Mi novio comparte techo con su ex (él insiste en que son solo amigos). Las discusiones son frecuentes y mi intuición me alerta, aunque sin evidencias. Además, un niño con tendencia a los incidentes ha entrado en mi vida y ahora soy su tutora. ¿Por qué este joven ocupa tanto mi mente?
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Amarrado a la silla
No sé por qué pensé que con unas pocas palabras rudas, él me haría caso. ¡Qué ilusa!
Leo, con una parsimonia digna de un caracol con resaca, se quitó las gafas como si estuviera a punto de filosofar sobre la existencia y las depositó sobre la mesita de noche.
—Qué pereza—fue su profunda reflexión antes de lanzarse a la cama y envolverse en el edredón como un burrito humano—. No hagas mucho ruido, ¿sí?—añadió, dándome la espalda con la delicadeza de un rinoceronte durmiendo.
La furia me subió desde los dedos de los pies hasta la coronilla. ¡Me estaba ignorando! ¡A mí!
Mi paciencia tiene un límite más corto que un chiste malo. Así que, sin pensarlo dos veces, me lancé a la cama con la gracia de un elefante y aterricé sobre su humanidad adormilada. Le arrebaté la cobija con agilidad, como quitándole un caramelo a un bebé, dejando su anatomía a la vista. Él se giró, con los ojos entrecerrados y una expresión de "¿qué mosca te picó?".
—¿Qué? No te emociones, campeón—dije, intuyendo sus posibles fantasías. Le agarré los brazos con la fuerza de Hulk y con mis piernas hice una llave alrededor de su torso. En un movimiento que habría enorgullecido a un luchador de sumo, lo tiré al suelo. Caímos en una posición que, vista desde fuera, podría haber parecido... comprometedora. Pero a mí me importaba un bledo. Estaba demasiado ocupada lidiando con mi ira y con lo insoportable que era este espécimen.
Me levanté más rápido que un resorte y lo agarré de una pierna, dispuesta a arrastrarlo como si fuera un saco de papas hasta el escritorio. Él, por supuesto, no estaba de acuerdo con mi plan de "ejercicio forzado" y pataleaba como un niño al que no le compran helado. Cuando estuvimos cerca de la zona de estudio, Leo finalmente se liberó de mi agarre. Se levantó de un salto, pero no le di tiempo a escapar. Mi vista se posó en un vaso de agua olvidado sobre la mesa, cortesía de él o de su hermano "secuestrador". ¡Mi salvación hecha líquida! Lo agarré y le lancé el contenido restante directamente a la cara. Él parpadeó, sorprendido. Aproveché su momentánea ceguera para empujarlo y sentarlo de golpe en la silla.
Las cosas se me estaban complicando, pues su fuerza era mayor a la mía. Aunque algo tenía a mi favor: no llevaba sus lentes puestos. Pero de pronto, una gran idea pasó fugazmente por mi cabeza. Entre las cosas que más cerca tenía, estaba el cinturón de su uniforme escolar. Lo tomé lo más rápido que pude.
Al parecer, los "juegos" de atar que salían en esas películas iban a servirme para algo más que simple curiosidad. Tal y como había visto, até sus brazos detrás de la silla con el objeto en cuestión.
No existía una manera de escapar de tal amarre por mucho esfuerzo que él hiciera. Me alejé con unas cuantas gotas de sudor corriendo por mi frente y la respiración agitada.
—Estás demente. Ya te lo había dicho, ¿no?—dijo con la voz entrecortada.
—Vine preparada para cualquier cosa. Tú mismo lo dijiste: que no eras un tipo fácil. Ahora bien, en vista de que eres un chico astuto, buscaré algo que me ayude a atarte los pies también. Si no quieres hacer esto por las buenas, tocará por las malas. Si me disculpas, voy a revisar un poco tus cosas.
—Oye, oye, oye. Ya entendí, ya entendí. Voy a hacer esos estúpidos ejercicios.
—Claro que los harás, criaturita del Señor, y estoy segura de que también pensarás en algo para escaparte. Así que mejor te aseguro. Oh, qué bueno que tienes cinta adhesiva.
