En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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El lado oculto del amor
El cielo estaba encapotado cuando Marina decidió que había llegado el momento. No podía seguir escapando de Nicolás. Había demasiadas preguntas sin respuesta y una extraña sensación de que el relicario estaba empujándola a enfrentar su pasado. Su piel se erizó mientras contemplaba la idea de regresar a esa casa, la misma que había abandonado hacía semanas.
Con el relicario colgado en su cuello, Marina se puso un abrigo y salió. Cada paso hacia la casa de Nicolás la llenaba de ansiedad, pero también de determinación. Algo estaba pasando, algo más allá de lo que podía comprender, y necesitaba saber qué era.
Al llegar, notó que las luces estaban encendidas. Respiró profundamente antes de tocar la puerta.
—Marina. —Nicolás abrió, su expresión era una mezcla de sorpresa y cautela. —¿Qué haces aquí?
—Necesitamos hablar, —dijo ella, su tono firme. —No puedo seguir huyendo.
Nicolás dio un paso atrás, dejándola entrar. Marina no pudo evitar notar cómo los recuerdos la golpearon al cruzar el umbral: risas compartidas, cenas familiares, y la sombra de las mentiras que ahora dominaban todo.
La confrontación
—¿Quieres un café? —preguntó Nicolás, tratando de llenar el incómodo silencio.
—No estoy aquí para café, —respondió Marina, cruzando los brazos. —Estoy aquí para entender.
Nicolás suspiró y se sentó en el sofá, señalándole que hiciera lo mismo. —¿Entender qué?
—Todo, —replicó Marina, sin rodeos. —Tu relación con Samuel, las cosas que ocultaste, y... —hizo una pausa, tocando el relicario en su cuello. —Esto.
Nicolás frunció el ceño. —¿Eso? ¿Qué tiene que ver un collar con todo esto?
—No es solo un collar, Nicolás, —dijo ella, su voz bajando hasta casi un susurro. —Es como si estuviera conectado a todo lo que está pasando.
Nicolás la miró, incrédulo. —Marina, ¿te estás escuchando? Todo esto suena...
—¡Loco! —lo interrumpió. —Sí, lo sé. Pero desde que tengo esto, mi vida ha dado un giro extraño. Sueños que no puedo explicar, sensaciones... Y no puedo sacudirme la idea de que hay algo más en juego.
Nicolás se levantó, caminando de un lado a otro. —Marina, yo... lo siento. Lamento todo lo que te he hecho pasar, pero esto... esto es otra cosa.
—¿Es otra cosa? —Marina lo miró fijamente. —¿Qué sientes cuando estás cerca de mí ahora? Porque yo no siento que esto haya terminado entre nosotros.
Nicolás se detuvo en seco. —No digas eso. Sabes que las cosas no son tan simples.
Una presencia inquietante
De repente, la temperatura en la habitación pareció bajar. Marina sintió un escalofrío recorrer su espalda y, por un segundo, creyó escuchar un susurro.
—¿Lo oíste? —preguntó, mirando alrededor.
—¿Oír qué? —respondió Nicolás, frunciendo el ceño.
—Un... susurro. Como si alguien estuviera aquí, —dijo Marina, poniéndose de pie.
Nicolás negó con la cabeza. —No hay nadie más, Marina. Estás dejando que tu imaginación...
Un golpe fuerte resonó en la pared del fondo, cortándolo. Ambos se giraron, sus ojos llenos de alarma.
—¿Qué fue eso? —preguntó Nicolás, avanzando hacia el sonido.
—No vayas, —advirtió Marina, sintiendo cómo su corazón se aceleraba.
Pero Nicolás ignoró su advertencia y caminó hacia el pasillo. Marina lo siguió de cerca, con el relicario apretado en su mano. El aire se sentía más pesado con cada paso, y los susurros comenzaron a hacerse más claros, palabras apenas audibles, como si vinieran de otra dimensión.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó Nicolás, su voz temblorosa.
De pronto, una figura oscura cruzó al final del pasillo. Marina dio un grito ahogado y se aferró al brazo de Nicolás.
—¡¿Lo viste?! —exclamó, temblando.
—No puede ser, —murmuró Nicolás, sus ojos fijos en la oscuridad.
Las almas entrelazadas
Regresaron apresuradamente a la sala, cerrando la puerta detrás de ellos. Marina estaba pálida, y Nicolás apenas podía controlar su respiración.
—Esto no tiene sentido, —dijo él, apoyándose contra la pared. —No hay nadie más aquí.
Marina sacó el relicario de su cuello y lo sostuvo frente a él. —Es esto. Lo sé. Tiene algo que ver con esto.
Nicolás lo miró con escepticismo, pero también con un destello de curiosidad. —¿Qué es exactamente?
—Un historiador me dijo que perteneció a una mujer llamada Isabela, que murió traicionada por el amor de su vida. Y, de alguna manera, creo que está conectada con nosotros.
