El Diablo que Me Ama

El humo del porro subía en espirales lentas, mezclándose con el olor de whisky caro y cuero barnizado. Murilo se reclinó en el sillón de cuero negro, los ojos medio cerrados, pero la mente afilada como una cuchilla.

—*Jefe, ¿qué hará ahora?* —preguntó uno de los matones, un hombre alto con cicatrices en el rostro, manteniendo distancia respetuosa.

Murilo sonrió, dando una calada profunda antes de soltar el humo en un suspiro lento.

—Lo quiero a él... —la voz salió ronca, cargada de deseo e impaciencia—. Pero parece que no viene. Insiste en esa vida de doctorcito.**

Él rió, una risa baja y peligrosa que hizo que el matón tragara saliva.

—Me estoy excitando solo de pensarlo.

El matón vaciló, los dedos inquietos.

—¿Quiere que traiga alguna mujer, señor?

Murilo lo miró como si fuera un insecto.

—No. Quiero a Josh. No veo la hora de acostarme con él... pero por ahora, tendré que conformarme con hacerme una paja.

Otra risa, esta vez más cruda, más animal. El matón sudó.

Murilo aplastó el porro en el cenicero de cristal y se levantó, caminando hasta la ventana. La ciudad allá abajo brillaba como un patio de recreo solo suyo.

—Quiero que lo traigan hasta mí.

—¿Cómo, señor?

Murilo se giró despacio, los ojos negros quemando con intensidad.

—SE LAS ARREGLAN.

El matón retrocedió un paso.

—¿Lo... lo secuestramos?

Murilo hizo una mueca, como si la idea fuera tediosa.

—No. Tuve una idea mejor.

Él se acercó, los dedos tamborileando en el brazo del sillón.

—Secuestren a su amigo. A Lucas.

El matón parpadeó, confuso.

—¿Y Josh?

—Josh vendrá tras él. Él siempre viene.

Murilo sonrió, la imagen de Josh ya ardiendo en su mente.

—Y quiero a Lucas aquí HOY. VAYAN.

Los matones salieron rápidamente, dejando a Murilo solo con sus pensamientos y el deseo que solo crecía.

Él miró las pantallas de vigilancia, donde Josh aparecía en su apartamento, tocando el anillo en el dedo.

—Pronto, mi amor... —susurró, la mano descendiendo lentamente por la propia coxa—. Pronto serás solo mío.**

En la mente de Josh:

Lo amo.

No, no. Él es un criminal.

Un criminal lindo.

Josh se frotó el rostro, intentando borrar los pensamientos conflictivos. El anillo aún estaba en su dedo, pesado como una cadena.

Con Lucas:

Lucas salía de la oficina tarde por la noche, las calles casi vacías. Él mal oyó los pasos atrás de sí antes de que algo duro atingiese su nuca.

—Mier—

Oscuridad.

Despertar:

Lucas despertó con un dolor latente en la cabeza, amarrado a una silla en un galpón oscuro. Dos hombres grandes estaban de guardia, pero lo que llamó su atención fue el tercer hombre entrando en la sala.

Murilo Lorenzo.

Vistiendo un traje impecable, charuto entre los dedos, él jaló una silla y se sentó en frente de Lucas como si estuviese en una reunión de negocios.

—*¿Quién eres tú?* —Lucas carraspeó, intentando sonar valiente.

Murilo sonrió, exalando peligro y charme.

—Placer. Soy el novio de tu amigo.

Lucas parpadeó, procesando.

—¿Josh?

—*Nuestra, piensas rápido* —Murilo rió, como si estuviese genuinamente divertido.

—Tipo, él es mi único amigo... ¿me vas a matar?

Murilo inclinó la cabeza, fingiendo pensar.

—No. Quiero tu ayuda.

—¿Por qué te ayudaría?

Murilo hizo un gesto, y un seguridad trajo una maleta. Al abrirla, Lucas vio pilas de billetes de 200 reales.

—¿Ya oíste hablar que en este mundo las personas son compradas por dinero?

Lucas miró la maleta, después a Murilo.

—¿Qué quieres de mí?

—Quiero que traigas a Josh hasta mí.

—¿Cómo?

Murilo se encogió de hombros.

—No sé, no pensé en esa parte. Te las arreglas. Habla con él, qué sé yo.

Lucas miró la maleta nuevamente, entonces sonrió.

—Yo ayudo... pero con una condición.

Murilo alzó una ceja.

—Mi Dios... habla.

—*No lo lastimes* —Lucas dijo, serio por primera vez.

Murilo lo estudió por un largo momento, entonces sonrió de verdad.

—No tendría coraje. Antes de eso, me mataría.

Lucas asintió con la cabeza, satisfecho.

—Entonces está bien. Combinado.