León es un reconocido diseñador de modas, famoso por su elegancia y su estilo impecable, un hombre dandi que vive rodeado de lujo y sofisticación. Su reputación como un hombre delicado y perfeccionista lo ha llevado a ser considerado gay .
Todo cambia cuando Sophia, una joven asistente recién llegada, entra en su vida , que cautiva a León de una manera que jamás había experimentado. Aunque ella parece un "bombón " su encanto va más allá de lo físico, y su aura de frescura e ingenuidad pone a León al borde de la desesperación.
A medida que trabajan juntos, la tensión entre ambos crece, una mezcla de deseo reprimido y una conexión que desafía las expectativas de ambos.
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Capítulo 9: Elegancia en el Caos
Sophia trabajaba con normalidad esa mañana, acariciando a los gatos que rondaban el estudio mientras revisaba la lista de tareas del día. Emperatriz ronroneaba en sus brazos, como si se hubiera acostumbrado a su presencia, algo que aún sorprendía a León. Desde aquel incidente con el moretón, Sophia no había vuelto a aparecer con señales de violencia, pero él no podía evitar preocuparse.
León la observaba desde su mesa de diseño, con el lápiz en mano y la mirada distraída en el rostro sereno de su asistente. Dibujaba un vestido vaporoso, con detalles que recordaban al mar. Miró a Emperatriz, que lo observaba desde el sofá con una expresión altiva.
—Muy pronto descansaremos en Miami, querida —murmuró para sí mismo, esbozando una sonrisa mientras continuaba con su trabajo.
Todo parecía tranquilo hasta que recibió una llamada de Sophia. Su tono de voz lo puso en alerta de inmediato.
—León... tengo que decirte algo importante —dijo ella, con un timbre quebrado y nervioso.
—¿Qué sucede, querida? —preguntó, dejando el lápiz a un lado.
—Voy a renunciar.
León parpadeó, incrédulo.
—No acepto tu renuncia.
—No es una petición, León. Es una decisión. Tengo unas cosas que resolver y... ya no puedo seguir trabajando contigo.
El tono de Sophia estaba lleno de angustia, y León sintió que algo no estaba bien.
—Sophia, ¿qué está pasando? —preguntó, su voz más seria ahora.
De repente, un sonido fuerte se escuchó al otro lado de la línea, como si algo hubiera caído. León se puso de pie de inmediato.
—¿Qué fue eso?
—Nada —respondió ella rápidamente, pero su voz temblaba.
Entonces, escuchó un grito ahogado de Sophia, seguido de un ruido que parecía un golpe. León no esperó más. Fue hasta el escritorio, tomó los documentos de Sophia y buscó su dirección.
—No cuelgues, querida —dijo con firmeza antes de salir del estudio.
Subió a su auto, llevando consigo a sus tres gatos, que maullaban inquietos desde sus jaulas.
—Tranquilos, esto no tomará mucho tiempo —les dijo mientras arrancaba.
Al llegar a la dirección de Sophia, dejó a los gatos en el auto, asegurándose de que estuvieran cómodos.
—Papá tiene algo que resolver. No se preocupen, volveré enseguida.
Caminó hacia la puerta de la casa, y a medida que se acercaba, los gritos se hicieron más claros. Reconoció la voz de Sophia, suplicando algo, y el sonido de objetos siendo arrojados. Tocó la puerta con fuerza, pero nadie respondió.
—Abre la puerta —ordenó, su voz fría y controlada.
Cuando no obtuvo respuesta, sacó un pañuelo de su bolsillo, lo ajustó en la muñeca y, con un movimiento decidido, empujó la puerta hasta abrirla. Entró con elegancia, como si el caos que lo rodeaba no pudiera afectarlo.
Lo primero que vio fue a Sophia en el suelo, con el rostro pálido y lágrimas en los ojos. Un hombre corpulento estaba de pie sobre ella, con una expresión de furia. León se detuvo en el umbral de la sala, observándolo con una mezcla de desprecio y calma.
—¿Acaso no te enseñaron que no es de buena educación golpear a una dama? —preguntó, su voz gélida.
Sophia levantó la vista, horrorizada al verlo allí.
—León, por favor, vete. Esto no tiene nada que ver contigo.
León ignoró sus palabras y se acercó a ella, ayudándola a levantarse.
—No puedo soportar más esto, querida.
Antes de que ella pudiera protestar, la guio hacia la puerta y la dejó afuera.
—Espera en el auto. Esto no tomará mucho tiempo.
Sophia intentó detenerlo, pero León cerró la puerta antes de que pudiera decir algo más. Afuera, se quedó temblando, escuchando los ruidos que venían del interior: golpes, muebles moviéndose, y finalmente, un silencio inquietante.
Cuando la puerta se abrió de nuevo, León salió con el mismo porte elegante de siempre, ajustándose la chaqueta como si nada hubiera pasado. Detrás de él, el hombre fue arrojado fuera de la casa, tambaleándose hasta caer al suelo.
—No vuelvas a acercarte a ella —dijo León, con una frialdad que hizo que Sophia lo mirara boquiabierta.
El hombre gruñó algo ininteligible, pero León lo ignoró, cerrando la puerta tras él. Luego, se volvió hacia Sophia, quien lo miraba con una mezcla de sorpresa y gratitud.
—Sube al auto —ordenó suavemente—. En la mañana vendrán a recoger tu ropa.
Sophia asintió, sin decir nada, y lo siguió hasta el auto, donde los gatos la recibieron con maullidos reconfortantes. Mientras León arrancaba el motor, ella no pudo evitar mirarlo de reojo, preguntándose cómo alguien tan refinado podía ser tan implacable cuando se trataba de protegerla.