En la Ciudad de México, como en cualquier otra ciudad del mundo, los jóvenes quieren volar. Quieren sentir que la vida se les escapa entre las manos y caminar cerca del cielo, lejos de todo lo que los ata. Valeria es una chica de secundaria: estudiosa, apasionada por la moda y con la ilusión de encontrar al amor de su vida. Santiago es todo lo contrario: vive rápido, entre calles peligrosas, carreras clandestinas y la lealtad de su pandilla, sin pensar en el mañana.
Cuando sus mundos chocan, la pasión, el riesgo y el deseo se mezclan en un torbellino que los arrastra sin remedio. Una historia de amor que desafía reglas, rompe corazones y demuestra que a veces, para sentirse vivos, hay que tocar el cielo… aunque signifique caer.
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Veintiuno
Regina, todavía con el rush de cumplir dieciocho, corre al interfón, riéndose como si todo le saliera perfecto esa noche.
—Yo contesto, yo contesto —le dice a un güey que pasa cargando un platito de mini sopes con frijoles refritos.
—Bueno… ¿quién habla?
—¿Está Fátima? —responde una voz con acento raro.
—¿Qué Fátima?
—La güerita, Fátima García.
—Ah… sí, ¿qué le digo?
—Nada, abre. Soy su hermano, tengo que dejarle las llaves.
Regina, medio intrigada, oprime el botón una vez… y luego otra, no vaya a ser que no se haya abierto el portón eléctrico. Se regresa a la cocina, agarra dos botellas grandes de Coca bien sudadas y se lanza de nuevo a la sala. En el pasillo se topa con la mismísima Fátima, la güera de cabello teñido platinado, platicando con un chavo de copete engominado, camisa Hugo Boss bien fajada.
—Fati, tu hermano está subiendo…
—¿Qué? —la güera se queda congelada, como si le hubieran soltado un chisme bomba—. Gracias.
El del copete levanta una ceja, medio sacado de onda.
—¿Qué pasó?
—Nada, nada… sólo que… yo soy hija única.
Justo en ese momento, abajo en la entrada, unos morros con look de barrio bravo ya están leyendo los timbres:
—Aquí es, aquí es… —dice uno al que le dicen “El Chuy”, señalando el apellido Español grabado en la plaquita del cuarto piso.
El que trae la voz cantante, Marcelo, aprieta el botón y al toque se abre la puerta.
Regina apenas alcanza a asomarse al umbral cuando los ve llegar: un grupito de tipos musculosos, con chamarras de cuero, pants Adidas y tenis Nike clonados del tianguis de Tepito, con cortes de pelo bien noventeros, uno hasta con mechón rubio oxigenado. Olían a una mezcla de Azteca de Oro y desodorante barato.
—¿Les ayudo en algo? —pregunta ella, ingenua.
Marcelo se adelanta.
—Buscamos a Fátima. Soy su hermano.
Como invocada, Fátima aparece junto al del copete.
—Ah, mira, aquí está tu “hermano”… —dice él con tono incrédulo.
—¿Y tú quién fregados eres? —responde ella, medio molesta.
—¡Yo! —grita Kevin, alzando la mano.
—Y yo también —añade Pollo, levantando la suya—. Somos gemelos, como en la de Schwarzenegger. Él es el menso.
Todos sueltan la carcajada. Otro del grupo grita:
—¡Nosotros también somos carnales, la neta! —y uno por uno levantan la mano en plan de burla.
El del copete ya no entiende nada. Opta por quedarse con cara de “me la pelo”, más preocupado por no despeinarse que por el desmadre que se avecina.
Fátima jala a Marcelo aparte, furiosa.
—¿Qué haces trayendo a esta bola de nacos? ¿Estás loco?
Pollo se sube el cierre de la chamarra de vinil, queriendo verse rudo.
—No te pongas payasa, Fati. La fiesta parece velorio, mínimo la prendemos un rato.
—¿Que no entienden? ¡Lárguense ya!
El Chuy ni la pela, se persigna de broma y entra directo al depa sin esperar invitación.
El del copete capta por fin la movida: se quieren colar. Y como buen mirrey en potencia, mejor se esfuma discretamente hacia el salón, no vaya a tocarle la bronca.
Fátima, roja de coraje, les bloquea la entrada.
—¡No, Marcelo, no! ¡No pueden pasar!
Pero ya es tarde. Los “carnales” se escurrieron entre los invitados, con risas, empujones y el olor a Tonayán mezclado con perfume de catálogo. Al fondo, alguien prende la grabadora de doble casetera y empieza a sonar La célula que explota de Caifanes.
El ambiente elegante se empieza a transformar en una mezcla rara: damitas fresas con mini faldas de Stradivarius junto a los colados que hablan de que mañana van al tianguis de Pericoapa por discos piratas. La CDMX noventera se metió de golpe a la fiesta.