A veces, la vida nos juega una mala pasada. Nos hace probar el dulce néctar del amor, para luego arrebatárnoslo como si fuera una burla. Ésta historia le pertenece a ellos, aquéllas dos almas condenadas a amarse eternamente, Ace e Isabella.
—¿Seguirás amándome en la mañana?.
—Toda la vida, mi amor...
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Capítulo 1
Me encontraba en casa, leyendo un libro mientras disfrutaba de la lluvia que había en el exterior.
Siempre he amado la lluvía, es algo que me fascina.
El delicioso aroma a tierra húmeda, el cielo grisáceo, las plantas cubiertas por hermosas gotas que las hacen ver aún más perfectas.
Definitivamente cuando llueve los días son mejores.
Mientras me sumergía en la magia de aquél libro en mis manos, esperaba pacientemente el regreso de mi esposo del trabajo.
Es profesor universitario de psicología.
Dijo que hoy debía hacer horas extras, por lo que llegará tarde, al rededor de las 8 PM, quizás.
Las horas pasaban y mí esposo no regresaba.
Ya eran las 10 PM y no había señales de él.
Le dejé al rededor de 100 llamadas y 500 mensajes, estaba preocupada. Él nunca se ausentaba así.
Tomé las llaves de mi auto, lista para ir a su trabajo a ver si todo estaba bien, pero antes de si quiera llegar a la puerta, el timbre sonó.
Me paralicé un momento, no esperaba la visita de nadie.
Me acerco, abro la puerta y allí me encuentro con dos personas, un hombre y una mujer uniformados, eran policías.
Ambos estaban empapados por la lluvia y me observaban con seriedad.
—¿Puedo ayudarlos, oficiales? –Pregunté con cautela–.
—Buenas noches, señora. ¿Ésta es la casa de Ace Darrell? –Indagó el oficial–.
Al oír el nombre de mi esposo de sus labios, supe que algo a andaba mal. Mi corazón comenzó a latir rápidamente y mis manos comenzaron a temblar.
—Mi esposo... Es mi esposo, ¿Dónde está? ¿Ocurrió algo malo? –Cuestioné, intentado mantener la calma, pero el temblor en mi voz delataba lo contrario–.
Al escuchar mi afirmación, ambos intercambiaron una mirada que no pude decifrar. Y, entonces, la mujer habló.
—Señora... Voy a decirle algo y, quizás deba sentarse. –Ella habló con calma, pero al ver qué no me moví, decidió continuar–.
—Su esposo, el señor Ace Darrell acaba de sufrir un accidente –Ella me informó, y yo sentí mi corazón romperse en pedazos–. Lo lamento mucho, señora, su esposo está ahora en el hospital y...–
Ni si quiera la dejé terminar.
Mis piernas comenzaron a correr involuntariamente hacia el auto, conduje a toda velocidad hacia el hospital más cercano, rogándole a Dios que mi esposo estuviera ahí, suplicándole que estuviera bien.
Las lágrimas recorrían mi rostro como si de una cascada se tratase.
Aceleraba sin parar, sin prestar atención a los semáforos, y tampoco a los peatones.
No me importaba nada ni nadie, sólo quería estar con mí esposo.
Al llegar al hospital, corrí a la mesa de entrada, preguntando si mi esposo se encontraba ahí y, por suerte, si estaba.
Desgraciadamente había sido enviado a cirugía, en dónde lo estaban tratando. Por lo que debía esperar.
Por horas estuve caminando de un lado a otro, rezando, llorando, implorando que mi esposo estuviera bien.
Habían pasado al rededor de cinco horas, y fue cuándo el doctor finalmente salió de la operación.
—¿Familiares de Ace Darrell? –Preguntó observando a las personas en la sala y, rápidamente me puse de pie acercándome–.
—¡YO! ¡Soy su esposa, es mi marido! –Afirmé sintiendo mi corazón acelerarse– ¡¿Cómo está mi esposo?! –Indagué con desesperación–.
El doctor me observó, y luego miró unos papeles en su planilla.
