Eliza, una noble empobrecida, está desesperada por pagar sus deudas cuando recibe una oferta inesperada: convertirse en espía para Lady Marguerite en el ducado del Duque Richard. Sin embargo, su misión toma un giro inesperado cuando el duque, consciente de las amenazas que rodean a sus hijos, le propone un matrimonio por contrato para proteger a su familia. Eliza acepta, consciente de que su vida se complicará enormemente.
Tras la muerte del duque, Eliza se convierte en la tutora legal de Thomas y Anne, y asume el título de Duquesa de Gotha. Pero su posición es amenazada por Alexander, el hijo mayor del duque, un hombre frío y calculador respaldado por la poderosa familia de su difunta madre. Alexander de Ghota.
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Capitulo 9
Eliza nunca había imaginado que un día como este llegaría. Su boda con el
duque fue un evento formal y lujoso en la capital, marcando un cambio radical
en su vida. El castillo estaba decorado con flores frescas y ricos tapices, y
la ceremonia se llevó a cabo en la grandiosa catedral, con la presencia de
nobles de todo el reino. Incluso el rey asistió, subrayando la importancia y
magnitud del ducado.
Eliza se sintió como en un sueño mientras caminaba por el pasillo, su
vestido de novia adornado con encaje y perlas. Los niños, Thomas y Anne,
caminaron a su lado, desempeñando sus roles con solemnidad. Eliza sabía que su
vida cambiaría para siempre después de este día.
Entre la audiencia, Eliza notó a Lady Marguerite. La condesa estaba
observándola con una mirada que mezclaba curiosidad y desdén, lo que hizo que
Eliza se sintiera nerviosa. Pero decidió confiar en el duque y en su decisión
de proteger a los niños.
La ceremonia se desarrolló sin contratiempos, y cuando el duque le puso el
anillo en el dedo, Eliza sintió una mezcla de alivio y determinación. A pesar
de las miradas y los susurros, sabía que estaba haciendo lo correcto.
Durante la recepción, Eliza pudo escuchar los murmullos de los nobles. La
gente murmuraba que ella era una oportunista, una desvergonzada cazafortunas
que se había aprovechado de la situación para escalar socialmente.
Mientras estaba con Thomas, uno de esos comentarios llegó a sus oídos. Una
noble comentó despectivamente sobre Eliza, llamándola "una trepadora sin
vergüenza".
Thomas, con el rostro enrojecido de ira, no dudó en intervenir. —¡Mi madre
no es una oportunista! —gritó, mirando fijamente a la noble—. Debería cuidar su boca,
¿O quizás quisiera repetir lo mismo frente a mi padre?
La noble quedó en silencio, sorprendida por la valentía del niño y mención del duque,
si eso llegaba a oídos del duque estaba acabada.
Eliza sintió una oleada de orgullo y cariño por Thomas. Se arrodilló a su lado y lo
abrazó, susurrándole palabras de agradecimiento.
Después de la boda, al regresar al castillo, Eliza fue recibida
calurosamente por el personal. Sus miradas reflejaban respeto y gratitud por su
dedicación a los niños y al ducado.
Sin embargo, esa misma noche, la salud del duque empeoró. Pasó más tiempo en
su habitación, apenas saliendo después de días. Eliza sabía que debía ser
fuerte, no solo por los niños, sino también para no decepcionar al duque.
Cuidaba de Thomas y Anne con dedicación, asegurándose de que se sintieran
amados. Al mismo tiempo, comenzó a conocer a los familiares que
codiciaban el ducado. Observaba sus movimientos y conversaciones, tomando nota
de sus intenciones.
Eliza también se sumergió en la administración del ducado. Pasaba largas
horas revisando documentos, aprendiendo sobre las finanzas y la gestión de las
tierras. Aunque era difícil, su determinación y capacidad para aprender
rápidamente la ayudaron a mantenerse a flote.
Una tarde, mientras revisaba unos informes en su despacho, un criado se
acercó con una expresión de urgencia. —Mi señora, el duque ha pedido verla.
Eliza dejó los documentos y se dirigió rápidamente a la habitación del
duque. Al entrar, lo encontró acostado, su rostro pálido y marcado por el
dolor. Se arrodilló junto a su cama y tomó su mano.
—Estoy aquí, su excelencia —dijo suavemente.
El duque abrió los ojos y la miró con gratitud. —Eliza, has hecho más de lo
que jamás podría haber esperado. Sé que los niños están en buenas manos
contigo.
Eliza apretó su mano, sintiendo la tristeza y la responsabilidad que pesaban
sobre ella. —Prometo cuidar de ellos y proteger el ducado. No lo decepcionaré.
El duque sonrió débilmente antes de cerrar los ojos, su respiración
volviéndose más suave y regular. Eliza se quedó a su lado, vigilando su sueño,
sintiendo la gravedad de su promesa y el camino que tenía por delante.
Al día siguiente, Eliza continuó con sus deberes, sabiendo que cada acción
contaba. Se reunió con los administradores del ducado, revisó las finanzas y
supervisó las tareas diarias. También pasó tiempo con Thomas y Anne,
asegurándose de que sintieran su amor y apoyo constante.
Aunque enfrentaba desafíos, Eliza estaba decidida a cumplir con su papel
como duquesa y madre. Sabía que el camino sería difícil, pero con cada día que
pasaba, se sentía más segura de su capacidad para enfrentar cualquier
adversidad que se presentara.
Los días se volvieron más sombríos en el ducado mientras la salud del duque
se deterioraba. Eliza se mantenía firme en sus responsabilidades, pero la
tristeza empezaba a impregnar el ambiente. Sin embargo, había obligaciones
sociales que aún debía cumplir.
