— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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Lady Margaret, haga lo suyo
Al llegar al pueblo, le pidieron al jefe que los llevara directamente a donde tenían a los animales.
— Lady Margaret, haga lo suyo — Dijo el archiduque, alentando a la joven y sin permitir que nadie faltara al respeto a su prometida.
— Tienen los ojos enfermos, al igual que la secreción que sale por su pico; su excremento no es normal. Además, por el evidente aspecto que presenta su plumaje, ¿me podrían decir si los animales están comiendo con normalidad? —preguntó Margaret al jefe del pueblo. Era evidente el mal estado de las aves.
— Ahora que lo pienso, los animales comenzaron a enfermarse después de una cacería, al igual que nosotros. Creemos que estamos siendo atacados por la misma epidemia. Los alimentamos a la fuerza, ya que no quieren recibir alimento — Dijo el hombre cabizbajo. El contagio en los animales los tiene muy preocupados; ese es el principal ingreso del pueblo.
— Justo como pensé, los animales son quienes propagaron esta epidemia. El contagio fue a través de inhalar ciertas esporas que están en su excremento. Puede que hayan capturado algún ave infectada y esta haya propagado la enfermedad — Dijo Margaret, asombrando a más de uno. Sin duda alguna, todos pensaban que ella estaba mostrando su valía, pero qué equivocados estaban; Margaret solo quería evitar la gran suma de muertos
que se cobraría por dicha enfermedad.
— ¿Está segura, Lady Margaret? —preguntó un médico con recelo. Ellos no habían descubierto aún la causa, y que esa joven lo hiciera los dejaba muy mal parados, aparte de que no confiaban en lo absoluto. Pero este médico fue el mismo que descubrió el mal en su vida pasada, aunque tres años después, ya cuando la enfermedad había causado muchos estragos y cobrado varias muertes.
En un principio, Margaret se sintió mal por robarle su fascinante descubrimiento, pero esto no se trataba de logros y reconocimientos; se trataba de salvar vidas, así que dejó de sentirse culpable. Aunque hablaría con todos los presentes para que los médicos tomaran el prestigio del hallazgo.
— Completamente, doy la palabra de mi padre como respaldo. Para nuestra suerte, traje algunas plantas que nos ayudarán a combatir la epidemia, pero necesito más de ellas, así que los caballeros tendrán que buscar en grandes cantidades, así como brebajes para reponer la vitalidad de las personas afectadas e incluso de los animales. El tratamiento tiene que ser por un mes entero. Debemos emplear un plan de limpieza adecuado para las jaulas, para que esta situación no se vuelva a repetir. Pero eso se los dejo a los ilustres caballeros. Si estoy en lo correcto y logramos avanzar contra la epidemia, quiero que los médicos tomen el debido reconocimiento. No quiero llevarme el crédito, pero si no es así, yo asumiré las consecuencias. — Margaret salió de ahí con la frente en alto, dejando al doctor en ridículo; sin embargo, a pesar de eso, el hombre le agarró una gran estima a la joven.
De inmediato, todos se pusieron en marcha. Los nobles, junto con sus caballeros, fueron al pueblo más cercano en busca de la mayoría de las plantas, mientras que Margaret les indicaba a los doctores y curanderos cómo utilizar las diversas plantas para sacarles el mayor provecho.
El archiduque estuvo velando por la seguridad de Margaret en todo momento, pero lamentablemente el anochecer los sorprendió en el pueblo y tuvieron que establecer campamentos lejos del núcleo de contagios, a unos metros del bosque donde había un río, ya que la oscuridad no les permitiría avanzar hasta las afueras, donde estaba el campamento principal.
El conde Derby, al ver que Margaret estaba descansando sentada en un tronco cerca de la fogata, decidió hacerle compañía, pero nada resultaría como él quería.
El archiduque que estaba organizando la seguridad no le gustó mucho el acercamiento del condecito de pacotilla, pero tenía que confiar en Margaret; no podía dejarse llevar por las habladurías.