La Esposa De Alquiler

Alexander

Llegué al hospital como de costumbre, sintiéndome más tranquilo después de aquella mañana inesperadamente agradable. El ritmo de la rutina hospitalaria siempre tuvo un efecto calmante sobre mí, una sensación de control que me ayudaba a mantener mi mente enfocada. Pero, a medida que me acercaba a mi oficina, una cierta ansiedad comenzó a surgir, algo que no podía entender.

Tan pronto como entré, encontré mi oficina ya organizada, con los papeles dispuestos de manera ordenada sobre el escritorio. Estaba listo para comenzar el día de trabajo, pero fui interrumpido por un golpe en la puerta.

— Pasa — dije, mientras organizaba algunos documentos.

La puerta se abrió, revelando la figura del director del hospital, el Dr. Moreau, un hombre de mediana edad con una mirada astuta, que siempre parecía estar un paso adelante de los demás.

— Buenos días, Alexander — dijo con una sonrisa que parecía más curiosa que amistosa. — Espero no interrumpir.

— De ninguna manera, Dr. Moreau. ¿Qué puedo hacer por usted?

Cerró la puerta detrás de sí, se acercó a mi escritorio y, con un gesto casi casual, sacó un libro de su carpeta. El título en la portada no me era extraño, pero la verdadera sorpresa fue el hecho de que estuviera allí, en manos del director.

— Necesito un autógrafo — dijo, con un leve brillo en los ojos.

Fruncí el ceño, confundido por un momento.

— ¿Un autógrafo? — pregunté, tratando de entender a dónde quería llegar.

El Dr. Moreau asintió y colocó el libro sobre la mesa. Fue entonces cuando vi el nombre en la portada: Jack Collins. Mi padre.

— Descubrí recientemente que eres hijo de Jack Collins — explicó, mientras cruzaba los brazos, como si estuviera esperando mi reacción. — Soy un gran fanático de él, y cuando me enteré de esto, pensé que sería una gran oportunidad para conseguir un autógrafo.

Se detuvo, observándome, como si estuviera esperando que dijera algo más.

— Pero lo que realmente me intriga — continuó, sin perder el ritmo — es por qué no usas el apellido Collins. Después de todo, es un nombre bastante conocido, especialmente en los círculos literarios.

Sentí una ola de emociones conflictivas invadiéndome. El Dr. Moreau había descubierto algo que intentaba mantener separado de mi vida médica. Respiré hondo y decidí ser honesto.

— Cuando estaba en mi último año de la facultad de medicina — comencé, eligiendo cuidadosamente las palabras — ya había escrito dos novelas que se convirtieron en bestsellers. Pero me di cuenta de que no quería que mi carrera médica estuviera asociada a mi faceta como escritor. Son dos partes de mí que, de cierta manera, siempre mantuve separadas.

El Dr. Moreau me miró atentamente, y continué:

— Mi nombre de nacimiento no era Alexander. Usaba el nombre Collins como autor, pero sabía que, para avanzar en la medicina, necesitaba un grado de anonimato. Quería que mis pacientes confiaran en mí por mi trabajo en el hospital, no por mi fama como escritor. Así que, cuando publiqué mi tercer libro, decidí que sería el último bajo el nombre Collins. Cambié mi nombre y me concentré en la medicina, dejando atrás mi carrera como escritor.

Hubo un silencio momentáneo mientras el Dr. Moreau absorbía lo que acababa de contar. Finalmente, sonrió de nuevo, pero esta vez de manera más comprensiva.

— Entiendo. Y admiro tu decisión, Alexander. Pero debo decir que es una pena que hayas dejado de lado la escritura. Tu talento es innegable, tanto como médico como autor.

Esas palabras me afectaron más profundamente de lo que esperaba. Había una verdad en ellas que no quería reconocer. Parte de mí siempre había echado de menos escribir, pero el peso de la responsabilidad médica siempre me mantuvo alejado de ese deseo.

— Si alguna vez decides volver a escribir — dijo, levantándose — ten la seguridad de que seré el primero en comprar tu nuevo libro. Pero, por ahora, me conformaré con el autógrafo de tu padre.

Rió levemente, y yo también, mientras tomaba el libro de la mesa. Saqué el celular y llamé a mi padre pidiéndole que enviara su último libro de la colección, firmado con dedicatoria para el director del hospital.

— Gracias, Alexander — dijo, asintiendo con la cabeza antes de salir de la oficina, dejándome solo con mis pensamientos.

Mientras observaba cómo se cerraba la puerta detrás de él, no pude evitar preguntarme si algún día realmente volvería a escribir. La vida estaba hecha de elecciones, y, en ese momento, había elegido ser médico. Pero, tal vez, las palabras no me habían dejado realmente. Quizás, todavía estaban allí, esperando el momento adecuado para emerger nuevamente.

Aquel final de tarde, después de salir de una cirugía, vi a muchos médicos en la puerta de mi consultorio. Al entrar, vi a mi padre conversando con el director del hospital. Me sorprendí; la última vez que había visto a mi padre fue en el velorio de mi difunta esposa Anna y mi hijo.

El director salió de mi oficina, dejándonos a solas, y mi padre dijo:

— ¿Cuándo ibas a contarnos que estás casado?