NovelToon NovelToon
LA NOCHE DE LAS BRUJAS

LA NOCHE DE LAS BRUJAS

Status: Terminada
Genre:Mundo de fantasía / Fantasía épica / Dragones / Brujas / Completas
Popularitas:926
Nilai: 5
nombre de autor: Cattleya_Ari

En el imperio de Valtheria, la magia era un privilegio reservado a los hombres y una sentencia de muerte para las mujeres. Cathanna D’Allessandre, hija de una de las familias más poderosas del imperio, había crecido bajo el yugo de una sociedad que exigía de ella sumisión, silencio y perfección absoluta. Pero su destino quedó sellado mucho antes de su primer llanto: la sangre de las brujas corría por sus venas, y su sola existencia era la llave que abriría la puerta al regreso de un poder oscuro al que el imperio siempre había temido.


⚔️Primer libro de la saga Coven ⚔️

NovelToon tiene autorización de Cattleya_Ari para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO 017

055 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra

Día del Olvido, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

Miré el reloj en la pared de mi habitación: eran apenas la siete de la noche. La luna ya estaba brillando con intensidad en el cielo mientras que yo solo podía ver el reloj, recordando la ceremonia donde me presentaron ante el sagrado Siems del imperio como un objeto de mi padre hasta que pasara a manos de mi esposo. Tenía siete años cuando eso sucedió. Fue en el templo de Vhaul, donde se realizaban desde hacía más de quinientos años.

Recordaba muy bien mi felicidad en ese momento, porque me habían dicho que era algo importante en la vida de cada mujer en el imperio y que ninguna podía vivir sin realizarla. Sin embargo, ahora me aterraba demasiado pasar de las manos de mi padre, a las manos de un desconocido que posiblemente me trataría de la misma manera o incluso muchísimo peor.

No ambicionaba recibir golpes, humillaciones, mucho menos órdenes de cualquiera que no fuera de mi familia, aunque sabía que no estaba bien que permitiera eso solo porque alguien venía de mí misma línea de sangre. Pero ¿qué otra cosa podía hacer para cambiarlo?

Todo se salía de mis manos.

—Todo estará bien, Cathanna. —Salí de la habitación con pasos lentos, sintiendo el sonido de mis tacones acariciar el suelo de mármol—. Deja los nervios de lado. No te están persiguiendo. No hay animales salvajes detrás de ti. Solo es una fiesta de compromiso. Siempre quisiste esto. ¿Por qué estás tan nerviosa ahora?

Después de varios minutos de una caminata demasiado lenta, llegué al lugar: un salón grande, con candelabros de cristal en el techo y mesas llenas de comida en el fondo, que desprendían un olor delicioso. Puse mi mano en la baranda de la escalera, enmudeciendo de inmediato el murmullo. Mis ojos recorrieron las miradas que me analizaban detenidamente: la de mi madre, quien estaba con una sonrisa grande; la de mi padre, que me observaba como si quisiera que no cometiera ningún error; la de mis primas junto a sus maridos; la de mis tíos; y la de mi desgraciado abuelo, al que le tenía un odio tan profundo que solo anhelaba verlo muerto cuanto antes.

Sin embargo, mis ojos se detuvieron en una persona en especial: un hombre que destacaba entre todos. Se notaba mucho mayor que yo, de porte elegante y una mirada intimidante. Por los dioses, ¿era él Orpheus? Me sentí demasiado paralizada, con voces en mi cabeza que me gritaban que me diera la vuelta y corriera a mi habitación.

En lugar de eso, me obligué a descender con cuidado, asegurándome de no tropezar con mi largo vestido de un rojo tan intenso como mis labios. Abrí un poco la boca, dejando que el aire entrar en mí. Al llegar al final, mi padre se adelantó con una sonrisa radiante y me envolvió en un fuerte abrazo, carente del amor de un padre a su hija. Y yo, simplemente, deseé empujarlo fuerte lejos de mí.

—Estás exquisita, hija mía —dijo con un entusiasmo tan desbordante que parecía iluminar toda la sala—. Estoy seguro de que Orpheus quedará encantado contigo y, sobre todo: con esa belleza que posees, mi niña. No puedo creer que esto realmente esté sucediendo.

Me recorrió con la mirada, y yo me removí incómoda. Llevaba un vestido suelto que dejaba mis hombros al descubierto y realzaba mis pechos de una forma que me hacía sentir vulnerable. Era como si lo hubieran escogido a propósito para exhibirme, para convertirme en un objeto de deseo frente a todos los invitados que no apartaban sus miradas de mi cuerpo. No puse ninguna queja, pero eso no significaba que estuviera conforme.