Una tarde, Eliza organizó una hora del té con varias señoritas nobles. Era
una oportunidad para fortalecer su posición en la sociedad y mostrar su
liderazgo como nueva duquesa. Entre las invitadas estaba Lady Marguerite, cuya
presencia siempre irradiaba una mezcla de astucia y desdén.
Eliza, vestida con un elegante vestido de seda azul, recibió a las damas en
el salón principal del castillo. Las mesas estaban adornadas con finas
porcelanas y delicadas flores, creando un ambiente refinado y acogedor.
—Bienvenidas, señoras —dijo Eliza con una sonrisa cálida—. Es un honor
tenerlas aquí.
Las damas respondieron con cortesías, pero Eliza podía sentir la tensión en
el aire. Lady Marguerite se sentó con una expresión altiva, sus ojos escrutando
cada detalle.
—Lady Eliza, es un placer verte tan radiante —dijo Marguerite con una voz
dulce pero envenenada—. Debe ser un gran desafío para ti adaptarte a tus nuevas
responsabilidades.
Eliza mantuvo su sonrisa, pero sus ojos brillaban con determinación.
—Gracias, Lady Marguerite. Es un desafío, pero uno que abrazo con todo mi
corazón. El bienestar del ducado y de mis hijos es mi mayor prioridad.
Eliza notó que algunas damas intercambiaban miradas, esperando ansiosas el
desarrollo de la conversación. Marguerite continuó, sus palabras cuidadosamente
medidas.
—Debe ser difícil para alguien sin experiencia previa manejar tales
responsabilidades. ¿No temes que algo se te escape de las manos?
Eliza respiró hondo y respondió con voz firme y segura. —Lady Marguerite,
agradezco tu preocupación, pero he aprendido rápidamente y cuento con el apoyo
de un excelente personal. Además, como duquesa, mi posición me otorga ciertas
ventajas y apoyos que quizás otros no comprendan completamente.
La respuesta de Eliza fue meticulosa, colocando a Marguerite en una posición
inferior sin ser grosera. Las damas presentes murmuraron entre ellas,
impresionadas por la compostura y autoridad de Eliza.
Marguerite frunció ligeramente el ceño, pero no se rindió. —Es bueno saber
que estás aprendiendo. Aunque, como dicen, hay cosas que solo la experiencia
puede enseñar.
Eliza mantuvo su sonrisa, pero su mirada se endureció. —Ciertamente, Lady
Marguerite. Y espero poder aprender de mis experiencias y continuar mejorando
en mis responsabilidades. Como duquesa, tengo el deber de proteger y guiar a mi
familia y a mi ducado, un deber que asumo con toda la dedicación posible.
Eliza se inclinó ligeramente hacia adelante, manteniendo contacto visual con
Marguerite. —Y hablando de responsabilidades, es esencial recordar que, en la
jerarquía social, el título de duquesa lleva una gran responsabilidad y también
una gran autoridad. Como tal, es mi deber y privilegio asegurarme de que
nuestras tradiciones y valores sean mantenidos con el más alto estándar.
Marguerite, atrapada por las palabras de Eliza, solo pudo sonreír
tensamente. La superioridad de la duquesa había quedado clara, y las demás
damas asintieron en aprobación.
La conversación continuó en un tono más suave, y la hora del té concluyó con
una nota de respeto y admiración hacia Eliza. Lady Marguerite, aunque derrotada
en este enfrentamiento, se despidió cortésmente, pero con una mirada que
prometía futuros conflictos.
Esa noche, el duque empeoró significativamente. Eliza estaba en su despacho
cuando un sirviente la llamó con urgencia.
—Mi señora, el duque está muy mal. Debe venir de inmediato.
Eliza corrió hacia la habitación del duque, donde encontró a Thomas y Anne
al lado de su cama, sus rostros marcados por la tristeza. Los sirvientes
también estaban presentes, sus expresiones sombrías.
El duque, pálido y débil, abrió los ojos lentamente. Miró a sus hijos y a
Eliza, y trató de hablar.
—Thomas, Anne... lo siento tanto... —dijo con voz entrecortada—. Lamento no
haber sido el padre que necesitaban...
Los niños lloraban, sus pequeñas manos aferrándose a las del duque. Eliza se
arrodilló junto a la cama, tomando la mano del duque con ternura.
—Has hecho lo mejor que has podido, su excelencia —dijo Eliza, con lágrimas
en los ojos—. Y ellos lo saben.
El duque asintió débilmente y luego, en su estado de debilidad, comenzó a
divagar, sus ojos desenfocados. —¿Alexander? Perdóname, hijo... Lamento
tanto... todo...
Eliza sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Sabía que el
duque estaba hablando de su hijo mayor, Alexander, el hermano mayor de Thomas y
Anne. Aunque Alexander no estaba presente, las palabras del duque resonaron en
la habitación.
Ese hijo nunca respondió las cartas de Eliza,
quien informaba de la delicada situación de su padre.
El duque sonrió ligeramente antes de cerrar los ojos por última vez. Su
respiración se detuvo y la habitación se llenó de un profundo silencio. Los
sirvientes, Eliza y los niños lloraron juntos, compartiendo el dolor de la
pérdida.
Eliza abrazó a Thomas y Anne, sus corazones rotos por la pérdida de su
padre. Sabía que, aunque el duque había partido, su promesa de proteger a los
niños y al ducado seguía en pie. Con renovada determinación, se preparó para
enfrentar los desafíos que vendrían, sabiendo que debía ser fuerte por Thomas,
Anne y el legado del duque.