Dante, el Capo de la 'Ndrangheta, es un hombre de objetivos. Se plantea uno, lo consigue y sigue por el siguiente. Todo es fácil para él hasta que se cruza con Francisca Guzmán, la líder de El Cártel de Sinaloa, quien le hará cuestionarse todo, incluso su cordura. Esa mujer es su droga personal y no sabe si vencer la adicción o dejarse llevar por ella aunque lo lleve al mismo infierno.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
¿Lo correcto?
Francisca
–Oh, mierda, ¿estás bien?
Me quejo cuando mi hermana habla con una voz tan aguda que parece machacar mi cabeza.
Le doy una mirada para indicarle que me duele hasta el pelo.
–Oh, Fran, realmente divertirse no es lo tuyo.
–Te odio –pronuncio con voz ronca. Mi garganta se siente como si hubiese tragado vidrio mezclado con lija.
Llevo mi mano a mi garganta y trato de beber lo que me preparó Nancy, que según ella es capaz de levantar muertos. Trato de no mirar el espeso jugo rojo y trago sin saborearlo. Mi estómago se siente tan inestable que estoy segura que estoy a nada de comenzar a vomitar como el exorcista en cualquier momento.
Inés se sienta a mi lado y le gruño. Se ve fresca como una lechuga, ¿cómo es eso posible?
–No es justo –susurro.
–Imagino que esos nueve años de diferencia que tenemos se empiezan a notar.
–Apenas tengo veinticinco años. No es posible que me sienta tan mal.
–¿Dante? –pregunta mi hermana.
Dejo caer mi cabeza sobre la dura mesa, sin importarme el relámpago de dolor que siento.
–Se fue después que prácticamente me desmayé sobre él.
–Pudo haber sido peor, pudiste haberle vomitado encima.
Hago una arcada al imaginar la situación.
–Hice algo muy malo, Nessy.
Inés me obliga a levantar mi cabeza y mirarla.
–Por favor dime que eso malo está relacionado con ese papazote.
–Lo besé –digo y vuelvo a dejar caer mi cabeza sobre la mesa–. Soy un asco de persona. Besé a Dante estando comprometida con otro hombre.
Acaricia mi cabello. –No seas tonta, hermana. Tuviste una pelea con Daniel, se podría decir que técnicamente no estaban juntos anoche.
Hago una mueca. –La forma que tienes de desdibujar los límites, francamente, me da miedo. Algún día te meterás en un gran problema.
–¿Y?
–¿Y, qué?
–¿Qué pasó entre Dante y tú?
Recuerdo lo que pasó anoche, lo que sentí cuando lo besaba, como si necesitara su sabor para seguir respirando, como si hubiese llegado al lugar correcto después de vagar por siglos.
Sonrío. –Dante es de otro mundo.
Inés grita y comienza a saltar haciéndome llorar.
–Nessy, por favor –le pido.
–Lo siento, lo siento –se apresura en decir y se vuelve a sentar a mi lado–. Sabía que ese hombre no decepcionaría. ¿Te acostaste con él?
–¡No! –respondo tan estridentemente, que me quejo al sentir un dolor agudo en mi frente y ojos. Esta jaqueca me va a matar.
–¿Por qué no? –pregunta desilusionada.
–En primer lugar, estoy comprometida.
–Sí, con Daniel –dice haciendo una mueca de asco.
–Y en segundo lugar, caí desmayada cuando las cosas se estaban calentando. Dante debe estar odiándome en este momento.
–No creo que te odie. Ayer se preocupó mucho por ti, hermana. Fue lindo ver cómo te tenía en sus brazos y acariciaba tu rostro como si no pudiese creer su suerte.
–Estás delirando.
–No lo estoy –discute.
–Inés, ayer también bebiste en exceso. No quiero que vuelvas a beber así, y mucho menos si no estás conmigo o con los guardias.
Suspira y pone los ojos en blanco. –No estamos hablando de mí, estamos hablando de ti y del papazote.
–Voy a tener que disculparme y culpar al alcohol. Es una excusa creíble.
–Pero no fue el alcohol. Tú lo querías besar, ¿o me equivoco?
–No importa lo que quería o no. Cometí un error y debo disculparme. Dante es mi socio, que me haya visto así habla muy mal de mí. No puedo perder este negocio, Nessy.
–¿Cuándo va a ser el día que comiences a pensar en ti, Fran?
–Siempre pienso en mí.
Se levanta y me doy cuenta que al igual que yo, todavía está en pijama.
–No lo haces, Franny. Siempre piensas en papá, en el negocio, en mí, en Daniel. Todos están antes que tú y me duele ver como no te priorizas.
–No es verdad –miento.
–Lo es.
