Tercer libro de la saga colores
El Conde Lean se encuentra en la búsqueda de su futura esposa, una tarea que parecía sencilla al principio se convierte en toda una odisea debido a la presión de la sociedad que juzga su honor y su enorme problema con las damas, sin pensar que la solución está más cerca de lo que cree cuando asiste a un evento de dudosa reputación.
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ACCIDENTE O DESASTRE
...LEAN:...
Esperaba que mi estrategia surtiera efectos. Aquella era la forma más discreta de mantenerla cerca, no quería asustarla y tampoco que lo malinterprete, mis intenciones no eran malas, aunque aquel plan si tenía algo sucio, pero eso no lo sabría la Señorita Marta.
— ¿Debo levantarme mucho más temprano? — Preguntó, interrumpiendo mis instrucciones sobre el nuevo horario, apoyaba sus delicadas manos del escritorio.
No me concentraba en lo absoluto con ella observándome de esa forma dulce.
— Así es, usted irá a mi habitación a las cinco.
Sus mejillas no dejaban el sonrojo.
— ¿Qué haré en su habitación?
La pregunta no tenía ningún mal sentido, pero esa punzada en mi estómago, se repitió.
— Despertarme, descorrer las cortinas, preparar mi baño y mi ropa, luego pediré lo que quiero desayunar y usted irá a la cocina a ordenarle a los cocineros, cuando éste listo debe servirlo en el comedor y esperar allí mi presencia.
— Entiendo — Asintió con la cabeza.
Me quedé un momento en silencio, sin poder apartar los ojos de su rostro. Bajó su mirada y su pecho se agitó.
Aclaré mi garganta.
— Señorita Marta, saliéndonos del tema de los horarios — Me incliné hacia adelante y me observó atentamente — ¿Usted tiene familia? ¿Ellos saben qué está aquí trabajando? — Se tensó un poco, incómoda con mi pregunta — No tiene que responder si es un tema privado, lo siento por mi intromisión.
— No, no es un tema delicado, ni está siendo imprudente en lo absoluto, mi lord — Entornó una expresión neutral — Mi familia no está en Floris — Confesó.
— ¿En dónde están?
— En Hilaria.
¡Hilaria! ¡Tan lejos! ¿Cómo iba a pedir su mano? No iría a Hilaria solo para eso, menos si me rechazaban. Esperaba que eso no fuera un obstáculo para casarnos. No debía preocuparte por eso aún, tenía que comprobar si lograba hacer que me funcionara.
— ¿Usted es de Hilaria?
Asintió con la cabeza — Si, nací allá.
Con razón era tan preciosa, ese reino estaba repleto de mujeres hermosas o eso es lo que decía la gente de Floris cuando iban de turistas a Hilaria, con la esposa de O'Brian y con Marta, no quedaba duda.
— ¿Saben qué está aquí en Floris?
— Sí — Fue monosílaba, así que dejé de preguntar.
— Ya puede retirarse.
— ¿Qué voy a hacer mientras tanto?
— Mi caballo necesita acicalarse, pídale a la ama de llaves lo que necesita para la limpieza, ella sabe — Ordené y hubo un poco de duda.
— ¿Es arisco?
— No, descuide, está castrado.
"Al igual que yo, solo espero que seas la medicina para mi problema"
— ¿De qué color es?
— El negro con manchas blancas en las patas.
Se levantó, tomó la taza vacía donde había traído el café e hizo una reverencia.
— Con permiso, señor.
Asentí con la cabeza y se marchó.
Esperaría un momento para aparecerme de sorpresa en los establos.
...MARTA:...
Pese al mal humor de la ama de llaves, me dió lo que necesitaba.
Me dirigí a los establos y llegué al corral del semental del conde. Un imponente caballo oscuro con patas blancas.
Abrí la puerta y con mucho cuidado, tiré de las riendas. Afortunadamente se dejó guiar sin protestas, lo até a una de las columnas de madera para empezar la limpieza.
Primero lo bañé con espuma, pasando la esponja por todo su cuerpo, luego le apliqué el agua de los baldes, afortunadamente había un pozo cercano a los establos para tomar el agua.
El caballo agitaba su cabeza, encantado con la limpieza.
Llené el cuarto balde y lo dejé en el suelo.
