Project Universe: Explorers

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La dureza y frialdad de las manos robóticas se mezclaban con recuerdos cálidos... y traumantes.

Lo de todos los días, al parecer.

Un apretón de manos entre Alex y Heart apareció entre esos recuerdos vagos.

—Sé que iniciamos con el pie izquierdo. Pero espero que podamos hacer esto funcionar.

La voz de Heart sonaba apacible, casi como un eco lejano.

—Yo también... —respondió Alex.

Pero justo después, todo cambió.

Los recuerdos se desvanecieron, y Alex ahora luchaba contra la corriente y el agarre de un infectado.

Patadas y empujones lo sacudían sin piedad.

Hasta que, de repente...

Una mordida.

Los filosos dientes se clavaron en su cuello. Por instinto, Alex lanzó un puñetazo al robot infectado.

La fuerza brutal de sus guantes Hammer dio en el blanco.

El robot se separó, arrastrado por la corriente.

Alex, con desesperación, se arrastró por la felfa hasta alcanzar...

Aire fresco.

Uf... Pensé que el chico no la contaba.

—¡Ah! Puchica... —jadeó, saliendo del río con dificultad—. Maldición...

Con esfuerzo, logró ponerse de pie y miró a su alrededor.

No tenía ni idea de dónde estaba.

—Chicos... —llamó, buscando a sus compañeros en la distancia—.

Solo árboles de cartón y plástico, matorrales de felfa, y un extraño ardor en el cuerpo.

Esto no pintaba nada bien.

—Mmm... —tocó el cuello donde había sido mordido—. ¿Qué de...

Al mirar su mano, vio ese líquido celeste pegajoso.

Antes de poder pensar más, su vista comenzó a nublarse.

—Ah... No... —se tambaleó—. No, no... No voy... Ah...

Un dolor punzante atravesó su cabeza, como si mil flechas se clavaran al mismo tiempo.

Sus ojos brillaron débilmente, con un tono celeste.

—Heart... Lo siento... —balbuceó, y cayó al suelo.

No... Alex se estaba infectando.

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De repente, el sonido cortante de láseres derritiendo metal volvió a sonar. Estábamos en Cartnorea.

—Heart, ¡por favor, cálmate! —Writz miraba a la robot con miedo.

—¡Mueran, pedazos de ojalata! —gritó Heart.

Sus cañones láser quemaban a los infectados sin piedad. Su furia, más bien cólera, parecía no tener fin.

Pero el líquido celeste los juntaba de nuevo, formando una amalgama aterradora de piezas derretidas.

Heart solo podía observar esa monstruosa masa que crecía frente a ella.

—Malditos... —su voz temblaba—. Solo mueran de una vez...

La amalgama rugió, intentando lanzarse sobre ella para asimilarla.

—¡Heart! —Writz sacó un pergamino.

Sin dudarlo, saltó y abrazó a Heart. Al activar el pergamino, ambos desaparecieron y reaparecieron en el ayuntamiento.

Miraron a su alrededor. Por ahora, no había peligro.

—Regresaré al río... —Heart comenzó a caminar.

—¡Oh, no! —Writz levantó una barrera que los encerró a ambos.

Heart se giró furiosa y agarró a Writz por el traje.

—¡Escúchame, orejas sabiondas! Vas a abrir esa barrera... o si no...

—¡Estás fuera de ti, Heart! —Writz mostró preocupación—. Nos estamos desviando de la misión.

Aunque no sabía si por calmarla o por evitar un puñetazo...

—Me vale tres servidores si nos desviamos... ¡Uno de nuestros miembros está perdido!

Se quedaron enfrentados en una batalla silenciosa.

Una mirada que hablaba más que mil palabras.

El rostro furioso de Heart se rendía ante la calma empática de Writz.

Heart sentía una impotencia que jamás quiso mostrar, y su mirada era una exhibición de ese tormento interno.

—Sé que, como guerrera, sufres porque tu compañero no está...

Writz desconcertó a Heart, desactivando la barrera.

—No te detendré si quieres ir a buscarlo. Pero hay ciudadanos que necesitan guía.

Heart dudó, quería ir al río, pero Writz tenía razón.

—Alex es fuerte... Movería montañas para regresar. Seguro busca la manera de volver. —Argumentó el elfo.

El conflicto mental en Heart era intenso.