–Nessy, eres una cría todavía, no espero que puedas entender el peso que tengo sobre mis hombros. Pero si quiero que entiendas que no puedo equivocarme, no cuando tantas personas dependen de mí. Y sobre todo, no puedo equivocarme contigo.
–No es justo.
–La vida no es justa –digo sin poder evitar que la amargura se filtre en mis palabras–. Es lo que me tocó vivir y no pienso quejarme por ello. No dañaré la memoria de mi papá siendo una malagradecida. Él no merece eso.
–Merecías vivir una vida normal, Franny.
Me levanto incapaz de seguir discutiendo. –No puedo quedarme todo el día auto compadeciéndome, tengo que ofrecerle una disculpa a Dante. No quiero que salgas sola –digo antes de dejarla en el comedor.
Me meto a mi baño y me doy una ducha tratando de olvidar la lástima que vi en los ojos de mi propia hermana.
Tengo una buena vida, soy feliz y no necesito la lastima de nadie. Lo repito una y otra vez hasta que creo cada palabra.
*****
–Gracias por venir –le digo a Dante en cuanto se sienta en el sillón frente al escritorio de papá.
Sus ojos me miran risueños. –¿Estás bien después de lo de ayer?
–¿A qué te refieres? –pregunto en un susurro.
–¿Estás bien después de beberte todo el bar?
–Mejor de lo que merezco, probablemente. Una de mis empleadas me dio un jugo que creo que me ayudó –le explico antes de mirarlo con seriedad–. Lo siento. Ayer no me comporté y te arrastré a una situación incómoda.
Se ríe. –¿Incómoda?
–Recuerdo lo que pasó entre nosotros anoche.
Sus ojos grises se oscurecen.
–También lo recuerdo –devuelve con una voz tan sensual, que no puedo evitar recordar lo que sentí en sus brazos–. Lo recuerdo muy bien.
–Sí… yo… Bebí mucho. Nunca bebo, pero anoche me sentía… No importa cómo me sentía. Lo siento, no volverá a ocurrir. Agradecería tu discreción respecto a lo que pasó, al menos hasta que pueda hablar con Daniel al respecto.
Su mirada juguetona y sensual se borra de inmediato.
–¿Qué tiene que ver ese imbécil en todo esto? –pregunta en un siseo.
–Es mi prometido. No merece que le haya faltado el respeto de esa manera. Va a ser mi esposo –digo con desanimo–. Debo respetarlo.
–Tú no quieres casarte con ese pelele.
–Dante…
–No quieres, Fran –me corta–. Ayer pude sentirlo. Una mujer que está enamorada no besa a otro hombre como lo hiciste conmigo.
–Ayer fue un error que no volverá a ocurrir.
–Volverá a pasar –dice levantándose. Se acerca y se arrodilla frente a mí. Toma mi mano y la lleva a sus labios–. Mereces a alguien mejor, Fran. Alguien que sepa valorar el regalo que es una mujer como tú.
–Dante –intento por segunda vez detener lo que quiere decir.
–Déjame demostrártelo.
Me suelto de su agarre y me levanto para alejarme de él.
–Anoche fue un error. Apenas nos conocemos, no puedes saber qué es lo que necesito. Daniel lleva en mi vida casi ocho años –digo incapaz de mirarlo a los ojos–. Lo amo y voy a casarme con él.
–¿Estás segura?
–Lo estoy –me apresuro en contestar y me obligo a mirarlo.
Sonríe, pero la diversión no llega a sus ojos. –Creo que no estás segura de nada. Pero está bien, si quieres seguir engañándote a ti misma, es tu problema. Nuestra relación es y será solamente comercial.
–Gracias por entender.
–Una advertencia –dice acercándose tanto que nuestros pechos chocan. Mi respiración se vuelve superficial, mi corazón comienza a saltar en mi pecho y mi boca se seca–. Si vuelves a besarme serás mía, y juro que mataré a quien tenga que hacerlo para tenerte. ¿Capisci?
Trago el nudo en mi garganta y asiento.
–Ya tengo al primer cliente esperando la primera carga. La necesito para la próxima semana –dice antes de girarse y caminar hacia la puerta–. Diez toneladas en paquetes individuales de cinco kilos cada uno.
–Estarán listos –me apresuro en contestar antes de que cierre la puerta.
En cuanto estoy sola me dejo caer en el sillón de papá. Me abrazo al sentir un dolor en mi pecho, y antes de darme cuenta me permito algo que prácticamente nunca hago, dejo que las lágrimas que estaba reteniendo caigan por mis mejillas.
–Hice lo correcto –susurro–. Hice lo correcto, sé que lo hice.
Intento convencerme de que actué bien, pero una pregunta no deja de rondar por mi cabeza. ¿Si hice lo correcto por qué me siento tan triste?