Elena lo perdió todo: a su madre, a su estabilidad y a la inocencia de una vida tranquila. Amanda, en cambio, quedó rota tras la muerte de Martina, la mujer que fue su razón de existir. Entre ellas solo debería haber distancia y reproches, pero el destino las ata con un vínculo imposible de ignorar: un niño que ninguna planeó criar, pero que cambiará sus vidas para siempre.
En medio del duelo, la culpa y los sueños inconclusos, Elena y Amanda descubrirán que a veces el amor nace justo donde más duele… y que la esperanza puede tomar la forma de un nuevo comienzo.
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Capítulo 9.
POV ELENA.
5 años después.
Aún me resulta difícil de creer cuando miro hacia atrás. Han pasado cinco años desde que crucé el océano con un pequeño en mis brazos y una maleta repleta de inseguridades. Nueva York se volvió un recuerdo distante, lleno de sufrimiento y pérdidas. En cambio, Sicilia me ofreció algo que jamás pensé que volvería a tener: la oportunidad de comenzar de nuevo.
Hoy, ya no soy la mujer que solía llorar en un apartamento desolado, con cuentas apiladas sobre la mesa y una angustia que me devoraba por dentro. Esa mujer dejó de existir el día que enterré a mi madre. Yo también estuve a un paso de perderme, pero algo más poderoso me mantuvo firme: Martin.
Mi hijo es mi soporte, mi impulso, mi motivo. Todo lo que soy hoy se lo debo a él.
Cuando llegué a Sicilia, nunca imaginé que llegaría a ser una diseñadora conocida. Sí, tenía aspiraciones, pero también muchas inseguridades. No conocía el idioma, no tenía amigos y no sabía cómo iniciar. Sin embargo, poco a poco, con paciencia y noches sin dormir, comencé a dar forma a mis ideas.
Al principio, trabajé en un taller improvisado en la sala de mi casa amarilla, la que me cautivó desde el primer momento. Compré dos máquinas de coser y contraté a un par de costureras. Entre montones de telas e hilos de diferentes colores, nacieron mis primeras creaciones.
Jamás olvidaré la emoción de ver a alguien probándose uno de mis vestidos por primera vez. Era como observar cómo mi sufrimiento se convertía en algo hermoso. Una belleza que no era completamente mía, pero que podía compartir.
Así nació ELI. No quise usar mi verdadero nombre. Necesitaba una distancia entre Elena Palmer y la diseñadora. ELI se volvió mi protección, mi identidad alternativa. Bajo este nombre, mis vestidos comenzaron a estar en pequeñas boutiques, luego en ferias locales, y más tarde, sin buscarlo, llegaron a pasarelas en las que yo nunca estuve.
Me negué a salir a la luz. No daba entrevistas, no asistía a eventos, no sonreía frente a las cámaras. No quería que nadie supiera quién era. Permití que los vestidos hablasen por mí, y al hacerlo, se generó un mito: ¿quién era ELI? La diseñadora enigmática que nadie había visto, pero que vestía a las mujeres más influyentes de Italia y del extranjero.
Lo que comenzó en mi sala se transformó en una gran empresa, con numerosos trabajadores y ventas que alcanzaron todo el país y más. La preocupación por el dinero quedó atrás. Podría haber adquirido una villa frente al mar, adornada con amplios jardines y comodidades que nunca había soñado. Sin embargo, opté por no hacerlo. Continué habitando en mi mismo hogar modesto, con su exterior amarillo y su jardín repleto de flores. Porque allí, en ese entorno sencillo, redescubrí la felicidad.
Carla fue mi compañera en todo momento. Ella estudió Administración y Finanzas y pronto se volvió esencial para mí. Si yo era la parte creativa, ella representaba la parte operativa. Se encargaba de los contratos, gestionaba la contabilidad y viajaba para concretar acuerdos. Mientras yo veía textiles y diseños, ella veía números y proyecciones.
