenta contenida demasiado tiempo.
Entonces, lo sintió.
Lyra.
Su forma emergió desde dentro con una fuerza ancestral. Pelaje blanco plateado, ojos tan azules como el hielo bajo la luna. Era elegante, poderosa y distinta. No era solo una loba. Era la loba. La luna parecía reflejarse sobre su lomo, y su presencia llenaba la cámara con una energía que rompía la oscuridad.
El Alfa retrocedió un paso, sorprendido.
—Tú… no eres una loba común.
Lyra rugió y saltó hacia él, pero las sombras aún la contenían parcialmente. Aelis necesitaba más fuerza… más tiempo.
Fuera de la fortaleza, el beta lideraba la carga. Se lanzó como una tormenta viviente, su lobo de pelaje oscuro desgarrando enemigos con una precisión letal. A su lado, Leah cubría su espalda con fiereza, su sincronía perfecta.
—¡Vamos! —gritó el beta—. ¡No dejaremos que nadie toque a nuestra luna!
La bruja abrió una grieta de luz entre la magia oscura. Eirik fue el primero en cruzarla, su presencia encendiendo la esperanza entre los guerreros.
Dentro de la cámara, el Alfa oscuro mostró sus colmillos, listo para marcarla. Pero en ese instante, una explosión de luz dorada derrumbó la entrada.
Eirik.
Con un rugido, se lanzó sobre el Alfa. Fue una lucha salvaje: el fuego interior del verdadero Alfa contra la corrupción de las sombras.
Aelis, ya como Lyra, se liberó. Corrió hacia él, atacando con sus colmillos y garras. Juntos, ella y Eirik, rompieron el equilibrio del enemigo.
El Alfa oscuro cayó al suelo, sangrando, su respiración agitada. Pero antes de que Eirik pudiera asestar el golpe final, una espiral negra lo envolvió. La sombra lo absorbió, dejándolo desaparecer entre la niebla oscura.
—Volveré —gruñó su voz desde la nada—. Y cuando lo haga, no habrá luna que te salve.
Eirik permaneció en guardia, los ojos aún brillando de rabia.
La bruja llegó detrás, sellando los últimos rastros de oscuridad.
—Tu loba ha despertado, Aelis. Y su fuerza… es digna de leyendas.
Lyra alzó la cabeza, orgullosa. No necesitaba palabras. Ella ya sabía a quién pertenecía su alma.