Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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Capítulo 9: Disparos y Verdades
El mensaje llegó a las once de la noche, cuando Brendan todavía repasaba mentalmente la imagen de Dakota alejándose de la subasta. Fue simple, directo, sin emoticonos ni palabras de cortesía:
“Mañana. 20:00. Te paso la ubicación. Vení solo.”
Brendan sonrió apenas, una curva torcida que no llegó a sus ojos. ¿Ella lo estaba citando? ¿A él? El hombre que nunca iba cuando lo llamaban, que siempre marcaba las reglas. La insolencia lo excitó tanto como lo irritó.
Al día siguiente, un coche negro lo llevó hasta las afueras de Berlín, a un lugar donde el asfalto se transformaba en tierra y la ciudad quedaba atrás. El aire olía a pólvora y pasto húmedo. Un cartel oxidado marcaba la entrada: Schwarzfeld Tactical Range. Un campo de tiro privado. No era un lugar para amateurs.
Cuando bajó del coche, la vio. Dakota, de pie junto a una mesa llena de armas largas, con el cabello recogido en una coleta alta, un pantalón ajustado negro, botas tácticas y una campera de cuero abierta que dejaba entrever una camiseta blanca pegada a su piel. Sin maquillaje exagerado. Sin joyas. Solo pura esencia y peligro.
Brendan sintió algo en el pecho, un golpe seco. Si en la subasta había parecido una diosa inalcanzable, ahí era un demonio de carne y hueso. Y él quería arder.
—Llegaste puntual —dijo ella sin girarse, mientras cargaba un fusil semiautomático con una destreza que hizo que el corazón de Brendan latiera más fuerte.
Él sonrió. —Me intrigaba saber qué clase de conversación requiere munición real.
Dakota levantó la vista, clavándole los ojos celestes, y el mundo se detuvo un segundo.
—Las mejores verdades se dicen con ruido —contestó, extendiéndole una pistola Glock—. ¿O le tenés miedo al sonido de un disparo?
Brendan tomó el arma, sintiendo el frío del metal. La giró entre sus manos con naturalidad antes de mirar el blanco a unos treinta metros.
—¿Miedo? —repitió, apuntando y disparando tres veces seguidas. Todas las balas entraron en el centro—. No sé lo que significa esa palabra.
Dakota lo observó de reojo, apenas impresionada. Después tomó un rifle Barrett M82, lo apoyó sobre la mesa y lo cargó con un movimiento suave, casi sensual. Se inclinó para apuntar, su cuerpo marcando cada curva bajo la ropa ajustada. Brendan no pudo evitar recorrerla con la mirada: la firmeza en sus brazos, la tensión en su espalda, la forma en que mordía el labio inferior antes de disparar.
El estruendo llenó el aire. El proyectil destrozó el blanco a cien metros. Sin pestañear, ella bajó el arma y lo miró como si nada.
—Entonces, ¿quién sos realmente, Brendan Thompson? —preguntó, con una sonrisa que no llegaba a ser inocente.
Él caminó hacia ella despacio, dejando el arma sobre la mesa. Se detuvo tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, pero no la tocó.
—¿Querés la versión para los periódicos o la que nadie sobrevive a escuchar?
Dakota ladeó la cabeza, desafiante. —Sorprendeme.
Brendan la miró fijo, sus ojos verdes ardiendo con algo que ella no supo nombrar. Después sonrió, oscuro.
—Digamos que… soy el hombre al que nunca deberías querer tentar.
Ella rió suavemente, un sonido que se le clavó en el pecho. Volvió a tomar el rifle, le dio la vuelta y se lo tendió.
—Dispará otra vez. Y mientras lo hacés, pensá en esto: si te lo pregunto es porque no le tengo miedo a la verdad.
Brendan sostuvo el arma, pero en vez de apuntar, la apoyó en la mesa. Sus dedos rozaron los de ella, apenas un segundo, y sintió la chispa. Ese toque mínimo fue más eléctrico que cualquier disparo.
—¿Y vos, Dakota? —preguntó, su voz grave, baja, vibrando entre ambos—. ¿Quién sos en realidad?
Ella se inclinó, acercándose a su oído. Su perfume, una mezcla de pólvora y vainilla, lo envolvió.
—Si te lo digo… —susurró con una sonrisa que le erizó la piel— tendría que matarte.
Brendan rió por lo bajo, pero en sus ojos había deseo y peligro.
—Probalo.
Dakota retrocedió despacio, tomando otra pistola y disparando sin mirar al blanco, dándole justo en el centro. Giró para mirarlo, con una expresión que mezclaba fuego y desafío.
—¿Sabés qué es lo divertido, Brendan? —dijo, recargando con un clic seco—. Que creo que querés que lo intente.
Él no lo negó. Porque era cierto.
Brendan Thompson, el hombre que nunca cedía, estaba al borde de hacerlo. Y lo peor era que no le importaba.