AFABLE

Salió de la bañera, al instante lo cubrí con su toalla.

—¿Sabes si hay galletas oreo?

—Sí. Ahorita te traigo unas.

—¡Gracias!

Con la toalla comenzó a secarse entre sus piernas, su parte masculina era algo que yo nunca pensaba tocar. Yo solo me encargué de secarle las piernas y los pies.

—Te ayudaré con la ropa interior —tomé su pie y lo alcé para introducir el bóxer.

Hice lo mismo con su otro pie y deslicé la prenda por sus piernas hasta la altura de sus muslos. ¡Él hizo el resto!

Pasó lo mismo con las demás prendas.

—¡Muchas gracias por vestirme! —Pronunció él.

—Claro. Es hora de ir a la cama.

—¿Me traerás mis galletas?

—Y tu taza de té también.

Ya no necesitaba permiso para poder tocarlo, era muy fácil unir nuestras manos y crear calor.

Paso a paso, poco a poco, llegamos hasta la cama. Le ayudé a acomodarse, puse una almohada en su espalda mientras se recargaba contra la cabecera.

—En un momento te traigo tus galletas.

—¡Gracias!

Estaba por llegar a la puerta y escuché su voz.

—Alexa, reproduce Hot Blooded.

La bocina le respondió y mientras bajaba las escaleras, escuché que la melodía ya había comenzado.

En la cocina, Ernesto estaba preparándose la cena.

—¿Quieres un poco? —Preguntó.

—¡Muchas gracias! Pero aún no termino de atender a Nicolás.

—Bueno.

—Pero tú disfruta. No te preocupes por mí.

Fui a la alacena y tomé un paquete de galletas. La taza de té ya estaba servida y use un poco de miel para endulzar.

—Veo que eres muy detallista con el amo.

Sus palabras me sorprendieron.

—¿Detallista? La verdad no sé.

Sonrió ligeramente.

—Lo eres. Me he dado cuenta y creo que es algo genial de tu parte. ¿Podrías ser gentil conmigo también?

¿De verdad era una buena chica? ¿Gentil?

—¿Quieres que te prepare té? —Se me ocurrió preguntarle.

—Sí.

—En la tetera quedó un poco. Puedes servirte.

Porque en realidad, yo no entendía del todo las señales que sus palabras querían transmitirme. ¿A qué se refería Ernesto?

—Gracias —respondió en tono neutro.

Subí las escaleras. Abandone a Ernesto y el aroma de la habitación de Nicolás era muy agradable.

—Volví. Traje tus galletas.

Puse la charolita sobre el buró.

—¡Que bueno! ¿Encontraste mis galletas?

—Sí.

Ya no era tedioso ayudarlo. De forma rápida me fui acostumbrando a cuidar de él. Sostuve su taza. Lo oía masticar. Crujía. Bebía té. Me devolvía su taza. El chocolate se disolvía. Tragaba. Era dulce a su paladar. ¡Él se veía despreocupado!

—Muy bien. ¿Quieres que te ayude a cepillarte los dientes?

—Mejor tráeme mis cigarros. Yo sé que me quieres cuidar al máximo, pero se me antoja fumar.

¿Querer meterse humo en los pulmones? Sus ojos estaban cerrados a causa del paliacate. ¡Se veía muy bonito en calma! Pero su petición me hizo sentir que algo no andaba bien.

Fui por su cajetilla de cigarros.

—¿Por qué te gusta fumar? —No me dio miedo preguntarle.

—Siento que puedo sacar el estrés.

—Pensé que el té era de gran ayuda para calmar tu estrés.

Encendí un churro y se lo puse en la boca. Con los dientes lo sostuvo y con su mano derecha termino de afianzarlo.

—El té me ayuda. Pero tengo otra clase de estrés que no puedo controlar.

¿Estrés que no se puede controlar? ¿Cómo era posible eso?

—¿Y por qué te sientes así?

Jalo un poco del churro, en su boca se resguardó el humo que le quemaría los pulmones y después de algunos segundos, el humo salió de su cuerpo por la nariz. ¡Se veía alucinante!

—Hay algo que quiero, siempre he querido eso, pero me da miedo pensar que tal vez lo que planeo no resulte como yo quiero.

¿A qué se refería? Parecía trabalenguas. Me senté en la orilla de su cama.

—Deberías dejar que todo fluya. Si es algo que está fuera de tu control, no te estreses por eso.

—Esta fuera de mi control. Son cosas del corazón.

Supuse que se trataba de alguna chica. ¿Una novia? ¿Una es?

—Bueno, aun así, no deberías sentirte súper estresado. No siempre vale la pena estresarse por cosas del corazón.

—Suenas a despecho —pronuncio él.

Asentí. Dejé escapar un suspiro y por alguna razón, sentí la necesidad de abrirme emocionalmente con Nicolás.

—Mi madre es una gran mujer, pero, aun así, no entiendo como a veces es muy ciega al no querer ver que mi padre es un ingrato. Ella lo quiere mucho, bueno, siento que en realidad mi madre tiene miedo de quedarse sola. Y a lo mejor por eso soporta todo el mal trato de mi padre. Supongo que son sus sentimientos los que hacen que ella no tenga el valor de enfrentarlo y a causa de eso, suele enfermarse seguido por todo el estrés que papá le provoca.

—Aparte de que tu papá es un borracho, ¿suele tratarlas muy mal?

—Son los efectos de su adicción. Y aunque el alcohol le da cierto poder y placer, es ciego al no darse cuenta de todo el daño que causa a su familia.

—¿Una adicción?

—Eso es lo que también me preocupa en ti. No me gusta que fumes —le hice saber.

—¿Por qué no te gusta?

Parecía qué el no entendía mi punto, aun a pesar de haberle contado sobre mi padre.

—Porque es una porquería. Tú solito te estás quemando los pulmones. ¡Te estás dañando lentamente!

—¿Y eso te afecta? —Se llevó el cigarro a la boca y absorbió.

El humo salió minutos después.

—Más de lo que tú crees. Igual que mi padre, su vicio me ha privado de lograr cumplir con mis sueños. ¡Tu cigarro me está privando de cuidarte de forma completa!

Recargue mi mano sobre su pierna.

—¿Alguna vez has fumado?

—Estoy fumando contigo ahora.

—¿Prendiste un cigarro para ti?

—No. Tú eres mi cigarrillo. Me humeas y me haces mal.

—¿Por qué te hago mal?

Sonreí.

—Me quieres hacer creer que lo malo es bueno. ¡Pero no es así! No me vas a convencer. ¡Te ayudaré a dejar de fumar!

—Pero, no tiene caso. Yo…

—Tal vez no puedo hacer que papá cambie sus malos hábitos, pero quiero que aparte de tu recuperación, logres dejar de depender de un cigarrillo para sacar el estrés.

Y en sus labios vi una sonrisa. ¿Qué significaba aquel gesto?

—Bueno. No sé porque de repente insistes en que no debo fumar, pero…

—¡Me preocupas! —Pronuncie con mucha seguridad—. Esa es la razón. Quiero que estés bien.