Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#10
Tras las últimas palabras del padre de Anne, se produjo un silencio de sepulcro. Solo se oía el crepitar de la chimenea.
Todos esperaban la respuesta de la joven, quien a esta altura veía pocas opciones para su vida. Huir no era la respuesta, eso ya lo había comprobado. Entonces, ¿Qué podía hacer?
Anne rompió el silencio:
—Supongo que si no me caso estaremos en problemas…Verdaderos problemas… — Si estos Mancini tenían algo que ver con Renzo Mancini, Anne suponía que su familia no solo sufriría económicamente, sino que podría ser presa de verdaderas desgracias; lo que había vivido la otra noche en el bar se lo dejó más que claro.
—Así es, Anne —dijo su padre — Veo que lo estás comprendiendo…
Pero, si su prometido tenía algo que ver con aquel hombre de ojos dorados, la única que sufriría alguna desgracia sería ella, de eso no le cabía duda.
“Dios…”, rogó Anne por dentro, “No me castigues así….”
—Creo que ya fue bastante por hoy, cariño — intervino Leticia, con dulzura en la voz y frialdad en los ojos — Mírala: Anne parece haber entrado en razón ¿No es así? Incluso luce más madura ahora…
La joven la miró con los ojos perdidos. “Madura…” Según ella, acatar sus órdenes es “madurar”. A pesar de lo que realmente pensaba, Anne solo calló y asintió con la cabeza.
—¿Lo ves? — sonrió la madrastra — Charleen: acompaña a tu hermana a la alcoba para que se dé una ducha y se cambie. Debe estar agotada.
Charleen hizo un puchero de disgusto pero no fue suficiente para contradecir a su madre. Sin embargo, Anne no la esperó y salió de la sala, subiendo escaleras arriba, con la clara intención de que Charleen no la alcanzara.
Ya en su alcoba, Anne arrojó su bolso de viaje marrón al suelo y se quedó de pie, con mirada desesperada. El problema ya no era solo su matrimonio arreglado, sino la espantosa posibilidad de que su prometido estuviera relacionado a Renzo Mancini… ¿Y si eran hermanos?
Anne sentía que había cavado su propia fosa. Si eran familia, la posibilidad de ser descubierta por Renzo Mancini se ampliaba.
Sería un escándalo: La nieta de Vittorio Marino había sido capaz de tener relaciones en un hotelucho con el nieto de los Mancini, su propio cuñado. Su esposo la contemplaría con ojos atroces y la mandaría a matar…
“Basta, Anne. Ya, cálmate”, pensó la joven, cerrando fuertemente los párpados y agarrándose la cabeza.
De repente, una voz melosa y molesta interrumpió sus pensamientos. Era Charleen, que se encontraba en la puerta de su alcoba:
—¿Qué pasa hermanita? Pensé que te alegraría casarte con un hombre tan rico. Deberías agradecerle a nuestros padres…
Anne, molesta de que Charleen la haya atrapado en un momento de angustia, se dio la vuelta y vociferó sin pensar:
—Si te parece algo “tan alegre”, ¿Por qué no te casas tú?
Estaba realmente enojada. Charleen no era precisamente una buena hermanastra; siempre estaba compitiendo con Anne y jamás le demostraba algo de afecto verdadero. Había intentado comportarse como su verdadera hermana, pero la distancia entre las dos era enorme.
—Pues… —Charleen estiró esa palabra, como a punto de hacer un gran anuncio — Ya tengo un prometido. Y estoy muy enamorada. Cuando sea mayor de edad me casaré con él, mamá ya me dio permiso.
Era evidente que la única intención de Charleen era molestar a Anne. Ella se paseaba conteniendo el entusiasmo que le generaba su pequeño triunfo, mientras Anne intentaba ignorarla, levantando el bolso del suelo y sacando sus cosas para ordenarlas.
—¿Ah, si? No me digas… —soltó Anne, irónica.
—Sip. Y él está locamente enamorado de mi. ¿No te parece lindo?
“Es tan obvio…”, pensó Anne, “Siempre quiere llamar la atención”.
Anne arrojó un estuche sobre la cama, luego, un par de medias. A sus espaldas, Charleen la miraba con malicia, saboreando lo siguiente que iba a decir:
—¿Sabes? Tal vez conozcas a mi novio. Era amigo tuyo. Creo… —y se tomó la barbilla, fingiendo un gesto pensativo— Él me dijo que fueron juntos a la escuela.
Su nombre es Justin York, ¿acaso lo recuerdas?
Al oír ese nombre, Anne sintió un nudo en el estómago. Claro que lo recordaba, Justin había sido su primer amor. Si bien nunca fueron novios, eran grandes amigos y de niños se la pasaban juntos… Justin le había dado los mejores años de su primera juventud.
Charleen sabía que a Anne le gustaba Justin. No porque alguna vez ella se lo hubiera contado abiertamente; Charleen envidiaba la ilusión que Anne traía en los ojos cada vez que regresaba a casa luego de ver a ese niño.
Anne sintió una desilusión muy rara en su pecho. Hacía tiempo que había dejado de ver a Justin, pues cada cual había elegido caminos académicos diferentes. Los exámenes eran difíciles y Justin se había abocado fuertemente al ingreso en una universidad muy prestigiosa.
La hermanastra sonrió triunfal ante el silencio de Anne; ella sabía que había logrado su cometido de herirla. Fingiendo bondad, le dijo:
—Se que eres una buena hermana y te alegras por mí, tanto como yo me alegro por tu futura boda — y extendiendo un vestido azul que traía en su mano, agregó: — Mira, encontré este vestido en mi armario. Sé que es un poco viejo, pero pensé que te quedaría. En realidad… — Una risita burlona se le escapó sin querer — Si lo ves bien, es un vestido más lindo que el que traes puesto. Convengamos que últimamente te vistes algo… ¿anticuada? Jaja, no te enojes hermana…
La paciencia de Anne comenzaba a escasear. Sin embargo, no quería perder su dignidad. Entonces, se dio la vuelta y miró la expresión ladina de Charleen, tomó el vestido y lo dejó caer al suelo.
El rostro de Charleen cambió, revelando su verdadero ser. La envidia que sentía por Anne, los deseos de ser mejor que ella, estallaron. Furiosa, escupió:
—Eres una ingrata Anne, siempre lo fuiste. Pero ¿sabes qué? Ahora eres una lacra para la familia. Ni siquiera nuestro padre te quiere, él se ha dado cuenta de lo egoísta que eres. ¿Sabes por qué te pasan todas estas cosas? ¡Porque te lo mereces! Eres vanidosa, te crees mejor que los demás… Y ¡mírate! Tu castigo ha llegado: te casarás con un guapo millonario, pero marica.
Charleen se mordió los labios para contener su malvada carcajada. Sus ojos proyectaban odio y alegría por la pena que pasaba Anne.
Pero Anne no se inmutó. Esas palabras no eran una sorpresa para ella. Entonces, miró fríamente a los ojos de Charleen y respondió:
—Oye, creo que ese vestido lo conozco — y miró la prenda tirada en el suelo— Era mío, no sabía que lo tenías en tu guardarropa.
Al oír eso, el rostro de Charleen se puso rojo de vergüenza; lo que decía Anne era cierto, pero ella misma lo había olvidado.
Anne siguió hablando:
—No te preocupes: quédatelo. Veo que te gustan las cosas que ya no uso, hasta te enamoras de ellas, ¿verdad? Si te hace feliz…
Charleen tardó un momento en reaccionar, pero, furiosa, entendió que Anne no solo se refería al vestido, sino a Justin York.
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