La historia sigue a Patrick, un aventurero serio y amable que trabaja para la iglesia en un mundo de fantasía medieval. Patrick recibe la misión de recolectar poderosos artefactos mágicos, incluyendo la espada Dama, que puede invocar a una entidad llamada Dama Blanca. Durante su viaje, Patrick rescata a Samantha, una chica mitad demonio con un carácter fuerte pero frágil, que es perseguida por la iglesia debido a su linaje. Juntos, enfrentan peligros y desafíos mientras Samantha comienza a enamorarse de Patrick, y él descubre secretos oscuros sobre los artefactos y las verdaderas intenciones de la iglesia. La historia se desarrolla en un vasto mundo lleno de reinos, criaturas míticas, y seres divinos, donde la discriminación entre razas y la lucha por el poder son constantes.
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Capitulo 10: Turner, el Pueblo Bajo la Lluvia
**Capítulo 10: Turner, el Pueblo Bajo la Lluvia**
El sonido de los cascos de los caballos resonaba contra el suelo empapado, acompañado por el incesante golpeteo de la lluvia sobre el techo del carruaje. Después de lo que parecieron horas de viaje, el conductor detuvo el carruaje con un leve tirón de las riendas. Patrick y Samantha miraron hacia el exterior y vieron cómo, entre la niebla y la llovizna, comenzaban a aparecer las primeras estructuras del pueblo de Turner.
—Aquí estamos —dijo el conductor mientras bajaba del carruaje para ayudarlos a descender—. No sé cuánto tiempo más durará esta lluvia, pero les deseo suerte.
Patrick y Samantha bajaron del carruaje. El aire estaba cargado de humedad, y un ligero viento frío soplaba entre las calles del pueblo. Turner era un lugar sombrío, con casas de piedra y madera desgastadas por el constante azote de la lluvia. Los techos de las viviendas estaban cubiertos de musgo, y las calles de barro estaban desiertas, salvo por algunas sombras que se movían detrás de las ventanas.
—Gracias por traernos —dijo Patrick, dándole una moneda al conductor—. Espero que puedas regresar sin problemas.
El hombre asintió, montó de nuevo en el carruaje y, con un último vistazo, partió de vuelta por el mismo camino por el que habían venido. Ahora, solos en el pueblo, Patrick y Samantha se quedaron quietos un momento, observando su entorno.
—Este lugar... —murmuró Samantha, mirando alrededor—. Es como si la lluvia hubiera drenado la vida de todo aquí.
Patrick asintió. —Parece que la maldición es real. No se siente la misma energía que en otros pueblos. Todo está... apagado.
Decidieron caminar por las calles principales, manteniendo las capas bien apretadas contra sus cuerpos para protegerse del frío y la lluvia. Mientras avanzaban, notaron que la mayoría de las casas estaban cerradas con tablones o cortinas. Algunos locales comerciales parecían abandonados, con letreros que colgaban torcidos y ventanas rotas por el descuido.
Pasaron junto a una fuente en el centro del pueblo. Lo que probablemente alguna vez fue un hermoso monumento de piedra estaba ahora cubierto de moho y en desuso, el agua sucia estancada en su base. Alrededor de la plaza, los pocos árboles que quedaban estaban secos, con ramas retorcidas y hojas marchitas que colgaban sin vida.
—No hay nadie en las calles —observó Samantha, frunciendo el ceño—. Es como si todos hubieran desaparecido.
—Quizás están resguardados en sus casas, esperando que esta lluvia interminable termine —respondió Patrick.
Después de explorar un poco más, notaron una posada en una esquina de la plaza. Su letrero colgaba de una cadena oxidada y apenas se distinguía el nombre: **"La Lluvia Eterna"**. Un lugar apropiado, pensó Patrick.
—Vamos adentro. Tal vez podamos secarnos un poco y descansar —sugirió Patrick.
Samantha asintió, y ambos entraron a la posada. El interior del lugar era cálido en comparación con el exterior, aunque la chimenea que ardía al fondo apenas lograba combatir la humedad que se colaba por cada rendija. Las mesas de madera estaban medio vacías, y solo algunos parroquianos se sentaban en silencio, bebiendo en sus jarras. La atmósfera era tranquila, aunque cargada de melancolía.
—Bienvenidos —dijo una mujer mayor desde detrás del mostrador, su rostro arrugado pero amable—. ¿Buscan una habitación?
—Sí, por favor —respondió Patrick mientras se quitaba la capa mojada y la sacudía ligeramente—. También algo de comida caliente si es posible.
La mujer asintió y les entregó una llave. —Suban por las escaleras. La segunda puerta a la derecha. Les traeré algo de comer en un momento.
Patrick y Samantha subieron las escaleras, notando que cada paso hacía crujir las viejas tablas de madera bajo sus pies. La habitación era pequeña, con una cama sencilla, una mesa, y una ventana desde la cual podían escuchar la lluvia golpeando suavemente. Dejaron sus cosas y se acomodaron cerca de la mesa.
—No está mal —comentó Patrick, mirando alrededor—. Al menos está seco.
Samantha se sentó en la cama, quitándose la capucha y dejando que su cabello cayera libre. —Hace mucho que no duermo en una cama de verdad —dijo, estirándose con una sonrisa—. Pensé que ya me había acostumbrado a dormir en el suelo.
Patrick rió, inclinándose hacia ella. —Eso explica por qué siempre te quejas por la mañana. Tal vez debamos hacer esto más seguido, ¿no?
Samantha le lanzó una mirada divertida. —No exageres. No siempre me quejo... solo cuando el suelo está demasiado duro.
Patrick alzó una ceja con una sonrisa. —¿Entonces todas las noches, básicamente?
—¡Hey! —Samantha lo golpeó en el brazo, aunque sin fuerza. Luego ambos rieron, aliviando un poco la tensión acumulada del viaje.
La posadera entró con dos platos de estofado caliente y una jarra de agua. —Aquí tienen. Disfruten. La tormenta parece que no va a detenerse pronto, así que tómense su tiempo.
Después de que la mujer se fue, Patrick y Samantha comieron en silencio por unos momentos, disfrutando del calor de la comida.
—¿Qué crees que pasará en este lugar? —preguntó Samantha, rompiendo el silencio.
Patrick se encogió de hombros. —No lo sé. Si lo de la maldición es verdad, deberíamos encontrar la fuente. Pero no podemos hacer mucho hasta que la lluvia cese un poco y podamos investigar más a fondo.
—Entonces... ¿esperamos? —preguntó Samantha, con una ligera sonrisa.
—Por ahora, sí —respondió Patrick, apoyándose en la pared—. Pero, quién sabe. Tal vez esta noche la maldición nos encuentre primero.
—Con tu suerte, seguro —dijo Samantha, riendo entre dientes, lo que hizo que Patrick también sonriera.
Ambos sabían que Turner no era un lugar común, y que probablemente su estadía en el pueblo sería más complicada de lo que parecía. Pero por ahora, en esa pequeña habitación de la posada, con el sonido de la lluvia como telón de fondo, podían permitirse un breve descanso antes de enfrentarse a lo que fuera que los esperaba afuera.