El maquillaje tampoco me ayudaba mucho: sombras oscuras en los párpados y un delineado fino que se alzaba hacia los extremos, haciendo que mis ojos se vieran más afilados de lo normal. Mi piel estaba cubierta por una base impecable, ocultando cada punto negro que ellos consideraban una imperfección, y sobre mis mejillas permanecía un suave rubor anaranjado. Cuando analicé lo que habían hecho conmigo, no logré reconocerme. Esa mujer frente al espejo no era yo. No es que me viera mal, solo que… parecía alguien más.

—Es un gusto verte, padre, después de tantos días fuera de casa —susurré, con una sonrisa forzada, antes de dejarle dos besos en las mejillas a modo de saludo—. Y estoy emocionada por conocerlo también. No sabes cuántas noches imaginé este momento... Y ya está aquí. Solo espero que la noche termine bien. —Jugué con mi collar.

—Entonces, vamos, mi niña —indicó, colocando suavemente una mano en mi hombro, provocándome asco, aunque no sabía por qué—. No perdamos más tiempo aquí conversando. Ya tendremos tiempo para eso. Orpheus tiene treinta y cinco. Sé que parece un tanto mayor para ti, pero te aseguro que es un hombre muy respetable.

Dirigí la mirada hacia Orpheus, que seguía con la misma sonrisa dibujada en el rostro. En cambio, yo solo quería huir de aquel maldito circo de apariencias. No me sentía cómoda, mucho menos segura. Todo en mí pedía escapar. Refugiarme dentro de una cueva donde nadie me encontrara jamás. En serio quería llorar por todo esto.

—Cathanna —dijo Orpheus con voz suave, mirándome como un depredador a su presa—, es un placer finalmente conocerte. Puedo decir que las palabras no le hacen justicia verdadera a tu belleza. Es que no creo exista alguna capaz de describir ese bello rostro como es debido, sin llegar a faltarte el respeto. —Me dio una sonrisa enorme.

Lo recorrí de arriba abajo con disimulo, intentando aguantar la carcajada que esas palabras me ocasionaron. Pero solo llevé la mano a la boca, fingiendo toser, porque reírme de él en su cara sería muy grosero, y mi madre cambiaría esa mirada de cortesía a una de enojo.

Orpheus era, sin duda, la encarnación del encanto refinado. Su cabellera larga y negra, caía en leves hondas sobre sus hombros, contrastando con el blanco de su atuendo. Y sus ojos, de un verde hermoso, como una esmeralda, eran verdaderamente hipnóticos. No podía negar que era un hombre de gran belleza, así como imaginaba que fuera mi futuro marido, pero la manera en la que intentaba halagarme sonaba demasiado rebuscada.

—¿De verdad cree eso, usted, joven Orpheus? —pregunté, con una sonrisa educada, que no llegaba a ser real, pues la incomodidad reinaba dentro de mi cuerpo—. Es la primera vez que alguien me dice algo así. —Volví a jugar con mi collar, buscando distraerme.

—No suelo decir lo que pienso —respondió él, dando un paso adelante, lo suficiente para que yo pudiera percibir la suave fragancia de especias exóticas que lo envolvía—. Y créame, usted, señorita... he visto muchas bellezas a lo largo del imperio, pero ninguna como la suya.

—Me halaga demasiado, Orpheus —dije con una ligera reverencia, esforzándome para no reírme en su cara. Tomé una buena bocanada de aire—, aunque me temo que no estoy acostumbrada a halagos tan directos por parte de los hombres, joven.

—Entonces será mi deber acostumbrarla, señorita D'Allessandre —expresó, inclinando la cabeza hacia mí.

—Bueno, entonces será un gusto ver su intento de acostumbrarme. —Elevé un poco la ceja.

—Así será —dijo él, dejando un beso en mi mano.

Algunos minutos pasaron para que mi madre se acercara a mí, pidiéndome un momento a solas que le concebí, a pesar de haber dudado unos segundos. Caminamos juntas hacia un rincón apartado, lejos de las voces que parecían debatir sobre mí, como si no fuera más que una pieza de carne en exhibición que pronto sería comprada por el más rico de los hombres. Rodé los ojos, ignorándolos.

—Luces muy hermosa, mi niña. —Llevó su mano a mi mejilla, sonriendo—. Estoy tan feliz por ti, Cathanna.