Su mente le decía que debía buscar a Alex.

Su IA le gritaba que debía apegarse a la misión.

Un recuerdo apareció en su mente...

—Si tu corazón fuera real y no una maldita IA, sabrías que eso es inmoral... —la voz de Alex resonó en su cabeza.

Heart tocó su pecho, pensativa.

Respiró profundo y suspiró.

La decisión estaba clara.

—Quiero ir por Alex... Pero él sabe defenderse. Yo lo entrené para eso...

Writz sonrió alegre.

—Si el idiota muere, es porque no aprendió nada en su entrenamiento... ¡Vamos a poner a salvo a esos peluches!

—¡Eso! Confía en tus compañeros de armas. ¡Vamos a ser valquirias salvadoras!

Ambos corrieron hacia el interior de Cartnorea.

—Eh... por cierto, ¿qué tuercas es una valquiria? —preguntó Heart.

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El sol, que antes reinaba en lo alto, ahora se escondía tímidamente tras las montañas de almohadas, pintando el cielo con tonos anaranjados y rosas.

La tarde ya llegaba, despacio, como si no tuviera prisa.

De nuevo, manos frías pero suaves acariciaban el rostro de Alex, que se sentía cómodo, como si estuviera envuelto en un abrazo de nubes.

La misma suavidad se extendía sobre su cabeza, como dos almohadas mullidas sosteniéndolo con cuidado. El silencio era casi un susurro, seguro y acogedor.

—Mmm... Ah... —Alex entreabrió los ojos, la claridad se colaba despacio—.

—Por fin despiertas... Me alegra que hayas sido un buen sujeto de pruebas. —La voz, metálica pero dulce, sonó cerca.

—¿Pruebas...? Espero que sea un test de almohadas... Porque estas dos están increíbles... —Alex cerró los ojos otra vez, aferrándose a lo que creía eran almohadas.

—Eh... Je, je... ¿Tú crees? —La voz se rió—. Veo que eres muy... tonto.

—Mmm... ¿Por qué lo dices...? —Alex abrió un ojo y vio a la chica.

Una robot Humex estaba sobre él. O, más bien, él estaba sobre ella.

La sorpresa le hizo saltar de inmediato.

—¡Su madre! —se separó rápido, juntando las manos con súplicas—. ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento!

—Oh... Con lo calientita que estaba tu cabeza... —la robot rió, divertida.

Alex la observó con detalle.

Ojos azules, grietas, aberturas, señales de batallas recientes. Además, un vestido negro casi formal con rasgaduras en todas partes.

"¿Será una infectada?", pensó con desconfianza.

—¿Tú estás...? —empezó a preguntar, pero la robot se anticipó.

—No, no soy una infectada del Xereos.

—¿Xereos?

—Soy Be... Be... —se dio un golpe en la cabeza, parpadeando los ojos que se distorsionaron—. ¡Beriel UV-2307! Agente de inteligencia y reconocimiento de Humax.

—Humax... Recuerdo que Heart mencionó que viene de ahí.

Los ojos de Beriel brillaron un poco más.

—¿Tu amiga es una Humex también?

—Sí, más que amiga... compañera de trabajo.

—Oh... Ya veo. —Beriel desvío la mirada, regresando a ver a Alex con una sonrisa —. Bueno, ¿cómo te sientes?

—Pues... Normal, ¿no? Pero... ¿no se supone que debería haberme convertido en zombi?

—¿Zombi? —Beriel preguntó, curiosa.

—Pues... Un infectado, algo así, como los del virus... ¿Cerro?

—Xereos...

—¡Eso! —Alex chasqueó los dedos—. Ese es el punto.

—¿Y qué hacías a la orilla del río? —Beriel preguntó.

Alex recordó brevemente lo ocurrido y bajó la cabeza.

—Oh... Lo siento... ¿Dije algo mal?

—No, no te preocupes.

Alex se ajustó la chumpa.

—Estás aquí por los robots infectados, ¿verdad?

La robot asintió.

—Perfecto. ¿Me ayudarías? Necesito regresar a Cartnorea, pero no sé si me toparé con más de esos bichos...

Beriel giró la cabeza, como procesando la petición. Finalmente, asintió.

—Eh... ¿No te molesta? —Alex preguntó.

Beriel volvió a mirar a un lado, procesando de nuevo, y asintió.

