Liliam es una chica campesina cuya vida cambiará cuando el Rey Evans se presente en la hacienda de su padre a cobrar una antigua deuda. A partir de allí empezará una historia de odio, romance y pasión entre ambos.
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CENA CON EL REY
...LILIAM:...
La sirvienta mayor me guió por ese hermoso palacio. Era gigante, muy maravilloso. De paredes color pastel y columnas perfectamente elaboradas. El frente era precioso, como un castillo de torres doradas y puentes en arco, gárgolas y ventanas de cristales preciosos. Rodeado de un hermoso jardín más grande que la propiedad de mi padre. Las amplias escaleras llevaban a una puerta dorada con diseños tallados de flores. Después había un enorme vestíbulo.
Los pasillos eran pulcros, llenos de esculturas y cuadros, preciosos floreros. Un piso de mármol tan pulido que no podía ver mi reflejo, me daba pena ensuciarlo con mis botas llenas fango.
Aún así todo ese lujo no me distrajo de mi situación engorrosa. Ahora resulta que era su prometida, eso me enfureció, no tenía idea de lo que pretendía ese hombre, quise delatarlo, quise decir que me había comprado como una esclava pero me detuve, el rey me tenía en sus manos y podía hacerme daño.
Mi intuición me decía que era una absurda mentira. Esos hombres estirados apenas y se lo creyeron. Siguieron adulando, alegando que yo era hermosa, no lo creí. Yo era fea y tampoco tenía sangre azul.
Subimos una escalera de caracol hacia otro pasillo alfombrado. No quería cenar con el rey pero no podía negar que tenía mucha hambre, recordé que no había desayunado y ya el dolor de estómago era insoportable, de solo pensar en qué clase de comida iban a darme mi salivación aumentó.
Se detuvo delante de una puerta y la abrió.
— Ésta será su habitación, es la más grande, claro después de la del rey — Dijo la sirvienta mientras entrabamos.
Era como una casa, había una sala de estar con muebles ornamentados, una pequeña repisa con libros en la pared y una mesa de vidrio pequeña. Mis pies se sentían acolchados, observé hacia abajo. Una alfombra color vino, aterciopelada, parecía ser más cómoda que mi cama.
La sirvienta se dirigió a unas puertas de cristal al frente y las abrió. Me sorprendió, había una alcoba con una enorme cama en el centro. Era más grande que mi cama en casa. Tenía mantas de color crema e incontables almohadas.
Me detuve frente a un balcón, las ventanas estaban abiertas, salí hacia el balcón y me apoye del pequeño muro. Esto era precioso, desde allí visualizaba el hermoso jardín, también había un laberinto de arbustos. Más allá los muros del palacio y la ciudad, no estaba en casa.
— ¿ Señorita Liliam? — Llamó la sirvienta, volví adentro.
— ¿ Usted se llama Adelaida ? — Pregunté.
Asintió con la cabeza.
— Si, de ahora en adelante le serviré, majestad.
Hizo una reverencia y rápidamente la detuvo.
— ¡ No sé incline ! — Grité mientras le enseñaba las manos y me observó espantada — Lo siento es que yo no soy de la realeza.
— Pero lo será pronto, será la esposa de Evans y la futura Reina de Adalania — Dijo con una sonrisa, la idea me espantó.
— Soy la simple hija de un campesino — Murmuré.
— La sangre es lo de menos, Evans puede elegir a cualquier mujer, lo que importa es el amor que sientan — Dijo la mujer y fruncí el ceño.
Por supuesto que no era amor y eso de ser la reina era imposible ya que seguramente había sido una mentira para esconder su asqueroso trato.
— No... Yo no... — Me callé era inútil y peligroso explicarle a la sirvienta que esto no era verdad.
— Me alegra que por fin dejara de ser un soltero empedernido, seguro siente que los años se le pasan y quiere tener hijos.
Hablaba del rey como si le tuviera mucha confianza y cariño.
¿ Hijos ? ¡ Ay no ! Esto cada vez sonaba peor. Eso no tenía sentido.