Una vez que lo dejé completamente inmóvil frente a su escritorio, me puse a su lado y comencé a darle las explicaciones pertinentes.
—Vale, así haremos esto: tú estudiarás el ejercicio y yo escribiré por ti.
—Bueno, es lógica tu idea. Digo, no es como si pudiera escribir con la boca. ¿Al menos puedes ponerme mis lentes? Es que de verdad no veo ni un poquito.
Con desconfianza de que él intentara hacer algo, me alejé sin quitarle la mirada para conseguir lo que quería. Se los coloqué y luego pensé que su cabello sería un problema en medio de los estudios.
Sin permiso ni previo aviso, busqué mi cepillo dentro de mi bolso y comencé a peinar su cabello. Era extremadamente liso y sedoso. Incluso brillaba más que el mío, que tenía más de cinco productos de cuidado encima. Era lindo, me gustaba. Al principio se rehusaba a que le tocara, pero luego se resignó y terminé haciéndole una media cola de caballo.
A continuación, nos dedicamos alrededor de dos horas a realizar los ejercicios que le preparé en casa. Estaba sin palabras. ¡Los había clavado todos!
—¿Cómo demonios es posible que siendo tan bueno saques esas notas de suspenso?
—Simplemente dejo las hojas en blanco. Me da una pereza cósmica contestar.
—¡Eres increíble! ¡De verdad! Deberías sacarle partido a ese cerebrito que tienes.
—Ya te lo dije. La universidad y yo no somos compatibles.
—Oye, te lo digo en plan colega, ¿vale? No como la tutora psicópata que crees que soy. Si te lo propones de verdad y le echas ganas, puedes conseguir lo que te dé la gana. Olvídate de lo que digan los demás.
—¿No se suponía que no habías escuchado mi charla con Iván? Y no tienes que aleccionarme, eso ya lo...
—¡Déjame terminar!—exigí—. esta bien, lo confieso. Sí escuché. Fue un accidente. No queria, ¿ok? No quise interrumpir llamando a la puerta. Y volviendo a tu "no a los libros", si lo sabes, ¿por qué tiras la toalla? Dejar los estudios solo va a retrasar que te prepares para ser jugador profesional. ¿No te das cuenta de que si suspendes, repites curso? ¡El último año! ¡La meta está ahí! No todos quieren verte fallar, algunos queremos que triunfes. Así que baja un poco la cabeza y escucha algún consejo de vez en cuando—Leo seguía en modo "muro". No me miraba y su cara no transmitía precisamente entusiasmo—. ¿Sabes qué tiene de genial nuestra universidad? Los clubes deportivos. Un montón de cracks han salido de los equipos universitarios. Te dan apoyo, entrenamiento y juegas en torneos importantes donde ojeadores de equipos grandes te pueden fichar. Pero hay un pequeño "pero": tus notas tienen que ser de matrícula, si no, ni te miran.
Verlo ahí, con esa mezcla de talento y dejadez, me recordó cuando yo iba sin rumbo fijo. Y sin pensarlo, puse mi mano en su cabeza, como si fuera mi hermano pequeño.
—No te agobies si no sabes qué estudiar. Podemos descubrirlo juntos. Hay un montón de carreras relacionadas con el deporte. Solo hay que investigar. Pero escúchame bien: sea lo que sea a lo que te dediques, tienes que ser el mejor. Las cosas se hacen bien o no se hacen, no hay término medio.
Vale, lo admito. Quizás me puse un poco intensa, pero sentí que tenía que decírselo. Leo podía ser un armario empotrado, pero seguía siendo un crío, con miedos e inseguridades. Y yo, como su tutora, quería guiarlo. Quería darle el empujón que a mí me hubiera gustado recibir. Aunque no lo dijera en voz alta, en él veía al hermano que nunca tuve.
La "sesión motivacional" fue interrumpida por Iván, que al fin se dignó a abrir la puerta. Cuando vio a Leo atado a la silla, su risa fue tan épica que terminó en el suelo, retorciéndose como una lombriz.
El rostro de Leo estaba ligeramente rojo. ¿Vergüenza quizás?