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EL MAESTRO DE LA MUERTE

EL MAESTRO DE LA MUERTE

Status: Terminada
Genre:Escena del crimen / Completas
Popularitas:291
Nilai: 5
nombre de autor: José Luis González Ochoa

Haniel Estrada ha logrado obtener su título oficial de detective de la policía tras los eventos ocurridos en contra de su ahora muerto padre.🕵️‍♂️

Ahora como el tutor de su hermana adolescente y de la hija del detective Rodríguez, debe dividir su tiempo entre ser "Padre" y su pasión, pero toda felicidad tiene su fin.🙃

Su medio hermano Carlos ha jurado venganza en contra de Haniel y sus protegidas por la muerte de su padre y promete ser el próximo asesino serial y superar a su padre😬

¿Podrá Haniel proteger a sus seres queridos y evitar tantas muertes como las que ocurrieron antes?💀

NovelToon tiene autorización de José Luis González Ochoa para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAMINOS SEPARADOS

La luz del amanecer se filtraba suavemente por las cortinas, tiñendo de dorado las paredes grises de la habitación de Haniel. El detective abrió los ojos de golpe, con el corazón latiendo acelerado. El sudor frío en su frente y la respiración agitada le recordaban que la pesadilla aún lo perseguía: Carlos, su medio hermano, disparando sin piedad a Sofía y a Jessica, mientras él, impotente, gritaba sin poder detenerlo.

Se llevó las manos al rostro y permaneció sentado en la cama unos segundos, intentando recuperar la calma. El reloj en la mesilla marcaba las 6:12 a.m. No podía permitirse flaquear; no ahora.

Se puso en pie y recorrió la casa en silencio. Cada rincón estaba impregnado de un aire distinto: en el cuarto de Sofía, la muchacha permanecía despierta, sentada en la orilla de la cama con la mirada fija en el suelo. Su mente la arrastraba de nuevo a la imagen de aquel disparo que había salvado la vida de Haniel años atrás. Aún podía oler la pólvora, aún podía escuchar el eco del rifle en sus oídos. Y ahora, con la carta amenazante recibida en la universidad, la sensación de ser observada le quemaba la piel.

En la habitación contigua, Jessica estaba enredada entre las sábanas. Había pasado la noche sin dormir, atormentada por el informe que revelaba que Haniel había matado a su padre. El dolor era tan fresco como si lo hubiera descubierto minutos atrás. ¿Cómo podía conciliar la imagen del hermano protector con la del verdugo? La pregunta la corroía por dentro.

La casa, antaño un refugio, estaba sumida en un silencio denso. Haniel lo percibió al bajar las escaleras: cada respiro, cada movimiento, parecía un recordatorio del miedo latente que compartían los tres.

En el comedor, el aroma del café recién hecho intentaba disfrazar la tensión. Haniel se sentó frente a sus hermanas. No quería mostrar nerviosismo; debía proyectar firmeza.

—Sofía —dijo con voz grave, aunque serena—. Tengo que salir de viaje. Es algo oficial, de mi trabajo. Te dejo a cargo de Jessica.

Ella levantó la vista y, tras un instante de vacilación, asintió.

—No hay problema. —Su tono sonaba firme, pero sus manos, temblorosas sobre la mesa, la delataban.

—Además —continuó Haniel—, he solicitado que dos patrullas permanezcan cerca de ustedes todo el día, tanto en la universidad como en casa. Nadie podrá acercarse sin que lo sepamos.

Jessica lo observó en silencio. Su mirada, mezcla de desconfianza y necesidad de protección, se clavó en él. Quiso decir algo, pero se limitó a un murmullo:

—Está bien…

Haniel se puso de pie, apoyando una mano en el hombro de cada una. Les regaló una sonrisa tenue, casi forzada.

—No se preocupen. Volveré pronto.

Minutos más tarde, la puerta se cerró tras él y el motor del auto se perdió en la distancia. Sofía y Jessica se miraron un instante, pero ninguna encontró palabras.

 

En la agencia, Haniel atravesó el pasillo con paso firme. Llevaba en la mano una carpeta marcada con el nombre de Carlos. Al abrir la puerta de la sala de reuniones, encontró a Erick, su aprendiz, sentado con los codos sobre la mesa, y a Víctor, el agente de seguridad privada, revisando unos documentos.

—Todo listo, Haniel —dijo Víctor sin levantar la vista—. Tenemos lo necesario para el viaje.