—¿Estás segura de esto, madre? —La miré directamente a los ojos, sin molestarme en ocultar mi desconfianza—. Orpheus es muy guapo, no lo puedo negar, pero... parece un hombre tan arrogante. No siento que hayamos conectado muy bien, como esperaba. Ciertamente no me siento cómoda, madre. —Dejé escapar un suspiro bajo.

—No creo que “arrogante” sea la palabra correcta para describirlo —dijo ella, con ese tono condescendiente que usaba cuando pretendía ser amable—. Es un amor de persona. Te ha halagado todos estos minutos. Deberías sentirte a gusto con eso, Cathanna. —Acarició mi mejilla lentamente—. Sabes perfectamente que ni tu padre ni yo permitiremos que te casaras con alguien que no pudiera darte lo mismo o incluso más de lo que nosotros mismos te hemos dado todos estos años.

—Hay otras personas que tienen mucho más que ofrecerme, madre. Entonces, ¿por qué no puedo elegir yo? —hablé con miedo—. Tal vez por amor. Sé que suena estúpido, pero es lo que deseo. Que lo que llegue a mi vida sea porque yo lo elegí, no porque alguien más decidió por mí. Aprecio lo que hacen, pero quiero tener autonomía.

—El amor no sirve, hija —sentenció con una frialdad que me heló la sangre—. ¿Para qué sirve que te amen? ¿Para qué sirve que alguien te aprecie? Te lo diré: no sirve para nada. El amor es un lujo que solo se permiten las mujeres ingenuas, Cathanna. ¿Y sabes en qué termina siempre? En decepción. Los hombres traicionan, tarde o temprano, a las mujeres que los aman con locura. ¿Qué te hace pensar que contigo sería distinto? Nunca ames a un hombre que, aunque te ame, jamás te dará fidelidad. Porque el amor sin lealtad no es amor... es egoísmo disfrazado. ¿Por qué no puedes entenderlo, hija?

—¿Qué... qué dices, madre? —balbuceé, incrédula—. Pero tú te casaste con mi padre por amor... porque lo querías. ¿Por qué ahora me dices que no sirve? De verdad no tiene sentido lo que estás diciendo.

—¿Amor? —Ella soltó una risa breve, demasiado amarga para ser genuina—. Yo nunca estuve enamorada de tu asqueroso padre —reveló con desprecio—. Tenía apenas catorce años cuando me obligaron a casarme con él. Unas semanas después, ya estaba embarazada de tu hermano. Y tenía quince cuando volví a quedar embarazada de ese hijo varón que nunca nació porque tú le robaste su lugar. ¿De verdad crees que a esa edad sabía lo que era amar?

—¿Quince...? —Parpadeé lento.

—Nunca quise casarme, Cathanna —continuó, mirándome con todo el odio que podía sentir una persona lastimada—. Era una niña cuando todo ocurrió. Una niña obligada a hacer cosas que ni siquiera entendía... Y odio con cada fibra de mi ser a mis padres y, sobre todo, al tuyo, Cathanna. Lo odio porque me arruinó la vida. Porque me forzó a hacer cosas que no quería. A tener hijos que nunca pedí. Lo odio por todo. Por cada pedazo de mí que se llevó sin mi maldito permiso.

Era la primera vez que veía a mi madre como una víctima, una mujer con cicatrices y no solo como alguien que quería moldearme a su antojo. No sabía su historia, ni cómo contrajo matrimonio con mi padre hasta este preciso momento. Nunca le pregunté, y ella nunca me lo dijo. Y eso lo hacía más doloroso, porque había vivido en la ignorancia absoluta todos estos años.

—Y también te odio a ti, Cathanna, más de lo que puedes imaginar. —Su mano apretó mi mejilla con fuerza. Quise apartarme, pero me lo impidió con su agarre—. Eres el recuerdo del infierno que viví cuando ni siquiera sabía lo que era vivir. Te miro y me repugnas. Te miro y deseo arrancarte la vida con mis propias manos.

Pero a pesar de todo lo que me estaba diciendo, de cada palabra que debería desgarrarme el alma hasta llevarme a llorar, no podía odiarla. No podía sentirme herida. Porque a ella... a ella le permitiría cualquier cosa. Incluso si eso significaba morir, con tal de verla bien. Muy enfermizo, lo sabía más que nadie, pero no podía cambiarlo.

—Nunca vuelvas a hablar de amor, porque esa mierda no existe para nosotras. Nadie te va a amar. Aprende a sobrevivir con las migajas que otros te tiren. Tu padre no te ama, nunca lo ha hecho y nunca lo hará, porque eres mujer... y él odia a las mujeres. Me odió el día que saliste de mi vientre. Él te maldijo en ese momento. ¿Sabías que tu padre te rechazó desde el primer día porque no fuiste hombre?

