Keiran muere agotado por una vida de traición y dolor, solo para despertar en el mundo del libro que su único amigo le regaló, un universo omegaverse donde comparte nombre y destino con el personaje secundario: un omega marginado, traicionado por su esposo con su hermana, igual que él fue engañado por su esposa con su hermano.
Pero esta vez, Keiran no será una víctima. Decidido a romper con el sufrimiento, tomará el control de su vida, enfrentará a quienes lo despreciaron y buscará venganza en nombre del dueño original del cuerpo. Esta vez, vivirá como siempre quiso: libre y sin miedo.
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📌 Historia BL (chico × chico) si no te gusta, no entres a leer.
📌 Omegaverse
📌 Transmigración
📌 Embarazo masculino.
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Capítulo 22. Mi medicina, mi cura.
—¿Y bien? —interrogó Cael en cuanto vio a Frederick aparecer en lo alto de las escaleras. Su tono, aunque calmo, estaba cargado de curiosidad y una pizca de preocupación.
Frederick bajó los escalones con pasos pesados, la tensión evidente en su postura. Cuando llegó a la sala, se dejó caer en el sillón, apoyando los codos en las rodillas y dejando caer la cabeza hacia adelante.
—Fui a verlo porque ya tengo los resultados de los análisis de las pastillas que ese bastardo le hacía tomar —comenzó, su voz ronca y contenida, como si cada palabra le costara esfuerzo.
Cael, que estaba de pie cerca de la chimenea, asintió lentamente. Sabía exactamente a qué medicamento se refería. Frederick le había contado semanas atrás sobre su plan para librarse de sus padres y, en ese mismo momento, le había pedido ayuda con la investigación de unas píldoras que Gabriel le suministraba a Keiran. Píldoras que, según supieron, carecían de receta médica y tenían efectos secundarios sospechosos.
—Cuando llegué y toqué el timbre, escuché a Keiran pidiendo ayuda. Así que entré, y ese animal… —Frederick se detuvo un momento, sus manos cerrándose en puños tan fuertes que los nudillos se le pusieron blancos—. Estaba a punto de aprovecharse de él.
Cael bajó la mirada a las manos de su amigo, notando las marcas de golpes y la sangre seca que manchaba sus nudillos. No tuvo que preguntar más; ya podía imaginarse el destino del otro alfa.
—Lo golpeé —continuó Frederick, su tono cargado de una rabia apenas contenida—. Lo dejé inconsciente… quizá algo peor.
Hubo un silencio cargado de tensión en la habitación. Frederick levantó la cabeza y dejó escapar un suspiro pesado, como si tratara de exhalar el recuerdo de lo que había sucedido.
—Traje a Keiran aquí. Lo llevé a mi habitación y… —hizo una pausa, luchando contra las palabras que no quería pronunciar. No iba a mencionar el efecto devastador que las feromonas de Keiran habían tenido sobre él. Ni siquiera cuando se manifestó como alfa había experimentado un deseo tan visceral, tan urgente.
—¿Y qué? —preguntó Cael, su tono impaciente pero atento, su instinto natural de obtener respuestas en plena acción.
Frederick levantó la mirada, sus ojos rojos cargados de desconcierto.
—No… no sentí náuseas ni rechazo —confesó finalmente, su voz apenas un murmullo.
Cael frunció el ceño, sorprendido. Desde que Frederick se había manifestado como alfa ultradominante, las feromonas omega siempre le habían provocado repulsión. Los síntomas iban desde náuseas hasta episodios violentos de rechazo. Lo mismo ocurría con las feromonas alfa, que su cuerpo repelía de manera aún más agresiva. Habían intentado de todo: omegas dominantes, recesivos, normales. Incluso mujeres alfas. Pero nada había funcionado.
Cael lo miró, analizando cada palabra, cada gesto. Su desconcierto comenzó a transformarse en algo más cuando la verdad de lo que Frederick había dicho se asentó en su mente.
—¿No sentiste rechazo? —repitió, como si necesitara confirmar lo que había escuchado.
Frederick negó con la cabeza, tensando la mandíbula.
—Lo deseé, Cael. Por primera vez, lo deseé… —admitió en un tono bajo, casi como si estuviera confesando un crimen.
Cael dio un paso hacia adelante, sus ojos iluminándose con una mezcla de incredulidad y esperanza.
—Frederick, ¿entiendes lo que eso significa? —Su voz se elevó, contagiada por una creciente euforia—. ¡Por fin! ¡Por fin encontramos al omega que te ayudará a controlar esas estúpidas feromonas sin tener que extirparte las glándulas!
Frederick observó a su amigo saltar de alegría, incapaz de compartir su entusiasmo. Aunque la idea de una solución para su condición era tentadora, la realidad de lo que implicaba lo mantenía anclado al suelo.
—Es un omega masculino, Cael… masculino —murmuró, su tono cargado de confusión y una pizca de rechazo.
El entusiasmo de Cael se apagó momentáneamente. Miró a Frederick con seriedad, acercándose hasta quedar frente a él.