Aquella tarea era mucho más agotara, se me hacía que con el conde no tendría más descanso. Era muy mandon, pero no podía quejarme, así eran todos los nobles con sus empleadas y pensar que lo malinterpreté todo por creer en las habladurías de las doncellas.
El conde tan caballeroso y respetuoso, jamás me propondría algo así.
Por el estar distraída, el caballo se movió bruscamente y me aventó a un lado.
Caí sobre el balde, me empapé la falda y las piernas, incluso la ropa interior.
Estaba hecha un desastre.
— ¡Malo, debes tener más cuidado, soy una dama! — Gruñí al caballo, obstinada, tratando de exprimir el agua de mi falda — ¡Ahora debo lavar mi uniforme cuando termine, gracias a ti!— Soltó un relincho con respuesta — ¡Con lo cansada que estoy, pero eso a ti no te importa, ya que eres tratado como un rey!
Era tonta, peleando con un caballo.
No podía quedarme así, empapada, aún faltaba esperar a que se secara para peinar su pelaje y con el frío que hacía.
Aún no me acostumbraba al clima de Floris y eso que aún no llegaba el invierno. Me emocionaba ver la nieve por primera vez, pero morir congelada me hacía querer declinar de la idea.
Me quité las zapatillas, luego las enaguas, exprimiendo el agua para colgarla sobre la madera del corral.
Elevé una de mis piernas, apoyando mi pie en una pila de eno para quitarme las medias.
Recogí la falda y empecé bajarme las medias.
Me las quité, repitiendo la acción de exprimir y colgar.
Sentía más frío, estando desnuda bajo la falda, pero allí nadie se daría cuenta.
Caminé descalza devuelta al caballo y coloqué mis brazos en jarra.
— Mira lo que me hiciste hacer.
Le pasé un paño para quitarle el agua y luego fui por el cepillo, lo pasé por su lomo y su cuello.
— ¿Cómo va, Señorita Marta?
Me sobresalté ante la voz que se oyó detrás de mí.
Observé por encima de hombro y me volví al hallar al conde detrás de mí, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones y un mechón de su cabello rozando su frente.
— Bien — Jadeé, poniéndome nerviosa.
Observó mi vestido mojado, mis pies descalzos y el charco de agua en el suelo.
— Por lo visto mi caballo le ha dado problemas.
— Oh, eso fue un accidente, pero descuide, lo tengo todo controlado — Susurré, rezando para que no observara hacia la derecha, donde estaban mis prendas íntimas colgando.
Me ardió el rostro.
— Cada quien tiene su forma de hacer las cosas — Dijo, sonriendo con los ojos y se acercó. Retrocedí un poco, hasta que mi espalda chocó con el caballo detrás de mí — Me permite.
Extendió su mano al cepillo en mi mano y me lo quitó.
— No, es mi trabajo, señor.
— Anteriormente, lo hacía yo, no hay ningún problema si le ayudo — Empezó a cepillar el pelaje, con delicadeza — ¿Usted sabe montar? — Me observó de perfil y mi corazón dió un vuelco.
— Sí, de hecho alquile un caballo con el dinero que usted me dió.
— Fuí a buscarla — Confesó, dejando de cepillar.
— ¿Qué? — Me tensé.
— La busqué en la posada.
Se giró, quedando frente a mí.
— ¿Por qué hizo eso? — Exigí, un poco a la defensiva.
— No lo malinterprete — Retrocedió — Quería saber si estaba bien.
Algo se agitó en mi estómago.
— ¿Cuándo?
— Fuí al día siguiente y usted ya se había ido — Confesó y bajé mi mirada, no sabía como hacer con esa confesión, soltó una risa y lo volví a observar — De hecho la posadera se puso histérica y me corrió, lanzado vasos.
Alcé mis cejas — ¿Por qué hizo eso?
— Me confundió con el responsable de que usted estuviera en esas fachas.
— Lo siento — Susurré y elevó una comisura.
— No tiene porque disculparse.
— Eso me recuerda que debo devolverle la chaqueta.
— No es necesario, tengo tanta ropa que no me molesta que se quede con ella — Dijo y fruncí el ceño.
— ¿Qué voy a hacer con una chaqueta de hombre?— Soné demasiado grosera y me sentí avergonzada cuando volvió a su expresión seria.