Además, encontró el amor. Se unió en matrimonio con Francesco, un italiano alegre que le brinda sonrisas que nunca había mostrado. Viven cerca y siguen formando parte de mi vida cotidiana. Para Martin, Carla no es solo una amiga de su madre: es su tía, su familia.
A veces recuerdo que Carla y yo nos volvimos como hermanas sin necesidad de lazos de sangre.
Martin ya tiene cinco años. Cada vez que lo miro, siento una combinación de orgullo y ternura. Es un niño un poco reservado, casi callado con quienes no conoce. Sus maestros comentan que tiene dificultades para socializar y que juega poco con otros niños. Pero conmigo y con Carla es distinto: es afectuoso, dulce, me abraza con fuerza como si temiera perderme.
A veces lo observo en silencio y me pregunto de dónde proviene su carácter serio. Al principio pensé que podría haber heredado algo de Amanda, pero luego recordé que no hay vínculos de sangre. Él es quien decide ser, porque ha creado su mundo pequeño pero seguro, construido entre mis brazos y los brazos amorosos de Carla. Lo acepto tal como es. Martin no tiene la necesidad de comportarse como los demás. Él me muestra cada día que los silencios también comunican.
Hoy me desperté temprano. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas y el aire olía a flores de azahar. Salí al jardín con una taza de café caliente y observé a Martin jugando con bloques de madera. Con calma construía torres y luego las destruía con un semblante serio, como si analizando cada error antes de volver a intentarlo.
—¿Sabes cuál es la mejor parte de cometer errores, Martin? —le pregunté, sentándome junto a él.
Él levantó la mirada, con esos ojos profundos que a menudo me dejan sin aliento.
—Que podemos empezar de nuevo —respondió con seriedad.
Sonreí y acaricié su cabello. Esa no era una expresión mía. Era una que él había oído tantas veces que ahora la consideraba suya. Mi hijo estaba descubriendo el mundo como yo aprendí sobre la vida: reconstruyendo después de cada tropiezo.
En la fábrica, todo estaba yendo de maravilla. La última línea de productos de ELI había logrado un gran éxito, con ventas por toda Europa y pedidos incluso desde Tokio. Los reporteros querían saber quién era yo, pero seguía manteniéndome en el anonimato.
—Si desean mis creaciones, las pueden tener —solía decirle a Carla—. Mi imagen no es parte del acuerdo.
Ella solía reír, orgullosa.
—Tu éxito es más grande porque eres un misterio, Elena. Y porque lo que haces es auténtico.
No sé si tenía razón, pero sí sabía que no quería volver a ser vulnerable frente al mundo. Mi privacidad era mi refugio.
A veces, en las noches tranquilas, cuando Martin ya duerme y el silencio llena la casa, mi mente me traiciona y recuerdo a Amanda. No como antes, con rabia y dolor, sino como un eco lejano. Me pregunto si sabrá que Martin crece fuerte y amado. Me pregunto si alguna vez se arrepintió de habernos dejado atrás.
No lo sé. Y tal vez nunca lo sepa.
Pero no dejo que esas preguntas me consuman. Mi vida está aquí, en Sicilia. Con Martin, con Carla, con los hilos y las telas que me devuelven la calma.
Esta tarde, mientras paseábamos por el mercado, Carla me dijo algo que aún resuena en mi pecho.
—Míranos, Elena. Tú eres la diseñadora más misteriosa de Italia, y yo soy la mujer que encontré al amor de mi vida mientras trabajaba contigo. ¿Recuerdas cuando en Nueva York creímos que todo estaba perdido?
La miré con nostalgia y reí.
—Sí. Pensé que nunca saldríamos de esa oscuridad.
Ella me abrazó con fuerza, con esa calidez que me recuerda a mi madre.
—Tu mamá estaría orgullosa.
No respondí. Solo levanté la vista hacia el cielo azul, a los balcones con flores, y supe que tenía razón. Mi madre estaría orgullosa. Martina también.
Porque, contra todo pronóstico, aprendí a renacer.