Llevé los ojos a mi padre, quien hablaba con Orpheus, riendo mucho. Nunca lo había visto reír de esa manera conmigo desde que empecé a tener memoria. Un sabor amargo se instaló en mi garganta. Volví a mirar a mi madre, cuyos ojos estaban rojos.

—¿Tu odio hacia mí es tan grande, madre, como para vender mi alma sin siquiera tener remordimiento? —balbuceé, sin la tristeza que, en teoría, debería sentir—. Madre, ¿Por qué me haces esto?

No era que quisiera admitirlo, pero ya estaba demasiado acostumbrada al maltrato emocional de su parte. Lo peor de todo era que empezaba a necesitarlo. A pensar que tal vez era lo único que merecía en esta vida. Yo quería amar de verdad, de ese amor que no te hacía llorar, ni sufrir, ni rogar. Pero tal vez... solo tal vez lo mío sería sufrir. Tal vez ese sea mi único y verdadero destino y debía aceptarlo.

—¿Por qué debo arrastrar el mismo infierno, solo porque tú no pudiste escapar del tuyo? —continué, sin despegarle la mirada—. ¿Por qué si yo te amo con todo mi corazón, madre? No entiendo nada.

—No me hagas reír, Cathanna. ¿De verdad crees que tu miserable alma tiene algún valor? Eres mercancía. Lo has sido desde el día en que naciste, y lo seguirás siendo hasta que te mueras. Tu único valor está en lo que puedas parirles a ellos. —Clavó la mano sobre mi vientre plano con una fuerza que me robó el aliento—. Si tu cuerpo crea a un varón, te alabarán como una diosa, pero si es una mujer tendrá nuestra misma suerte. Porque este mundo no nos quiere vivas. Nos quiere bien calladitas y obedientes, o metros bajo tierra, niña.

Bajé la mirada hacia la mano que me sujetaba. Por un segundo, me imaginé embarazada. Un sueño que llevaba anhelando desde siempre, porque amaba demasiado a los niños, como para querer escuchar sus escandalosas risas de por vida. Pero una duda cruzó mi mente en ese momento mientras veía la mano de mi madre en mi vientre: ¿Sería capaz de amar a una hija, sabiendo lo que el mundo le haría solo por ser mujer? ¿Sería capaz de verle la cara todos los días sin sentir el mismo odio que sentía mi madre por mí?

—Yo solo quiero que me ames como amas a tus hijos varones. Solo eso te pido... aunque sea una vez —rogué, tomando su mano—. Quiero que me trates como a una niña pequeña, que me mires y me digas que me amas con todo tu corazón. Porque cuando pude ser una niña, me obligaron a actuar como una mujer. Y ahora... ahora quieren que me comporte como una niña, solo porque les aterra verme crecer. Porque no soportan la idea de que me convierta en una mujer. —Mi voz tembló, pero me obligué a tomar aire y calmarla—. ¿Por qué tengo que cerrar la boca para mantenerme con vida? ¿Por qué a ellos no les toca lo mismo que a mí? Quiero libertad... solo eso, madre. Quiero la misma libertad que le dan a tus hijos.

—Eso lo tendrás, claro, será el día de tu muerte —me dijo con una sonrisa torcida—. No todo es tan malo como parece. Al final, terminas acostumbrándote porque no podemos poner resistencia. Estuve mucho tiempo posponiendo este matrimonio, porque no quería que te casaras tan joven, pero ya no puedo hacer nada, hija.

Esas palabras cayeron en mi mente como una avalancha. No entendía cómo podía odiarme y, al mismo tiempo, querer protegerme.

—Pero madre...

—No hay nada que hacer para cambiarlo. —Me tomó del brazo y me arrastró con ella—. Solo finge que estás feliz. Por tu bien. —Se detuvo y me envolvió en sus brazos temblorosos—. Tener miedo es normal, Cathanna, pero no debes permitir que ese miedo te domine.

—Lo haré, madre —me resigné—. Lo prometo.

Los minutos pasaban con una lentitud exasperante. Deseaba escapar de aquel lugar, pero la mano de Orpheus en mi cintura me mantenía anclada, como si fuera su propiedad, causándome un terror que me quitaba la respiración por segundos.

Mi madre, que se encontraba a mi derecha, parloteaba sin cesar sobre lo emocionada que estaba por el compromiso, sin notar —o sin importarle— lo tensa que yo me sentía. Y ni hablar de mi padre, que se encontraba con el magistrado riendo a carcajadas.

