¡LA TEMPORADA DE ESCÁNDALOS HA COMENZADO!
Tras haber salvado la vida de su hija, casada con el príncipe heredero y madre del nieto de la reina regente, se enfrenta a la insistencia de esta última para que vuelva a casarse y disfrutar de su jubilación en compañía. A pesar de sentirse desalentado por la idea de encontrar pareja como un divorciado de mediana edad, que para nada es atractivo, accede a asistir a los bailes debut para complacer a su hija. Lo que no imagina es que en ese ambiente hipócrita podría hallar una nueva oportunidad en la duquesa de Rosaria, la primera mujer en heredar un título nobiliario y formar parte de la guardia real. ¿Podrá un hombre marcado por el estigma de un divorcio, su edad y de su fealdad, encontrar nuevamente el amor en alguien como ella, que desafía las convenciones sociales con su posición y poder?
NovelToon tiene autorización de Guadalupe Nieves para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO 10
El almuerzo de ese día fue llevado a los dos directo a sus respectivas habitaciones, por lo que Serena invitó a su abuelo a almorzar con ella. Se sentía tan mal que, inclusive, un nuevo temor inundó su corazón: había perdido a su familia, había perdido a sus únicos amigos, solo sería que perdiera su abuelo.
De inmediata Serena apartó ese pensamiento, dejando de comer. Haría todo lo posible para que la historia no se repitiera, ahora que tenían al pequeño Jeremy, vivirían los tres juntos. Teniendo también la amistad forjada con Anthony y su esposa, no se sentía la casa tan sola.
—¡Mami enamorada!—dijo su abuelo.
Al escuchar aquellas palabras, Serena terminó tosiendo la limonada que estaba tomando. Aunque el estado de su abuelo aún no estaba tan avanzado, había veces que salía con unas cosas que la sacaban de sus pensamientos de golpe. Carraspeando un poco, se limpió con una servilleta, para observar a su abuelo, siendo alimentado por su cuidador.
—¿Por qué el abuelo dice eso?—preguntó un poco con burla el cuidador.
—¡Jeremy papá!—respondió aplaudiendo—¡Mamá, Papá, hermanito, Almirante y yo!
Como si entendiera lo que estaban hablando, hasta el gato de su abuelo se coló montándose en la pequeña mesa de su habitación. Aquello provocó que Serena volviera a toser un poco lo que había tomado, sus mejillas se sentían tan rojas que tuvo que ocultar unos segundos su rostro con su mano sana.
Fue en ese momento que vio la necesidad más arraigada de tener un esposo, su abuelo, pese a su deterioro, estaba diciéndole de manera subconsciente que quería que ella estuviera con Jeremy o con alguien más. Ante la inevitable realidad de que su único familiar con vida, el que en su momento fue la luz de los ojos de su padre, no era inmortal, tarde o temprano estaría sola.
"Supongo que le tengo más miedo a la soledad que a la pobreza"
Pensó terminando de tomar su sopa, cuando el almuerzo acabó, su abuelo fue llevado por su cuidador a su habitación, mientras el gato Almirante los seguía por detrás. Un sentimiento agridulce atoró su garganta, por lo que aun en bata caminó hasta el despacho. En el lugar, estaban colocados, bien puestos en maniquíes, algunos de los vestidos que se habían logrado confeccionar.
No obstante, al detenerse en uno de ellos, suspiró con pesadez. Dando la vuelta alrededor, no sintió la ilusión o la alegría que cualquier debutante podía tener ante un vestido nuevo. Sentía una tristeza interna impresionante, y en la soledad del lugar dejó escapar algunas lágrimas.
—Si mi hermano no hubiera muerto, ¿podría haber usado vestidos como estos desde antes?—preguntó con voz baja.
Dando unos pasos más al fondo, vio en un maniquí central su uniforme de gala militar. Había odiado su tiempo en el ejército, lo que vivió en la guardia real no se lo desearía a nadie; sin embargo, era imposible negar que ya no era una mujer o por lo menos una mujer normal.
Lo único bueno de su servicio fue el salvar el título de su padre y proteger lo único que le quedó, pero nadie la podría querer realmente por lo que es. Su cuerpo estaba tonificado y aunque no era un cuerpo "marimacho" como muchas veces le dijeron para molestar, envidiaba la delicadeza y dulzura de las mujeres tradicionales. Su comportamiento no iba acorde a las demás, se sentía un adefesio.
Dándole la espalda a los maniquíes, cerró la puerta divisoria del enorme closet interno del despacho y se sentó directamente en el escritorio. Allí observó los retratos de su familia al frente de su silla, y no podía dejar de pensar en su hermano mayor.
—Que sea lo que Dios quiera—sacó el libro contable de su cajón.
De acuerdo a lo que Anthony le había explicado, por fin la economía del ducado estaba floreciendo gracias al fin de la terrible sequía. Así mismo, debido a las regalías que la fábrica de juguetes y los hoteles en los que había invertido parte de la fortuna de su padre, pronto podría llegar al nivel de economía anterior a la tragedia.
—¿Así que esto ha subido mi dote?—preguntó sorprendida.
No sabía que la reina le había dado la orden a Anthony de usar una parte de sus inversiones en su dote, por lo que enseguida supo que la monarca también sospecharía que le sería difícil conseguir un marido. Sintiéndose aún mal, negó con la cabeza.
Ya fuera que sir Jeremy la escogiera como esposa o que ella tuviera que seguir en búsqueda de un esposo, nadie más podía saber sobre la jugosa dote que, por testamento, debía ser dada a quien la desposara. Aquello hizo que se riera a más no poder, si tan solo una cuarta parte de los caballeros casamenteros supieran que podrían ser uno de los hombres más ricos del reino, tan solo con desposarla, estaba segura de que no la rechazarían.
.
.
.
.
Mientras todo eso ocurría, en el palacio real, una mujer canosa se reía mientras leía las páginas de un grueso libro. Era tanta su diversión, que pidió almorzar en su despacho para continuar con la lectura. Inclusive, ni se dio cuenta cuando los sirvientes habían retirado los platos.
—No tengo pruebas, pero tampoco dudas—dijo en un susurro pasando a la siguiente página—esto lo escribió en definitiva ella.
Los toques a su puerta hicieron que esta dejara en su cajón el libro y se sentara con respeto en su escritorio. Cuando dio la aprobación, las puertas se abrieron para dejar pasar a un hombre delgaducho, pálido y lleno de sudor.
—¡Saludos a la reina regente, la gran Regina!—saludó el hombre.
—Hable rápido, conde, tengo cosas más importantes que hacer—habló con burla.
La reina ya sabía lo que quería el conde de Luxem, de hecho, si no tuviera el autocontrol que la caracterizaba, se burlaría de él. Desde que aquellos libros habían salido a la luz, los compró enseguida por recomendación de su doncella personal, pero jamás se imaginó que uno de los protagonistas fuera un chico tan parecido al hijo mayor del conde.
jajajajaja jajaja
jajajajaja jajaja