—Ah... Bueno, si no quieres venir, no pasa nada.

Alex comenzó a caminar.

Al salir de una pequeña cueva, el camino se adentraba en un bosque de cartón y plástico.

Alex respiró profundo, observando el extraño paisaje natural.

Bueno, si es que eso puede llamarse natural.

De repente, al mirar de reojo, vio a Beriel a su lado.

—¡Ah! —se sobresaltó.

—¿Estás bien? —Beriel sonrió, tierna, a pesar de las grietas en su cuerpo.

—Sí, sí... Solo quería... Eh... —se sonrojó—. Quería confirmar si el suelo era más suave aquí...

Ambos se quedaron en silencio.

Y bueno, ni yo me creo esa excusa.

—¿Querías comprobar si el suelo era más suave que mis piernas? —preguntó ella, sonriendo.

—¡Sí! Digo, ¡no! —Alex tartamudeó—. Solo... Bueno, no importa. ¡Un gusto saludarte otra vez!

Alex avanzó incómodo entre los árboles. Un silbido desesperado lo acompañaba en su cabeza.

"Idiota... ¿Por qué no diste una excusa mejor?" Pensó.

Beriel comenzó a seguirlo, con una sonrisa que parecía guardar mil secretos.

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Regresando con nuestro dúo Tecno-Mágico...

Sí, lo sé, soy muy bueno inventando nombres.

Heart y Writz trabajaban sin descanso, rescatando peluches atrapados entre los escombros de los hogares derrumbados de Cartnorea.

—Tranquilo... Ya están a salvo —dijo Writz, cargando con delicadeza a un grupo de peluches.

—¡Una Humex! —gritó un ratón de peluche, alerta.

Un infectado se abalanzaba con furia hacia Writz, sus movimientos salvajes y torpes.

Pero Heart no dejó que se acercara ni un segundo más: con un rápido movimiento, mandó la cabeza del infectado volando con los afilados pájaros de papel.

—Idiota... —se cruzó de brazos, mirando alrededor con frialdad—. Está limpio. Vámonos antes de que aparezcan más.

—¡Ah! ¡Otra Humex! —el ratón volvió a gritar, aterrorizado.

Heart volteó en todas direcciones, pero no había ni rastro de infectados.

Entonces se dio cuenta...

—¿¡Eres estúpido o qué!? ¡Soy de los buenos! ¿¡No viste cómo le partí la cabeza a ese robot!? —recriminó.

El ratón, asustado, empezó a llorar en los brazos de Writz.

—Mmm... Creo que deberías inscribirte en un curso de crianza galáctica —comentó Writz con una sonrisa socarrona.

El grupo, junto con Heart y Writz, llegó a uno de los agujeros que la robot había hecho la noche anterior.

—La madriguera los mantendrá seguros. Ningún robot podrá entrar por ahí —explicó el elfo con voz tranquilizadora.

Pero Heart seguía mirando por todos lados, inquieta.

No había infectados.

Ni peluches atrapados.

Ni rastro de Alex.

Un suspiro escapó de sus labios metálicos. Por fuera parecía serena, pero por dentro sentía que estaba atrapada en un infierno invisible.

"¿Dónde estás...? ¿Por qué no apareces...?", se preguntaba en silencio.

Un estruendo la sacó bruscamente de su burbuja mental.

Un rugido metálico y terrorífico resonó a lo lejos.

Heart tembló, reconocía ese sonido.

—Writz...

—Sí, lo escuché —respondió el elfo, mientras buscaba entre sus cosas—. ¿Es hora de la fase dos?

Heart asintió, poniéndose en guardia frente a él.

Writz, con calma, sacó un pincel y varias botellas de pintura brillante.

Con mano firme y delicada, comenzó a trazar símbolos extraños alrededor de la madriguera, completando un círculo mágico.

Luego creó otro círculo entre él y Heart.

—Recuerda, Heart, mientras use mi energía élfica para el hechizo, no podré ayudarte en la batalla —advirtió.

Heart asintió, como aceptando un destino inevitable.

—Bien... Si las cosas se complican, entra en el círculo.

El elfo abrió un libro antiguo, con páginas gastadas por el tiempo, más viejo que la historia humana.

Y comenzó el conjuro...

—A todos los grandes héroes marinos, pido su protección. A cambio, ofrezco mi fuerza y magia...

