“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”
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Capitulo 7:: “Una Razón para Brillar
El sonido del reloj de la pared era lo único que rompía el silencio de la habitación. Isabella estaba tendida boca abajo sobre la cama, abrazando la almohada con fuerza. La tarde se había convertido en noche sin que ella se diera cuenta. No había llorado mucho, pero tenía esa sensación amarga en el pecho, como si el mundo entero se hubiera puesto en su contra.
Un golpecito suave en la puerta la hizo girar apenas la cabeza.
—Isa, cariño… ¿puedo pasar? —la voz dulce de su madre llenó la habitación.
—Sí, mamá… —murmuró, sin fuerzas.
Clara entró con una bandeja. Llevaba una sopa caliente y un pequeño trozo de pastel de chocolate.
—No has comido nada desde el mediodía —dijo, dejando la bandeja sobre la mesa de noche—. Sé que estás molesta, pero tienes que cuidar de ti, mi amor.
Isabella se sentó despacio, intentando sonreír.
—Gracias, mamá… solo… no entiendo por qué todos me culpan de algo que no hice.
Clara le acarició el cabello, con ternura.
—A veces la vida no es justa, Isa. Pero tú no eres lo que dicen los demás. Eres mucho más fuerte de lo que crees.
La miró fijamente, con esos ojos cálidos que siempre la hacían sentir a salvo—. No dejes que te quiten eso, ¿sí?
Su padre apareció en la puerta con una sonrisa forzada.
—Hija, hablamos con el director —dijo—. No hay nada que hacer. Son solo tres días de suspensión, pero quiero que uses este tiempo para ti. Sal, despeja la cabeza, diviértete un poco.
—¿Divertirme? —repitió Isa con ironía.
—Lucas llamó —añadió su madre, y su tono cambió a uno más alegre—. Dijo que habrá una fiesta mañana en casa de Tomás. Te invitó.
Isabella levantó la mirada, sorprendida.
—¿Lucas? ¿Una fiesta? —sus ojos se iluminaron por primera vez en días.
—Sí, cariño —dijo su madre acariciándole el cabello.
Isabella asintió, y su madre le dio un beso en la frente antes de salir.
—Voy a dejarte descansar. Mañana será un mejor día, ya verás.
El clic de la puerta marcó el comienzo del silencio otra vez.
Isabella se quedó quieta unos segundos. Luego, de pronto, se levantó. Abrió el clóset de golpe.
Montones de ropa cayeron al suelo. Camisetas, suéteres, jeans… Nada le parecía suficiente.
—¡No tengo nada lindo! —exclamó con frustración, lanzando una blusa sobre la cama—. Nada que haga que Lucas me vea diferente…
Se quedó mirando su reflejo en el espejo. Su cabello castaño, algo despeinado, caía sobre su rostro. Tenía los ojos hinchados, pero incluso así, se veía dulce. Aun así, no bastaba.
No si Sofía siempre lucía perfecta, con su risa encantadora y sus ojos oscuros que sabían cómo manipular a todos.
Isabella suspiró, hundiendo el rostro en las manos.
Por un instante pensó en no ir. Pero luego recordó la sonrisa de Lucas, el chico que había sido su refugio desde la infancia.
—Solo esta vez… —se dijo en voz baja—. Solo quiero que me vea como antes.
A la mañana siguiente, su madre la despertó con una sonrisa y una sorpresa.
—Vamos, dormilona. Hoy te llevo al salón.
—¿Qué? —Isabella parpadeó confundida.
—Dijiste que no tenías nada lindo. Bueno, si no podemos cambiar la ropa, cambiemos el ánimo. Vamos a hacer que te sientas hermosa, como siempre.
Isabella dudó un segundo, pero la insistencia cariñosa de su madre la hizo ceder.
Media hora después estaban en el pequeño salón de belleza del barrio. El aroma a champú y el sonido de los secadores llenaban el ambiente. La estilista, una mujer simpática con cabello rosado, la observó con una sonrisa.
—Tienes un rostro precioso, cielo. Solo necesitas un poco de brillo —dijo, pasando los dedos por su melena.
—Nada muy exagerado, por favor —pidió Isabella, algo tímida—. Quiero… no sé, verme diferente, pero sin dejar de ser yo.
La mujer sonrió.
—Confía en mí.
Durante las siguientes horas, el espejo le devolvió una imagen que no reconocía del todo. Su cabello, ahora con reflejos color miel, caía en suaves ondas. Sus ojos avellana parecían más claros. Sus labios, con un toque de color, brillaban sutilmente.
—Wow… —susurró, apenas capaz de reconocerse.
Su madre, al verla, no pudo evitar aplaudir.
—¡Dios mío, Isa! Si Lucas no se derrite al verte, definitivamente necesita anteojos.
Isabella se rió con una mezcla de vergüenza y emoción.
Por primera vez en días, se sentía viva.
Al caer la tarde, mientras el cielo se teñía de naranja, Isabella se probaba distintos vestidos frente al espejo. Finalmente eligió uno vino tinto, con un escote discreto y una falda que le llegaba por encima de las rodillas.
No era provocativo, pero la hacía sentir segura.
Su madre la miró desde la puerta, con una sonrisa llena de orgullo y nostalgia.
—Eres hermosa, Isa. Pero más allá de eso… tienes luz propia. No dejes que nadie la apague.
Isabella respiró hondo.
—Gracias, mamá. Prometo disfrutar esta noche.
Y mientras se miraba por última vez al espejo, sintió algo diferente.
No era solo por Lucas.
Era como si, por fin, se estuviera eligiendo a sí misma.