— No creo...
— Después de tanto tiempo fuera y cuando llega nos da está dulce sorpresa — Me interrumpe y me observa detenidamente — Eres muy bonita, con un baño y un hermoso vestido vas a lucir preciosa.
Sonaba sincera pero eso de usar vestido no me agradaba.
— ¡ Ah, no ! No me gustan los vestidos — Gruño, cruzando mis brazos.
Abrió los ojos de par en par — Todas las señoritas les gustan, temo que debe usarlos para cenar con su futuro esposo.
— Yo soy diferente — Me palpé los pantalones y la camisa — Esto es lo que me gusta... Tampoco quiero zapatillas.
— En éste armario no hay nada que se le parezca, al menos que busque en los armarios de los hombres, sinceramente esa ropa no va... Lo siento por mi sinceridad pero mi obligación es encargarme de que siempre esté hermosa, además, al rey no le gustará nada que usted se presente así.
Fruncí el ceño pero no podía discutir, la mujer solo estaba haciendo su trabajo, no quería hacerle pasar un mal rato por mi capricho.
— Está bien, Adelaida.
...****************...
Entré en el tocador después de que Adelaida alistara el baño. Olía a escencia y jabones finos. Había una tina en el centro, todo era muy refinado, hasta el retrete era bastante ostentoso,
Adelaida estaba sacando una toalla de un pequeño armario en la pared. El agua corría, saliendo de una llave dorada, al parecer era de oro y llenaba la tina.
— Señorita Liliam — Dijo mientras yo me detenía al borde de la tina — Ya está listo el baño.
Cerró la llave y colocó la toalla en un gancho adherido a la pared.
— Todo esto es muy lujoso — Murmuré mientras observaba mi reflejo en el espejo enorme que había en la pared, podía verme de pies a cabeza.
— ¿ Es la primera vez que está en un palacio? — Preguntó.
— Si, toda mi vida estuve en el campo, sembrando y atendiendo animales.
— ¿ Quiere que le ayude con el baño ?
— No, descuide, lo haré sola.
Estaba al tanto de las costumbres de las personas de la realeza. Era normal que los sirvientes los bañaran pero eso resultaba incómodo para mí.
Adelaida se conformo con mi respuesta y salió del tocador. Me quedé un momento resoplando, pero observé la tina, un baño me haría bien pero me prometí que no me dejaría cegar por el lujo a mi alrededor.
Me quité la ropa y la coloqué en una cesta que estaba al lado de la puerta. Bajé los pequeños escalones de la tina y quedé sumergida hasta los hombros. Solté un jadeo de alivio, el agua estaba tibia.
Jamás había entrado en una tina, en casa me bañaba con baldes y no podía negar que se sentía bien. Me bañé el cabello y me frote el cuerpo, olía a jazmín. Dejé el agua sucia y me sentí avergonzada.
Salí con una toalla alrededor de mí.
Adelaida estaba en la alcoba, sobre la cama había vestidos muy ostentosos, con enormes faldas en forma de campana, también había un corset que seguramente iba quitarme la respiración y las enaguas que solían llevar mis hermanas debajo del vestido como ropa interior. Yo nunca usé eso.
— ¿ Es necesario que use todo eso bajo el vestido? — Pregunté.
— Es necesario para moldear su figura, además toda mujer debe llevar ropa interior, es sinónimo de decencia y usted cenará con el hombre más poderoso del reino, debe lucir impecable.
— Entonces ayúdeme a vestirme porque yo nunca me puse esas cosas.
Se quedó atónita.
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Había sido una experiencia agotadora para ambas, el corsé me hizo sudar, casi me quedo sin aire pero al fin logró ajustarlo. Me apretaba las costillas, obligando a mantenerme erguida. Luego el vestido color crema, las medias de seda y las zapatillas incómodas.
El peinado, hacia tanto tiempo que no cabello había sido excluido de mi atención. Primero los nudos me hicieron llorar, pero luego Adelaida lo fue manejando al punto de tornarse suave y con ondas lindas. Me recogió la parte superior con una peineta y dejó la parte posterior suelta. Me llegaba a la cintura, no había notado que lo tenía así de largo.