Nicolás negó con la cabeza. —Eso suena...
—¡Suena loco! —Marina lo interrumpió de nuevo. —Pero no puedes negar lo que acabamos de ver. Esto no es normal.
Nicolás tomó el relicario con cuidado, examinándolo. —¿Y qué se supone que hagamos con esto?
Antes de que Marina pudiera responder, las luces comenzaron a parpadear. Ambos se quedaron inmóviles, el relicario emitiendo un leve brillo dorado en las manos de Nicolás.
—Esto no es casualidad, —murmuró él. —Es como si...
—Como si alguien estuviera tratando de decirnos algo, —completó Marina, con los ojos llenos de miedo y fascinación.
De repente, un grito desgarrador llenó la casa. Provenía del pasillo donde habían visto la figura oscura. Nicolás y Marina se miraron, el terror evidente en sus rostros.
—Tenemos que salir de aquí, —dijo Marina, agarrando su bolso.
Pero antes de que pudieran moverse, la puerta del pasillo se abrió lentamente, y una ráfaga de viento frío llenó la sala.
—No hay escape, —susurró una voz, profunda y gutural.
El relicario brilla intensamente en las manos de Nicolás, seguido de un grito ahogado de Marina.
Nicolás intentó cerrar la puerta del pasillo, pero algo invisible la empujaba hacia afuera. Marina se tambaleó hacia atrás, casi cayendo al suelo, mientras el relicario brillaba con una intensidad cegadora.
—¡Dame eso! —gritó Marina, extendiendo la mano hacia Nicolás.
—No, espera, —dijo él, sus ojos fijos en el objeto como si estuviera hipnotizado. —Puedo sentir algo... como si...
De pronto, Nicolás dejó caer el relicario, como si quemara sus manos. El objeto golpeó el suelo con un sonido hueco, y el brillo se apagó. Marina se lanzó hacia él, recogiéndolo apresuradamente.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupada.
—Es como si algo hubiera entrado en mi mente, —respondió Nicolás, llevándose las manos a la cabeza. —Imágenes, sensaciones... pero nada tiene sentido.
Marina frunció el ceño. —¿Qué viste?
—Una mujer, —dijo Nicolás, respirando con dificultad. —Vestía de época, como del siglo XIX. Parecía... desesperada.
Marina sintió un escalofrío recorrer su espalda. —Isabela, —murmuró.
Nicolás la miró, confundido. —¿Quién?
—La mujer del relicario. Es como si estuviera intentando comunicarse con nosotros.
De repente, las luces dejaron de parpadear y todo quedó en silencio. El aire en la habitación seguía frío, pero la opresión que ambos sentían comenzó a disiparse.
—No puedo quedarme aquí, —dijo Marina, poniéndose de pie. —Esto es demasiado.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Nicolás, aún sentado en el suelo. —No puedes simplemente escapar de esto.
—¿Y tú qué sugieres? —respondió Marina, mirándolo con frustración. —¿Quedarnos aquí y esperar a que esta cosa nos consuma?
Nicolás se levantó, frotándose las sienes. —Tal vez necesitamos respuestas. Si ese relicario tiene algo que ver con todo esto, debemos descubrir qué es.
Marina lo miró fijamente, sin saber si estaba más sorprendida por su sugerencia o por el hecho de que finalmente estaban hablando como un equipo.
—Hay alguien que podría ayudarnos, —dijo finalmente.
—¿Quién?
—El historiador que me contó sobre el relicario. Tiene acceso a documentos antiguos y registros. Si alguien sabe lo que está pasando, es él.
Nicolás asintió lentamente. —Entonces iremos juntos.
Un último golpe de tensión
Antes de que pudieran salir de la casa, un ruido ensordecedor los hizo detenerse. Era como si algo estuviera golpeando las paredes desde el interior, cada golpe más fuerte que el anterior.
—¡Corre! —gritó Nicolás, empujando a Marina hacia la puerta principal.
Ambos salieron corriendo al exterior, jadeando mientras se alejaban de la casa. Al volverse, vieron cómo las luces de la casa parpadeaban de nuevo, y una figura oscura se dibujaba en una de las ventanas del segundo piso.
—¿Lo ves? —preguntó Marina, su voz temblando.
Nicolás asintió, incapaz de apartar la vista. —Sí.
La figura se quedó inmóvil por unos segundos antes de desaparecer repentinamente. Las luces se apagaron, dejando la casa sumida en la oscuridad.
—Esto no ha terminado, —dijo Marina, con el relicario apretado en su mano.
Nicolás la miró, su expresión llena de determinación. —Entonces lo enfrentaremos juntos.
Ambos caminan hacia el auto, mientras el relicario en la mano de Marina, vuelve a emitir un leve brillo, como si algo estuviera despertando nuevamente.