—¿Y eso qué importa? —preguntó con firmeza, cruzando los brazos sobre el pecho—. Hemos buscado una solución durante años. Años, Fred. Y ahora la tienes frente a ti. ¿De verdad vas a dejar que un detalle como ese te impida aprovechar esta oportunidad?
Frederick desvió la mirada, sintiendo el peso de las palabras de Cael. No podía negar que el encuentro con Keiran había cambiado algo dentro de él. Pero aceptar lo que implicaba ese cambio… era algo para lo que aún no estaba preparado.
Cael suspiró, colocándole una mano en el hombro.
—Tómate tu tiempo, Fred. Nadie te está pidiendo que tomes una decisión ahora mismo. Pero no ignores lo que sientes. Quizá este omega sea mucho más que una solución para tus feromonas.
Frederick se quedó en silencio, sus pensamientos enredados en una maraña de dudas, miedo y una chispa de esperanza que no sabía si quería dejar crecer.
—Mira, Keiran será tu esposo según tus planes. ¿Por qué no aprovechas esta oportunidad para mejorar tu salud? —Cael se sentó junto a Frederick, apoyando una mano en su hombro con un gesto tranquilizador—. No digo que te enamores de él, solo que te permita usar sus feromonas hasta que las tuyas se estabilicen.
Frederick permaneció en silencio, procesando las palabras de su amigo. Si Keiran iba a ser una herramienta en su plan para enfrentarse a su familia, ¿por qué no podría también servirle para combatir esa enfermedad que lo estaba consumiendo lentamente? Además, él también le ayudaría.
—Bien. Hablaremos de eso después —dijo finalmente, y Cael sonrió con alivio—. Ahora vamos a hacer las malditas pruebas.
Ambos se levantaron del sofá y se dirigieron a la habitación especialmente acondicionada para contener los episodios psicóticos de Frederick durante sus ruts. Al entrar, el alfa comenzó a desabrocharse la camisa, revelando un torso marcado y musculoso que parecía esculpido a mano.
—Con ese cuerpo, hasta yo caería rendido —bromeó Cael, soltando un silbido burlón mientras organizaba sus instrumentos al lado de la camilla.
Frederick solo rodó los ojos antes de acostarse boca abajo en la camilla, acostumbrado a los comentarios de su amigo.
—Solo intento aligerar el ambiente. ¿Tú nunca te diviertes o qué? —añadió Cael mientras arrastraba una mesa de aluminio y la desinfectaba.
—No con esto —respondió Frederick con sequedad, cerrando los ojos para prepararse mentalmente.
Cael se colocó los guantes y comenzó el procedimiento. Aunque los años le habían dado a Frederick una tolerancia impresionante al dolor, el pinchazo de la aguja en sus glándulas seguía siendo una experiencia desagradable. Esa era una de las zonas más sensibles y vulnerables de su cuerpo, pero su resistencia lo hacía apenas inmutarse.
Cael examinó las mediciones de las feromonas en el monitor y dejó escapar una leve sonrisa.
—Tal como lo pensé —dijo, girando la pantalla para mostrarle los resultados—. Las feromonas de Keiran son increíblemente útiles. Controlaron el pico de feromonas que amenazaba con descontrolarte, y eso que solo fueron unas pocas horas. Si permitieras que te expusiera a ellas de manera constante, en menos de un año la psicosis desaparecería por completo.
Frederick trató de mantener su expresión seria, pero un atisbo de sonrisa se coló en sus labios. Aunque su apariencia ruda era su escudo, odiaba estas sesiones y lo que significaban para su salud. Sabía que, sin una solución, tarde o temprano perdería el control por completo y sucumbiría a la locura.
Después de realizar algunos análisis más y extraer una muestra de sangre, Cael le colocó un parche en las glándulas y lo ayudó a levantarse.
—Si cambias de idea respecto a Keiran, dímelo. Prepararé todo para analizar sus feromonas y verificar qué tan compatibles son.
Frederick asintió en silencio, sin comprometerse.
Cuando Cael se marchó, el alfa regresó a su habitación, donde el aroma de Keiran aún impregnaba el aire, mezclándose con el suyo propio. Había algo embriagador en esa combinación, algo que lo desconcertaba y lo mantenía en vilo.
Al llegar junto a la cama, observó al omega dormido profundamente, abrazado a su almohada. Una pierna desnuda asomaba entre las sábanas grises de seda, mientras su cabello oscuro se esparcía caóticamente sobre el colchón, dándole un aire tentador sin siquiera proponérselo.
—Mi medicina, mi cura —murmuró Frederick, inclinándose para apartar con cuidado un mechón de cabello del rostro de Keiran.
El roce fugaz de sus dedos contra la piel del omega fue suficiente para que una corriente eléctrica le recorriera el cuerpo, despertando algo dentro de él que no lograba entender.
¿Cómo podía un omega tan frágil y masculino desatar semejante caos en su interior? Frederick sentía que la presencia de Keiran trastocaba todo lo que él creía correcto, desafiando las reglas que había seguido durante toda su vida.
Ese sentimiento, desconocido y peligroso, comenzaba a enraizarse en su interior. Y aunque le molestaba admitirlo, sabía que por más que intentara resistirse, no había forma de escapar de lo que estaba empezando a sentir por Keiran.