Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
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Capítulo 10
Tobías Zuloaga pensaba haber encontrado el amor de su vida en Gisela. Ella además de hermosa era cariñosa, tierna, dulce y muy romántica. Le encantaba ver las estrellas, soñando en ellas, imaginando cabalgar por el espacio, recogiendo las luces de los cometas y los luceros. Y eso le gustaba al achacoso ochentón. Jamás había tenido suerte en el amor, no tuvo éxito con las mujeres y toda su vida fue solitario, triste, apartado del mundo, dedicado a sus chacras, hundido en la soledad. Sus cultivos de papa le daban muchas ganancias, igual el camote. Labró su fortuna trabajando con sus propias manos, sepultándose en sus acres, laborando, muchas veces, de sol a sol porque en realidad era su única distracción.
Cuando ya había alcanzado la plenitud económica vendió sus tierras y aumentó aún mucho más su capital, hasta convertirlo en un enorme globo, fantástico, que le permitía vivir con holgura y a su anchas, sin preocupaciones y disfrutando de su vejez aunque extrañaba una compañía femenina, compartir sus risas y sueños, que estuviera, simplemente, a su lado.
Siempre se sintió solo, aunque no era ermitaño. La única mujer que se interesó en él, Prudencia, falleció al poco tiempo de conocerlo, en un accidente automovilístico cuando estaban en su mejor momento, entregados a la pasión del amor. Pero el destino fue cruel con él, lo castigó duramente y lo dejó sin esa mujer que lo había acogido enamorada. Por eso, quizás, Tobías prefirió enterrarse en su chacra, apartarse del mundo y vender sus productos a los camioneros que llegaban en fila india a recoger el fruto de su sudor. Su dolor lo llevaba dentro, agujerando su lastimado corazón.
Esa noche, sin nada qué perder en la vida, ya muy anciano, sabiendo que su vida iba a caducar tarde o temprano, se aventuró a conocer a esa sociedad que le había sido ajena tanto tiempo, distante y apartada de su vida, indiferente a su dolor, sus decepciones y existencia.
Entonces conoció a Gisela de casualidad. Él iba por una céntrica avenida, mirando tiendas y el paso raudo de los carros, cuando la joven se topó con él. Los dos estaban distraídos. Tobías tratando de reconocer las marcas de los carros y ella revisando los mensajes en su celular. El choque fue aparatoso. El anciano casi va al suelo, pero Gisela logró tomarlo de los brazos.
-Espero no se haya lastimado-, dijo ella, extendiendo una sonrisita coqueta, divertida, tierna. Ese primer impacto fue decisivo para Tobías. Desde Prudencia, jamás una mujer le había sonreído de esa manera, jovial y dulce, como una poesía, como lo había hecho esa chica tan linda, bellísima como una rosa de primavera.
-Yo soy el que debo disculparme-, dijo Zuluaga, tratando de ser ceremonioso y correcto. Ella le hizo una venia virreinal, aceptando sus disculpas, que le encantó aún mucho más a él.
-Disculpa aceptada, caballero-, echó a reír ella con coquetería y Tobías empezó a sentirse extraviado entre las nubes admirando la belleza pictórica y dulce de aquella dama que, incluso, le hacía una sensual reverencia que lo electrizó hasta el último rincón de sus sentidos.
-Tenía una junta de negocios pero me acaban de avisar que se canceló. Ahora no sé qué hacer el resto de la tarde-, se rascó ella la cabeza, mortificada. Tobías sonrió. -Yo también estoy libre. En realidad no tengo nada qué hacer-, le dijo con confianza, tratando de mostrarse natural y distendido.
-Su esposa o sus hijos se podrían preocupar si llega muy tarde-, ensanchó su encantadora risita Gisela, igual a una postal sexy y súper femenina.
-No tengo esposa, soy soltero. Tampoco tengo familia, así es que el único que se preocupa por mi, so yo mismo, je je je-, intentó él vanamente ser bromista pero su voz fue trémula, como una lágrima.
Sin embargo a Gisela le gustó esa simplicidad, la mesura y la tranquilidad que tomaba las cosas el anciano, como resignado a su edad y las canas que pintaban de blanco su cabeza. Ella le aceptó caminar por las calles y continuar viendo vidrieras y vitrinas.
Fue el primero de muchos paseos juntos. Tobías, incluso, cuando la despidió luego de tomar un taxi, pensó que ella no lo llamaría a su móvil porque era un viejo verde, ridículo, al lado de una dulce jovencita, hasta imaginó que la muchacha estaría riéndose de él, pero se equivocó. Al día siguiente, apenas, Gisela le mandó un mensaje de texto invitándolo para verse y tomar un café.
Así empezaron a multiplicarse los paseos, sobre todo en las noches, porque a Gisela le gustaba mucho la luz de la luna y contemplar las estrellas fulgurando en el cielo. Tobías la llevaba en su auto a la Costa Verde y allí se quedaban muchas horas viendo el lienzo nocturno oscurecido con las lucecitas prendiéndose y apagándose, dibujando extrañas siluetas, igual a luciérnagas extraviadas en la inmensidad del infinito.
Gisela suspiraba viendo las estrellas, le encantaba su brillo, sus tonos y le decía a él que le hubiera gustado ser un lucero para estar entre tantas fulgores. -No hay nada más majestuoso que el cielo-, le decía ella, enamorada de las estrellas.