Los círculos —el que rodeaba a la madriguera y el que estaba entre ellos— comenzaron a brillar con una luz que mezclaba verde y celeste.

—Mientras mi alma tenga fuerza, estará ligada a la protección que me concederán...

Por toda Cartnorea, múltiples círculos mágicos comenzaron a iluminarse, como un espectáculo nocturno de luces danzantes.

La intensidad de la luz creció, cegadora.

La amalgama infectada observó las luces con furia, rugiendo airadamente.

—A ti, Hydrogenton... te pido tu bendición...

Los círculos se transformaron en barreras protectoras, hechas de un líquido azul oscuro y brillante.

Heart observó la barrera con asombro.

—Esto... es increíble —sonrió levemente.

—Je, je... Pensaba que solo Alex se impresionaría con estas cosas —respondió Writz, con una sonrisa cansada.

Su cuerpo ya no resistió más, y cayó en un sueño profundo, resultado del esfuerzo mágico.

—Descansa, Writz... Descansa...

Heart acarició suavemente la cabeza del elfo, y luego miró con decisión hacia el lugar de donde había venido el rugido de la amalgama.

—No dejaré que lastime a más gente...

Sin dudar, la robot corrió hacia una cafetería cercana, justo cuando la noche terminaba de caer.

Pequeños abejorros luminosos revoloteaban, iluminando tenuemente el bosque de cartón y plástico.

La oscuridad se había apoderado del cielo.

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—No era necesario que vinieras, Beriel. Seguro que estás muy ocupada —dijo Alex.

—Bueno, con infectados como esos... —La robot sonrió nerviosa.

Alex le devolvió la sonrisa. Esta robot le parecía más simpática que Heart, aunque admitirlo sería faltar al respeto.

—Gracias... —Alex miraba a todos lados, vigilante—. Y... ¿qué tanto sabes de ese virus?

—Mmm... lo suficiente para una charla nocturna. Je, je.

—Ja. ¿Es curable?

—Eh... No, no lo es...

—Carajo... Entonces yo...

Beriel clavó sus ojos distorsionados en él, mostrando la lástima que sentía por el humano.

—Vi tu mordida. Lo... lo lamento...

—Sí, bueno, de algo tenía que morir... —Alex soltó una risa ligera.

—¿Morir? No te vas a morir.

Alex se detuvo en seco. La robot seguía caminando, girando el cuello casi ciento ochenta grados, hasta que, dándose un golpe en la cabeza, se detuvo.

—Espera, ¿no me voy a morir...?

Beriel se volvió hacia él. Procesando.

Ay, no puede ser, ¡solo responde!

Asintió con cierta torpeza.

—Eh... Entonces, ¿qué es lo que lamentas?

Beriel volvió a mirar hacia otro lado...

Si me dieran una moneda por cada vez que repito o parafraseo esta línea y por cada lector que lee esto, sería millonario...

—¿No lo sé? —Encogió los hombros, sonriendo.

Alex abrió los ojos de par en par. Básicamente le dijo que sí y que no, sin saber muy bien por qué.

Se echó a reír.

—Vaya, qué reacción tan curiosa... —Beriel sacó una tablilla y comenzó a escribir en su holograma.

—¿¡Eh!? ¿Pero por qué...?

—Bueno, estoy... analizándote.

—Ah... ¿Y por qué...? ¡Ah! —Alex sintió una punzada en la cabeza.

Beriel guardó la tablilla de inmediato, notando cómo Alex se sentaba, tratando de aguantar el dolor.

—¿Alex...?

Él gruñía, con el dolor aumentando; sus pupilas cambiaban de avellana a celeste, pero sin lograr avanzar más allá.

—Madres... Beriel... Beriel... ¡Ah...!

—Tranquilo... se te pasará... —La robot sonrió levemente.

Beriel tomó la mano de Alex. Él podía sentir la textura áspera y las grietas de su cuerpo robótico.

—¿Cómo...? ¿Cómo te hiciste esas...? —otra punzada—. ¡Ah! ¿Grietas?

Sorprendida, Beriel empezó a acariciar la cabeza del chico.

—Estarás bien, Alex.

El dolor fue demasiado, y Alex cayó inconsciente sobre el hombro de la robot.

Ella se quedó observándolo, para luego alzar la vista al cielo con nostalgia.

—Una vez... me abandonaron porque había peligro... También me dolió...

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