Haniel dejó la carpeta sobre la mesa y los observó en silencio por unos segundos.

—No subestimemos lo que nos espera en el condado. Allí las reglas son distintas.

Erick lo miró con ojos serios, aunque una chispa de nerviosismo brillaba en su interior.

—Lo sé… pero estamos contigo.

Víctor sonrió con calma, esa sonrisa enigmática que parecía ocultar siempre un plan.

—Si Carlos está allí, lo encontraremos. Y cuando lo hagamos, esta vez no tendrá dónde esconderse.

Haniel asintió. Se sintió momentáneamente aliviado de no estar solo en esa misión, aunque sabía que cargar con ellos también significaba exponerlos al peligro.

 

Horas después, el rugido de los motores del avión rompía la quietud de sus pensamientos. El interior de la cabina estaba iluminado con una luz tenue, y las nubes se extendían bajo ellos como un mar de algodón.

Haniel miraba por la ventana, repasando mentalmente cada pista que lo había conducido hasta allí. Carlos… su medio hermano. El peso de ese vínculo lo aplastaba, porque atrapar a Carlos no era solo un deber como detective, sino también un conflicto interno imposible de ignorar.

Erick, sentado a su lado, interrumpió su silencio:

—Haniel… ¿y si lo encuentras? ¿Y si tienes que enfrentarlo cara a cara otra vez?

Haniel mantuvo la mirada en el horizonte.

—Entonces haré lo que deba hacer. —Su voz fue firme, pero dentro de sí mismo sabía que esa decisión lo desgarraría.

Víctor, desde el asiento frente a ellos, encendió un cigarrillo electrónico y soltó una nube ligera de vapor.

—Piensa en esto, Haniel: cada secreto que descubramos en el condado nos acercará a la verdad. Y yo tengo la sensación de que esa verdad es mucho más grande que tu hermano.

El avión siguió su curso, llevando a los tres hacia el corazón del condado. Un lugar donde la fachada de prosperidad escondía la corrupción y los crímenes más oscuros, donde millonarios manejaban la información como piezas de un tablero, y donde, tal vez, Carlos aguardaba con su sonrisa cínica, dispuesto a convertir la cacería en un juego mortal.

Haniel cerró los ojos por un instante. El peso de la misión lo asfixiaba, pero una sola idea lo mantenía en pie: esta vez, no iba a subestimarlo.

Jessica se miró al espejo antes de salir, con la mochila al hombro. La niña reflejada parecía más grande de lo que en realidad era; sus ojos habían cambiado, cargados ahora con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Tragó saliva, apretó los tirantes y respiró hondo.

Al bajar las escaleras, encontró a Sofía junto a la puerta. Su hermana intentó sonreírle, pero sus manos temblaban apenas mientras sostenía el teléfono.

—¿Lista para la escuela? —preguntó con voz suave.

—Sí —respondió Jessica, evitando el contacto visual.

La puerta se abrió y el aire fresco de la mañana entró con un golpe ligero. Frente a la casa, la patrulla esperaba. Los oficiales la observaron en silencio, atentos. Jessica sabía que no la acompañarían dentro del autobús escolar: su función era seguirlo, vigilar desde las sombras. Aun así, sintió su presencia como una cuerda invisible que la ataba.

Cuando subió al autobús, eligió un asiento junto a la ventana. No le interesaba hablar con nadie. Pegó la frente al cristal y miró de reojo cómo la patrulla encendía el motor y se mantenía detrás, como un perro guardián que nunca parpadea.

Durante el trayecto, su mente no descansó. No había estado presente la noche en que su padre murió, pero las piezas que había escuchado en la escuela el día anterior le habían abierto una herida nueva. Algunos compañeros comentaban en susurros sobre Haniel, sobre lo que hizo y lo que no hizo, sobre secretos que parecían flotar alrededor de su familia como un manto oscuro.

Jessica cerró los ojos. Recordó las palabras exactas que escuchó: “No fue solo un accidente, tu padre estaba metido en algo más…”. Ese eco la atormentaba.

Mientras el autobús avanzaba y la patrulla lo seguía fielmente, Jessica tomó una decisión silenciosa. Ese día no sería como los demás. Entre las paredes de la escuela, empezaría su propia investigación. No descansaría hasta descubrir qué ocurrió realmente aquella noche, ni cuánto sabía Haniel sobre ello.

Con el corazón apretado, abrió su cuaderno en blanco y escribió en la primera página:

“La verdad sobre mi padre.”

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