Quimera La Sombra De Un Amor

Quimera La Sombra De Un Amor

El silencio de las sombras

El vecindario de La Arboleda tenía una tranquilidad engañosa, como si cada árbol cuidadosamente podado ocultara secretos que nadie quería compartir. Desde el balcón de su impecable casa de dos pisos, Marina observaba cómo el viento movía las hojas de los robles centenarios. El aire olía a lavanda, pero había algo pesado en su pecho que ninguna fragancia podía aliviar. Algo estaba mal. Lo sabía.

—¿Por qué llegas tarde otra vez? —preguntó Marina con voz firme mientras Nicolás cerraba la puerta principal. Su esposo, de traje impecable y el cabello ligeramente desordenado, dejó las llaves sobre la mesa de entrada y suspiró, evitando mirarla a los ojos.

—Reunión con el cliente en el club. Ya te lo dije, Marina. ¿No te lo dije? —respondió con una sonrisa tensa mientras aflojaba su corbata.

Marina se cruzó de brazos. —No me dijiste nada. Ni siquiera respondiste mis mensajes.

Nicolás dejó escapar una carcajada nerviosa y se dirigió hacia la cocina. —Por favor, no empecemos. Estoy agotado.

La indiferencia en su tono era como una daga para Marina. Habían estado juntos por más de una década, y aunque el amor había evolucionado con los años, esa chispa inicial de complicidad había desaparecido. Ahora, quedaba un espacio entre ellos, un vacío que crecía con cada respuesta evasiva y cada noche que él llegaba tarde sin explicación.

Los indicios

Los cambios en Nicolás habían comenzado hacía meses. Al principio eran pequeños: mensajes que llegaban a su teléfono y lo hacían sonreír como si escondiera un secreto, súbitas salidas por las tardes de sábado, y un perfume extraño que Marina nunca había usado. Al principio pensó en la posibilidad de otra mujer. Pero algo no encajaba. Había una distancia emocional que no reconocía.

—¿Qué haces? —preguntó Nicolás una noche, descubriéndola al borde de la cama, sosteniendo su teléfono en la mano.

Marina se sobresaltó. —Nada. Lo dejaste aquí y vibró. Pensé que podría ser algo urgente.

—Déjalo. Es trabajo. —Él se lo arrebató con brusquedad.

Esa noche, Marina no pudo dormir. Trabajo. Todo era trabajo.

La cámara

Cuando la idea de instalar una cámara en casa cruzó su mente, Marina se sintió culpable. Pero el peso de sus sospechas era más fuerte que su moral. Tenía que saber.

Dos días después, con Nicolás en una "reunión de trabajo", Marina instaló el dispositivo en la sala. Elegante y discreto, parecía una pequeña decoración más en la estantería. La cámara estaba conectada a su teléfono, y cada vez que algo se movía en el salón, recibía una notificación.

La primera semana no captó nada inusual. Nicolás entraba y salía de casa, a menudo solo. Una vez, llegó con un portafolio en la mano y se quedó sentado en el sofá, con la mirada perdida, sin siquiera encender la televisión.

Pero una noche, Marina recibió una alerta mientras estaba en la habitación. Eran las 11:45 p.m., y Nicolás había dicho que llegaría tarde por una "cena de negocios". Al abrir la aplicación, el corazón de Marina comenzó a latir con fuerza.

El descubrimiento

En la pantalla, Nicolás estaba en la sala, acompañado de otro hombre. Era joven, de cabello castaño claro y una sonrisa encantadora. Marina observó cómo hablaban en voz baja, demasiado cerca. Nicolás le tocó la mejilla, y entonces ocurrió lo inesperado: se besaron.

Marina sintió como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones. Soltó el teléfono y se cubrió la boca para ahogar un grito. Pero su mirada regresó a la pantalla. Tenía que mirar. Era como una tortura autoinfligida, un morbo cruel que la obligaba a presenciar cada segundo.

El hombre se levantó, tomó a Nicolás de la mano, y ambos desaparecieron hacia el pasillo. Marina cerró la aplicación, incapaz de soportarlo más.

—No puede ser... —susurró para sí misma, con los ojos llenos de lágrimas. ¿Quién era él? ¿Desde cuándo esto estaba pasando?

La confrontación

A la mañana siguiente, Marina despertó con una determinación que no sabía que tenía. Cuando Nicolás bajó a desayunar, ella lo esperaba sentada en la mesa, con su taza de café en la mano y una mirada que podría atravesar el acero.

—¿Quién es él? —soltó sin preámbulos.

Nicolás se detuvo en seco. Por un segundo, el color desapareció de su rostro. —¿Qué estás diciendo?

—No te hagas el tonto. —Marina levantó su teléfono y mostró un fragmento del video. —Explícame esto.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Nicolás se dejó caer en la silla frente a ella, pasando una mano temblorosa por su cabello.

—Es... complicado, Marina. —Su voz era apenas un susurro.

—¿Complicado? —repitió ella, conteniendo las lágrimas. —¡Soy tu esposa, Nicolás! Te entregué todo. ¿Esto es lo que me das a cambio?

—No quería que te enteraras así... —Nicolás trató de acercarse, pero ella retrocedió como si él fuera un extraño. —Esto no tiene nada que ver contigo. Es algo que llevo dentro desde... desde antes de conocerte.

—¿Y pensaste que nunca lo sabría? —preguntó Marina, levantándose de un golpe. —¿Pensaste que podías vivir una doble vida para siempre?

Nicolás bajó la mirada, incapaz de responder. Marina sintió que el mundo entero se derrumbaba a su alrededor. Su matrimonio, su vida perfecta, todo era una mentira.

El silencio del adiós

Horas después, Marina empacaba algunas de sus cosas en silencio. Nicolás la observaba desde el umbral de la puerta, con una mezcla de culpa y tristeza en su rostro.

—No tienes que irte. —dijo finalmente. —Podemos hablar. Podemos arreglar esto.

—No hay nada que arreglar. —respondió Marina sin mirarlo. —No puedo vivir así, Nicolás. No puedo vivir en una mentira.

Antes de cerrar la puerta tras de sí, lo miró por última vez. —Te amé, ¿sabes? Con todo mi corazón. Y ahora me doy cuenta de que nunca te conocí realmente.

Nicolás no dijo nada. El silencio fue su única respuesta.

El inicio del fin

En el taxi que la llevaba lejos de lo que alguna vez fue su hogar, Marina miró por la ventana con los ojos vacíos. Las palabras del vendedor del mercado de antigüedades resonaron en su mente: "A veces, el pasado regresa para mostrarte quién eres realmente."

No podía entenderlo aún, pero algo en su interior le decía que esta traición era solo el comienzo.

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