Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
NovelToon tiene autorización de Mckasse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Pensamientos pecaminosos.
Bárbara lo miró sorprendida, sin poder comprender completamente lo que acababa de escuchar. En su rostro había una mezcla de emociones: no solo el deseo, sino una tristeza que no se podía esconder. Su corazón latió más rápido al percatarse de que él no solo hablaba de una necesidad física, sino de algo mucho más profundo.
Él vio la confusión en su rostro y, al mismo tiempo, la compasión que brillaba en sus ojos. Un suspiro se escapó de sus labios antes de que continuara, dejando que las palabras salieran como si finalmente se hubiera decidido a compartir algo que había guardado en su interior durante años.
—Hace tres años que salí de una relación… —admitió, su mirada vacilante. Había una tristeza profunda en su tono, un pesar que no había tenido el coraje de enfrentar hasta ahora—. Pensé que todo estaba bien… que era la persona indicada. Pero un día, la encontré con otro… en la cama. No pude hacer nada. Fue como si algo dentro de mí se rompiera. Desde entonces no he tenido el valor de acercarme a otra persona. Ni siquiera he salido en una cita. No me he dado el lujo de… no me he dado el placer de sentirme completo.
Bárbara lo miraba, sin saber qué decir. Podía ver la frustración en sus ojos, la lucha interna que aún no había logrado superar. El dolor de esa experiencia seguía vivo, marcado en su corazón, como una herida que nunca había sanado por completo.
—No me he permitido ser feliz. Ni siquiera he… me he sentido bien conmigo mismo —continuó, y una sombra de vergüenza cruzó su rostro, como si estuviera revelando algo muy íntimo, algo que no solía compartir con nadie—. Tal vez el estrés me está consumiendo. Quizás por eso me siento tan vacío. Pero… cuando te vi, Bárbara, algo despertó dentro de mí. No sé si es la necesidad de sentirme vivo otra vez o… si simplemente te has vuelto mi salvación.
Bárbara sintió una oleada de ternura hacia él, pero también una mezcla de confusión. ¿Cómo podía alguien tan fuerte y decidido estar tan roto por dentro? Por un momento, se quedó en silencio, procesando sus palabras. Luego, sin poder evitarlo, dio un paso hacia él y colocó una mano sobre su mejilla, acariciándola suavemente.
—Dominic… —murmuró, su voz suave y cálida, llena de comprensión—. Lamento escuchar que has pasado por mucho. Pero no sé qué decir, esto es muy imprevisto. Yo...tu.... No lo sé.
Él la miró con ojos agradecidos, y sin mediar más palabras, la atrajo hacia él. Sus labios se encontraron de nuevo, con una dulzura y una desesperación que no habían tenido antes. Esta vez, el beso no fue solo una necesidad, sino un un deseo inimaginable de que se cuidarían mutuamente, de que las cicatrices del pasado no tenían que definir su futuro.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban entrecortados, pero sus ojos ya no estaban llenos de dudas, sino de una conexión palpable, como si el amor que necesitaban comenzara a nacer entre ellos.
—Tal vez no necesitamos palabras para entendernos, ¿verdad? Pero realmente me gustas, eres malditamente hermosa y aunque me rejode tu temperamento también me enamora, —dijo él, su voz cargada de una sensación de alivio.
Bárbara sonrió suavemente, aunque su corazón seguía latiendo acelerado. No sabía cómo iba a evolucionar todo esto, pero algo en su interior le decía que, de alguna manera, él también la había salvado de muchas maneras. No puede creer que ese hombre que la volvía loca realmente la miraba más allá de lo que ella pensaba.
—No… no necesitamos palabras...Dios...que nervios—respondió ella, sus labios aún temblando por el roce de su beso.
Dominic, con el rostro ardiente de deseo y su corazón palpitando con rapidez, dejó el envase de comida sobre la mesa sin pensarlo dos veces. Su necesidad de estar cerca de Bárbara había tomado el control, y no pudo evitar llevarla consigo, sus besos profundos y urgentes aumentando la pasión entre ellos. Sus labios se encontraron una y otra vez, como si no pudieran separarse, mientras él, con delicadeza pero sin perder la firmeza de su toque, la fue guiando hasta su habitación.
—Te deseo, quiero que seas mía.
—¿Podemos hacer esto otro día? Siento que caeré al suelo por los nervios...además es mi primera vez.
—No. Si dejo que salgas de aquí vas a levantar un muro entre nosotros, no quiero que te arrepientas de estar conmigo.¿En serio eres virgen?
