Estas acostumbrado a leer novelas de reencarnacion en donde la protagonista reencarnada se vuelve poderosa, ¿que pasaria si esta novela no es como las demas? ven y lee algo diferente, algo que sin duda te gustara.
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El Gran Escape (Fallido, Obviamente)
Aranza no era estúpida. Bueno, un poco sí, pero no tanto como para quedarse de brazos cruzados.
Así que, como cualquier persona sensata en su situación, decidió huir.
Esperó a que todos estuvieran distraídos y se escabulló por la parte trasera de la mansión. Su plan era simple: robar un caballo y salir galopando hacia la libertad.
Solo había un problema.
Nunca había montado un caballo.
—Bien, bien, tranquila… es solo un gran perro con patas largas —murmuró, tomando las riendas de un corcel negro que la miraba con absoluto desinterés.
Subió al animal con gran esfuerzo y logró acomodarse en la montura.
—¡Ja! ¡Lo logré!
El caballo resopló.
Aranza tiró de las riendas con confianza.
—¡Vamos! ¡Al galope, mi fiel corcel!
El caballo no se movió. Aranza frunció el ceño y tiró con más fuerza.
—¡Dije que al galope!
El caballo la miró. Luego, la lanzó al suelo de una patada.
—¡AAAAAAAAH!
El golpe fue tan fuerte que rodó un par de metros, aterrizando con la dignidad hecha pedazos. Por suerte Aranza había logrado algo de resistencia con sus ejercicios, pero para alguien que en toda su vida había hecho algo diferente a estar postrada en una cama, era mucho decir que no se llevo una buena revolcada. Los guardias de la mansión, que la habían estado observando en silencio, finalmente intervinieron.
—Mi lady…
—Cállate.
—¿Está bien?
—¡Cállate!
Dos sirvientes corrieron a ayudarla a levantarse, pero Aranza los empujó con un berrinche infantil.
—¡Maldito caballo traicionero!
Desde la puerta de la mansión, su madre la observaba con una expresión mezcla de pena y vergüenza.
—Hija… ¿qué estabas intentando hacer?
Aranza se limpió el polvo del vestido y la miró con enojo.
—¡Intentaba escaparme, obviamente!
Evelyne suspiró.
—Tu padre sabía que lo intentarías. Por eso ordenó que los caballos no te obedecieran. Me alegro de que lo hiciera
Aranza sintió un escalofrío.
—… ¿Qué? ¿Acaso me vas a decir que estas feliz de recibir a esa bastarda en tu casa y obedecer a todo lo que padre desea?
Una cachetada sonó, su madre se veía enojada, Aranza había cruzado una delgada linea, su madre no lo perdonaría por nada del mundo, ya estaba bueno de las groserías de Aranza, ella obedecía a su marido era lo que había y Aranza debía entenderlo. Aranza solo quedo mirando estupefacta a la mujer. Hasta que esta volvio a hablar con tranquilidad.
—Los entrenó para que solo respondan a los jinetes de la familia.
Aranza abrió la boca… y luego la cerró.
—Eso es… un nivel de paranoia impresionante.
—Es tu padre. ¿Qué esperabas?
Aranza soltó una carcajada amarga.
—Sí, tienes razón. así son todos ustedes
Los guardias la tomaron con suavidad por los brazos.
—Mi lady, será mejor que regrese a su habitación.
Aranza, derrotada, dejó que la escoltaran de vuelta. Pero en su cabeza, una sola frase resonaba con fuerza:
"Estoy condenada."
A varios kilómetros de distancia, en el reino de Mar de Fuego, un hombre de cabello oscuro y mirada helada sostenía entre sus dedos una carta lacrada.
Cassius Darkmoor rompió el sello con la misma calma con la que enfrentaba cualquier asunto de estado. Sus ojos recorrieron las líneas escritas con una letra pulcra y ceremoniosa.
"Aranza Valentis será enviada en dos días para concretar la unión."
El silencio en la estancia se hizo aún más denso. La luz de las velas proyectaba sombras largas sobre su rostro imperturbable, pero su expresión permanecía marmórea, impasible.
Sabía quién era Aranza Valentis. Sabía de su enfermedad, de su reputación como una joven frágil, casi marchita. Y, sobre todo, sabía que no le importaba en absoluto.
Para él, este matrimonio no era más que un trámite político. Un sacrificio menor en el juego de poder.
Dobló la carta con precisión y se la entregó a su secretario, sin mirarlo siquiera.
—Preparen la mansión para su llegada.
El hombre inclinó la cabeza en señal de obediencia.
—¿Desea algo más, mi lord?
Cassius guardó silencio por un instante. Una pausa apenas perceptible, una grieta invisible en su indiferencia. Luego, su voz resonó en la penumbra con la frialdad de un filo de acero.
—No.
No había nada más que decir.
Porque para él, Aranza Valentis no significaba absolutamente nada.
Ves: mirar, observar, ver
vez: repetir