Me maquilló levemente porque le dejé en claro que no me gustaba exagerar con esos polvos. Mis labios quedaron rosados, la sombra en mis párpados era dorada y mis pestañas rizadas con rimel negro. Me quitó los vellos de las cejas, dejando una línea perfecta y curva.
No sabía caminar con zapatillas cuando bajamos a la hora de la cena. Sonaban mucho y me hacían tambalear. La sirvienta parecía querer reírse pero no lo hizo.
— Es primera vez que veo a una chica que no sabe caminar con zapatillas — Dijo y suspiré pesadamente.
— Desistí de ellas cuando tenía quince años, maldije y las lancé por la ventana de mi habitación — Dije mientras me ayudaba a bajar los escalones.
— ¿ Maldijo ? — Jadeo espantada.
— Sí ¡ Maldición! — Gruño en alto y la sirvienta se tenso — ¿ Qué? ¿ No se puede maldecir?
— No, el rey no le agrada ese tipo de ofensas.
Fruncí el ceño, él mismo me había maldecido en el estudio de mi padre.
Llegamos a un umbral que daba paso a un salón amplio. Desde allí pude percibir el olor a comida y también pude ver una larga mesa llena de comida, mi estómago se quejó, jamás había visto tanta comida reunida en un solo sitio.
Las sillas que podía divisar estaban vacías.
La sirvienta entró al salón pero yo me quedé en el pasillo.
— Majestad — Dijo y supe que el rey estaba allí.
— ¿ Qué sucede Adelaida ? — Preguntó, esa voz gruesa y profunda me erizó los vellos.
— Su prometida ya está aquí para cenar.
Hubo un momento de silencio.
— Hazle pasar — Ordenó.
Adelaida me hizo un gesto sutil y salió del salón.
Entré tambaleando con las zapatillas. Mi mirada se perdió en los platillos de nuevo, mi estómago se quejó de nuevo. Mis ojos se detuvieron en el extremo de la mesa, allí estaba el rey. Me quedé parada.
— ¿ Qué espera para sentarse ? — Me dió una mirada severa y bebió de su copa.
Avancé y me observó con irritación por mi torpeza. Elegí la silla más alejada pero chasqueo la lengua.
— Tome asiento aquí — Gruñó señalando una silla cercana a la de él.
Caminé y aparté la silla de forma brusca, estaba temblando de los nervios ante esa mirada. Me senté y arrastré la silla, hizo un sonido áspero contra el suelo, la ceja del rey tembló de irritación. Me acomodé pero no tomé nada de la mesa.
Él siguió comiendo de forma refinada. Cortando un trozo de carne y llevándolo a su boca con un tenedor. Estaba recién salido de un baño, tenía el cabello húmedo, los mechones rozaban su frente, ese color de cabello era hermoso, jamás había visto ese tono, profundamente negro.
Llevaba una camisa holgada, negra y desabotonada en el cuello, dejando ver que la piel de abajo también era bronceada.
Volví mi vista a su rostro y sus ojos dorados estaban sobre mí. Aparté la mirada rápidamente.
— ¿ Vino a cenar o a observarme el rostro? — Preguntó con arrogancia.
— No tengo hambre, además, sino quiere que lo observen debería cubrirse la cabeza con una bolsa — Gruño.
Se apoyó del espaldar de la silla y me observó despectivamente.
— No tengo porque aguantar sus desplantes, niña, modera su tono o la obligo a hacerlo — Dijo y se me helaron los huesos con una simple amenaza — Coma en silencio.
Me saqué las zapatillas con los pies y casi suspiro de alivio cuando tocaron el mármol.
— ¿ Los demás no cenan ?
— Ceno solo, de hecho es la primera vez que tengo compañía en tanto tiempo, los demás cenan después.
— No se pierden de nada bueno — No pude controlar mi lengua, arquea las cejas — Me parece un desperdicio tanta comida para usted solo.
