Por miedo, Ana Clara Ferreira acepta una propuesta para ir a trabajar a Italia junto a su mejor amiga, Viviane Matoso. Pero, por accidente, termina convirtiéndose en la niñera de la hija del mafioso más temido de Italia.
Mateo Castelazzo, el Don de la mafia italiana, se divide entre atender sus negocios, la organización y cuidar de su traviesa hija Isabela.
Pero todo cambia después de un accidente…
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Capítulo 11
Mateo:
Mateo
Pedir ayuda a Bela para conquistar a Ana quizás haya sido la cosa más ingenua que he hecho. Simplemente no imaginaba que mi hija fuera capaz de un plan tan rebuscado como ese.
Después de aquella tarde horrible —en la que, por estupidez, acabé apretando el cuello de Ana en un ataque de ira— me sentía un despojo. Culpa, vergüenza, arrepentimiento… todo mezclado. Pasé el resto del día distante, cené solo, no tuve coraje ni siquiera para mirarlas.
Pero ya era madrugada cuando me di cuenta de que todos se habían ido a dormir. Fui hasta el cuarto de Bela para darle un beso de buenas noches. Después volví a mi cuarto, me di una ducha y me acosté, solo en calzoncillos, como de costumbre.
No esperaba ser despertado por gritos.
—¡Papi! ¡Socorro, papi!
Me levanté de un salto, con el corazón en la boca. Corrí hasta su cuarto.
—¿Qué pasó, mi amor?
—¡Hay un monstruo, papi! ¡Salió de debajo de la cama y corrió al armario!
Suspiré, intentando no reír. Fui hasta el clóset, empujando ropa, revolviendo en los estantes, buscando al tal “monstruo”. Nada.
Fue cuando oí otro grito —esta vez de Ana.
Volví rápido y, así que llegué cerca de la cama, Ana simplemente se lanzó sobre mí, desesperada.
—¡Vi una rata! ¡Una rata!
Y como si estuviera combinado, Tony —el hámster de Bela— salió caminando tranquilamente por los pies de Ana. En el exacto instante en que ella vio al bicho, dio un salto tan grande que fue a parar a mi cintura. Tuve que sujetarla por los muslos para que no se cayera.
Y ahí… mi error.
El contacto de la piel de ella en la mía.
Ana usando aquella camisola minúscula, casi transparente.
Ella agarrada a mi cuello, temblando de miedo.
No tardé dos segundos en darme cuenta de que aquello era una artimaña de Bela. Miré a mi hija, que ya estaba casi riendo, y le avisé:
—Bela… esto fue cosa tuya, ¿no es así?
Ella disimuló mal.
—¿Haciendo travesuras con la tía Ana?
—¿Lo viste, papi? —ella sonrió, traviesa—. ¡Ella te abrazó!
—Bela, eso no se hace. Asustaste a Ana. ¡Si ella tuviera un problema del corazón podría incluso haber muerto!
La expresión de ella cambió al instante.
—Lo siento, papi…
—Ella quedó muy avergonzada, ¿sabes?
—Yo solo… yo solo quería una mamá.
La frase de ella me desmontó.
Me arrodillé para quedar a la altura de ella.
—Bela… te prometo que voy a hacer lo posible para que ella sea tu mamá. Pero sin sustos, ¿está bien?
Ella abrió una sonrisa enorme.
—¡Gracias, papi! ¿Puedo seguir ayudando?
Sonreí de vuelta.
—Puedes, mi amor. Pero despacio.
Ella me dio un abrazo apretado y un beso en la cara. Después la puse en la cama, acomodé la sábana y salí del cuarto.
Cuando me miré, me di cuenta: estaba solo en calzoncillos. Óptimo. Respiré hondo, agarré una bata y fui directo al cuarto de Ana.
—Ana… necesitamos conversar.
—Lo siento… yo no sabía…
—Abre la puerta.
Ella tardó, pero abrió. Estaba encogida en la cama, escondida bajo la cobija.
—Ella es muy traviesa —dijo Ana, sin encararme—. Debe haber pensado que sería gracioso.
—Conmigo ella nunca había hecho eso —confesé—. Pensé incluso que ella solo hacía esas travesuras con las niñeras que quería mandar a la calle.
—¿Usted está bien, señor Mateo?
—Yo sí. Y… yo quería disculparme. Por aparecer así, casi desnudo. Es que ella gritó y ni siquiera pensé en agarrar la bata.
—Está todo bien, señor —dijo ella, muy avergonzada—. Vamos a fingir que nada pasó.
—Solo si mañana aceptas almorzar conmigo a la orilla de la piscina. Bela se va a divertir allá. Tú puedes ayudar.
Ella titubeó algunos segundos.
—Está bien, señor. Acepto.
Deseé buenas noches y salí del cuarto.
Pero, desde entonces… una parte de mí solo piensa en ella.
Ana Clara
Yo estaba fastidiada. Muy fastidiada.
Siempre vi al señor Castellazzo como un hombre frío, rígido, casi cruel con su propia hija. Pero, después de sentir las manos de él en mí —y darme cuenta de que él estaba apenas en calzoncillos— aquella imagen… simplemente no salió de mi cabeza.
El tiempo entre yo salir del cuarto de Bela y él tocar a mi puerta para pedir disculpas fue suficiente para yo revolcarme entera de vergüenza… y de otra cosa que yo no quería admitir.
Dios mío, qué hombre.
Vivi siempre decía que él era bonito, pero bonito es poco. Él es… peligroso. Aquel tipo de hombre que te quita el juicio solo de existir.
¿Y lo peor? Mañana tendría almuerzo en la piscina.
O sea… yo lo vería en calzoncillos. De nuevo.
Tardé horas para conciliar el sueño. Cuando lo conseguí, ya eran más de las tres de la mañana —y aun así soñé con las manos de él recorriendo mi cuerpo.
Al amanecer, me levanté buscando a Bela. Ella ya no estaba en el cuarto. Bajé y Tilde me dijo que ellos estaban en la piscina.
Mi juicio se fue a la calle al instante.
Mateo estaba allá. Sin camisa. Mojado. Bronceado. Fuerte.
Me quedé sin aire.
Bela corrió hasta mí.
—¡No estás en bikini, tía Ana! ¡Ve a cambiarte!
—Claro que no, Bela. Voy a quedarme aquí. Ustedes van a nadar juntos.
Me senté a la orilla de la piscina, intentando concentrarme en el cielo, en el agua, en cualquier cosa que no fuera el hombre allí dentro.
—¡Tía Ana, quédate de pie! —pidió Bela animada.
Me quedé.
Ella me observó por dos segundos y, antes de que yo pudiera entender, salió corriendo alrededor de la piscina.
—¡Quédate parada igual que una estatua!
Me quedé.
Ella solo paró detrás de mí —y me empujó.
Caí directo al agua.
Entré en pánico. No sabía nadar bien. Sentí el agua entrar en la nariz, el mundo girando…
Pero Mateo vino. Nadó rápido, fuerte, decidido. En segundos estaba a mi lado, jalando mi cuerpo hacia arriba, sujetándome firme contra el pecho de él.
Mis manos fueron a parar a sus hombros. La respiración de él golpeaba en mi cara. El cuerpo caliente. La mirada intensa.
Él colocó un brazo en mi cintura, el otro detrás de mi nuca…
Y sin pensar dos veces…
Atacó mi boca en un beso feroz.