—¿No me crees?
—No es eso, es que pareces tan madura y al mismo tiempo tan profesional, es difícil imaginarte casta. ¿Acaso los hombres a tu alrededor son ciegos?
—No digas estupideces, he tenido novios...es solo que nunca llegamos a ese escalón.
—¿Entonces que debo hacer? Comprar un anillo hablar con tus padres...me alegra ser yo el que te haga mujer, lo haré todo, aunque el orden de los sumandos no altera el resultado.
Bárbara, entre besos y respiraciones entrecortadas, se vio arrastrada por su fuerza suave pero decidida. Al entrar en la habitación de Dominic, se quedó momentáneamente en shock. La estancia estaba decorada con un estilo que la sorprendió: paredes adornadas con carteles retro de bandas de rock, vinilos de música metalera colgando por toda la habitación, y una consola de música antigua que parecía sacada de otra época.
—¿Esto es…? —susurró ella, observando con detenimiento la guitarra eléctrica que descansaba sobre un soporte cerca de la pared, junto a algunos amplificadores. El espacio era suyo, completamente suyo, un reflejo de una personalidad única y profunda.
—Me encanta tocar...hasta te escribí una canción.
—Ahhh...puedes mostrarla ahora.
—No...te la mostraré luego...ahora esto es más emocionante—la besa.
Dominic la miró, con su sonrisa ladeada llena de una mezcla de orgullo y una ternura que no había mostrado antes. Con un suave movimiento, la levantó en brazos, sin esfuerzo, como si fuera lo más natural del mundo. Ella, sorprendida por el gesto, se aferró a su cuello, sus manos nerviosas, y se dejó llevar por él. La cama estaba justo frente a ellos, y en un suspiro casi imperceptible, Dominic se recostó con ella entre sus brazos a horcajadas sobre su cintura, dejándola caer suavemente sobre la manta, pero sin soltarla.
Bárbara, con el rostro ruborizado, sintió la fiebre ardiendo en su piel debido a la cercanía de Dominic. La temperatura de su cuerpo parecía no ser solo por el calor de la enfermedad que aún lo envolvía. Pero lo que más la desconcertaba era la sensación que surgía de su propio cuerpo, de esa tensión que no lograba deshacerse. Se sintió más vulnerable que nunca, una mezcla de emociones que la hicieron ponerse nerviosa y ligeramente avergonzada.
—Dominic… —murmuró, su voz temblorosa, mientras sentía cómo él se acurrucaba cerca de ella, su cuerpo fuerte y cálido rodeándola completamente.
Él no respondió de inmediato, solo la abrazó más fuerte mientras besaba su cuello, permitiendo que su cuerpo se relajara en el de ella, aún consciente de la fiebre que lo acechaba. Pero algo cambió cuando su mano, sin previo aviso, comenzó a deslizarse hacia debajo de su ropa interior. El gesto fue tan sutil como atrevido, una caricia que la hizo estremecerse, haciendo que su respiración se volviera aún más errática al tocar sus dos montañas.
—Dominic… —bajó la voz, sintiendo una ola de calor recorrerle el cuerpo. Nunca había estado tan cerca de un hombre así de intimos, ni mucho menos en una situación tan… provocativa. Aunque no le pidió que se detuviera, su cuerpo reaccionó con una mezcla de deseo y nerviosismo.
Pero antes de que pudiera decir algo más, él pareció ceder ante el agotamiento que finalmente lo invadió. Con la misma calma con la que la había levantado, la atrajo aún más hacia él, acurrucándola entre sus brazos. La fiebre lo había consumido por completo, y en cuanto su cabeza se hundió en la almohada, sus ojos se cerraron por el efecto de las pastillas que había tomado antes. En segundos, cayó en un sueño profundo, pero su abrazo permaneció firme, como una promesa silenciosa de que no la dejaría ir.
Bárbara, aunque aún nerviosa por lo que había sucedido, se quedó quieta, tan inmóvil como una roca, toda tiesa y a la espera de lo siguiente en su abrazo, sintiendo cómo la tranquilidad de la situación la envolvía.
—¿Dominic?—lo llama al ver que no se mueve.
Segundos después ella sonríe al darse cuenta de que cayó noqueado. Su mente seguía corriendo, procesando todo lo que había ocurrido, pero en sus brazos, con él dormido y tranquilo, se sintió segura.
Aunque había sido un momento lleno de confusión y emoción, algo dentro de ella ya sabía que esa noche no sería olvidada fácilmente.
/Shy/