— No lo es, todos comen de esta mesa, solo que yo soy el primero en hacerlo.
Observo los platillos, sufriendo por tomar de todo y devorarlo.
— ¿ Qué quiere de mí? ¿ Por qué dijo que yo soy su prometida ? — Pregunté y volvió su vista a mí — ¿ Es una mentira?
— Inteligente deducción, descuide usted y yo nunca tendremos ningún tipo de relación, menos un compromiso — Sonrió de forma felina — Está en lo cierto, es una mentira que justifica su estadía aquí.
Estreché mis ojos.
— ¿ Por qué no dice la verdad?
— Porque eso sería ir en contra de mí y de lo que enseñé a mis súbditos, ellos perderían la confianza en mí si llegasen a enterarse — Dijo mientras sorbe un trago.
— ¿ No le preocupa que yo diga algo ?
— En lo absoluto, la tengo en mis manos, no puede pasar sobre mí, tengo todo el poder y si usted habla de más su familia pagará las consecuencias, con solo chasquear mis dedos puedo acabar con ella, se que su padre no le importa mucho después de como la trató pero sus hermanas...
— Ni se atreva — Jadeo, sonrió mientras jugaba con el vino en su copa.
— No las tocare, siempre y cuando usted me obedezca y siga con esto del compromiso.
Estaba más agresivo que en el carruaje, parecía otro. Tal vez este era el verdadero. Apreté mis manos por debajo de la mesa.
— ¿ Y cuándo me vaya ?
— Simple, anunciaré que nuestro compromiso se ha cancelado porque usted es estéril.
Apoyó su mandíbula en su puño y sentí el rostro caliente sin ninguna razón.
— Pudo haber inventado otra cosa.
— Usted me pone creativo.
Me quedé de brazos cruzados, literalmente.
— Le aconsejo que coma.
— No tengo hambre — Dije con orgullo.
— No lo creo, la pobreza de su familia me dice lo contrario, es seguro que usted no había visto tanta comida en meses pero si desea matarse de hambre por rebeldía es su problema — Sigo comiendo de forma indiferente.
No aguanté más y tomé un plato, lo llené con un trozo de carne y le coloqué salsa encima. Tomé un trozo de pan con las manos y le di un mordisco, me llené la boca de forma desesperada mientras tomaba la cuchara y probé la carne, casi lloro de la delicia pero seguimos comiendo.
— Adelaida hizo un excelente trabajo con su apariencia, parece una mujer — El rey me observó de forma intensa, dejé de masticar — Pero eso no puede ocultar su naturaleza — Me humilla y trago con fuerza — Sigue siendo una salvaje sin educación que al parecer nunca fue adoctrinada.
Volví a sonrojarme de vergüenza.
— Tengo la suficiente libertad para comer como lo desee — Dije con la boca llena y me dió una expresión de asco.
— Su falta de modales me irrita.
— No pienso cambiar porque al rey no le guste mi forma de ser — Sin querer se me cayó un trozo de la comida en mi boca en el plato.
Hizo una expresión de náuseas cuando tomé la comida y la volví a mi boca.
— Pues lo hará, se ve corriente.
Dejé mi comportamiento porque me sentí ofendida. Empecé a comer más lento y más moderada pero seguí llenando mi plato, de postre elegí un trozo de pastel. Yo no era maleducada pero estaba tratando de hacerle entender al rey que no iba quitarme mi libertad.
Pare cuando estuve lo suficientemente llena, sentí que el corsé se me iba reventar. Quedé exhausta.
— No tenía hambre — Resopló el rey de forma irónica.
— ¿ Ya puedo volver a mi habitación? — Pregunté.
— No, necesito hacerle unas preguntas, también es de mala educación abandonar la mesa sin antes reposar la comida.
— No hay nada interesante que deba saber.
— Si lo hay, el hecho de ser una maleducada salvaje que le gusta vestir como hombre es interesante y que me haya atacado sabiendo quién era yo aún más — Dijo con una mirada intensa y me sonroje.