— Cubrirse cuando tiene frío — Murmuró, de una forma tan tierna que me sentí como tonta.
— Lo siento, no quise ser grosera — Empecé a temblar, por el frío y por su presencia.
— Descuide — Se acercó tanto que elevé mi cabeza para observarlo.
Mi corazón se desbocó.
— Señor...
Me observó de una forma intensa y me quedé quieta.
Sentí una extraña necesidad entre mis piernas y pensar que no llevaba nada debajo. ¿Qué me sucedía? Estaba pensando de una forma tan sucia. El hormigueo aumentó ante su aroma y su calidez.
No tenía miedo, no tenía pánico al estar tan cerca de él, sabiendo que era un hombre y que estábamos solos.
— Mi lord... — Jadeé, quería preguntarle, tal vez mi cordura se estaba perdiendo, pero necesitaba saberlo, si él me quería como su amante ¿Y si resultaba cierto? ¿Qué haría yo? ¿Lo permitiría? Mi cuerpo seguía respondiendo, aumentando la necesidad con solo imaginarlo tocando todo mi cuerpo, porque su mirada era la única que no me causaba desagrado.
Aún así, no podía permitir semejante cosa, mi lado digno lo rechazaba. Yo merecía más que eso, si no podía ser monja, entonces sería esposa, pero nunca amante.
Siendo una sirvienta, nadie iba a quererme como esposa.
Elevó su mano y trazó su pulgar por mi mejilla.
El contacto me quemó, enviando oleadas de calor a través de mí, pero fue suficiente para calmar lo que me sucedía.
Me enseñó su pulgar, había una hebra de heno allí.
Ah, era eso.
— Ya puede marcharse — Tomó distancia.
— Pero no he terminado.
— Ya terminó, solo hace falta un poco más de cepillado y yo lo haré — Giró sus ojos hacia el caballo — Usted debe cambiarse o va a pescar un resfriado.
— Pero...
— Sin peros, yo soy su patrón y debe obedecer en todo — Me interrumpió, dándome una mirada que hizo erizar mis vellos.
— Está bien, buenas noches, mi lord.
— Buenas noches, Señorita Marta.
Me alejé rápido, tan nerviosa que resbalé con el agua y terminé en el suelo.
Apoyé mis palmas del suelo e intenté levantarme.
El conde se agachó a mi lado para ayudarme a levantarme.
— Señorita Marta, debe tener más cuidado, no puede ir descalza con el suelo tan empapado — Dijo, tomándome del brazo.
Me petrifiqué cuando me percaté de que la falda estaba subida hasta mi cintura, revelando mi desnudes ante el conde.
Siguió mi mirada, pero la apartó de inmediato.
Se me salieron las lágrimas de la vergüenza.
El conde tomó la falda y la bajó, cubriendo mi desnudes.
— Tranquila, Señorita Marta, fue un accidente — Me limpió las lágrimas con las mejillas, como si no hubiera visto nada — No tiene porque sentir vergüenza. ¿No se lastimó?
Negué con la cabeza.
Se colocó de pie, ayudándome a levantarme.
— Vaya a descansar, mañana empieza su nuevo horario, recuerde.
Me dió la espalda y caminó hacia su caballo.
Me colocó mis zapatillas, tomé mis medias y mis enaguas.
Salí rápidamente del establo.
Entré por la puerta trasera, caminando impetuosa hacia mi habitación.
Cerré la puerta y solté una larga respiración.
Solo yo pasaba por tantas vergüenzas, pero la reacción del conde me tomó por sorpresa y me dejó desconectada. Esperaba una mirada depravada de su parte, pero solo hubo indiferencia.
Observé la chaqueta sobre la cama.
Agradecía tanto que no me hubiese visto como todos los hombres depravados y como mi padre, pero no comprendía aquella sensación.
¿Por qué me sentía así? Decepcionada.
¿A caso estaba esperando un piropo o alguna mirada que mostrara que si le gustaba lo que vió? ¿Era eso? ¿En serio?
No, me debía estar volviendo loca como para querer algo así.
Yo no le gustaba al conde, por eso no tuvo ninguna reacción al observarme.
Así que debía sentirme aliviada de que no tuviera intenciones conmigo.
¿Entonces por qué sentía aquella desilusión?
Sacudí mi cabeza y entré al baño.
gracias por no poner fotografías de los personajes!!