En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Lía
—¿Qué parte quieres de recuerdo? -Pregunto mientras comenzó a cortar.
—No quiero ninguna. -Respondió la chica rápidamente.
—Bueno, aunque sus ojos son bonitos, ten -Estiro su brazo dándole un ojo de la chica.
—Gracias -Lo recibió, sin chistar.
—No es nada, total no era mío, ¡JAJAJA!. -Siguió cortando.
Para Ancipiti era interesante ver cada uno de los órganos, ver como palpitaban mientras salpicaba sangre, sus ojos estaban totalmente concentrados, en cada uno de los cortes, como si no quisiera hacer un mal corte.
Separo cada órgano y lo puso en un lado, saco el corazón que todavía se movía, pero que comenzaba a tornarse de un color morado, lo metió rápidamente en un frasco con alcohol.
La chica veía cada uno de sus movimientos, mientras comía un poco de pan.
—¿Cómo puedes comer mientras vez todo esto?
—Estoy acostumbrada -Dijo mientras alzaba los hombros.
—Me agradas, quiero saber tu nombre. -Pregunto, sin despegar su mirada del cuerpo.
—Lía, ese es mi nombre.
—Muy lindo. -Dijo mientras limpiaba su frente, que estaba sudando.
Ancipiti al terminar, se levantó y saco un pañuelo, limpio el cuchillo y sus manos. Se dirigió hacia la chica y se sentó frente ella.
—Ahora sí, vamos a conversar.
—¿De qué?
—Pues, de cómo me vas a ayudar.
Ancipiti, con una calma aterradora, comenzó a desgranar cada detalle del plan que había ideado. La voz de Ancipiti era suave, casi un susurro, pero cada palabra que pronunciaba estaba cargada de una fría determinación.
—Escucha, Lía —empezó Ancipiti, inclinándose un poco más cerca—. Si quieres salir de aquí con vida, vas a tener que ayudarme.
Lía, con el rostro pálido y el corazón latiendo con fuerza, asintió, temerosa de lo que estaba a punto de escuchar.
—Voy a acabar con Robert —dijo Ancipiti, su tono cargado de una determinación escalofriante—. Pero no puedo hacerlo sola. Necesito que sigas mis instrucciones al pie de la letra.
Lía tragó saliva, sintiendo un nudo formarse en su estómago. El odio hacia Robert estaba presente, pero la idea de involucrarse en un asesinato la aterrorizaba.
—¿Cómo... cómo planeas hacerlo? —preguntó Lía, su voz apenas un susurro.
Ancipiti sonrió, una sonrisa fría que no alcanzó sus ojos.
—Primero, voy a ganarme su confianza por completo. Él ya cree que he olvidado todo, que soy la mujer sumisa que siempre ha deseado. Eso me da una ventaja. Pero tú... —Ancipiti hizo una pausa, dejando que las palabras calaran en Lía—. Tú tienes que asegurarte de que nadie sospeche lo que estamos tramando.
Lía frunció el ceño, intentando comprender el alcance de lo que Ancipiti le pedía.
—¿Qué quieres que haga exactamente? —Lía se sintió obligada a preguntar, a pesar de que temía la respuesta.
—Necesito que mantengas las apariencias. Cuando grite por ayuda después de hacerlo, tendrás que estar ahí para corroborar mi historia. Decir que me defendí, que él intentó hacerme daño —Ancipiti acercó su rostro al de Lía, sus ojos clavados en los de la joven—. Y tienes que actuar bien, Lía. Tu vida y la mía dependen de ello.
Lía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. No había vuelta atrás; Ancipiti era su única esperanza de escapar. Pero el miedo a equivocarse la paralizaba.
—No sé si puedo hacerlo... —admitió Lía, con la voz temblorosa.
Ancipiti tomó sus manos con una fuerza sorprendente.
—Claro que puedes. Ya has sobrevivido a esto hasta ahora, ¿no? Solo un poco más, y todo esto terminará. Si me ayudas, te prometo que te sacaré de aquí. —Su tono se suavizó un poco, mostrando una chispa de empatía—. Pero si fallas... Robert no dudará en matarnos a las dos.
Lía cerró los ojos, respirando profundamente, intentando calmar el pánico que se apoderaba de ella.
—De acuerdo... Lo haré —susurró finalmente, abriendo los ojos para encontrarse con la mirada penetrante de Ancipiti—. ¿Cuándo empezamos?
Ancipiti asintió, satisfecha.
—Mañana por la noche —dijo con firmeza—. Prepárate, Lía. Esta será nuestra única oportunidad.
—¡Esta bien! -Asintió Lía
Al terminar de arreglar el plan, Ancipiti se cambió de ropa, se lavó los brazos y la cara. Se dirigió a la habitación y se acostó a dormir.
Al amanecer, Ancipiti se despertó con los primeros rayos de sol que se filtraban por las cortinas de su habitación. Se levantó con elegancia y se dirigió al vestidor, donde eligió un conjunto cómodo pero sofisticado para pasar el día en casa.
Después de vestirse, bajó a la cocina, donde el cocinero ya había preparado un desayuno sencillo pero delicioso: pan recién horneado, frutas frescas y un café aromático. Ancipiti disfrutó de su desayuno mientras hojeaba un libro de poesía que había encontrado en la biblioteca de la casa.
A media mañana, se dirigió a la oficina de Robert. Al mediodía, el asistente personal de Robert les trajo el almuerzo: una ensalada ligera y un jugo natural.
Por la tarde, decidió relajarse un poco. Se dirigió a la sala de estar, donde se acomodó en un sillón con el libro rojo que quería terminar. La suave música de un gramófono y la tranquilidad de la casa le permitieron desconectar por un momento.
Un poco más tarde, Robert, llegó para pasar un rato con ella. Robert tenía un aire de misterio que siempre la intrigaba. Se sentaron en la terraza, disfrutando de la vista del jardín mientras conversaban sobre diversos temas. Robert siempre sabía cómo hacerla reír.
Compartieron una merienda ligera. A medida que el sol comenzaba a ponerse, Ancipiti se preparó para la noche. Se dio un baño relajante y se cambió a un atuendo más formal. Sabía que la noche sería crucial y quería estar lista para cualquier eventualidad.
Finalmente, al caer la noche, Ancipiti estaba lista. Todo era crucial, nada podía salir mal, estaba viendo los últimos detalles del plan, mientras fingía que leía su libro.
Robert estaba en la cama revisando unos documentos, al terminar lo acento en el velador del lado de su cama.
—Amor, ven ya a dormir, mañana terminas de leer.
—Voy -Dijo con una voz dulce.