—¿Cuánto tiempo durará esto, madre?

—No seas imprudente, Cathanna —me reprendió.

Orpheus mostró una sonrisa y un extraño presentimiento se adueñó de mi pecho. Mi estómago comenzó a sentirse pesado, como si una roca de gran tamaño hubiera nacido en mi interior. Las náuseas no se hicieron esperar, amenazando con subir por mi garganta.

No entendía qué sucedía.

Las conversaciones se fueron apagando, una a una y luego, la música cesó de golpe. Algo estaba ocurriendo, pero mi mente iba un paso detrás de los hechos. Las manos de Orpheus se deslizaron lejos de mi cintura. Demasiado rápido como para empezar a procesarlo. Mi instinto me dijo que retrocediera, pero antes de que pudiera dar el primer paso, Orpheus ya estaba frente a mí, sosteniéndome ambas manos, deseando transmitirme una falsa seguridad.

—Cathanna...

Me alarmé al escuchar mi nombre. Comencé a respirar con dificultad, sacudiendo la cabeza como si pudiera negar lo evidente.

—Eres todo lo que un hombre desearía. —La sonrisa en su rostro no decaía, y me dio un apretón en las manos—. Tienes una gran belleza. Serás la esposa perfecta para que pueda construir mi familia.

—¿Belleza? —cuchicheé, arrugando la frente. Pretendí apartarme, pero él se aferró a mis manos—. ¿Eso es lo único que ves en mí? ¿Una cara linda, un cuerpo deseable para poner a tus hijos?

—Es lo único que puedes ofrecerme —susurró antes de arrodillarse. De su traje sacó una pequeña caja de terciopelo en forma de majestuosas alas de dragón, envueltas alrededor de su contenido—. Cathanna D'Allessandre, ¿aceptas convertirte en mi esposa?

Él separó despacio las alas hacia los lados, dejando ver el anillo de diamante cubierto por finos cristales que se alzaba en su interior. Cerré la garganta con fuerza al sentir el vómito subir nuevamente. Esto no podía ser real. Giré la cabeza, buscando a mi madre con la mirada, deseando encontrar algún resquicio de compasión. Pero lo único que encontré de su parte, fue esa maldita sonrisa de falsa felicidad que comenzaba a odiar. Y mi padre solo observaba a Orpheus, sonriendo.

«Dile que no»

«No quieres hacerlo»

«No lo hagas»

—Acepto casarme contigo... —murmuré, parpadeando varias veces para alejar las lágrimas de mis ojos.

—No te arrepentirás, Cathanna.

El anillo fue deslizado en mi mano derecha y los aplausos no tardaron en llenar la sala con fuerza, pero yo apenas los escuchaba. Todo sonaba tan distante, como si estuviera atrapada en un horrible sueño del cual no podía despertar por mucho que buscara la salida.

Las palabras de Celanina aterrizaron en mi mente: “Muchas darían lo que fuera por tener un hombre que al menos pueda comprar el silencio con joyas”. ¿De verdad mi voz podía ser callada con dinero? ¿Mi independencia borrada como si no valiera absolutamente nada? ¿Estaría dispuesta a sufrir en silencio para complacer a mi marido?

Las felicitaciones llegaron, pero yo no prestaba atención a ninguna de ellas. Solo asentía con la cabeza, fingiendo una calma que no sentía. Por dentro, el mareo me consumía, atrapada en un miedo tan fuerte que amenazaba con hacerme llorar en cualquier instante.

—Cathanna es una chica encantadora. Y, sobre todo, muy obediente —habló mi madre con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, como si estuviera hablando de un simple animal—. Créeme, Orpheus, no tendrás ningún problema con ella. Estarás feliz con mi Cathanna.

—Eso espero, Lady Anne —indicó Orpheus, con una sonrisa ladeada que me hizo desviar la vista hacia los cuadros de la pared—. No me gustaría tener que lidiar con una esposa terca que no sabe cuál es su bendito lugar. Mi madre suele ser así... aunque, bueno, mi padre siempre se encarga de ponerle las ideas en orden. —Soltó una risa.

Rodé los ojos y lo miré de reojo. Respiré hondo, obligándome a guardar silencio para no soltar nada que pudiera ponerme en peligro. La forma en que hablaba me revolvía el estómago. ¿Quién podía referirse a su propia madre de una manera tan despreciable? Si así trataba a la mujer que le dio la vida, ¿qué podía esperar yo a su lado?

—Te lo aseguro, no lo harás —respondió rápido mi madre, aun con esa sonrisa en el rostro.

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play