—Señora, su esposo tuvo un accidente grave. –Declaró–. Según entendemos, perdió el control de su auto debido a la lluvia y se estrelló contra un árbol. Tiene huesos rotos y muchas heridas. Sin embargo, por el momento está estable, aunque no puedo prometerle nada. Ya sabe, debido a su enfermedad...-
Me tensé al escuchar sus palabras.
—¿Enfermedad? ¿Qué quiere decir, doctor...? –Murmuré–.
El doctor se detuvo, estudiando mi reacción, luego suspiró y habló con calma.
—Digo que, mientras tratábamos a su esposo, descubrimos que tiene cáncer de pulmón, está en etapa avanzada.
Juro que dejé de escuchar cuándo el doctor me informó sobre el cáncer.
Mi mente iba a mil kilómetros por segundo.
—Por su reacción, debo asumir que su esposo no le habló de su enfermedad. –Me observó–. Señora, entiendo que ésto es difícil, pero debe ser fuerte por su esposo, comenzaremos lo antes posible con el tratamiento para su enfermedad pero, de nuevo, le recuerdo que ya está muy avanzado. Así que, ruegue por un milagro. De lo contrario, prepárese para lo peor.
No sabía que pensar, mucho menos que decir.
—No es posible... ¡Mi esposo no fuma, doctor! Debe haber una equivocación, quizás se equivocó de paciente, ¿Verdad?. Por favor, revise bien, por favor... –Supliqué–.
El doctor simplemente negó, causando que mis peores temores se convirtieran en realidad.
Mi esposo, el amor de mi vida, tenía cáncer de pulmón y yo no lo sabía. ¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué decidió llevar ésta carga el solo?.
—¿Puedo verlo? –Murmuré, observando al vacío–.
—Adelante, está en la habitación 502. –Informó–.
Caminé hacia la habitación de mi esposo, mi mente era un torbellino de preguntas.
Mis emociones estaban alborotadas, sentía felicidad de saber que mi esposo sobrevivió al accidente y, a la vez, sentía dolor y traición al saber que no me habló de su enfermedad. También me sentía inútil por no haberlo notado antes.
Abrí la puerta, y mi corazón se encogió al verlo en esa cama, con máquinas en su cuerpo, heridas en el rostro y brazos.
Dí un paso adelante, y mis lágrimas comenzaron a caer a borbotones.
Mi esposo estaba dormido, me acerqué a su lado y tomé su mano suavemente entre las mías, sin querer despertarlo.
—Amor mío... –Susurré, mientras llevaba su mano a mi boca, dándole suaves besos sobre su piel–. Amor mío, estoy aquí... –Hablé en voz baja nuevamente–.
Me partía el corazón verlo en ese estado.
—No te preocupes, cielo mío, no me iré a ningún lado. –Murmuré acariciando su hermoso rostro dormido–. Estoy aquí, siempre voy a estar aquí... –Afirmé, plantando un suave y casto beso sobre sus labios–.
La noche transcurrió sin problemas, mi esposo se la pasó durmiendo. Yo, por mí parte, sólo podía llorar.
Cuándo amaneció, era un día gris. El clima era inestable, seguramente llovería de nuevo.
Mientras acariciaba suavemente el cabello de mi amado esposo, finalmente comenzó a despertar. Moviéndose lentamente, soltando quejidos de dolor debido al accidente. Y algunos bostezos por el largo sueño.
—Amor mío... –Murmuré, sujetando su mano de mi pecho–. Estoy aquí, buen día, mi amor...
Mi esposo lentamente abrió sus párpados, revelando sus hermosos ojos de color miel, sonriendo suavemente a pesar de su dolor corporal.
—Mi hermosa esposa... –Susurró, acariciando mi mejilla con suavidad–.
Su simple tacto me hizo llorar aún más.
Sus caricias eran como un suave susurro al alma.
—Cielo mío, ¿Cómo te sientes? –Pregunté en voz baja, mientras llenaba de besos la palma de su mano, mientras soltaba suaves sollozos–.
—Estoy bien, cariño. –Afirmó, intentando calmar mi angustia–. No llores, mi hermosa mujer de ojos violetas... Estoy bien ahora que estás a mi lado. –Expresó con una dulce voz–.
Sequé suavemente mis lágrimas y asentí.
—Siempre, siempre estaré a tu lado, amor mío... —Respondí, besándolo suavemente–