Sebastián, un gran mercenario y mano derecha del hombre más temido del país, termina siendo asesinado por azares del destino o quizás por su propia voluntad. Por los daños causados a otras personas deberá redimirse para tener la oportunidad de reencarnar en el cuerpo de alguien más, para eso tendrá que vivir la vida de otra persona.
¿Podrá hacerlo?
¿Qué tan difícil será adaptarse a su nueva vida?
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"Élite negro"
La comitiva del archiduque se puso en guardia, protegiendo a la emperatriz junto a sus hijos, ya no les quedó otra opción. La pelea inició, pronto se dieron cuenta que los hombres enmascarados no eran simples soldados o mercenarios, éstos estaban muy bien entrenados, pues aún sin superarlos en número, la mitad de la comitiva Vorgues, había sido paralizada. Los pocos hombres que quedaban comenzaron a sentir miedo e incertidumbre por morir. Las espadas de sus contrarios atravesaban los cuerpos sin piedad, a pesar de no ser en un lugar fatal, el veneno que contenía la hoja era tan potente que los mataba enseguida.
No pasó mucho tiempo para que todos los de Nala estuvieran sin vida.
—Alteza, lamento mucho lo que voy a hacer, no obstante, fue una orden de su majestad— habló el líder de los hombres de negro, quién se arrodillaba frente a Alana.
—Estoy de acuerdo y consiente. Adelante— confirmó
Al momento, el hombre se levantó y golpeó a la emperatriz en lugares precisos de su cuerpo, también con una espada limpia le hizo algunos cortes en los brazos, piernas y uno más en el abdomen.
—¡Llévenselos!— el líder gritó.
Entonces le quitaron los bebés a Sara, a cada uno lo llevaron en un caballo y a Sara en uno más, cubriendo a los tres con una capa. A Sara tuvieron que amarrarle las manos y pies, al igual que taparle la boca, pues a pesar de que Alana le había dicho sobre su plan, ella no dejaba de gritar que volvieran por su señora, ya que al dejarla en aquel lugar, ella ya se encontraba inconsciente.
—Por favor, regresemos por mi señora— hincada suplicaba Sara.
El grupo de los hombres de negro habían llegado a una casa en medio de la nada, La chica no dejaba de llorar, su voz se escuchaba ronca y muy cortada.
—Aún te falta mucho para poder confiar en un Saif. La princesa planeo todo esto para poner a salvo a los príncipes, es lo único que deberías tener en cuenta, niña tonta—
Esa persona era una mujer de al menos unos treinta años, se veía fuerte, imponente y daba miedo en realidad. Su expresión era seria.
—Yo… de verdad lo siento. Se que le prometí a mi señora que aceptaría ayudarla, pero no quiero que le pase nada— sollozando, respondió. La pobre chica moqueaba y suspiraba, después de tanto llorar.
—Lo importante es que necesitamos que te hagas cargo de los príncipes, tu mejor que nadie sabe cómo alimentarlos y estar al pendiente de ellos, nuestro camino será largo y te necesito alerta, dispuesta a hacer lo que su alteza te confió. ¿Podrás hacerlo?—
Su voz firme, grave y fuerte, hicieron que Sara se levantara de inmediato y afirmara que ella podía, pues no iba a decepcionar a su señora. Enseguida fue con los bebés y comenzó a cuidar de ellos como de costumbre.
—Descansaremos todas las noches en las casas que nos consiguió nuestra gente, así que tendremos que avanzar todo el camino posible durante el día, su majestad espera buenas noticias pasando la frontera, él cuenta con nosotros y no lo defraudaremos— informó aquella mujer
—Si, general— se escuchó al unísono, de parte de los veinticinco hombres y mujeres bajo su mando, “Élite negro”. Era parte fundamental del imperio Norten, los que sabían y resolvían problemas que no cualquiera era capaz. Lo más destacable del imperio, era su favoritismo por las mujeres, ya que ellas podían estar en altos cargos por sus grandes capacidades y aptitudes, la general Norm era un claro ejemplo de ello.
Mientras tanto, un carruaje que iba pasando por el camino en el que había ido Alana, se detuvo. El cochero quedó horrorizado por lo que veían sus ojos. Un puñado de treinta hombres, muertos, sangre por todas partes; su susto aumentó cuando en el carruaje abandonado estaba el emblema real, temió lo peor en ese momento y más aún cuando a lo lejos, vio tirada a una mujer, hermosa con una tiara, pero lo que más llamó la atención fue el anillo en su mano, ahí se dio cuenta que aquella mujer, era la emperatriz.
—¡Llamen a la guardia real ahora y también al archiduque Vorgues!— pidió a los guardias que acompañaban el carruaje.
—¿Cómo te atreves a dejarme sin guardias?— la voz femenina de una mujer, reclamaba
—Lady lo siento mucho, pero esto es muy importante. La persona que yace aquí, es la emperatriz— reverenciando a su señorita, el pobre hombre contestó
La joven bajó del carruaje y solo por morbo se acercó al cuerpo de Alana.
—Incluso muerta, sigue luciendo bonita. ¡Maldita!, ojalá le hubieran desfigurado el rostro— expresando su odio hacia la emperatriz, sonreía feliz
—No diga eso señorita, aunque estuviera muerta, es la emperatriz y le debemos respeto— incómodo, pedía el cochero
La chica decidió volver a su carruaje mientras llegaba alguna guardia real y poder irse a su casa.
No tardó mucho tiempo para que la gente del archiduque llegara al lugar y pronto revisaron a Alana, aunque le dieron prioridad a la búsqueda del príncipe.
—¿Cómo está?— el archiduque había llegado y preguntó por el estado de Alana
—Señoría está muy débil y no hemos encontrado al príncipe por ninguna parte— agachado, informaba su subordinado
—No importa lo que tengan que hacer. Quiero que la salven, ella es la única que puede darnos alguna pista sobre el paradero del príncipe— exigió el hombre, expresando desprecio hacia su propia hija.
